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El secador ‘asesino’ del fanfarrón egipcio
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El secador ‘asesino’ del fanfarrón egipcio

Se mire como se mire, la imagen de Rabei Osman, Mohamed El Egipcio, no ha salido bien parada de la sesión de este lunes del juicio.

Foto: El secador ‘asesino’ del fanfarrón egipcio
El secador ‘asesino’ del fanfarrón egipcio

Se mire como se mire, la imagen de Rabei Osman, Mohamed El Egipcio, no ha salido bien parada de la sesión de este lunes del juicio. Para dos de los policías italianos que le detuvieron y que han declarado como testigos en el juicio del 11-M era un radical obsesionado con comer el coco a todo musulmán que se ponía a tiro para que se inmolara por Alá y la yihad. Para su abogado, simplemente era un bocazas, un fanfarrón, con un peculiar sentido del humor, que igual hablaba de secadores de pelo capaces de propagar gases venenosos que presumía de poder cambiar sus huellas dactilares de un día para otro. Entre unos y otro, le han hecho un traje al que para la Policía española sigue siendo uno de los presuntos cerebros de los atentados del 11 de marzo.

Los dos agentes italianos han presentado a Rabei Osman como un personaje reservado, que se relacionaba con poca gente, que la mayoría del tiempo estaba en el apartamento donde vivía en Milán, que sólo salía los viernes para ir a rezar a la mezquita de la ciudad y que entre sus manías estaba la de usar el teléfono sólo a primera hora de la mañana o a última de la noche. También le ha retratado como un virtuoso del ordenador, navegando siempre por Internet en busca del textos, vídeos y lo que se terciara sobre la yihad, incluidas fotos sobre cómo hacer un maletín bomba o un software para enviar un SMS a varios móviles a la vez con no se sabe bien qué oscuras intenciones. Tanto se movía por la red, que el dueño del piso le tuvo que llamar la atención porque gastaba la tinta de la impresora por culpa de su afición a volcar en papel los contenidos “extremadamente radicales” que encontraba.

Su afición a las tecnologías terroristas le llevaron a comentar en cierta ocasión a uno de sus discípulos la posibilidad de difundir sustancias venenosas -la Policía italiana cree que se refería a gas de cianuro- con lo que él llamó “secador de pelo”. “Se puede asustar a los americanos con eso”, presumió. No fue la única medalla que se puso en sus conversaciones, casi todas interceptadas por pinchazos telefónicos y micrófonos ocultos por la Policía en su vivienda. También alardeaba de conocer a los integrantes de la célula del 11-M -de varios tenía el teléfono en su agenda y con uno de ellos, Fouad el Morabit, intentó contactar un mes después de los atentados- y de haber gestado él mismo la masacre.

Pero, sobre todo, las investigaciones de los agentes milaneses lo han mostrado como un cautivador de incautos muy insistente. El ejemplo que pusieron fue el de Yahya Mawad, un joven al que detuvieron junto a él y que, después de someterle a una auténtico curso intensivo sobre guerra santa, no veía la hora de inmolarse. El persuasivo Mohamed El Egipcio no dudó en hacerle oír día tras día cintas de alabanza al martirio, e incluso en cierta ocasión le mostró cómo los seguidores de Osama Bin Laden degollaban en Iraq al periodista estadounidense Nicolas Berg mientras le soplaba en la oreja que mirase como “matan a este perro, a este infiel”.

Tras esta descripción, su abogado defensor, Endika Zulueta, ha intentado en un primer momento poner en duda la validez jurídica de las grabaciones de las conversaciones realizadas por la Policía italiana. Como rápidamente ha visto que éstas cumplían todos los requisitos que marcan la Ley del país trasalpino -ya ha sido condenado allí con estas mismas pruebas- y de España, y que por ese camino no iba a conseguir nada, ha pasado al plan B. Éste no ha sido otro que mostrar a su cliente como un fanfarrón que hablaba mucho pero hacía poco o nada.

Se mire como se mire, la imagen de Rabei Osman, Mohamed El Egipcio, no ha salido bien parada de la sesión de este lunes del juicio. Para dos de los policías italianos que le detuvieron y que han declarado como testigos en el juicio del 11-M era un radical obsesionado con comer el coco a todo musulmán que se ponía a tiro para que se inmolara por Alá y la yihad. Para su abogado, simplemente era un bocazas, un fanfarrón, con un peculiar sentido del humor, que igual hablaba de secadores de pelo capaces de propagar gases venenosos que presumía de poder cambiar sus huellas dactilares de un día para otro. Entre unos y otro, le han hecho un traje al que para la Policía española sigue siendo uno de los presuntos cerebros de los atentados del 11 de marzo.