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Piedrabuena, el comisario traicionado por el Guadalquivir
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Piedrabuena, el comisario traicionado por el Guadalquivir

Durante aquel mes de febrero de 2009 en el que millones de personas clavaban sus ojos en él desde cualquier lugar del mundo, Manuel Piedrabuena, comisario

Foto: Piedrabuena, el comisario traicionado por el Guadalquivir
Piedrabuena, el comisario traicionado por el Guadalquivir

Durante aquel mes de febrero de 2009 en el que millones de personas clavaban sus ojos en él desde cualquier lugar del mundo, Manuel Piedrabuena, comisario jefe de la Brigada de la Policía Judicial de Sevilla, se encontraba mirando la piel cobriza del Guadalquivir. Nadie más que él tuvo motivos para odiar a Heráclito cuando dijo que no es posible entrar dos veces en el mismo río. Piedrabuena buscaba el cuerpo sin vida de la joven Marta del Castillo entre las aguas, intentaba retener las olas entre sus ojos. El  comisario se había convertido en el capitán de un barco a punto de zozobrar entre la desesperación generalizada, y anclado a su propio timón luchaba por no desfallecer frente a la presión mediática.

Tres años después, el comisario de los desaparecidos se volvió a encontrar con el mismo río. Fue en Córdoba, adonde llegó para “ayudar a los compañeros” a encontrar el cuerpo de dos menores que habían concitado de nuevo la angustia de millones de personas, Ruth y José, de seis y dos años respectivamente. Piedrabuena se fue de nuevo al río, que pasa junto a una finca de los abuelos paternos que parecía ofrecer pistas sobre los pequeños. Y el río le volvió a traicionar. Una reunión de la cúpula policial que dirigía la búsqueda decidió prescindir de los servicios del comisario

Piedrabuena regresó a Sevilla, junto al crucifijo que hay en su despacho, y fue como si de nuevo el Guadalquivir se burlara de este prestigioso profesional con más de cuarenta años de servicio y numerosos casos resueltos a lo largo de su vida.

El tribunal que juzga el caso Marta del Castillo no ha considerado procedente que Piedrabuena declare como testigo, como habían pedido los padres de la joven desaparecida. El comisario había acompañado a familiares del principal acusado, Manuel Carcaño, en visitas a la cárcel para conseguir información, y estuvo junto a Antonio del Castillo, padre de la desaparecida, en algunas indagaciones.

Pero qué es lo que ocurre con este comisario. De entrada, Piedrabuena dirigió las investigaciones del caso Marta del Castillo, a instancias del juez. Los acusados ofrecieron versiones que modificaron después, y en la vista que ahora se celebra en la Audiencia de Sevilla han tratado de salvarse con el argumento de que su autoinculpación fue consecuencia de la presión policial en las semanas posteriores al crimen de Marta.

No hay investigación perfecta

“Ninguna investigación es perfecta y hemos tenido muy mala suerte en este caso”, llegó a decir el comisario Piedrabuena cuando la presión mediática era más intensa. Comprendía que los presuntos culpables inventaran hechos y que incluso mintieran, pero le dolía que empezaran a surgir críticas hacia los policías que desarrollaban la investigación, gente de su equipo curtida en muchos casos difíciles y con una profesionalidad a prueba de cualquier misterio. “Son unos cínicos y unos mentirosos”, se repetía el comisario aludiendo a Miguel Carcaño, autor confeso de la muerte, y a sus demás compinches.

Ascendido a jefe de la Brigada casi al mismo tiempo en que se produjo el crimen y desaparición de Marta del Castillo, Manuel Piedrabuena contaba ya entonces con una brillante trayectoria en el Grupo de Homicidios y la Brigada de Extranjería. Sus compañeros le tienen por un profesional minucioso, extremadamente riguroso, tenaz e incansable. No se deja llevar por impulsos, sopesa los indicios con una extraordinaria capacidad para dilucidar entre lo fundamental y lo accesorio, y está considerado en círculos oficiales como uno de los mejores investigadores policiales de España.

No fue una casualidad el hecho de que veinte días después del crimen, este comisario sevillano tuviera ya en su poder al principal autor de la muerte de Marta del Castillo y a sus compinches. Sin embargo, hay veces en que una brillante hoja de servicios puede  chocar con la habilidad de los presuntos delincuentes para construir falsos escenarios y con una presión social y mediática extremadamente influyente en un proceso que requiere una atmosfera libre de presiones.

Angustia social, presión política

Entre esas presiones no fueron menores las que ejercieron los políticos. Con el precedente de la pequeña Mari Luz Cortés aún latente en la conciencia colectiva, el crimen y desaparición de Marta encontró un caldo de cultivo en miles de personas que mostraban a diario su progresiva pérdida de confianza tanto en la justicia como en las fuerzas se seguridad. El delegado del Gobierno en el momento de los hechos, Juan José López Garzón, evidenciaba con frecuencia la tensión que le embargaba, y desde el Ministerio de Interior llegaban mensajes que denotaban un alto grado de preocupación en el Gobierno. El propio ministro entonces, Pérez Rubalcaba, llegó a anunciar en Sevilla que “pronto habría resultados positivos” en el caso de Marta. Su promesa no se cumplió.

Dentro de esta vorágine de pasiones colectivas e intereses políticos, la figura de Manuel Piedrabuena trataba de mantenerse firme como garantía de una investigación obligada a sustraerse del entorno. Pero como suele ocurrir en estos casos, de la misma forma que la Policía puede llegar a caer en el error de encontrar un chivo expiatorio, la pasión colectiva puede arrojar a los infiernos las mejores intenciones de un profesional como este comisario.

A estas alturas del caso, todo aquello es agua pasada. Pero como suele ocurrir con el Guadalquivir, que ha llegado a arrojar cadáveres incluso con un año de retraso, la piel cobriza de este viejo río cubre hoy también las asignaturas pendientes de Manuel Piedrabuena. Tanto, que se puede asegurar que cuando este comisario pasa junto a las aguas que cruzan la ciudad de Sevilla, lo hace esperando que el río le devuelva el sueño de mil noches, y a los padres de Marta el cadáver de una hija que hoy estaría disfrutando de los mejores años de su vida.

Durante aquel mes de febrero de 2009 en el que millones de personas clavaban sus ojos en él desde cualquier lugar del mundo, Manuel Piedrabuena, comisario jefe de la Brigada de la Policía Judicial de Sevilla, se encontraba mirando la piel cobriza del Guadalquivir. Nadie más que él tuvo motivos para odiar a Heráclito cuando dijo que no es posible entrar dos veces en el mismo río. Piedrabuena buscaba el cuerpo sin vida de la joven Marta del Castillo entre las aguas, intentaba retener las olas entre sus ojos. El  comisario se había convertido en el capitán de un barco a punto de zozobrar entre la desesperación generalizada, y anclado a su propio timón luchaba por no desfallecer frente a la presión mediática.