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El cordón sanitario a la izquierda: lo que está pasando en la política
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El cordón sanitario a la izquierda: lo que está pasando en la política

Las dificultades para gobernar Francia no son únicamente un problema de París. Más bien, son un síntoma. Pedro Sánchez entendió antes que nadie cuál era el momento y por eso gobierna. Veremos qué ocurre en la UE

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, el presidente francés, Emmanuel Macron, y el canciller alemán, Olaf Scholz. (Reuters/Denis Balibouse)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, el presidente francés, Emmanuel Macron, y el canciller alemán, Olaf Scholz. (Reuters/Denis Balibouse)
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En buena medida, las elecciones francesas han dejado satisfechos a los bloques concurrentes, aunque los resultados hayan conducido a un entorno inestable. Los macronistas salen contentos de los comicios porque han resistido mejor de lo que se esperaba y porque se abre la posibilidad de un gobierno de coalición con fuerzas sistémicas, en el que entrarían el partido socialista y parte de los republicanos, entre otros. El bloque de izquierdas valora los resultados como un triunfo, ya que consiguió un primer puesto en las elecciones que hace pensar en un porvenir en crecimiento y porque se han reivindicado como la fuerza que consiguió parar a la extrema derecha. RN fue el derrotado, pero los de Le Pen fueron el primer partido en votos y esperarán su momento. La política no es estática: Meloni está en el gobierno porque durante la época de Draghi fue el único partido que quedó fuera del consenso, lo que le permitió presentarse como la alternativa real al bloque común en las elecciones posteriores. Algo similar espera Le Pen: que el mal resultado del presente le sea útil para el futuro.

Los resultados en Francia han tranquilizado en Europa, ya que han servido para constatar que su núcleo resiste: Alemania está gobernada por partidos sistémicos, en España hay un socialista, los macronistas aguantan en París y, en Polonia, Tusk ha desbancado al PIS; Berlín, París y Varsovia es el nuevo eje europeo. Además, en los otros dos países importantes por tamaño, población y economía, no hay signos preocupantes: en España, el gobierno está alineado con la UE y en Italia, Meloni rebajó sustancialmente su programa.

Además, en el Europarlamento, las elecciones europeas han permitido que las alianzas entre las fuerzas sistémicas sean las dominantes, de modo que, en principio, las extremas derechas no perturbarán en exceso los equilibrios internos del bloque sistémico. La exclusión de Meloni, y su evidente enfado después del giro que dio, demuestran que ni siquiera han creído necesario dar un espacio a los conversos.

De modo que, en el panorama europeo, por más que las derechas populistas y las extremas continúen avanzando, no lo hacen con el vigor suficiente como para cambiar las cosas, de modo que es posible continuar la normalidad institucional. El panorama se aclara, la tranquilidad regresa y, por más que se perciban signos claros de desafío, no son lo suficientemente poderosos como para transformar las cosas.

Foto: Manifestantes franceses protestan contra Marine Le Pen. (EFE/Ian Langsdon)

Hasta aquí la narrativa consoladora.

Los dos frentes

El momento real es mucho más complejo, por más que la sensación que se transmita es de alivio. Los problemas siguen ahí y generan las suficientes contradicciones como para no permitir momentos de relajación. El caso francés es interesante porque refleja la difícil posición de fondo que debe afrontar el establishment europeo.

Pelear contra el descontento en dos flancos a la vez sería factible si el sistema estuviera fuerte, pero no lo está

El propósito de Macron es colocar un cordón sanitario a Le Pen y Mélenchon a la vez, algo que para lo que va a necesitar mucha suerte. La política no es una sucesión de momentos previsibles, y lo que hoy parece buena idea puede ser dañino mañana. RN sigue al alza, cada vez recorta más terreno y, para derrotarle en un terreno que no le resulta particularmente favorable, como son las legislativas, se han tenido que aliar, entre otros, los liberales, socialistas, ecologistas y La Francia Insumisa, que obtuvo una mayoría de representantes en el Frente Popular.

Ahora se pretende cortar lazos con Mélenchon y dejarle fuera de toda influencia política, colocándole en el mismo nivel de peligrosidad sistémica que el RN. Si se hace así, que es la opción preferida por el establishment, es evidente que los incentivos para que sus partidarios vuelvan a votar al bloque sistémico serán mucho menores; y es previsible que esas papeletas sean muy necesarias. Al mismo tiempo, al situar a Le Pen como la gran amenaza democrática, se tiende a reforzar a RN: sería el partido antisistema. Salvo que a Francia le vaya muy bien en estos años, lo que no parece probable, se darían dos cosas a la vez: crecimiento de RN por descontento con el sistema y alejamiento de los votos de la izquierda después de la exclusión. Pelear contra el descontento en dos flancos a la vez sería factible si el centro estuviera fuerte, pero no lo está.

De qué hablamos cuando hablamos de centro

La debilidad del centro es un momento generalizado en Occidente. El centro no es una ideología que hace equilibrios entre las fuerzas de la derecha y las de la izquierda, ni tampoco el espacio de entendimiento voluntarista de los principales partidos; significa la existencia de un consenso sobre el sistema mismo, y eso es justo lo que se está partiendo. Hasta ahora, ese centro, que no es más que la conservación del sistema precedente, ha sido presionado por los extremos, pero sin poder afectarlo profundamente. Pero estamos en otro momento, político, geopolítico, económico e ideológico, y ese statu quo se halla en riesgo. Los partidos que componían ese centro han tomado caminos separados o muy separados. EEUU es el lugar más importante en el que esto ocurre y, dado que es el país hegemónico, es inevitable que sus convulsiones las sintamos en Europa.

