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La hoguera de las vanidades
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La hoguera de las vanidades

“¡Joder, qué tropa!”. Así se despachaba Mariano Rajoy hace menos de dos años, a cuenta de uno de los últimos altercados entre el alcalde de Madrid,

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La hoguera de las vanidades

“¡Joder, qué tropa!”. Así se despachaba Mariano Rajoy hace menos de dos años, a cuenta de uno de los últimos altercados entre el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, y la presidenta regional, Esperanza Aguirre. Se presentaba un libro sobre ella, titulado así, La Presidenta, y en un primer momento el encargado de hacer la presentación iba a ser el propio alcalde a petición de la protagonista... Hasta que Ruiz-Gallardón leyó el capítulo en el que Aguirre decía lo que pensaba del regidor municipal. El altercado llegó hasta el despacho de Rajoy situado en la planta séptima de la calle Génova 13. Fue entonces cuando el líder del PP soltó aquel “¡Joder, qué tropa!”.

A Rajoy le tocó hacer el discurso de la presentación del libro sobre Aguirre. El líder del PP no defraudó. Rajoy hiló una intervención cargada de sentido del humor, aunque detrás de cada risa se escondía un amargo reproche a las obcecaciones de ambos. Y ahora vienen a la memoria en forma de advertencias pasadas. En aquellos momentos el alcalde de Madrid ya había expresado su deseo de ir en las listas, e incluso entonces había señalado el lugar que deseaba ocupar, el número dos, aunque luego rebajó esa pretensión en público, que no en privado.

Aunque no le hacía mucha gracia que Ruiz-Gallardón utilizara para presionarle la política de hechos consumados, eso no significaba que Rajoy tuviera ya claro lo que iba a hacer. Sabía que en el partido la presencia del alcalde en las listas contaba con un buen número de partidarios. No en Madrid, pero sí en provincias. Incluso en Génova 13 había firmes defensores del alcalde. Pero Aguirre tenía también los suyos, e incluso los medios se dacantaron claramente a favor de uno y otro: El Mundo y la COPE con Aguirre, El País y ABC con Gallardón. Los primeros le achacaban su ambición desmedida, y los segundos destacaban su centrismo. Difícil dilema, sobre todo para un hombre como Rajoy amigo de dejar que los problemas se pudran antes de afrontarlos.

Es difícil saber cuál fue el momento en el que Rajoy se dio cuenta de lo que estaba pasando, pero probablemente el anuncio de la vuelta de Rato tuvo mucho que ver en el cambio de actitud del líder del PP. Hasta entonces, pesaba más en su ánimo la opinión de los llamados ‘moderados’ dentro del partido, gente como Josep Piqué, gente que apostaba abiertamente por Ruiz-Gallardón y que consideraba a Aguirre como la fiera de la extrema derecha, en buena parte como reacción a los envites de la COPE hacia ellos. Pero tampoco éstos eran hermanitas de la caridad. Así, el pasado verano, Rajoy comprendió que ni unos ni otros actuaban con la vista puesta en el interés general, ni siquiera en el del PP, sino en el de sucederle al frente del partido. Y eso lo supo cuando Rodrigo Rato dijo que volvía y ocultó a propósito sus intenciones reales.

La caída de Piqué, anterior a este hecho, ya dio una medida de hasta qué punto el líder del PP comenzaba a estar harto de que le plantearan problemas innecesarios, cuando lo que más necesitaba su partido era cohesión para afrontar la recta final de la legislatura con opciones de poder ganar las elecciones. ¿Y si la ‘solución Piqué’ era la más adecuada para resolver estos problemas? “Yo creo que en este partido se está para atender al interés general, o no se está”, diría Rajoy en esa conversación que mencionaba más arriba. Por eso en septiembre del año pasado toma una decisión inequívoca: convoca a la Junta Directiva Nacional para que le proclame candidato seis meses antes de las elecciones, y afirma que, esta vez, las listas las hará él.

