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Una boda en la tormenta y una Ortiz entre Borbones
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20 años de la boda de los reyes

Una boda en la tormenta y una Ortiz entre Borbones

El matrimonio de Felipe VI y Letizia, hace ya 20 años, fue disruptivo en la historia de la dinastía y ha sido azaroso pero homologable a otras nupcias burguesas de la realeza en Europa

Foto: Celebración del enlace matrimonial entre Felipe de Borbón y Letizia Ortiz. (Getty)
Celebración del enlace matrimonial entre Felipe de Borbón y Letizia Ortiz. (Getty)
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El 22 de mayo de 2004 amaneció en Madrid cerrado en nubes y con aguaceros intermitentes e intensos. Día gris. Cuando Letizia Ortiz, del brazo de su padre, traspasó el umbral de la puerta principal de la catedral de la Almudena, retumbó, en un ruido largo y trepidante, un enorme trueno. Era, como habitualmente en los meses de mayo madrileños, un día de tormenta. Un invitado a la boda del príncipe de Asturias con la periodista asturiana, situado en uno de los últimos bancos de la nave central del templo, de forma audible, exclamó tras el trueno: "¡Bien empezamos!"

Un matrimonio 'desigual' y sin precedentes

La ocurrencia, especialmente inconveniente, traducía en esas palabras la reticencia, la sorpresa, la expectativa e, incluso, el rechazo, a unas nupcias del heredero de la Corona de España que no tenían precedente. Se trataba, cierto, de un enlace matrimonial disruptivo. Histórico por muchas razones. La última boda en España, en este caso de una princesa de Asturias, se remontaba a 1901, cuando la hija de Alfonso XII, María de las Mercedes de Borbón, contrajo matrimonio en Madrid con el infante Carlos de Borbón-Dos Sicilias. Mantuvo el título de heredera temporalmente a la espera de que su hermano Alfonso XIII, nacido en 1886, asumiera plenamente el trono, lo que ocurrió el 17 de mayo de 1902.

España no había sido en más de un siglo escenario de la boda de un príncipe de Asturias. Pero sí de las infantas Elena de Borbón y Grecia que matrimonió en Sevilla con Jaime de Marichalar el 18 de marzo de 1995, y de su hermana, Cristina, que se casó en Barcelona el 4 de octubre de 1997 con Iñaki Urdangarin. Ambas se han divorciado. Esas nupcias entre 'desiguales', sin que las hermanas de Felipe VI renunciaran a los derechos de sucesión que les asistían y que retienen, como sí hicieron sus tías, las infantas Pilar y Margarita, hermanas de don Juan Carlos, anunciaban que las normas dinásticas de la Casa de Borbón entraban en desuso. Pero no lo hicieron por completo hasta que el príncipe de Asturias, Felipe de Borbón, tomó la decisión de casarse con Letizia Ortiz, una profesional del periodismo, de extracto social medio y divorciada de un matrimonio con quien fuera uno de sus profesores, hombre discreto que lo fue antes y después del enlace de su exmujer con el hoy Rey de España.

Asumió, incluso, una católica preparación matrimonial a cargo del entonces arzobispo castrense Juan Manuel Estepa Llorens

Ni se planteó que el príncipe de Asturias debiera renunciar a la sucesión. Tampoco se planteó —conviene recordarlo— la previsión del artículo 57.4 de la Constitución según la cual "aquellas personas que teniendo derecho a la sucesión en el trono contrajeren matrimonio contra la expresa prohibición del Rey y de las Cortes Generales, quedarán excluidas en la sucesión de la Corona por sí y por sus descendientes". Un amago de prohibición matrimonial era impensable en la España de entonces.

Según la Pragmática Sanción de Carlos III, firmada en 1776 y varias veces modificada, el matrimonio morganático (o sea, desigual) de un miembro de la familia real situado en la línea de sucesión al trono, conllevaba su exclusión del orden sucesorio. Por esa razón, en 1933, el príncipe de Asturias, Alfonso de Borbón, primogénito de Alfonso XIII, renunció al título y a la sucesión en la jefatura de la Casa —su padre había sido destronado en 1931— para casarse con Edelmira Sampedro Ocejo.

placeholder Regalo que recibieron los invitados a la boda de los Reyes. (S. B.)
Regalo que recibieron los invitados a la boda de los Reyes. (S. B.)

