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El problema de Puigdemont: por qué el independentismo ha caído en voto
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El problema de Puigdemont: por qué el independentismo ha caído en voto

La pérdida de empuje del soberanismo no ocurre solo en Cataluña, sino que forma parte de una tendencia general que está recomponiendo Europa y ha quebrado el eje tradicional de izquierda y derecha

Foto: El candidato de Junts a la Generalitat de Catalunya, Carles Puigdemont. (Europa Press/Glòria Sánchez)
El candidato de Junts a la Generalitat de Catalunya, Carles Puigdemont. (Europa Press/Glòria Sánchez)
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La caída del independentismo en Cataluña no es un fenómeno aislado, sino un signo de los tiempos. Más allá de las variables a menudo manejadas, que versan sobre liderazgos, cansancio de la sociedad catalana, el desgaste de una legislatura en la que los partidos soberanistas se pegaron entre ellos en lugar de gobernar, el factor perturbador de Waterloo y demás, que son elementos relevantes, también ha de comprenderse que la política no se hace en el vacío, y que las tendencias generales tienen su correspondencia en territorios concretos.

Para entender los motivos generales del descenso electoral del soberanismo catalán, hay que insistir en su naturaleza y en la relación que posee con otros fenómenos políticos de la esfera occidental en los últimos años.

La conexión ideológica

Hay una primera correspondencia, que es muy evidente, y en la que no se ha insistido demasiado, como es la traslación a Cataluña de las tendencias europeas. El soberanismo reproducía un esquema bastante conocido en Europa: territorios que se sentían perjudicados por un orden común pretendían abandonarlo. Eso fue el Brexit: nos irá mejor sin Europa. Eso fue el primer momento de Marine Le Pen y de Salvini: abandonemos el euro y vayámonos de la UE. Eso fue Trump: el orden internacional vigente perjudica a EEUU, repleguémonos.

Junts tenía conexiones con otras derechas europeas populistas que unían soberanismo y liberalismo económico

El soberanismo catalán partía de las mismas convicciones, solo que ponía el foco en otro lugar; no era Bruselas el objeto de separación, sino Madrid. Del mismo modo que los partidos populistas europeos entendían que la relación con la UE los perjudicaba, Junts y Esquerra creyeron que una Cataluña en solitario tendría muchas más opciones en un mundo global si se separaban de los designios de una urbe, Madrid, que estaba concentrando recursos, posibilidades y vitalidad económica.

Foto: Carles Puigdemont comparece tras las elecciones catalanas. (Reuters/Bruno Casas) Opinión

En este sentido, el caso de Junts es ejemplar, porque poseía conexiones con otras derechas europeas exiters (y también con la israelí), esas que conjugaban el soberanismo con el liberalismo económico y con una fuerte defensa de las señas de identidad nacionales. Junts añadía un ribete de tecnoliberalismo, producto de escuchar demasiadas charlas de escuelas de negocio, y señalaban el gran potencial de un territorio innovador y moderno. La número 2 que Puigdemont colocó en su lista en esta campaña procedía de ese lugar.

El mapa de voto

En segunda instancia, la correspondencia del soberanismo catalán con esos movimientos se aprecia en el mapa de voto de estas elecciones. La dinámica principal, la de la gran ciudad contra el interior, ha aparecido de forma nítida: Barcelona, su cinturón y su provincia han dado la victoria al PSOE, mientras que el soberanismo de Junts se ha impuesto en la Cataluña interior. Las zonas costeras de Barcelona y Tarragona han apostado por la opción de la continuidad y el vínculo con España, mientras en las áreas rurales Puigdemont sigue fuerte; de allí surge Aliança Catalana. En tres de las cuatro capitales de provincia ha ganado el PSOE, incluida Lleida, y solo Girona, un enclave catalanista rico, ha mantenido su apoyo a Junts. Del mismo modo que París es pro-Bruselas y Londres proEU o que Nueva York apoya a los demócratas, Barcelona ha sido el bastión del triunfo de Illa.

También las fuerzas sociales que componen el independentismo se corresponden con las de los populismos del exit europeo. Había muchas pequeñas empresas y muchos comercios que creyeron en un futuro mejor fuera de España. Los sectores campesino y ganadero ofrecieron fuerzas de choque, los tractoristas. Muchos funcionarios apostaron también por el soberanismo. Se trataba de sectores que, por unos u otros motivos, tenían poca esperanza en el futuro, como ha ocurrido en otras partes de Europa, y no porque les fuera especialmente mal, sino porque percibían las señales del declive. Es algo muy común en la España interior, aunque se vehicule de otra manera.

