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Lo que está acabando con los populismos en el sur europeo: la UE llama al orden
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Lo que está acabando con los populismos en el sur europeo: la UE llama al orden

El mapa político europeo se está recomponiendo a consecuencia del giro de Alemania hacia el norte y hacia el este. Al mismo tiempo, los países del sur, los más perjudicados con ese cambio, regresan al eje izquierda/derecha

Foto: Marine Le Pen y Jordan Bardella. (Reuters/Gonzalo Fuentes)
Marine Le Pen y Jordan Bardella. (Reuters/Gonzalo Fuentes)
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El mapa político europeo se está recomponiendo en dos direcciones. El primero tiene que ver con el evidente giro alemán hacia el noreste, con la propuesta de Kaja Kallas para sustituir a Josep Borrell y el nombramiento de Mark Rutte para suceder a Stoltenberg en la OTAN. El deseo de Berlín de ampliar la Unión, el reposicionamiento de las empresas germanas a partir de la externalización de la producción en el este y la intención de posicionarse más firmemente contra Rusia llevan a que el foco esté puesto en esa parte de Europa. Los países nórdicos, además, abogan por posturas fiscales más restrictivas y hacen énfasis en la reducción de los déficits. La economía, la monetaria, la productiva y la guerra están llevando a Berlín a dejar el sur atrás, y lo hace con un programa no exento de dificultades: exige a la vez mayor contención presupuestaria y mayor gasto en defensa.

Pero mientras eso ocurre en el noreste, en el sur está sucediendo algo no menos interesante: Hay una llamada al orden, un realineamiento de las fuerzas políticas que se está desarrollando por debajo de un ruido creciente. No hay que olvidar que el sur ha sido la región, en la última década, en la que arraigaron fuerzas rupturistas, primero como amenaza y luego como realidad. En Grecia, Tsipras desafió durante una semana a la Unión Europea, Podemos amenazó con convertirse en el primer partido de la izquierda y en ejemplo para el resto de fuerzas europeas; Le Pen emergió con fuerza en Francia, pero sin el empuje suficiente para gobernar, y Salvini tuvo un momento triunfal en Italia antes de perder fuelle y dejar paso a la irrupción definitiva de Fratelli d’Italia y de Giorgia Meloni. Todo ello ocurría en el segundo, el tercer y el cuarto país de la economía europea.

Italia y el cambio

Es justo en esos países donde estamos viendo una transformación relevante de las fuerzas políticas, un movimiento que está girando hacia la ortodoxia mucho más que hacia el desafío. El caso italiano es ejemplar, ya que una figura que provenía de la extrema derecha giró hacia la derecha estándar (si es que se puede llamar así al partido de Berlusconi, en uno de cuyos gobiernos Meloni fue ministra), volvió a moverse hacia la derecha dura, con la fundación de Fratelli d’IItalia y, cuando alcanzó el gobierno, suavizó sus formas lo suficiente para que incluso Felipe González la aplauda.

Meloni está en el centro de esa hibridación que se está produciendo entre las distintas derechas europeas. En política internacional ha subrayado su apoyo a Israel y a Ucrania, en la economía ha tenido al lado a Draghi, uno de esos tecnócratas que antes resultaban tan antipáticos, se ha posicionado como un partido de derechas más tradicional que antisistema, y en cuestiones como la inmigración, la natalidad y las políticas antiwoke está arrastrando al Partido Popular Europeo hacia sus visiones. Parte del enfado de Meloni con el reparto de puestos en la Comisión nace de la escasa utilidad de ese giro a la hora de conseguir poder palpable, así como la afrenta que entiende qué se hace a la tercera economía europea.

Foto: Giorgia Meloni y Pedro Sánchez, en Granada. (Reuters) Opinión

Al mismo tiempo, lo que se está produciendo en Italia es la conversión en menores, cuando no en irrelevantes, de los partidos con aire antisistema que florecieron durante la década pasada. El eje de oposición es ahora el Partido Socialista, desaparecido durante mucho tiempo (desde la caída de Renzi), que ha resurgido de la mano de Elly Schlein. Cinque Stelle, girado hacia la izquierda, y Salvini hacia la derecha, cada vez tienen menos peso electoral.

La mezcla de ambas tendencias nos devuelve a un eje clásico izquierda-derecha, reconstituido con nuevas figuras y nuevas posiciones ideológicas, pero que deja fuera a los populismos. El eje izquierda/derecha es nítido también en Grecia y Portugal. En las elecciones europeas helenas venció el conservador Nueva Democracia, con el 28,31 % de los votos, y una Syriza descafeinada fue la segunda fuerza con un 14,92%, pero con los socialistas del Pasok pisándole los talones, un 12,79%. En Portugal vencieron los socialistas con un 32,08 de los sufragios, y Alianza Democrática, los populares lusos, fueron segundos con un 31,11%.