La Constitución de 1978, aunque alude a la 'dinastía histórica' no permite dotar a esa y otras pragmáticas de valor jurídico. Son solo usos internos dinásticos que han ido decayendo, aunque Alfonso XII, Alfonso XIII, don Juan de Borbón y don Juan Carlos mantuvieron la instrucción de contraer matrimonios con 'iguales'. El primero se casó dos veces, primero con la infanta María de las Mercedes, su prima, y luego con Cristina de Austria; el segundo, con la nieta de la Reina Victoria de Inglaterra, Victoria Eugenia de Battenberg, el tercero, con la infanta de gracia María de las Mercedes de Borbón y Orleans y el rey Juan Carlos con Sofía de Grecia, hija de los Reyes de aquel país, Pablo y Federica.

Una recepción fría a Letizia Ortiz en la Zarzuela

La boda real el 22 de mayo de 2004 dejaba atrás un ambiente de tensión en la familia real no diluido por completo. El príncipe había tenido una relación seria, aunque nunca oficializada, con la noruega Eva Sannum que se quebró por decisión de ambos y no por la decidida hostilidad de Juan Carlos I que la combatió de todas las maneras a su alcance. El Rey pidió al entonces presidente del Gobierno, José María Aznar, que mantuviese con su hijo una conversación para evaluar la repercusión de su noviazgo, lo que se produjo, aunque no se han llegado a conocer los términos exactos de ese encuentro que, por lo que se ha sabido de fuentes fiables, fue expositivo por el presidente y escuchado educadamente, como es habitual en él, por el príncipe.

El Rey Felipe VI se ha encargado de dejar claro que no fue la intervención de su padre, ni otras, la que determinó la suerte de su relación con Eva Sannum, sino que la decisión fue el resultado de una larga reflexión entre ambos en la que ella no se encontró con fuerzas para asumir los compromisos que conllevaba un matrimonio con el hoy Rey. El propio príncipe, en una insólita charla con periodistas convocados en la Zarzuela el 14 de diciembre de 2001, comunicó con naturalidad el fin de esa relación.

Sin embargo, el hoy Rey sacó algunas lecciones de su controvertido romance con la noruega. De modo que, tras un noviazgo prácticamente clandestino con Letizia Ortiz, comunicó a su padre la decisión de casarse con ella. Juan Carlos I acogió la decisión de su hijo sin el más mínimo entusiasmo, pero se abstuvo —quizás porque no tuvo margen de tiempo— de mantener una actitud como en el noviazgo anterior del heredero. Es por completo incierto que el príncipe Felipe amenazase a su padre con renunciar a la sucesión si se oponía o maniobraba contra su relación. Quien difundió esa falsedad recibió una llamada personal del príncipe para desmentirla.

Es incierto que el príncipe Felipe amenazase a su padre con renunciar a la sucesión si se oponía o maniobraba contra su relación

Tampoco es cierto que la inasistencia de Felipe a la fiesta nacional del 12 de octubre de 2003 fuese una medida de presión para que su padre aceptase el matrimonio. El príncipe y Letizia Ortiz disfrutaron en esas fechas de un viaje a Nueva York y tentados estuvieron de asistir en la ciudad norteamericana a las celebraciones del Columbus Day. Al final, descartaron hacerlo. Pudo ser improcedente la ausencia de Felipe en el desfile militar y en la recepción posterior en el Palacio Real aquel 12 de octubre, pero no representó un desafío a su padre.

placeholder Misal de la ceremonia. (S. B.)
Misal de la ceremonia. (S. B.)

