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Los profesores que votan a Le Pen señalan la diferencia entre Francia y España
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Los profesores que votan a Le Pen señalan la diferencia entre Francia y España

Los docentes galos, un sector tradicionalmente progresista, están comenzando a mostrar sus simpatías por el partido de Le Pen. Los motivos que aducen resaltan una brecha política diferente de la nuestra

Foto: El presidente de Agrupación Nacional, Jordan Bardella. (Reuters/Benoit Tessier)
El presidente de Agrupación Nacional, Jordan Bardella. (Reuters/Benoit Tessier)
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Los profesores franceses se están acercando a Le Pen. Es una muestra más de la fortaleza de Rassemblement National, que es ya capaz de penetrar en un sector abrumadoramente progresista. Una encuesta realizada por Ipsos señalaba que uno de cada cinco docentes iba a votar a RN en la primera vuelta de las elecciones legislativas. No es un gran porcentaje, pero es casi siete veces mayor que hace una década, cuando solo lo hacía el 3% de los profesores. Y más cuando todavía hay resistencias en el sector a declarar abiertamente preferencias políticas de esa clase.

Según Le Figaro, hay varios factores que ayudan. Dos de ellos son significativos. El primero resalta que es un ámbito que puede empatizar con Le Pen porque “cuando enseñas, comprendes la importancia del orden y del respeto a la autoridad”. El segundo señala una cuestión de mayor calado, y lo explica una docente al periódico francés: “Amo la literatura francesa, amo el idioma francés, amo la historia de mi país. El significado mismo de mi trabajo es transmitir esta pasión. Si no damos a los niños nada que les haga amar a Francia, recurrirán a otra cosa”.

El eje territorial

Los mapas parecen explicar mucho del voto galo. La versión corta de esta lectura territorial subraya que gran parte de Francia votó en las elecciones europeas y en la primera vuelta de las legislativas contra París y los grandes núcleos urbanos: son zonas con modos de vida diferentes y perspectivas económicas y existenciales distintas, lo que da como resultado elecciones ideológicas enfrentadas. No es solo Francia, ocurre en Reino Unido, sucedió en Gran Bretaña, en Argentina, en Países Bajos… Es una constante.

Las derechas populistas y extremas han crecido a partir de su afirmación como soberanistas. El eje de clase ha dejado paso al territorial

Un buen número de expertos franceses han subrayado esta fractura, que Jérôme Fourquet sintetiza como la marcada oposición entre “centros urbanos con población cualificada, ejecutivos y clases medias que aceptan la continuación de la construcción europea y se adaptan al nuevo marco de la economía globalizada, versus territorios periurbanos y rurales poblados por trabajadores y empleados más apegados al marco nacional, más protector frente a los cambios económicos experimentados”.

Foto: Marine le pen reacciona tras los resultados de la primera vuelta de las elecciones legislativas anticipadas de 2024. ( REUTERS/Yves Herman)

Este es un elemento que no puede olvidarse cuando se indica la importancia de los mapas como marcador de voto. El territorio subraya un cambio de eje, según el cual el tradicional enfrentamiento entre izquierda y derecha quedó sustituido por el de perdedores y ganadores de la globalización, y este se hizo más profundo hasta convertirse en el actual, el que separa lo nacional y lo global. Las derechas populistas y extremas han crecido a partir de su afirmación como soberanistas. El eje de clase ha dejado paso al territorial.

Los tres ángulos de la nación

En el plano social, el regreso de lo nacional es indudable: al igual que Jean-Marie Le Pen consiguió pasar a la segunda vuelta de las elecciones francesas hace 30 años por el desencanto con una izquierda que había traicionado a los suyos con el giro socioliberal, Marine está consiguiendo grandes resultados por la sensación de buena parte de Francia de que el mundo liberal, incluidas las izquierdas, está dañando sus condiciones de vida y su poder adquisitivo. En consecuencia, están apostando por el candidato que promete con más vigor y credibilidad poner fin a una espiral que les arrastra desde hace mucho tiempo. La esperanza en una mejora en el nivel de vida en las zonas y clases con menos recursos se está articulando alrededor de lo nacional. Dicho con palabras de Régis Debray, “son los desposeídos los que tienen interés en una demarcación franca y clara. Su único bien es su territorio. […] La frontera iguala poderes desiguales (aunque sea un poco). Los ricos van donde quieren; los pobres van donde pueden”. No son las clases medias y las trabajadoras votando contra los ricos, sino Francia votando contra París.

