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Si dominas las profundidades, dominas el mar: la batalla silenciosa que todos quieren ganar
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Si dominas las profundidades, dominas el mar: la batalla silenciosa que todos quieren ganar

Con una flota submarina, ni se controla el océano ni se asegura ninguna ruta comercial, pero se puede impedir que el enemigo las utilice. Solo la mera sospecha de que haya uno presente es un elemento de máxima disuasión militar

Foto: El S-81, en sus últimas pruebas de mar. (Juanjo Fernández)
El S-81, en sus últimas pruebas de mar. (Juanjo Fernández)
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Dice un clásico adagio de los submarinistas que solo hay dos tipos de buque: submarinos y blancos. Puede parecer una afirmación exagerada, pero el aforismo refleja a la perfección la posición de dominio que tiene el buque sumergible frente a los que navegan en superficie. Tener ventaja, o al menos tener presencia, en ese mundo bajo el agua otorga tal cúmulo de ventajas que convierten al arma submarina en una de las más estratégicas que un país puede tener en su arsenal.

El submarino no solo cuenta con gran poder de fuego, sino que es muy versátil y se puede utilizar en multitud de funciones y cometidos. Analizaremos varias de ellas, pero la principal, o más inmediata, es evitar que el enemigo controle el océano. No hay nada peor para una flota militar (o comercial) que tener a un enemigo no localizado bajo las aguas operando en su zona. Este es el motivo por el que se habla del submarino como un "arma de negación".

Vamos a explicar este concepto. Con una flota de superficie se controla el océano y con él, las vías de comunicación y el acceso a las costas, que es lo importante. Antaño, las flotas de países en guerra combatían por este dominio. Se producían grandes batallas navales y el vencedor se aseguraba las rutas comerciales, mientras que el perdedor se quedaba económicamente asfixiado. De esto va la guerra naval.

La llegada del buque capaz de navegar por debajo de la superficie lo cambió todo. Con una flota submarina ni se controla el océano ni se asegura ninguna ruta comercial, pero se puede impedir que el enemigo las utilice. Hasta tal punto es importante su papel en un conflicto que la mera sospecha de que pueda haber uno solo de ellos operando en un área puede paralizar el tráfico de superficie o, como mínimo, obligará a empeñar grandes recursos y asumir riesgos para protegerlos.

La experiencia de otros conflictos

Para ilustrar estos conceptos podemos recurrir a varios ejemplos, todos bien conocidos. Durante la Segunda Guerra Mundial, ante la imposibilidad por parte de Alemania de competir, primero con los británicos y luego con los aliados, por el control del océano, desarrolló una estrategia a base de amenazar sus vitales líneas de comunicación con sus famosos U-Boot.

placeholder Submarino alemán U31, de la clase 212, unos buques pequeños pero muy eficaces. (Wolfgang Greiner)
Submarino alemán U31, de la clase 212, unos buques pequeños pero muy eficaces. (Wolfgang Greiner)

Esta misma estrategia fue la que siguió la Unión Soviética durante la Guerra Fría. Pese a que mantuvo una potente flota de superficie, nunca se pudo poner a la par de los países occidentales, ni siquiera a la de Estados Unidos en solitario. Ese fue el motivo de que abandonara la construcción de grandes portaaviones, concentrando sus esfuerzos en su flota submarina, muy numerosa y potente y que incluía enormes navíos lanzamisiles de propulsión nuclear.

La respuesta de Occidente fue dotarse de unos medios antisubmarinos sin precedentes, entre los que se incluía el sistema Sosus (sound surveillance system o sistema de vigilancia sónica), que consistía en una cadena de puestos de escucha bajo el agua repartidos en una línea que va desde Groenlandia hasta Gran Bretaña pasando por Islandia. Literalmente se sembró el Atlántico de hidrófonos, constituyendo una barrera a la salida de los soviéticos al Atlántico. En paralelo, se desarrollaron sonares de barco, los más efectivos remolcados, así como aviones de patrulla y helicópteros especializados. En aquella época, se decía, "no se movía un besugo por el Atlántico sin que los americanos lo supieran". No era del todo cierto… pero casi.

placeholder Submarino SSN británico HMS Ambush. (UKMoD)
Submarino SSN británico HMS Ambush. (UKMoD)

Por último, recordemos la Guerra de las Malvinas. Los argentinos, con los británicos casi al otro lado del mundo, parecía que tenían todas las de ganar. Disponían de las bases en las islas y de un portaaviones que, posicionado en el océano y apoyado por su flota, podía haber asegurado el dominio aéreo. Pero Reino Unido tenía dos ventajas muy importantes: submarinos nucleares y voluntad de utilizarlos (recuerden que lo segundo no es menos importante que lo primero).