Es cierto, sin embargo, que Letizia Ortiz fue recibida en la Zarzuela con enorme frialdad por el que sería su suegro y por sus cuñadas. Tras la pedida de mano oficial el día 6 de noviembre de 2003 en el Palacio de El Pardo, la futura princesa de Asturias convivió hasta su boda con la familia real. No fueron días gratos para ella, ni distendidos para nadie. Su esfuerzo de adaptación fue extraordinario. Asumió, incluso, una católica preparación matrimonial a cargo del entonces arzobispo castrense, y luego cardenal, Juan Manuel Estepa Llorens. Letizia Ortiz, no obstante, aprovechó bien esos meses de convivencia para tomar la medida a sus suegros y a sus cuñadas. Salvando la relación —desigual en el afecto y la cercanía— con la reina Sofía, no hubo la más mínima sintonía entre la hoy Reina y su suegro y las hermanas de su marido. Por supuesto, firmó con él capitulaciones matrimoniales elaboradas por el abogado ya fallecido, Rodrigo Uría, anotadas en el registro civil de la familia real junto al asiento de su casamiento y cuyo contenido no es público.

Letizia y su momento más crítico en 2007

La ceremonia nupcial recogida con todo detalle en la página web del enlace fue, para algunos, desconcertante porque, pese a la abundante presencia de reyes reinantes, jefes de Estado y aristócratas, la de gran número de invitados instalados en la clase media española, componía un espectáculo diferente al más tradicional y predecible.

Es cierto, sin embargo, que Letizia Ortiz fue recibida en la Zarzuela con enorme frialdad por el que sería su suegro y por sus cuñadas

Otra característica del enlace consistió en su sobriedad. El 11 de marzo anterior se perpetraron en Madrid los atentados en Atocha y en otras estaciones ferroviarias de cercanías. Arrojaron el terrible resultado de 192 asesinados y casi un millar de heridos. Hubo en la Zarzuela, incluso en la Moncloa, una evaluación de la situación para mantener o aplazar la fecha de la boda. Sin embargo, se resolvió rápidamente la duda y se decidió que los contrayentes, tras la ceremonia, en su recorrido por Madrid ofreciesen el ramo de flores de la novia a la Virgen de Atocha, en su Basílica, una tradición en las nupcias reales españolas. En el templo, el cardenal-arzobispo de Madrid tuvo un recuerdo especial de las víctimas del atentado terrorista.

La pareja real se instaló en el denominado 'pabellón del Príncipe' en la Zarzuela. Es un edificio cercano al palacio, construido por Patrimonio Nacional como residencia del heredero. Cuando en 2014 Felipe de Borbón fue proclamado ante las Cortes Generales Rey de España tras la abdicación de su padre, el nuevo monarca no se trasladó al palacio principal, sino que ha mantenido su hogar en el pabellón construido en 2002, un edificio que no puede calificarse de gran mansión, ni mucho menos adjudicarle la definición de palacio. Se trata de una vivienda muy amplia, no especialmente estética, con la que compiten con ventaja otras situadas en urbanizaciones como Somosaguas, La Moraleja, Puerta de Hierro o Aravaca.

placeholder Un gran número de personas siguió en directo la boda cerca de la catedral de la Almudena y bajo una fuerte lluvia. (Getty/Pascal Le Segretain)
Un gran número de personas siguió en directo la boda cerca de la catedral de la Almudena y bajo una fuerte lluvia. (Getty/Pascal Le Segretain)

El 31 de octubre de 2005 nació la princesa de Asturias, Leonor de Borbón y el 29 de abril de 2007 la infanta Sofía. Estando embarazada de su segunda hija, la hoy reina recibió un mazazo emocional que podría haber sido causa de algunas de sus decisiones posteriores: el 7 de febrero de 2007 fallecía en Vicálvaro su hermana, Erika, de 31 años y madre de una hija, Carla, fruto de su relación con Antonio Vigo. Sobre la muerte de la hermana de Letizia, por ingesta de barbitúricos, se llegaron a difundir tesis deleznables por algún periodista incombustible en sus resentimientos y especulaciones irresponsables.

Lo cierto es que la entonces consorte del príncipe de Asturias se mostró desolada y bañada en lágrimas en el funeral al que asistió toda la familia real. Estaba especialmente unida a su hermana y vivió su fallecimiento con un inmenso dolor. Durante la ceremonia eclesial se produjo alguna escena de tensión protagonizada por Antonio Vigo, pero doña Letizia, en las peores circunstancias emocionales, se encargó de dejar las cosas claras: el rey Juan Carlos la besó y ella a él, pero de inmediato, le hizo una reverencia (llamada plongeon en la jerga aristocrática y que consiste en bajar la rodilla hasta casi tocar el suelo al tiempo que se inclina la cabeza). Y esa ceremonia se produjo ante todos los fotógrafos de prensa apostados en el atrio de la iglesia. Probablemente, aquella fue la última genuflexión ante los reyes Juan Carlos y Sofía y ante los actuales que han licenciado determinados gestos tradicionales y protocolarios, entre ellos la reverencia, caída en desuso tal y como ha deseado doña Letizia.