Una parte de la alta burguesía creyó de verdad que un país catalán fuera de España tendría un recorrido exitoso en la era global

A esas fuerzas se sumó una parte de la burguesía nacionalista, que había comprado interesadamente las tesis de la independencia como forma de presión para conseguir un mayor peso en la negociación con Madrid, y otra que creía de verdad que un país catalán fuera de España tendría un recorrido mucho más positivo en la era global. La modernidad y la innovación catalanas, además de su creencia en las bondades de una mayor apertura económica, les otorgarían bazas significativas a la hora de competir en un mundo abierto.

Pasado el momento de auge, buena parte de la burguesía catalana entendió que el momento de arreglar el descosido había llegado. Hubo un giro en su posición y se situó de parte del entendimiento con el Estado. Los indultos y la amnistía facilitaron ese cambio, en la medida en que daban a entender que sería mucho más fácil llevarlo a cabo.

Lo que no vio ERC

Esta creencia fue penetrando en la sociedad catalana y las aguas se fueron calmando. Además, los últimos años han sido atravesados por una pandemia, dos guerras y una elevada inflación. Las cosas se pusieron complicadas y el apoyo social del procés entre los funcionarios y jubilados fue menguando, así como entre las pymes de zonas con mayor vitalidad y las más conectadas con España. Los tractoristas seguían ahí, el apoyo de la Cataluña interior también, pero el resto se fue desconectando de los deseos procesistas. Era otra época, se necesitaban otras políticas. La vuelta a la nación como baza para salir de una situación que veían menguante ya no era tan buena opción como antes.

La naturaleza populista del procés solo les dejaba dos opciones, tomar la posición del PSC o anular a Junts. No hicieron ninguna de las dos

Esto fue lo que no comprendió ERC. No había dos ejes, izquierda/derecha y soberanismo/españolismo, con los cuales se podían hacer equilibrios. Los de Aragonés quisieron jugar un doble papel, el de fuerza de izquierdas en Madrid y nacionalista en la Generalitat, pero eso les posicionaba a mitad del camino. No entendieron la naturaleza populista del 'procés', que solo les dejaba dos opciones, la de salir del embrollo y regresar a una relación normal con el Estado, o la de permanecer en el marco del enfrentamiento con España. Y esas dos posiciones estaban ocupadas: una era del PSOE, la otra de Junts. ERC tenía que pelear por convertirse en la fuerza líder en una de ellas, pero optó por intentar una suerte de mediación y quedó atrapada. Además de los errores en los que haya podido incurrir durante su mandato, la equivocación estuvo en el punto de partida.

Por qué el independentismo ha retrocedido

Los proyectos políticos exitosos en los últimos años no han estado anclados en el eje tradicional derecha/izquierda, y por eso no es del todo cierto que Cataluña esté virando hacia la derecha. Los discursos han versado sobre el territorio y sobre la mejor fórmula para conseguir que a las regiones o a los países les fuera mejor. El camino que encontraron los populismos, la gran mayoría de derechas, fue el de apostar por la desconexión del territorio de su centro de referencia: podía ser Reino Unido respecto de Europa, o cualquier país europeo respecto de Bruselas. En el caso español, fue Cataluña de Madrid. Ese marco está más vivo que el de la derecha y la izquierda tradicionales, solo que cuenta con novedades significativas, alentadas por una pandemia, dos guerras y la inflación.

La globalización, la conexión total, ya no es un concepto venerado, más bien está dando pasos atrás a marchas forzadas. De igual manera que las cadenas de suministro viven una relocalización en los países de origen o en otros cercanos, en la política también se vive un momento de acercamiento. Los partidos populistas de derechas europeos, incluso los de extrema derecha, ya no hablan de salirse de la UE, sino de participar en ella de otra manera. Estamos en otro instante, que es el del repliegue nacional sin renunciar a la conexión: nadie se quiere ir, sino sacar un partido mayor de lo más cercano. De igual manera que los países europeos hablan de otras reglas a la hora de relacionarse con Bruselas, Cataluña está hablando de otras condiciones a la hora de relacionarse con Madrid. Es una tendencia general, que afecta también a España. El marco territorial de la política está todavía presente. Para las europeas tendrá un peso enorme, junto con el de defensa de la democracia frente a las extremas derechas o a las extremas izquierdas.

La caída del independentismo en Cataluña no es un fenómeno aislado, sino un signo de los tiempos. Más allá de las variables a menudo manejadas, que versan sobre liderazgos, cansancio de la sociedad catalana, el desgaste de una legislatura en la que los partidos soberanistas se pegaron entre ellos en lugar de gobernar, el factor perturbador de Waterloo y demás, que son elementos relevantes, también ha de comprenderse que la política no se hace en el vacío, y que las tendencias generales tienen su correspondencia en territorios concretos.

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