Macron quiere intentar una jugada diferente a la del PSOE, pero tiene dos adversarios enfrente en lugar de uno, por lo que su resultado es dudoso

En ese escenario, Sánchez entendió por la fuerza que, si quería sobrevivir a nivel interno en esta nueva etapa política, debía elegir un enemigo, y solo uno, que le permitiera establecer alianzas amplias contra él. Esa fue la explicación del gobierno con Podemos, pero también de la decisión tras las generales de gobernar con todas las fuerzas que le pudieran apoyar, incluido Junts. Dado que al otro lado estaban PP y Vox, ese frente amplio pudo darse.

Sus efectos son ambiguos, porque es un movimiento que hace posible la gobernabilidad, pero también amplía las brechas políticas y conduce hacia tensiones elevadas. Macron quiere intentar una jugada diferente a la del PSOE, pero tiene dos adversarios enfrente en lugar de uno, por lo que el éxito de su jugada es dudoso. Lo más probable es que, si Francia no goza de un auge importante en los próximos años, Le Pen gane las elecciones. Lo paradójico es que, en España, por un camino distinto, se puede llegar al mismo resultado: si las cosas no mejoran, PP y Vox tienen muchas posibilidades de llegar al poder.

Las contradicciones europeas

El enredo francés lo es también de la política europea. Las presiones exteriores son notables, no solo por la guerra de Ucrania y el auge chino, sino por la certeza de un EEUU menos amigable. Lo será aún menos con Trump en la Casa Blanca, pero el giro estadounidense hacia una mayor distancia con Europa está ya en marcha, y que haya un republicano o un demócrata en el poder lo hará más intenso, pero no distinto.

Combatir a la extrema derecha y llevar a cabo a la vez políticas que afecten negativamente a España e Italia se antoja notablemente difícil

En ese contexto, Alemania se verá constreñida por contradicciones importantes: elevar el gasto en defensa y mantener firmes sus reglas fiscales al mismo tiempo es muy difícil; como lo será apoyar a su industria y no contar con un gasto expansivo. Alemania es el país más importante de la UE, lo que allí se decida tendrá gran importancia para el futuro de la Unión, y más ahora que la victoria del establishment francés permite que las tensiones entre París y Berlín se relajen. Pero la UE se enfrentará a dos problemas a la vez: las derechas populistas y las extremas, que abogan por países más soberanos y por una pérdida de peso de la Comisión y un mayor margen de maniobra para los Estados, en línea con la visión de Trump, es el primero. El segundo es la ruptura geográfica: si el giro hacia el norte y hacia el este se produce, hacia políticas de reducción amplia de déficits presupuestarios y de aumento del gasto en defensa, los países del sur saldrán perjudicados, lo que implicará más tensiones. Y todo esto en un escenario en el que el descontento de las poblaciones aumenta, y más con la inflación. Combatir a la extrema derecha y llevar a cabo políticas que afecten negativamente a países como España e Italia (y, en buena medida, a Francia) se antoja una misión notablemente difícil si se mueven las dos piezas a la vez.

Del mismo modo, si EEUU quiere combatir a China y Rusia, no parece buena idea debilitar su alianza con Europa mediante exigencias poco asumibles para los socios.

En definitiva, todo este momento de tranquilidad incluye un mar de fondo demasiado agitado que comparte características comunes: el establishment francés piensa que puede pelear contra Le Pen y Mélenchon simultáneamente, el europeo que puede combatir a las extremas derechas al mismo tiempo que se aleja del sur y el estadounidense que tendrá más éxito si es más firme con China y menos amistoso con Europa. Sería más adecuado pensar en atraer al mayor número de aliados en lugar de separarlos, pero tampoco es una opción demasiado factible. La mejor opción consistiría en construir un nuevo centro, es decir, en poner en marcha nuevos consensos, pero eso significaría cambios sustanciales, que parecen todavía menos probables.

En buena medida, las elecciones francesas han dejado satisfechos a los bloques concurrentes, aunque los resultados hayan conducido a un entorno inestable. Los macronistas salen contentos de los comicios porque han resistido mejor de lo que se esperaba y porque se abre la posibilidad de un gobierno de coalición con fuerzas sistémicas, en el que entrarían el partido socialista y parte de los republicanos, entre otros. El bloque de izquierdas valora los resultados como un triunfo, ya que consiguió un primer puesto en las elecciones que hace pensar en un porvenir en crecimiento y porque se han reivindicado como la fuerza que consiguió parar a la extrema derecha. RN fue el derrotado, pero los de Le Pen fueron el primer partido en votos y esperarán su momento. La política no es estática: Meloni está en el gobierno porque durante la época de Draghi fue el único partido que quedó fuera del consenso, lo que le permitió presentarse como la alternativa real al bloque común en las elecciones posteriores. Algo similar espera Le Pen: que el mal resultado del presente le sea útil para el futuro.

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