En Castilla y León, un mismo incendio genera varios partes, en función de la cantidad de medios que hayan participado. Manuel describe un flujo de información que, a su juicio, “no está unificado para nada”, en el que los partes pasan por varias manos, desde quien recopila los primeros datos hasta el que los recoge en el centro de mando y quien los revisa en la delegación provincial, antes de que lleguen al ministerio.
Por parte de las instituciones, Ángel Sánchez niega que exista caos con los datos y asegura que sí hacen un seguimiento detallado de cada incendio forestal. Que los investigan, analizan y usan los datos para crear planes y actuaciones más eficaces. Pone el ejemplo del Plan 42 de principios de siglo. Un proyecto que sirvió para detectar los 42 municipios con más fuegos de la comunidad y actuar sobre ellos. “Si detectamos que es un tema de caza, intentamos asistir en ese sector, si es de ganadería, les ofrecemos ayudas. También tenemos convenios con fiscalía y Guardia Civil por si es una cosa de incendiarios”, comenta.
A vecinos de las zonas más afectadas, como Daniel Boyano, un joven sanabrés que gestiona la Asociación conservacionista para el estudio de las montañas Cryosanabria, tampoco le sorprende demasiado que haya problemas para encontrar las causas. En entornos como el suyo es difícil tener ojos como para descubrirlo y es complicado que se den recursos para mejorar la situación.
“Ya ves la naturaleza que nos rodea y cuántos somos. Obviamente, todos oímos historias y se viene de una cultura en la que el fuego se utilizaba para gestionar los bosques, pero es complicado encontrar qué pasa en cada caso. Los datos dicen que la acción humana está presente en cerca del 80% de los incendios forestales, pero puede ser un incendiario o alguien trabajando, un despiste, una colilla... Ahora solo con eso puedes originar un problema mucho mayor que hace unas décadas y eso cuesta entenderlo”.