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"Las izquierdas han perdido el norte y la empatía; fallo multiorgánico"
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ENTREVISTA A JUAN TORRES

"Las izquierdas han perdido el norte y la empatía; fallo multiorgánico"

Juan Torres es catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla. Hace diez años le llamaron para que aportara ideas a un recién nacido Podemos: duró quince días. Redacto un informe y nunca más se supo

Foto: El catedrático de Economía aplicada de la Universidad de Sevilla, Juan Torres, posa para El Confidencial. (P. H.)
El catedrático de Economía aplicada de la Universidad de Sevilla, Juan Torres, posa para El Confidencial. (P. H.)
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Juan Torres está en el esplendor intelectual de los setenta años. Y, sin embargo, el año que viene se jubila como catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla, que es una de esas contradicciones de nuestro modelo académico. La cuestión es que estamos ante uno de los pocos intelectuales de izquierdas que se atreve a señalar los problemas que detecta en ese espacio político que, en las últimas elecciones europeas, volvió a confirmar su decadencia.

Cuando surgió Podemos, hace diez años, lo llamaron para que les aportara ideas: duró quince días. Redactó un informe con sus sugerencias, le pidieron que acudiera a una rueda de prensa, presentaron juntos algunas de sus recomendaciones y nunca más se supo. Juan Torres López (Granada, 1954) siguió, obviamente, su camino y ahora acaba de publicar un libro, Para que haya un futuro (Editorial Deusto), con la aspiración milenaria de intentar buscar un mundo mejor.

En su análisis crítico, lo mejor de Juan Torres es que se muestra preocupado, o muy preocupado, pero no cae en las predicciones apocalípticas. Señala los errores, las consecuencias o ofrece posibles soluciones viables. En el fondo, este catedrático es consciente de las contradicciones del mundo que vivimos en el que los avances en el desarrollo generan frustraciones paralelas. Y sabe que este no es el mejor mundo de los posibles, pero sí la mejor época de la historia de la humanidad. Por eso se rebela contra la inercia estéril y egoísta que impide un progreso más humano.

RESPUESTA. Es que si contemplamos la historia, observamos que, a pesar de todas las catástrofes padecidas y de todos los inmensos problemas de nuestros días, vivimos en uno de los mejores momentos de la humanidad. En ese sentido, yo tengo la convicción moral y científica de que nuestro mundo puede mejorar porque tenemos los recursos, el conocimiento y nos falta la voluntad. El progreso, que es evidente, deja innecesariamente a mucha gente detrás, o al lado, con necesidades vítales insatisfechas. El afán de lucro ha conseguido históricamente grandes avances de la humanidad, pero en la actualidad mueren de hambre más de 20.000 personas en el mundo. Si nos observaran desde otro planeta, nos verían como una especie autodestructiva. Si fuésemos capaces de pensar como especie, de entender que necesitamos valores compartidos de mero sentido común, el progreso sería completo.

"El capitalismo de nuestro tiempo está generando un efecto muy peligroso: se está haciendo incompatible con las democracias"

PREGUNTA. El denominador común de lo que hablamos es el capitalismo, pero ni siquiera en eso hay uniformidad. Una cosa es el capitalismo que se aplica en China, otro es el capitalismo extractivo de continentes como África y otro muy distinto es el capitalismo del Estado del Bienestar de nuestras sociedades desarrolladas.

R. Claro, una de las críticas que le hago a muchos de mis colegas es cuando dicen que no hay alternativa al capitalismo. Y yo les digo que no se puede hacer esa generalización porque resulta que hay países en los que el capitalismo se parece muy poco al capitalismo… En nuestros países, hay dos rasgos que me preocupan. En primer lugar, vemos que, en los últimos decenios, se han realizado políticas muy exitosas para generar riqueza financiera y concentrarla, pero al mismo tiempo se ha destruido una enorme capacidad productiva. Piense, por ejemplo, en las muchas pequeñas y medianas empresas, o empresarios autónomos, que se ven cada día al borde del precipicio por la presión que generan grandes empresas, entidades financieras o fondos de inversión. En segundo lugar, me preocupa que el capitalismo de nuestro tiempo está generando un efecto muy peligroso: se está haciendo incompatible con las democracias por el efecto exponencial que tiene la acumulación de riqueza y la existencia de grandes desigualdades en la sociedad.

P. Si nos fijamos en España, El Confidencial publicaba hace unos días los datos de ese contraste del que habla: en los últimos años, ha aumentado el Producto Interior Bruto (PIB) y se han alcanzado cifras récord de empleo, pero por primera vez somos el país con más riesgo de pobreza de toda la zona euro.

