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Las dos lecciones que Trump está enseñando a Sánchez y a Von der Leyen
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Las dos lecciones que Trump está enseñando a Sánchez y a Von der Leyen

Hay dos elefantes en la habitación en la política española y en la europea. Y lo que está pasando en el otro lado, geográfico e ideológica, resalta todavía más la importancia de los problemas

Foto: La presidente de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. (Reuters/Johanna Geron)
La presidente de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. (Reuters/Johanna Geron)
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La sesión parlamentaria celebrada el pasado miércoles fue un nuevo capítulo de la telenovela en que España está inmersa. Los temas que debían abordarse eran la regeneración democrática y Europa, pero en realidad poco sustancial sobre esos asuntos apareció en el Congreso. Lo que volvimos a presenciar fue una pelea agresiva entre dos bloques que piensan que esa hostilidad les conviene y que a la larga les resultará útil. Sin duda, uno de los dos tendrá razón cuando lleguen las elecciones, pero los españoles tendremos que pagar, mientras tanto, el precio de haber quedado fuera de las grandes cuestiones de la época.

Ayer fue reelegida Ursula Von der Leyen como presidenta de la Comisión para los próximos cinco años. Ganó la votación por un margen mayor del esperado: logró 401 votos, cuando bastaban 361. Meloni votó en contra, al igual que el grupo diseñado por Orbán, Patriotas por Europa. La satisfacción en Bruselas con el resultado resultaba evidente, ya que las oscuras perspectivas que se dibujaban antes de las elecciones, tanto por el incremento de voto hacia las derechas populistas como por la hostilidad de Manfred Weber, se han disuelto en colores mucho más claros.

La reelección de Von der Leyen es representativa del momento europeo, no solo por lo que significa de haber esquivado los obstáculos, sino por las peleas partidistas que se han librado estos meses. El establishment europeo puso todas sus energías en un único objetivo: conservar el poder. Han insistido en la necesidad de que los principales actores siguieran siendo los mismos para luchar contra la extrema derecha, para situar mejor a Europa si gana Trump las elecciones o para detener a Putin, pero lo cierto es que la meta no era otra que resguardar Bruselas de cualquier cambio de dirección.

En España ocurre algo parecido: el objetivo es mantener el poder, para una parte del espectro parlamentario, o conseguirlo, para la otra, y a tales fines se supeditan los esfuerzos. Hacerse con el gobierno o mantenerlo es una parte esencial de la política, y no resulta recriminable que se dediquen esfuerzos a ese propósito. Sin embargo, lo que sí es reprochable es que ese objetivo agote todas las energías, y más en un momento como este. Será perjudicial para ambos, porque esta es una época en la que es indispensable contar con planes a medio plazo, pero también porque subraya un evidente agotamiento intelectual en un instante en que las ideas son indispensables. La UE aboga por una continuidad en sus políticas y proyectos, cuando lo que se precisan son nuevos enfoques y en España sucede algo muy semejante: la lucha continua que se vive en las instituciones deja muy pocas fuerzas disponibles para pensar en las necesidades del país, las presentes y las futuras.

No basta con el enemigo

Hay que repensar muchas cosas, especialmente ahora. El triunfo de Trump parece bastante factible, y es evidente la repercusión que tendría para una Unión Europea que teme ya su llegada. Europa tiene un frente bélico abierto; su principal socio, EEUU, está cada vez más lejos; Orbán ha articulado un grupo cuyo objetivo declarado es defender la soberanía de los Estados y reducir el poder de la UE; y China quiere continuar su expansión. La existencia de enemigos facilita las cosas coyunturalmente, dado que permite fijar un objetivo, como es resistir a Trump y a la extrema derecha. Sin embargo, esa posición tiende a esconder debajo de la alfombra el elemento esencial: cuál es el plan de salida de una época ciertamente complicada. Sobre eso, la UE no tiene mucho más que unas palabras vagas acerca de la defensa de los valores europeos, de la necesidad de la reconversión verde y digital, y de fortalecerse militarmente para afrontar la amenaza rusa. Y ni siquiera en estos extremos hay un proyecto común, porque cada parte de Europa tiene agendas y proyectos diferentes.

Con todo, no es esto lo más preocupante. Basta con echar un vistazo al otro lado para entender los dos grandes elefantes en la habitación europea.

El otro lado

La Convención republicana muestra una notable vitalidad. Por ella están pasando todas las corrientes del partido para reunirse alrededor de Trump: la unidad es necesaria para llegar a la Casa Blanca. Ven cerca la victoria, al mismo tiempo que los demócratas se perciben débiles: incluso Obama ha entrado en la pelea para impedir que Biden se presente.