Londres solo tuvo que declarar una "zona de exclusión" alrededor de las islas y enviar varios de sus navíos nucleares. Fueron los primeros buques británicos en llegar al área y, en una acción discutible y no exenta de polémica, el HMS Conqueror hundió al crucero argentino ARA General Belgrano, que navegaba fuera de la citada zona de exclusión. Polémicas aparte, la realidad sobre el terreno fue que Argentina, sin los medios efectivos para luchar contra estos colosos, se vio obligada a retirar a su flota de las inmediaciones, mientras su portaaviones permaneció en puerto durante todo el conflicto. Así, todo el peso de la guerra cayó sobre una aviación —donde combatieron por igual pilotos navales y de la fuerza aérea— que peleó con un arrojo extraordinario, pero al límite de sus posibilidades.

Más allá de la disuasión

La disuasión es, tras una buena gestión política y diplomática, la principal herramienta de un país para evitar un conflicto externo. Las capacidades militares y la voluntad de utilizarlas, llegado el caso, son dos de sus pilares; junto con el hecho de que todo ello —capacidad y voluntad— sea conocido. Dadas las características del arma submarina, el grado de disuasión que un país puede ejercer sobre otros por el mero hecho de disponer de estos buques aumenta significativamente.

Que un potencial enemigo pueda desplegar un arma que le impida —o, como mínimo, dificulte en extremo— utilizar sus vías marítimas supone una disuasión de primer orden ya que eleva el coste comercial, económico y, en última instancia, social de provocar un conflicto. Este es el factor determinante en tiempos de paz para analizar y valorar las inversiones en defensa y el coste específico de estas capacidades.

placeholder Submarino S-71 Galerna. (Armada española)
Submarino S-71 Galerna. (Armada española)

Además del efecto disuasorio, el submarino puede tener otros importantes cometidos, según sus características. El primero de ellos es el actuar como fuente de información y labores de inteligencia, siendo su principal activo la total discreción con la que opera. Una vez sale de puerto —que puede hacerlo de noche para evitar ser detectado— y se sumerge, desaparece y nadie sabe dónde va, cuál será su ruta o cometido. En su navegación va continuamente recopilando datos sobre actividades de buques de superficie, tráfico radioeléctrico, etc. Otra posibilidad es posicionarse en las cercanías de un puerto y monitorizar sin ser detectado todo el tráfico marítimo, así como cualquier movimiento militar o civil.

Su presencia también puede ser vital en determinadas operaciones militares; puede atacar a tierra con misiles, desde la lucha antisubmarina, pues es uno de los medios más efectivos para combatir a los sumergibles enemigos, hasta tendido de minas y operaciones especiales. Para estas últimas, su sigilo le permite acercarse a la costa de noche y desembarcar un pequeño equipo de operaciones especiales. También, como ocurre con los submarinos españoles S-80, este equipo puede salir del buque estando en inmersión y llegar a la costa buceando. Esto es especialmente útil en operaciones de rescate de rehenes, preparación de operaciones anfibias u operaciones contra piratería o insurgencia.

Nuclear vs convencional

En el mundo de los submarinos hay dos grandes ligas. La primera división son los nucleares o SSN. Los de segunda serían los convencionales o SSK, aunque es cierto que en ambas hay varios escalones y niveles. Los nucleares son más grandes, más potentes, más peligrosos y mucho más caros. Pero también es cierto que tienen algunas debilidades y que los convencionales tienen algunas ventajas propias.