En España, por mucho que la retórica está cada vez más inflamada, los dos partidos dominantes son el PSOE y el PP. Las tentativas populistas de Podemos se esfumaron, Sumar ha sufrido un serio traspiés y Vox ha asentado un porcentaje de voto, pero insuficiente para convertirse en un partido dominante. SALF es marginal. El viejo eje izquierda-derecha ha regresado con fuerza, aunque se recrudezcan, al mismo tiempo, las tensiones. El eje funciona, solo que está más polarizado.

Francia en el centro

Lo que está ocurriendo en Francia es interesante porque apunta hacia una dinámica muy similar a la española. La sorprendente decisión de Macron de convocar elecciones legislativas, que amenazan con dinamitar su partido, Renaissance, está produciendo un realineamiento significativo entre las fuerzas políticas francesas. La izquierda se ha reunido en un nuevo espacio, el Frente Popular, que está en plena pelea sobre qué tipo de fuerzas deben liderarlo. Si bien el líder natural es Mélenchon, el hacedor de La Francia Insumisa, son cada vez más los socialistas, con François Hollande y Raphaël Glucksmann, quienes aspiran a convertirse en las voces más visibles. Su lógica es la siguiente: en la medida en que el Frente Popular se aleje de las posturas extremistas lideradas por Mélenchon, será mucho más sencillo atraer votantes en contra de la extrema derecha. El intento del Partido Socialista de convertirse en el eje de oposición es muy expreso y cuenta con el apoyo de buena parte de los medios de comunicación.

Los sectores empresariales ya han expresado su decisión: si hay que optar entre Le Pen y Mélenchon, prefieren a la primera

Por el otro lado, Jordan Bardella, el candidato de Agrupación Nacional (RN), trata de ofrecer un perfil mucho más institucional. Es un paso más, quizá el definitivo, en la estrategia de "desdiabolizar" al partido que inició Marine Le Pen. Y está dando sus frutos. Cuenta con una base poderosa, las clases populares, en especial las de fuera de los grandes centros urbanos, que demostraron rotundamente en las europeas que están a favor de RN. A ella se han sumado buena parte de las derechas francesas, incluidos sectores empresariales: si las opciones son Le Pen y el Frente Popular, apoyarán decididamente a la primera. En esa tesitura, el cortafuegos a RN ha dejado de funcionar. Le Pen es consciente del momento y ha hecho gestos significativos para congraciarse con el establishment, tanto en política exterior (su apoyo a Israel y Netanyahu es claro) como en la interna. Por más que los macronistas se empeñen en señalar que hay dos extremos en competencia electoral, y que ellos son la única opción que puede evitar la "guerra civil", la sociedad francesa parece pensar otra cosa. La campaña es cada vez más una lucha entre una Le Pen que hace esfuerzos por congraciarse con los sectores tradicionales de la derecha, y una izquierda que hace esfuerzos por alejarse de Mélenchon y LFI, con los socialistas a la cabeza. En todo caso, la salida de escena de los macronistas ha borrado el marco entre élites y pueblo en el que se desenvolvía la estrategia de Le Pen y la pelea política está cada vez más inscrita, de nuevo, en el eje izquierda-derecha.

Esto es lo que ocurre en el sur de Europa. Habrá quien lo celebre como parte de una necesaria estabilización política, ya que el alejamiento de los votantes de opciones populistas o extremas es percibido como una buena noticia; hay quien subraya que ese regreso no ha hecho más que aumentar la polarización, porque el viejo eje vuelve con una hostilidad excesiva; por último, hay quienes lo entienden como el preludio de un giro de sistema en el que las posiciones de derechas, esas que muestran un giro hacia el norte (austeridad) y hacia el Este (gasto militar y retórica bélica), serán las dominantes en el futuro del sur de Europa. En todo caso, la parte de la sociedad con más recursos cree que estas estridencias son parte del juego político-electoral, pero que no están presentes en la realidad: cuando llegue la hora de la verdad, la del gobierno, los partidos no tomarán decisiones atrevidas, máxime cuando la Unión Europea ejerce como un límite muy rocoso y las necesidades financieras seguirán presionando para que las medidas sean ortodoxas.

El mapa político europeo se está recomponiendo en dos direcciones. El primero tiene que ver con el evidente giro alemán hacia el noreste, con la propuesta de Kaja Kallas para sustituir a Josep Borrell y el nombramiento de Mark Rutte para suceder a Stoltenberg en la OTAN. El deseo de Berlín de ampliar la Unión, el reposicionamiento de las empresas germanas a partir de la externalización de la producción en el este y la intención de posicionarse más firmemente contra Rusia llevan a que el foco esté puesto en esa parte de Europa. Los países nórdicos, además, abogan por posturas fiscales más restrictivas y hacen énfasis en la reducción de los déficits. La economía, la monetaria, la productiva y la guerra están llevando a Berlín a dejar el sur atrás, y lo hace con un programa no exento de dificultades: exige a la vez mayor contención presupuestaria y mayor gasto en defensa.

Extrema derecha Marine Le Pen Giorgia Meloni
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