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Dos Españas, tres enredos: el problema real de Sánchez con Cataluña
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Dos Españas, tres enredos: el problema real de Sánchez con Cataluña

En España existe una clara división ideológica y otra territorial, y la manera en que ambas se mezclan provoca que los equilibrios del Presidente se vuelvan más complicados, también en el plano interno

Foto: Pedro Sánchez. (Chema Moya/EFE)
Pedro Sánchez. (Chema Moya/EFE)
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España muestra una división ideológica, con dos bloques marcados, y otra territorial, también muy expresa, que podría definirse de esta manera: una parte de nuestro país entiende que zonas ricas, como el País Vasco y Cataluña, gozan de privilegios, y vota contra ellas y contra sus exigencias, y la otra vota contra Madrid, contra su captación de buena parte de los recursos nacionales, contra su centralismo y su nacionalismo españolista. La primera tiene ahora su bastión electoral en la capital de España y la segunda en Barcelona. El Partido Popular gana en la primera de manera contundente y los socialistas en la segunda: 56% contra 56%.

Esa particular configuración permite a la Comunidad de Madrid ejercer como punta de lanza rebelde contra el gobierno, tanto en lo territorial, ya que encabeza las críticas por su alianza con los nacionalismos, como en lo ideológico: el último ejemplo, la reunión que Ayuso y Milei han programado.

En este contexto dividido se desarrolló toda la polémica alrededor de la amnistía, que ha sido el gran asunto sobre el que ha circulado la política española en los últimos tiempos. La decisión de Sánchez de gobernar con los votos de Junts y su contrapartida en forma de ley, se convirtió en casus belli para los populares y en la forma de normalizar la política catalana para los socialistas. La amnistía tiene matices adicionales, ya que fue percibida por parte del poder judicial como una desautorización de su acción y de sus decisiones sobre el procés. Esto explica la animadversión entre judicatura y gobierno, entre otras cuestiones.

Ese deterioro electoral sustancial de los socialistas a raíz de la ley de amnistía que fue tan subrayado no se produjo

Sin embargo, esta pelea ha sido poco relevante electoralmente. Contribuyó a que los fieles de cada bloque se radicalizasen, pero apenas sumó nuevos votantes. Ayudó a que los bloques ideológicos se rehicieran, en particular con la desaparición de Ciudadanos y el trasvase de sus papeletas al PP, y con la recuperación en voto del PSOE, significativa pero parcial, a costa de los partidos a su izquierda. No obstante, no provocó un trasvase de papeletas de un lado a otro del espectro ideológico. Hubo progresistas que se sintieron incómodos con la amnistía, pero en un contexto de confrontación entre bloques, la otra opción, PP + Vox, era percibida como mucho peor que el perdón a los encausados. Y, en última instancia, el enfrentamiento entre el poder judicial y el gobierno, con la profusión de detalles ligados a argumentos técnicos, valoraciones jurídicas, protagonistas desconocidos y demás, amplificado por la pelea por el CGPJ, contribuyó a que mucha gente tomase distancia y desconectase. No veían nada de su día a día reflejado en ese asunto. Ese deterioro sustancial de los socialistas a raíz de la ley de amnistía que fue tan subrayado no se produjo.

Terreno minado

Estamos en una nueva fase en la que Sánchez tendrá que hacer muchos equilibrios. Y rodeado de fosos. En primera instancia, porque las cosas cambian cuando lo que está en discusión son los recursos en lugar de una ley de perdón. La sensación entre muchas de las regiones españolas no es buena: creen que a sus territorios les falta inversión, que los servicios públicos están en declive y que no hay planes efectivos para revertir ese deterioro. Ven cómo sus jóvenes se marchan y sus comunicaciones no mejoran. Es una España que no quiere perder más. En ese escenario, que en otros países ha dado alas a los populismos de derechas, poner en la mesa singularidades en la financiación que beneficien especialmente a un territorio, penaliza mucho, en el aprecio social y en el electoral. Es un terreno minado.

Realizar una modificación en el modelo para que Cataluña reciba más, tensará mucho a los barones del PSOE, pero también a sus cuadros

En segunda instancia, el frente catalán tampoco es pacífico. Cataluña no es Barcelona, y buena parte de su territorio ha votado en contra de su ciudad global. El independentismo está sumido en sus propios problemas, con uno principal, que se parece mucho al de Podemos y Sumar: el objetivo preferido es acabar con el rival de su sector. Esa pelea complica mucho la gobernabilidad catalana, pero también los acuerdos sobre financiación. Esquerra, en particular, necesitaría una propuesta que les permitiera, de cara a los suyos, justificar el apoyo a Illa, y tendría que ser muy elevada en estos instantes. Normalmente, el PSOE ofrece mucho y concreta mucho menos, de modo que no hay demasiados incentivos en términos de partido para que la entente con Sánchez se produzca. La mayor parte de la sociedad catalana da por descontada la repetición electoral.

Como tercera dificultad, una muy relevante para el PSOE, la interna. La financiación de las comunidades autónomas es un problema no resuelto, y casi ninguna está cómoda con el modelo actual. Con ese punto de partida, realizar una modificación en el modelo para que Cataluña reciba más, tensará mucho a los barones regionales del PSOE, pero también a los cuadros socialistas de comunidades en las que no gobierna: las dificultades para explicar a los suyos esa concesión sería notable. Al mismo tiempo, los agravios entre comunidades aumentarían, y de esa tensión no se libraría Ferraz.

Estos son los tres platos que Sánchez tienen que mantener girando en el aire sin que se le caiga ninguno, y es complicado que tenga éxito. Otra cosa es que haya dado por sentado que no habrá investidura de Illa, que se va a elecciones y que el candidato y el mismo gobierno estén realizando gestos para demostrar que han hecho todo lo posible, y que los independentistas han vuelto a elegir confrontación en lugar de pacificación, de cara a canalizar todavía más voto en esas elecciones. En ese caso, habría un nuevo reparto de cartas, y en función de lo que cada uno tenga en la mano, la negociación comenzará de nuevo. Sin embargo, el problema de fondo persistirá, porque la ideología y el territorio, en España, están muy ligados, aunque sea de una manera distinta a la de la mayoría de Europa. Y, en esa división, simplemente observando los últimos mapas de voto, es fácil constatar que Sánchez está cada vez más cercado.

España muestra una división ideológica, con dos bloques marcados, y otra territorial, también muy expresa, que podría definirse de esta manera: una parte de nuestro país entiende que zonas ricas, como el País Vasco y Cataluña, gozan de privilegios, y vota contra ellas y contra sus exigencias, y la otra vota contra Madrid, contra su captación de buena parte de los recursos nacionales, contra su centralismo y su nacionalismo españolista. La primera tiene ahora su bastión electoral en la capital de España y la segunda en Barcelona. El Partido Popular gana en la primera de manera contundente y los socialistas en la segunda: 56% contra 56%.

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