En un océano, en un conflicto convencional y a la hora de impedir la acción de una flota enemiga, el modelo nuclear es el rey indiscutible. Su propulsión les otorga una autonomía ilimitada frente a los convencionales, sujetos a la duración de sus baterías. Por eso pueden permanecer sumergidos durante muy largos espacios de tiempo. También, dado su tamaño y su independencia de la superficie, les hace idóneos para portar misiles estratégicos y gran cantidad de armamento.

placeholder Submarino SSK ruso de la clase Kilo. (UKMoD)
Submarino SSK ruso de la clase Kilo. (UKMoD)

Por el contrario, su tamaño puede jugar en su contra si se ven obligados a actuar en aguas costeras, donde no se desenvuelven bien. Además, el hecho de que la planta nuclear debe estar en permanente funcionamiento, les resta capacidad de sigilo ya que siempre emiten algo de ruido.

El modelo convencional diésel-eléctrico es mucho más pequeño, lleva menos armamento y es relativamente barato, si se compara con los SSN. En caso de un conflicto asimétrico o en una zona costera, un submarino convencional puede ser muy eficaz, sobre todo en cometidos como los descritos con anterioridad. Su pequeño tamaño y su funcionamiento con baterías y motor eléctrico, que no genera apenas ruido alguno, les hace ser muy escurridizos y difíciles de localizar. Pero tienen el gran problema de depender del aire y, tarde o temprano, deberá salir a respirar, poner en marcha su motor diésel y cargar sus baterías. Aunque lo haga con snorkel, es fácil de detectar con los radares modernos. Ahí radica su gran debilidad.

El camino de los SSK… y el de España

A caballo entre ambos tipos estarían los modernos SSK con capacidades de inmersión prolongada, caso de los S-80+ cuando tengan instalado el módulo AIP (un propulsor independiente de aire). Estos utilizan baterías de alta capacidad, como las de Li-ion, donde la ratio de energía almacenada por unidad de peso es mucho mayor que en las baterías convencionales a base de plomo y ácido. Esta vía es la que han elegido países como Japón, en cuyo submarino Oryu (SS-511) se emplearon este moderno tipo de baterías que triplican en carga a las convencionales.

placeholder Submarino SSK japonés SS-506 Kokuryū. (JMSDF)
Submarino SSK japonés SS-506 Kokuryū. (JMSDF)

El otro camino es el de las mencionadas plantas propulsoras independientes del aire (AIP), de las que ya hay varias funcionando con diversas tecnologías, aunque no todas con buenos resultados. Los más prometedores se basan en la pila de combustible a base de hidrógeno, a la que se añaden generadores de hidrógeno. Este es el caso de la planta AIP BEST que se instalará en los submarinos españoles, que consiste en un reformador de bioetanol. Con esta planta, los S-80+ podrían teóricamente superar tres semanas de inmersión. El siguiente paso sería la unión de uno de estos sistemas AIP con las baterías de Li-ion, lo que conseguiría mantener al submarino convencional en niveles de inmersión ya no tan lejanos a los nucleares.

Para España, disponer de un arma submarina es una prioridad irrenunciable. Nadie —y eso ha quedado claro con un proyecto que han ido impulsando sucesivos gobiernos de distinto color político— entendería esa renuncia con la realidad geográfica de nuestro país. Impulsar un diseño y fabricación propios ha sido una apuesta no exenta de riesgos cuyos frutos veremos en el futuro. Ahora toca mirar hacia adelante y pensar si cuatro unidades son suficientes para cubrir las necesidades estratégicas, cuando lo ideal —y necesario desde el punto de vista técnico— sería mantener dos unidades operativas de forma simultánea (para el Atlántico y Mediterráneo) y otra lista para entrar en acción.

La experiencia y las lecciones aprendidas de los S-80 apuntan a una cifra de seis ejemplares. Y esas dos unidades adicionales ya deberían ser de un modelo de superiores prestaciones a los que hoy entran en juego para mantener la competitividad industrial y militar. Ese debería ser el camino.

Dice un clásico adagio de los submarinistas que solo hay dos tipos de buque: submarinos y blancos. Puede parecer una afirmación exagerada, pero el aforismo refleja a la perfección la posición de dominio que tiene el buque sumergible frente a los que navegan en superficie. Tener ventaja, o al menos tener presencia, en ese mundo bajo el agua otorga tal cúmulo de ventajas que convierten al arma submarina en una de las más estratégicas que un país puede tener en su arsenal.

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