En la Casa de la Villa y en la Puerta del Sol se acrecienta el nerviosismo. Rajoy no solo no dice nada de las listas sino que, además, anuncia que cumplirá los plazos previstos, es decir, que hasta enero, nada. Demasiado tiempo. El alcalde se deja llevar por la ansiedad y pese a haber dicho una y otra vez que no volvería a hablar del tema, insiste: “Quiero ir en las listas para ayudar a Mariano”. Aguirre calla, pero no otorga, e Ignacio González empieza a diseñar, en la sombra, la estrategia para evitar lo que a esas alturas parecía un hecho: que el alcalde iría en las listas. La percepción de que eso era así crecía en Génova y cada vez afectaba a más dirigentes del PP. Pero, ¿de verdad era así? Es entonces cuando Rajoy, que ya en verano había tentado a Manuel Pizarro, tiene una idea brillante: llevarlo de ‘número dos’ por Madrid.

A la espera de que el ex presidente de Endesa le dé una respuesta afirmativa, Rajoy no dice nada a nadie y mantiene el suspense. En Navidad se encierra en su despacho a “hacer las listas”, y lo dice así, sabedor de que eso todavía pondrá más nerviosos a unos y a otros. Pero calla. Es en ese tiempo cuando González tiene la gran idea: “Si la cosa se pone mal –le dice a Esperanza-, amenaza con dimitir e ir en la lista”. Es el último cartucho, y no significa que tenga que hacerlo porque en los planes de González lo que debería pasar es que esa amenaza fuera lo suficientemente fuerte como para evitar el paso de incluir a Gallardón. Además, se trataría de que no fuera pública, sino de hacerla caer en los lugares oportunos.

El ‘as’ en la manga de Aguirre

Con ese ‘as’ en la manga, llega el 14 de enero, Zapatero convoca elecciones y el PP de Madrid quema sus últimos cartuchos. Ya antes habían sacado a relucir los estatutos –en una entrevista de Ignacio González en El Mundo-, según los cuales era incompatible ser alcalde y diputado, aunque también es verdad que abren la puerta a las excepciones. Entonces Aguirre tira de Álvarez Cascos, que lleva tiempo sin hablar, pero que se larga una perorata sobre los funalismos en política y sobre cómo se hacían las cosas cuando él era secretario general. Para ese momento, Aguirre ya había hablado con Acebes: “Oye, Ángel, yo estoy dispuesta a dejar la Presidencia de la Comunidad e ir en la lista. Si se trata de ayudar a Mariano, yo también quiero hacerlo”.

Sin más dilación, el secretario general transmite a al presidente el mensaje de Aguirre. Era lo que Rajoy esperaba escuchar. “Convócales para el martes por la tarde, pero a cada uno por separado. Que no sepan que viene el otro”. Desde hace varios días, Rajoy ya sabe que tiene el ‘sí’ de Pizarro, está como unas castañuelas, y tiene claro lo que debe hacer. El martes 16 se reúne con Gallardón y con Aguirre y le dice al alcalde que naranjas de la china. El miércoles será el tema estrella en los medios y no podrá hacer nada por evitarlo, pero el jueves anuncia su gran fichaje y lo de Gallardón pasa a un segundo plano. Ese domingo lo pasa en Madrid, en Aravaca, muy tranquilo, cuando recibe una llamada de Aznar quien, por cierto, había intermediado para convencer a Pizarro, del que es muy buen amigo.

“He estado con Esperanza, que me ha dicho que si va Gallardón, que ella dimite para ir también. Yo le he dicho que era una locura, pero creí que debías saberlo”. “Gracias, alguna idea tenía de este asunto”, contesta Rajoy, pero sin despejar la incógnita sobre lo que va a pasar. El lunes llega la mala noticia. Probablemente desde Telefónica, una de las empresas de las que Pizarro es consejero, se filtra la noticia del fichaje. La estrategia de Rajoy se va al garete, pero ya no puede desconvocar la reunión de martes, así que desde Génova se limitan a confirmar lo de Pizarro, lo cual le da un respiro en el desayuno de por la mañana en el Foro Nueva Economía, ya que de lo contrario el tema estrella hubiera seguido siendo si Gallardón iba o no en la lista.