R. Esa es una de las consecuencias de lo que le hablaba, la existencia de trabajadores pobres, que es una realidad que viene desde hace años. Personas que tienen un empleo, pero el salario no les llega para tener una vida digna. En Estados Unidos, que es quizá donde el problema reviste una mayor gravedad, este fenómeno alcanza cotas elevadísimas. Ocurre, además, que puede pasar desapercibido porque para orientar el rumbo de la economía se utilizan unos indicadores que son muy torticeros, si se me permite la expresión. Pensemos en un avión en el que el piloto sólo tiene como referencia la velocidad, pero no cuenta con la altitud, el combustible o la información meteorológica. ¿Quién de nosotros se subiría a ese avión? Algo así ocurre en las economías. Fijarnos sólo en el crecimiento del Producto Interior Bruto es algo muy bruto, como le digo a mis estudiantes, porque nos indica la velocidad, pero no otros indicadores igualmente importantes sobre la calidad y el rumbo de esa economía. Si se ocultan las desigualdades de la sociedad, nos debería hacer reflexionar. Todo esto se viene advirtiendo desde hace muchos años y, como no se corrige, la situación empeora.

placeholder Despacho de Torres en la Universidad de Sevilla. (P. H.)
Despacho de Torres en la Universidad de Sevilla. (P. H.)

P. Quizá la paradoja puede ampliarse porque resulta que en España esto ocurre con un Gobierno de izquierdas desde hace seis años…

R. Los Gobiernos tienen las manos muy atadas, sobre todo cuando se trata de un país que pertenece a la Unión Europea. Es muy difícil que un Gobierno europeo, que forma parte de la unión monetaria, pueda hacer políticas manifiestamente diferentes de los demás. Al margen, claro, de las diferentes estructuras económicas de cada país. Las posibilidades de diferenciación son muy reducidas, por lo tanto, sólo tienen a su alcance algunos matices, aunque sean importantes como la política energética, la laboral o la política de ingresos mínimos. No le resto importancia a esos perfiles, por supuesto, pero no modifican lo que digo sobre el escaso margen de maniobra que existe en las grandes decisiones de política económica y monetaria.

P. Si aceptamos, como usted dice acertadamente, que los Gobiernos europeos tienen poco margen de maniobra, lo que carece de sentido, o es directamente artificial, es el debate ideológico tan acentuado que se produce en España. Como si un Gobierno de izquierdas o de derechas pudiera cambiar la realidad con sus políticas nacionales.

R. Eso tiene que ver con otros factores. De hecho, creo que el gran problema que tiene la economía española en este momento es la polarización política. Y es una desgracia. España tiene desde hace años, antes incluso de la pandemia, grandes oportunidades para situarse en el eje de las nuevas tendencias que se están abriendo paso. Pero para aprovecharlas, tiene que existir un proyecto de país, un proyecto nacional, y eso es imposible con la polarización. Me refiero a pactos de Estado, políticas presupuestarias estructurales que den confianza, garantías y estabilidad a medio y largo plazo. La polarización política tan extraordinaria que se vive en España impide que se pueda negociar con patriotismo, por así decirlo, y no se acaban de aprovechar las oportunidades para salir adelante de una forma muy ventajosa. Dice Martin Wolf, en su libro La crisis del capitalismo democrático, que el primer principio de la democracia es aceptar que se pueden perder unas elecciones democráticas y que quien las ha ganado tiene derecho a gobernar. Sin ese principio, no pueden funcionar las democracias.

P. Luego volvemos a ese principio, pero una cuestión más sobre el colapso del sistema democrático en nuestras sociedades. Fíjese que esos 'trabajadores pobres' de los que habla tienen derecho a una sanidad pública, a la cobertura del Estado en servicios sociales y a una educación universal, sin embargo, no perciben que esté funcionando el sistema porque su realidad es que no llegan a fin de mes.

R. Si usted analiza, en cualquier país occidental, la evolución de la productividad y del ingreso salarial comprobará que desde los años 60 del siglo pasado la brecha se ha ido ampliando. La masa salarial ha perdido peso en el volumen de riqueza generada. Si a eso le añadimos que, cada vez más, una buena parte de esa riqueza y del ahorro generado ha ido a parar al universo financiero, encontraremos la explicación del fenómeno de los trabajadores pobres. Como sabemos, el universo financiero frena y debilita la capacidad productiva de crear bienes y servicios, y por lo tanto de emplear.

"Fijarnos solo en el crecimiento del PIB es algo muy bruto, es como confiar en el piloto de un avión que solo mira la velocidad"

P. Vamos a otro de los fenómenos que amenazan las democracias, porque alimenta los populismos de extrema derecha que estamos viendo. La combinación de la baja natalidad en nuestras sociedades con la presión y el aumento de la inmigración.

