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Mañueco sale vivo (y dormido) del primer debate electoral
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ANÁLISIS

Mañueco sale vivo (y dormido) del primer debate electoral

Ganó Mañueco, si nos quedamos en el pequeño casillero de la táctica. Era quien más tenía que perder y salió por su propio pie cuando la cosa estaba para que los pies fuesen por delante

Foto: El candidato del Partido Popular a la presidencia de Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco. (EFE/Javier Lizón)
El candidato del Partido Popular a la presidencia de Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco. (EFE/Javier Lizón)
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La historia de las campañas electorales había visto debates más atractivos para el público, choques entre líderes más carismáticos, duelos ideológicos de más altura, batallas verdaderamente decisivas. Lo sabíamos.

Pero teníamos ganas y hasta la esperanza de ver algo significativo antes de que tres —solo tres— de los candidatos castellanoleoneses iniciasen un encuentro que pronto se reveló cutre por la ejecución, triste por el nivel de los participantes y cargante por la falta de sustancia política.

Foto: Luis Tudanca y Alfonso Fernández Mañueco. (EFE/Javier Lizón)

Los pocos que resistimos a lo de ayer podremos presumir durante muchos años de haber visto el peor debate electoral nunca celebrado en España. Si algún vicioso quiere encontrar algo más duro, tendrá que buscar fuera de nuestras fronteras. Ha sido un hito, más fuerte que lo de Nadal.

Cómo sería que tuvo que llegar la teletienda, ya de madrugada, para salvar la noche con un reportaje sobre fundas para sofá desde un decorado más cuidado y menos mortecino que el despachado por TVE. También con mejor guion, la estructura se diseñó para evitar cualquier tentación de que sucediese algo relevante. Alguien se apuntó un tanto ahí y no fueron los socialistas…

¿Quién ganó? Nadie si aplicamos el marcador de la lógica electoral. Ninguno ha sumado un solo voto, ni siquiera entre los muchos votantes cercanos que se contentarían con una pizquita de motivación. Ganó Mañueco, si nos quedamos en el pequeño casillero de la táctica. Era quien más tenía que perder y salió por su propio pie cuando la cosa estaba para que los pies fuesen por delante.

Mariano Rajoy es C. Tangana al lado de este candidato del PP. Es un tipo alérgico al siglo XXI, de los que salen borrosos hasta en los selfis. Un burócrata que se sabe en apuros y se le nota. No puede explicar por qué se han adelantado las elecciones. No puede decir con quién quiere pactar. Y no puede contar lo que quiere hacer porque su partido lleva demasiado tiempo en el poder. Por eso se aculó en tablas, dejó correr el reloj e insistió en mostrarse como lo que es: el único posible presidente de Castilla de León desde el próximo 13 de febrero. Lleva tanto tiempo en esto que sabe hacerlo hasta dormido. Tanto hablar de macrogranjas y resulta que en la mesa no hay más lentejas que las peperas.

Mañueco ofertó un Gobierno “serio y coherente”, asoció a su rival con Sánchez, procuró no entrar al trapo de su exsocio de Ciudadanos y se echó alguna que otra cabezadita en solidaridad con la audiencia. Poco más, lo imprescindible para salir prácticamente indemne del atolladero.

¿Quién perdió? Si pensamos en lo que queda de campaña, los candidatos que no pudieron participar y podían haberle metido más salseo al debate. Y si nos quedamos en el plató, pues palmó Tudanca. Y no por la aptitud —tiene recursos—, sino por la actitud. Se le ve sin hambre, falto de convicciones. En el fondo, acomodado en su papel de líder de la oposición. Hecho a esa vida, con la molestia de tener que hacer una campaña electoral, un poco como quien lleva el coche a la ITV para seguir circulando. Quieras que no, queda raro pedir cambio político siendo un político dócil. Hubo un momento en que pensé que si el moderador hubiese pedido a Tudanca que le trajese un café, el socialista le habría preguntado si lo quería con azúcar o con sacarina.

Foto: Francisco Igea durane la entrevista. (Álvaro Sancha)
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Jorge Francés. Valladolid Fotografía: Álvaro Sancha

Lo mismo hasta ocurrió de verdad, porque hubo varios tramos en los que el socialista estuvo fuera del debate. Desaprovechó por completo el bloque de regeneración. Mencionó a Vox una vez, de pasada, cuando el incentivo de frenar a la extrema derecha podría mover a sus votantes. Y dio señales de vida en dos ocasiones, cuando pidió respeto a Sánchez y a Zapatero. El resto del tiempo lo pasó con cara de susto, sobre todo durante una primera intervención que hoy preferirá no ver.

¿Y quién cumplió? Igea. El sufridor en casa jugó duro con excesiva reiteración, por momentos un poco faltón aunque con algún toque divertido. Todo su discurso fue un reproche a Mañueco por la ruptura del Gobierno. Buscó el cuerpo a cuerpo todo el rato sin llegar a conseguirlo y sin comprender que el 14 de febrero existe, que el pasado es una razón de voto demasiado endeble al lado del día a día, y del día de mañana.

Foto: Fernández Mañueco, durante la presentación de su programa. (EFE/José C.Castillo)

Todo parece indicar que el candidato de Ciudadanos está atravesando el contagio sin demasiados contratiempos, eso está bien. Pero una cosa es segura: contra ese ego, no hay variante que valga. Teniendo la solidez que tiene, y con la mitad de vanidad que ayer mostró, podría haber obtenido un resultado cuatro veces mejor. Pero está dolido. Y ese sentimiento le da fuerza para combatir y le provoca debilidad para seducir.

Por lo menos queda campaña. A pesar de todo, conservamos algo de fe. Podría pasar algo. Veremos si los tres candidatos se han reservado de cara al segundo encuentro, es posible. De momento, la primera entrega nos ha dejado a los televidentes el desasosegante sabor de habernos tragado a unos señores de los años ochenta dándose relevos para que cada uno hable de sí mismo, y, en los momentos más intensos, para charlar sobre otra región. Götaland, que está en Suecia, o el Macondo de Gabo. No lo sé. Lo que sí he visto es que de los 2,4 millones de castellanoleoneses, mucho, mucho, no han hablado.

La historia de las campañas electorales había visto debates más atractivos para el público, choques entre líderes más carismáticos, duelos ideológicos de más altura, batallas verdaderamente decisivas. Lo sabíamos.

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