La otra gran identidad que se utiliza en política es la antifascista, o la anti extrema derecha, pero tiene un poso de mera resistencia

En segundo lugar, lo nacional regresa porque ofrece un espacio compartido a comunidades cada vez más partidas. Eso era, en esencia, lo que señalaba la profesora entrevistada por Le Figaro: existe en esas zonas y clases deterioradas una necesidad de continuidad, de referencias comunes, de visiones trazadas en conjunto que solo encuentran un asidero firme en la pertenencia a un territorio y a una cultura. Las grandes palabras que reunieron a los colectivos, como catolicismo, comunismo, clase obrera, desaparecieron de escena; las identidades que permanecen ofrecen valores fragmentados o individualizados, y la nación aparece como el último espacio que concede seguridad y continuidad identitaria. La otra gran identidad que está encima de la mesa es la antifascista, o la anti extrema derecha, pero una posee un aire propositivo, mientras que la otra es reactiva.

El tercer aspecto en el que la nación está de regreso es el geopolítico. En este momento de disolución de la globalización, los grandes países del mundo entero están trabajando en términos nacionales. El grado de cercanía de EEUU con sus socios tradicionales variará según quién sea el inquilino de la Casa Blanca a partir de noviembre, pero Washington está operando en su propio interés, como China, Rusia, Israel, Arabia Saudí, Turquía, Brasil, entre otros países con peso internacional. No es extraño que la tentación o el deseo nacional regresen a Europa en un momento en el que el territorio marca la agenda. Europa necesitaría ser un espacio, si no estatal, cercano a él para poder funcionar con mayor vigor, pero la misma construcción de la UE se ha llevado a cabo priorizando los elementos económicos y mercantiles, no los políticos ni los identitarios. Ahora es complicado poner énfasis en los segundos, y esa es parte de la debilidad geopolítica del continente. Se ve obligado a dar pasos hacia una integración mayor si no quiere darlo hacia la disgregación. Es difícil pronosticar la dirección que seguirá, pero desde luego, no parece que una integración sólida tenga muchos visos de ser aceptada.

El problema de Bardella, si es primer ministro, no será la cohabitación, sino que sus votantes de clases populares no acaben desilusionados

Estos tres elementos que conducen hacia el regreso del Estado en las preferencias de los votantes, y que están en el fondo de las políticas de las derechas antisistema, son difíciles de combinar con el tipo de economía dominante en nuestra época. Produce fricciones constantes entre las aspiraciones de la población y las políticas que los gobiernos llevan a cabo. El problema de Le Pen no será la cohabitación si los resultados conducen a que Bardella sea nombrado primer ministro; más bien, la dificultad reside en no desilusionar a unas clases populares y a unas zonas desfavorecidas que están poniendo su esperanza en RN. Dado que el enfrentamiento con la economía estará de fondo, el aumento de la intensidad de sus políticas de ley y orden y respecto de la inmigración puede ser su baza preferida, pero quizá no le baste con eso.

El caso español

España está lejos de las dinámicas francesas, como de las dominantes en los grandes países, aunque lo territorial tenga un peso enorme en nuestra política. Ese factor aquí se imbrica con otros, pero los mapas son expresos: la fractura en el voto no se produce entre la gran ciudad global y el interior, sino (más o menos) en la línea del Ebro. Por encima de ella, en el País Vasco, Cataluña y buena parte de Navarra, hay un sentimiento negativo hacia las élites madrileñas, a las que se representa como decadentes, acaparadoras y autoritarias. En el resto de España, por el contrario, a las comunidades con pretensiones soberanistas se las percibe como privilegiadas, que persisten en su demanda continua de más derechos; tienen unas condiciones que otras comunidades envidian y, aun así, quieren más.

Tal ruptura lleva a unos territorios a votar contra otros, con el PSOE en medio. Sin embargo, esta división elimina los elementos de clase presentes en Francia y convierte la política española en un elemento puramente territorial: el resultado son los nacionalismos soberanistas y un nacionalismo español cuya identidad se define como oposición a los separatistas, no desde un punto de vista positivo. Eso ha generado también que en España no hayan surgido populismos de derechas como el de Marine Le Pen (en especial, en su primera etapa) y que Podemos abandonara rápido sus tentaciones populistas.

Los profesores franceses se están acercando a Le Pen. Es una muestra más de la fortaleza de Rassemblement National, que es ya capaz de penetrar en un sector abrumadoramente progresista. Una encuesta realizada por Ipsos señalaba que uno de cada cinco docentes iba a votar a RN en la primera vuelta de las elecciones legislativas. No es un gran porcentaje, pero es casi siete veces mayor que hace una década, cuando solo lo hacía el 3% de los profesores. Y más cuando todavía hay resistencias en el sector a declarar abiertamente preferencias políticas de esa clase.

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