R. Es un fenómeno muy complejo que, a su vez, no tiene nada de nuevo. Este debate de hoy sobre la inmigración es prácticamente calcado del que se hacía hace un siglo. Incluso en Estados Unidos, un país que no se comprendería hoy sin aquella población inmigrante que se recibía, poco menos, como un peligro para la civilización. Yo creo que todo esto son desequilibrios consustanciales a los sistemas complejos, como son nuestras sociedades y nuestras economías. Nada funciona como un mecanismo de relojería. Si existe, como usted decía al principio, un capitalismo extractivo en África, cómo se va a impedir que la gente busque salidas para salir adelante y poder, simplemente, vivir. Si al mismo tiempo, en nuestros países no hacemos políticas familiares, con viviendas asequibles para los jóvenes y empleos dignos para mantener un hogar, cómo vamos a pretender que la natalidad vaya a mantener el crecimiento estable de la población. Nosotros mismos creamos los desequilibrios que el propio sistema corrige con mecanismos de respuesta que, muchas veces, son malentendidos, rechazados, o manipulados por algunos para presentarlos como demonios amenazantes. Ese es el caso de la inmigración.

P. También es muy interesante el concepto de 'homo neoliberalus' que usted cita en su libro. Si el neoliberalismo es individualidad, este mundo virtual en el que vivimos acentúa mucho más ese aislamiento, ¿no le parece?

R. Sin duda. No es casualidad que la aparición del 'homo neoliberalus', ese ser humano ensimismado e individualista, encerrado en sí mismo e incapaz de ver a los demás, se haya consolidado en esta época. Las redes sociales, por ejemplo, han contribuido a crear un universo de aparente interconectividad que, en realidad, oculta una soledad y un aislamiento extraordinario. Un ciudadano puede sentirse solidario, delante de su pantalla de ordenador, con un conflicto que ocurre a diez mil kilómetros y, sin embargo, no se entera de los problemas de una persona mayor enferma que vive a su lado y que no tiene, simplemente, quien la acompañe un rato para darle un poco de cariño y de afecto. Paradójicamente, las redes sociales han convertido al ser humano en seres mucho menos sociales.

P. Hablamos de la revolución conservadora y del neoliberalismo, pero ¿y la izquierda? ¿Hasta qué punto no ha renunciado a buscar soluciones a los problemas actuales?

R. Yo creo que, efectivamente, también las izquierdas han sido corresponsables de lo que está ocurriendo en nuestro mundo porque han dejado de tener un horizonte, un relato de futuro, y analizan la actualidad con modos de pensar del siglo XIX. Las izquierdas se conforman con un pensamiento lineal, nada complejo, y han renunciado a valores universales. Me refiero a aquellos que hacen posible articular grandes mayorías sociales. Valores universales como la libertad, la democracia, los derechos humanos, la Justicia, la seguridad, la cooperación… Para paliar esa renuncia, las izquierdas han recurrido a levantar banderas identitarias, que son legítimas y respetables, pero que se dirigen a intereses minoritarios que no concitan, necesariamente, el acuerdo de las grandes mayorías sociales. Para cambiar el mundo hay que asumir como propios los valores universales no sólo aquellos de una identidad minoritaria, que repito que son legítimos y defendibles.

placeholder Foto: P. H.
Foto: P. H.

P. Deduzco por lo que dice que el problema de la izquierda es que se presenta como un mosaico de banderas nuevas (feminista, ecologista, animalista, nacionalista e independentista…) junto a las ideologías clásicas (socialistas, comunistas, socialdemócratas, troskistas…), que, a su vez, se subdividen en grupos de poder. En efecto, es imposible ver ahí valores universales.

R. En el libro menciono algunos ejemplos, como las 21 formas de feminismo, las 27 formas de ser ecologista… Es muy difícil que la sociedad pueda ver ahí valores universales de los que tienen que ver con su vida diaria. Las izquierdas han dejado de darle prioridad a las condiciones socioeconómicas en las que se encuentra la gente para preocuparse por aspectos o problemas de carácter cultural, ideológico o identitario. Insisto; todo eso es importante, pero no puede ser prioritario. ¿De verdad creemos que el debate taurino, que es muy antiguo, es el que está esperando la sociedad española para resolver sus problemas y mejorar sus condiciones de vida? Con todos los respetos, creo que esto es perder el norte y alterar las prioridades. Ocurre igual con otras batallas que puedan concitar un acuerdo social amplio, como plantear que en la especie humana no hay diferencia entre sexo masculino y sexo femenino. Yo lo respeto, pero insisto: las izquierdas han perdido el sentido de la prioridad.