Sin embargo, lo más interesante de la Convención son los cambios que se apuntan en el seno del partido republicano, en especial en sus posiciones económicas, que están generando un notable debate en la sociedad estadounidense.

Hay que subrayar el doble aspecto estratégico que late bajo esas posiciones. De una parte, el cuestionamiento de la hegemonía estadounidense, el ascenso chino y la implosión del orden basado en reglas que definió una era global volvían esperable una respuesta por parte de EEUU para afianzar su posición dominante. Esa reacción tiene una vertiente obvia en política exterior (y la propuesta de Trump supone un debilitamiento de la Unión Europea en diferentes sentidos), pero el énfasis se pondrá en la economía. Trump tiene claro que, tras la finalización del periodo neoliberal, hace falta que EEUU adopte medidas distintas, o muy distintas, de las que ha utilizado estos años. Su heterodoxia forma parte de esa necesidad de reforzar el poder estadounidense.

Los republicanos tratan de canalizar electoralmente el malestar, pero también de convertirlo en esperanza al ofrecer un cambio

El segundo elemento novedoso es la identificación de las clases trabajadoras y medias bajas como parte importante del nuevo republicanismo. Hay un humor social que los de Trump han sabido identificar, ligado al descontento de fondo con el establishment económico, grandes empresas incluidas, al que se añade el problema serio que la inflación supone para muchos posibles votantes. Los republicanos están tratando de canalizar electoralmente ese malestar, pero también de convertirlo en esperanza al ofrecer un cambio. Los demócratas utilizaron esa baza también, pero no con la suficiente convicción. Era el tiempo de los discursos de Biden que afirmaban que la clase media construyó América y no Wall Street. Esa perspectiva está cambiando de acera, y los republicanos la utilizan sin disimulo, a pesar de que va contra su tradición.

El fondo del asunto es, sin embargo, va más allá de un intento de captación de nuevos votantes. Una parte de los republicanos ha identificado que existe en su sociedad un cuestionamiento profundo de la globalización, de sus medidas desindustrializadoras y de la pérdida de capacidad productiva que llevó al declive en el nivel de vida de las clases trabajadoras y de las medias. Dado que es un sentimiento instalado entre las poblaciones occidentales, en las estadounidenses y en las europeas, los republicanos ponen de relieve que ellos cambiarán las reglas del juego y que lo harán en términos que favorezcan a los estadounidenses. Y no se puede afirmar que sea un discurso retórico que ha salido a escena únicamente en periodo electoral. Hay una corriente del partido republicano que lleva tiempo instalada en el populismo. El diálogo entre J.D.Vance y Jay Powell, presidente de la FED, que tuvo lugar en el Congreso, o los términos del interrogatorio que Josh Hawley realizó al CEO de Boeing son ejemplos evidentes.

Al señalar a los demócratas como el partido que trajo la globalización, les pueden acusar de ser los responsables del declive

Esa parte de los republicanos está impugnando los grandes consensos económicos de una era. Vance ha señalado, como Lighthizer, que quizá sea hora de devaluar el dólar, ya que el hecho de que sea la moneda de reserva se ha convertido en una carga para EEUU y su industria. Los ámbitos financieros están bastante preocupados, y parece que con motivos. A este respecto, la afirmación de Matthew Klein sobre Vance, “creo que es una amenaza para nuestro gobierno constitucional, pero leyó el libro”, da pistas de lo lejos que están yendo. Klein escribió junto con Michael Pettis un excelente ensayo, Las guerras comerciales son guerras de clase, y de cuyas tesis, de las que 'El confidencial' se hizo eco, contienen un enfoque sustancialmente distinto de la manera en que deben analizarse los intercambios comerciales. El texto tuvo cierto eco en ámbitos progresistas, y entre los mismos economistas, pero no desde luego entre la clase política, para la que resultaba demasiado atrevido. Vance lo leyó y lo utilizó, y esa es una señal inequívoca del arrojo ideológico con el que los republicanos están empleando. Están bailando en una sala en la que el establishment progresista no se atreve a pisar, y eso que una vez fue suya.

Foto: Trump con Vance en la Convención republicana. (Reuters/Bryan Snider)

La secuencia que reúne argumentos dispares en un núcleo común apareció en su discurso en la Convención, a partir de una declaración inequívoca: “Damas y caballeros, hemos terminado de complacer a Wall Street. Nos comprometemos con el trabajador”. Al colocar a los demócratas como el partido que trajo la globalización para beneficio de las corporaciones, les sitúa como responsables del declive, y a partir de ahí, puede realizar una declaración de intenciones con los demócratas como objetivo: “no vamos a sacrificar nuestras cadenas de suministro en favor de un comercio global ilimitado con el que el Partido Comunista Chino construye su clase media y empobrece a los estadounidenses”; os llevasteis los trabajos, os hicisteis ricos y a nosotros pobres, y nos dejasteis sin industria y sin buenos salarios. Y, además, trajisteis a los emigrantes y lo queréis seguir haciendo. Sin la primera parte, la segunda es menos efectiva.