El martes por la tarde, Aguirre se adelanta un poco y llega a su despacho en la primera planta de Génova 13, sede del PP regional. Desde ahí espera a que la llamen de la séptima. No sabe que va a estar Gallardón, pero se lo imagina. El alcalde, por su parte, deja a su mujer en el teatro, todavía con la esperanza de recibir una buena noticia. Estaba viendo Tristán e Isolda. “Volveré en el intermedio, no te preocupes”, le dice a Mar Utrera. Pero ya tiene la mosca detrás de la oreja. Sabe que algo no va bien y así se lo ha transmitido a los suyos. Cuando llega al despacho de Rajoy y se encuentra allí con Aguirre, que acaba de entrar, y con Acebes, se teme lo peor. La cara de Rajoy es un poema, lo dice todo. Manifiesta en un rictus serio el inmenso malestar que tiene con ambos... Al alcalde le tiemblan las rodillas.

El ‘enfant terrible’ pierde los papeles

A partir de ahí las versiones difieren, pero lo cierto es que, pese a que así se había dicho, no fue en ese momento cuando Aguirre lanzó su ‘órdago’, porque ya era conocido por Rajoy y Acebes y no necesitaba volver a hacerlo. Rajoy les invitó a exponer sus pareceres. Gallardón reiteró su deseo de ir en las listas y se avaló con su larga trayectoria de treinta años en el PP. Aguirre recordó los estatutos y la incompatibilidad de ser alcalde y diputado. Solemnemente, Rajoy les escuchó y al término de sus intervenciones, sacó una cuartilla del bolsillo y dijo: “Yo he tomado una decisión, y para que no haya equívocos ni malas interpretaciones, voy a leérosla”. Lo que leyó Rajoy fue, en todo caso, lo mismo que luego el PP difundiría como nota de la reunión. En ella se afirmaba que Aguirre y Gallardón habían reiterado su ofrecimiento de ir en las listas y que la decisión del PP era que cada uno siguiera donde estaba.

Era la primera vez que Gallardón conocía lo del ofrecimiento de Aguirre, y el enfant terrible de la derecha española, el díscolo, el verso suelto, saltó y perdió los papeles. Dijo de todo, según fuentes de la reunión, “cosas que no pueden repetirse”, y lanzó su propio órdago: “Si esto es así, Mariano, yo dejo la política, me voy, abandono”. Rajoy, que ya estaba harto de amenazas, se encogió de hombros. Terció Acebes para pedir al alcalde que, de cumplir su amenaza, no lo hiciera antes de las elecciones, pero que se lo pensara, y que no se dijera nada a la salida de la reunión. El alcalde no respetó esta petición, obviamente se había sentido humillado y ofendido. Aguirre tampoco salía contenta, a pesar de haber derrotado a su enemigo, era consciente de que la nota de Génova conllevaba una trampa mortal: nadie, hasta ese momento, sabía lo de su ofrecimiento, y se trataba de que no se supiera, al menos de modo oficial.

Pero Rajoy había jugado sus cartas, en el último minuto de la partida, y cuando quedaba muy poco tiempo para empezar la partida definitiva, la de las elecciones. “Nos hemos equivocado”, reconocían fuentes de Génova 13, “no en la decisión, sino en el momento de tomarla”. “Rajoy ha hecho un ejercicio de autoridad en el momento más inoportuno posible”, afirmaba un miembro de la Dirección. Los foros del PP echaban chispas. Había que amortiguar el efecto de la decisión y Rajoy no se le ocurrió nada mejor que recurrir, de nuevo, a la otra noticia estrella de la semana: Manuel Pizarro. Pero Pizarro se ha convertido, gracias a todo este enjuague de ambiciones y vanidades, en la gran esperanza del PP. Ha nacido un líder sobre las cenizas de unos cuantos. El PP ya tiene su Sarkozy, y tal y como ha quedado el partido después de esta crisis, si el PP pierde las elecciones, puede ser que el último afiliado acabe siendo el líder del centro-derecha.

“¡Joder, qué tropa!”. Así se despachaba Mariano Rajoy hace menos de dos años, a cuenta de uno de los últimos altercados entre el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, y la presidenta regional, Esperanza Aguirre. Se presentaba un libro sobre ella, titulado así, La Presidenta, y en un primer momento el encargado de hacer la presentación iba a ser el propio alcalde a petición de la protagonista... Hasta que Ruiz-Gallardón leyó el capítulo en el que Aguirre decía lo que pensaba del regidor municipal. El altercado llegó hasta el despacho de Rajoy situado en la planta séptima de la calle Génova 13. Fue entonces cuando el líder del PP soltó aquel “¡Joder, qué tropa!”.

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