Tras el nacimiento de la infanta Sofía y la muerte de su hermana, la reina debió adoptar algunas decisiones que le han marcado. La más significativa consistió en cambiar por completo su fisonomía con varias intervenciones quirúrgicas de estética. Simultáneamente, se convirtió en una prescriptora de una alimentación sana combinada con un ejercicio casi diario que ha tonificado su aspecto. A partir de esas determinaciones, la Reina se ha empleado, lográndolo, en convertirse en un icono de estilo indumentario que marca tendencia siempre con prendas y complementos de modistas y fabricantes españoles.

placeholder Distribución de los invitados a la misa (i) y el menú que degustaron los asistentes al convite tras el oficio eclesiástico. (S. B.)
Distribución de los invitados a la misa (i) y el menú que degustaron los asistentes al convite tras el oficio eclesiástico. (S. B.)

Mientras tanto, doña Letizia retenía su única función constitucional: la de ser regente en caso de fallecimiento o inhabilitación del Rey hasta la mayoría de edad de su hija, la princesa Leonor. Esa única función institucional cesó el pasado 31 de octubre cuando la heredera, ya mayor de edad, juró la Constitución y lealtad a su padre ante las Cortes Generales reunidas en sesión solemne y extraordinaria.

Episodios desagradables

La educación de la princesa de Asturias —ahora en formación castrense— y de la infanta Sofía ha sido ejemplar en cuanto a su discreción y por la dedicación personal de sus padres. Las hijas de los reyes han sido tuteladas directamente por ellos, se ha abandonado las costumbres de las tutorías y han asistido a colegios privados de clase media y alta, han aprendido idiomas que ambas manejan con soltura y en ninguna de sus apariciones públicas han cometido el más mínimo desliz. Nadie regatea a doña Letizia la dedicación a sus hijas. Los reyes, además, han corrido con los gastos, incluso, de la formación de la princesa Leonor en el extranjero, pese a que el internado en Gales respondió a su mejor preparación para el futuro desempeño de la jefatura del Estado. En 2023, el Rey percibió 259.000 euros como asignación personal y la Reina 142.000. Los dos presentan anualmente declaración del IRPF. Felipe VI hizo público su patrimonio en abril de 2022, que ascendía a 2,5 millones de euros.

Salvando la relación —desigual en afecto y cercanía— con la reina Sofía, no hubo la más mínima sintonía entre Letizia y su suegro

Ahora, con ambas hijas fuera de la Zarzuela —Leonor en la Academia Militar de Zaragoza, donde mañana será homenajeada y Sofía estudiando en un internado en el Reino Unido— la Reina ha incrementado su agenda pública en ámbitos que le son muy queridos de carácter social y cultural. No ha dejado de pasar, sin embargo, por episodios muy desagradables protagonizados por miembros de su familia. El último, las habladurías de su excuñado, Ignacio del Burgo, antes el detestable libro de uno de sus primos por vía materna, relatando intimidades incontrastables y, con frecuencia, invectivas de corte republicano de una de sus tías.

La imagen de la reina no puede competir, sin embargo, con la del Rey ni con la de su hija Leonor. Ella no transmite las mismas vibraciones de una empatía que administra muy selectivamente. En ocasiones es abrupta con determinadas personas y, en según qué actos, se distancia de cualquier forma protocolaria. En cambio, es cálida y atenta con interlocutores de determinado perfil. Un sector de la sociedad española no la ha asumido plenamente y otra, más alejada del afecto a la monarquía parlamentaria, la escruta de continuo sin llegar a tomarle la medida.

placeholder Estuche del regalo que recibieron los invitados a la boda de los reyes. (S. B.)
Estuche del regalo que recibieron los invitados a la boda de los reyes. (S. B.)