P. El mayor problema de todo esto es que, luego, se contempla con perplejidad que núcleos obreros, tradicionalmente de izquierda, se inclinen por populismos de extrema derecha, como ocurre en tantos países europeos.

R. De hecho, los estudios sobre el origen del voto de extrema derecha lo indican así. Y es normal que ocurra cuando, como decía, la izquierda sustituye la lucha por las condiciones de vida por otras de carácter cultural. Pondré un ejemplo paradigmático, al margen de los socioeconómicos. A quien vive en un barrio rico, de clase media alta, la seguridad le preocupará relativamente poco porque tendrá vigilantes o viviendas protegidas, pero no ocurre así en los barrios pobres donde la gente vive en condiciones más difíciles, con una convivencia más vulnerable y frágil. Esa es la realidad y, sin embargo, las izquierdas han olvidado, o han despreciado, los problemas de seguridad que la gente percibe. Si, ante eso, viene una fuerza de extrema derecha que dice que la inseguridad la provocan los inmigrantes, hay muchos que se quedan con lo que oyen. Porque la gente quiere vivir con seguridad. Añadiré otro aspecto más: son las personas más desprotegidas quienes más valoran la pertenencia a un colectivo como su país, el abrigo de la nación, de la patria. Las izquierdas también han dejado de lado el sentimiento de identidad nacional que reconforta a las clases más desfavorecidas. Así lo pienso, y lo digo, de la misma forma que lamento que la derecha, a veces, conciba lo nacional como nacionalista. Es una desgracia que la izquierda no tenga sentido de lo nacional, sobre todo en un país como España.

"El gran problema que tiene la economía española en este momento es la polarización política. Y es una desgracia"

P. Cita usted en su libro a Oscar Wilde para decir que “la experiencia es sólo el nombre que le damos a nuestros errores”. Si vemos el nuevo desastre de las izquierdas en las últimas elecciones, desde luego no se puede decir que aprendan de los errores. Desde que lo intentó Julio Anguita, siempre ocurre igual.

R. Tanto es así que nada de lo que está ocurriendo puede sorprendernos, es la crónica de algo anunciado. Cuando no existe un modo de pensar realista ni un proyecto común, ni tampoco discurso compartido de valores y sentido común, el pensamiento se hace totalitario. La política no puede dejar a un lado los afectos, la concepción liberadora del ser humano, porque no es posible construir nada. Los seres humanos, como tiende a pensar la izquierda, no somos colectivos abstractos ni estamos aislados. Nos relacionamos con los demás, tenemos afectos, sentimientos, intereses y aspiraciones, virtudes y defectos. A las izquierdas le ha faltado contacto con el ser humano. Falta empatía porque la política no es un ejercicio de telepatía. Lo que se transmite es animadversión, enfrentamientos, malasangre, por usar una expresión de mi tierra, que son síntomas del virus del totalitarismo que se está extendiendo en España. El virus que lleva a pensar que quien no es exactamente igual a nosotros, es nuestro adversario o nuestro enemigo, al que hay que destruir, acabar con él. En fin, me preguntaba por el mal resultado de las izquierdas en las últimas elecciones y lo que pienso es que no hay una sola razón, es un fallo multiorgánico. No es sólo el mal resultado, ni es una dimisión, es que no puede ocurrir nada distinto en una izquierda presentista, sin proyecto de medio y largo plazo, y con un pensamiento lineal que no permite ser realista.

P. Recordaba usted antes como principio fundamental de una democracia la aceptación de que se pierdan unas elecciones y gobierne otro partido. Pedro Sánchez es el primer presidente de España que gobierna tras perder unas elecciones, tras aunar una mayoría parlamentaria dispar ideológicamente, pero unida por el objetivo de impedir que gobierne el Partido Popular.

R. Estoy de acuerdo con algunas cosas de las que dice y con otras, no. Yo vivo en Andalucía donde también ganó el PSOE y no pudo gobernar. Nuestra democracia es parlamentaria y gobierna quien articula una mayoría suficiente. Esa es la democracia que tenemos en España, no así en otros países. Otra cosa es que nos guste más o menos la compañía que se busque para gobernar, y ahí hay para repartir por todos sitios.

Juan Torres está en el esplendor intelectual de los setenta años. Y, sin embargo, el año que viene se jubila como catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla, que es una de esas contradicciones de nuestro modelo académico. La cuestión es que estamos ante uno de los pocos intelectuales de izquierdas que se atreve a señalar los problemas que detecta en ese espacio político que, en las últimas elecciones europeas, volvió a confirmar su decadencia.

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