Lo que Trump haga cuando gobierne, si gana las elecciones, es una incógnita, en la medida en que las campañas son una cosa y las legislaturas otra. Sin embargo, se trata de un líder que quiere hacer equilibrios entre las distintas corrientes del partido y entre las distintas necesidades de los grupos que le apoyan, y su entrevista en ‘Bloomberg’ es muy significativa al respecto. Atendiendo a los precedentes, es probable que el giro proteccionista que inició en su primer mandato, y que Biden continuó, cuente en los próximos tiempos con un impulso mayor.

Las dos debilidades

Los giros republicanos dibujan más claramente los dos aspectos que Europa necesita abordar, y a los que se muestra completamente reacia. No es de extrañar, porque tomarlos en serio implicaría mandar a la reserva a buena parte de las élites actuales.

Foto: Joe Biden, durante su visita a un mercado. (Tom Brenner/Reuters)

El primero de ellos es cómo integrar en el sistema a poblaciones económicamente deterioradas, que perciben cada vez más como sus regiones están en declive, cómo su nivel de vida se está ajustando permanentemente a la baja y cómo el trabajo al que les es dado optar no ofrece salarios que le permitan una vida digna. Las políticas actuales, diseñadas con los criterios de los economistas ortodoxos, siguen insistiendo en los mismos modelos que la época global, por lo que harán más profundas esas brechas. En ese contexto, la opción de mejora económica a partir del reforzamiento nacional, que es la oferta de la derecha trumpista, tiene visos de seguir creciendo.

La derecha tendría que renegar de sus raíces liberal-libertarias, lo que no parece dispuesta a hacer (prefiere a Milei antes que a Vance)

Mientras esa estabilidad en el centro de la sociedad no se produzca, el descontento seguirá vivo y en aumento: no hay rebajas de IVA para productos esenciales ni reducción de las jornadas laborales que vayan a apagarlo; tampoco la promesa de la reducción de impuestos, que además suele quedarse en mera promesa para las clases medias y para las trabajadoras. Adoptar políticas que conduzcan hacia la estabilidad vital requieren, y más en un país como el nuestro, de un esfuerzo titánico: implicaría que la derecha renegase de sus profundas raíces liberal-libertarias, lo que no parece dispuesta a hacer (prefiere a Milei antes que a Vance), y que la izquierda reconfigurase su ideología a partir del distanciamiento decidido de las teóricas bondades de la globalización, lo que tampoco está en su agenda.

El segundo elefante en la habitación es la posición que adoptará Europa en la época en que la ruptura de la globalización se ha producido. Los grandes países del entorno internacional, EEUU, China, Brasil, Arabia Saudí, India, Rusia, Turquía o Israel, entre otros, están jugando la partida en términos nacionales, y quieren aprovechar este momento de indefinición para salir fortalecidos, cada cual por su camino y con una agenda propia. Europa carece de ella, y no solo porque las divisiones internas compliquen una posición común, sino porque faltan ideas de toda clase. Es complicado tenerlas cuando no se quiere aceptar el punto de partida, que el mundo se está redefiniendo en términos muy distintos de los precedentes.

Estas dos debilidades, la interior con la escasa cohesión y el declive de las clases ligadas al trabajo, y la exterior, con la ausencia de un nuevo proyecto de salida en esta época difícil, dibujan el momento político de España y de Europa. Afrontar ambos hechos implicaría un valor político del que nuestros líderes carecen. Esa parálisis condena a una polarización mayor, porque la falta de soluciones no hace más que incrementar la irritación y el malestar.

La sesión parlamentaria celebrada el pasado miércoles fue un nuevo capítulo de la telenovela en que España está inmersa. Los temas que debían abordarse eran la regeneración democrática y Europa, pero en realidad poco sustancial sobre esos asuntos apareció en el Congreso. Lo que volvimos a presenciar fue una pelea agresiva entre dos bloques que piensan que esa hostilidad les conviene y que a la larga les resultará útil. Sin duda, uno de los dos tendrá razón cuando lleguen las elecciones, pero los españoles tendremos que pagar, mientras tanto, el precio de haber quedado fuera de las grandes cuestiones de la época.

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