En todo caso, doña Letizia se muestra segura, asertiva y autónoma hasta niveles que han llegado a inquietar en el entorno de la Casa del Rey. Su última decisión ha consistido en designar de modo personal a su secretaria en la Zarzuela. María Dolores Ocaña, abogada del Estado y ex subsecretaria del ministerio de Agricultura con Luis Planas, ha sustituido al duque de Abrantes, el general Juan Manuel Zuleta y Alejandro, que ha estado junto a ella desde 2007, primero como princesa de Asturias y luego como Reina. Este nombramiento tan personal ha coincidido con el fin del mandato de Jaime Alfonsín en la jefatura de la Casa del Rey el pasado mes de febrero y su sustitución por el diplomático Camilo Villarino, un cambio de gran envergadura en la Zarzuela.

La monarquía prosaica

La boda de Letizia Ortiz, reina consorte de España, fue disruptiva; su propia forma de ser y de conducirse, lo es; cumple sus obligaciones públicas con modelos de comportamiento diferentes a los previsibles; se muestra reina, pero también profesional; aspira, o lo parece, a un perfil propio y no subordinado; ha vadeado la crisis de la institución sin que conste ningún entrometimiento aunque sí se conocen en círculos restringidos sus opiniones sobre los episodios más penosos de su suegro y de sus cuñadas, en especial sobre Cristina a la que el Rey privó del ducado de Palma cuando fue imputada en el caso Noos en 2015; apoya a su marido sin duda, pero conforme a su modo de ser.

La aceptación social de su hija y heredera es la muestra de su eficacia y responsabilidad como madre y educadora

Se casó en un día de tormenta, ha atravesado por otras y sigue todavía en algunas en la medida en que la Corona continúa registrando riesgos serios en un panorama político e institucional convulso. Pero ha cumplido en lo esencial con su papel. Y si por los hechos se conoce a las personas, la aceptación social de su hija y heredera es la muestra de su eficacia y responsabilidad como madre y educadora.

Curiosamente, Letizia Ortiz no tiene quien le escriba: no hay biografías completas suyas, sino relatos vitales sobre momentos concretos. Veinte años después de casarse con Felipe VI bien puede decirse que sigue siendo tan desconocida como cuando penetró en la catedral de la Almudena hace veinte años aplastada en su fragilidad por un traje de novia de Pertegaz que parecía resultarle excesivo. En fin, Letizia Ortiz es la expresión última del aburguesamiento de las casas reales. Lo que se ha denominado 'monarquía prosaica'. Lo son ya —prosaicas— desde la británica, con Camila, hasta la holandesa, con Máxima, pasando por la danesa, con Mary, o la noruega, con Mette- Marit. Todas ellas sometidas a un constante escrutinio de los medios y de la opinión pública.

placeholder “Yo, Felipe, te recibo a ti, Letizia, como esposa, y me entrego a ti, y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida“. (S. B.)
“Yo, Felipe, te recibo a ti, Letizia, como esposa, y me entrego a ti, y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida“. (S. B.)

España y su monarquía esta vez han seguido el mismo ritmo de transformación general que el registrado en los países occidentales. Con altibajos, esos nuevos matrimonios reales 'desiguales' se mantienen establemente. Y eran difíciles porque la nueva generación de consortes está constituida por mujeres de su tiempo y no 'profesionales' de la realeza preparadas para diluirse como meras piezas de un engranaje de poder y representación. Y es que con la muerte de Isabel II en septiembre de 2022, muchas referencias, para bien y para mal, se volatizaron en las monarquías parlamentarias. Con una Ortiz entre Borbones, la historia de la dinastía española dio un volantazo irreversible hace dos décadas.

El 22 de mayo de 2004 amaneció en Madrid cerrado en nubes y con aguaceros intermitentes e intensos. Día gris. Cuando Letizia Ortiz, del brazo de su padre, traspasó el umbral de la puerta principal de la catedral de la Almudena, retumbó, en un ruido largo y trepidante, un enorme trueno. Era, como habitualmente en los meses de mayo madrileños, un día de tormenta. Un invitado a la boda del príncipe de Asturias con la periodista asturiana, situado en uno de los últimos bancos de la nave central del templo, de forma audible, exclamó tras el trueno: "¡Bien empezamos!"

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