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Yo fui a EGB y me robaron: "En los 80 me llegaban 30 atracos al día y cuatro asesinatos"
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NUESTRO AÑO MÁS VIOLENTO

Yo fui a EGB y me robaron: "En los 80 me llegaban 30 atracos al día y cuatro asesinatos"

Los que vivieron la época se ríen cuando se le sugiere que la delincuencia ha ido a peor. Criarse en los ochenta era crecer sabiendo que te podían dar el palo en cualquier momento

Foto: 'La estanquera de Vallecas' (Eloy de la Iglesia, 1987) reflejaba esta ola de inseguridad.
'La estanquera de Vallecas' (Eloy de la Iglesia, 1987) reflejaba esta ola de inseguridad.
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El 21 de febrero de 1984, miles de personas se reunieron en el Palacio de Deportes de Madrid, actual WiZink Center. No lo hacían para ver ningún concierto o espectáculo deportivo. Se trataba de una concentración de los comerciantes madrileños, que estaban hartos de ser objeto de atracos en sus establecimientos. "Colorado, Colorado, tres veces me han robado" era el cántico dirigido al delegado del Gobierno en Madrid, José María Rodríguez Colorado. Los comerciantes solicitaban más mano dura, tribunales especiales e, incluso, 100 licencias de armas para enfrentarse al crimen.

Las muertes de comerciantes se habían sucedido en los meses anteriores. Por ejemplo, la de Pablo Maqueda, propietario de un establecimiento de alimentación. O la del joyero Pablo Perea. La violencia disparaba en ambas direcciones. Apenas un mes antes, un joyero del barrio de Usera había matado con un revólver del calibre 38 a dos jóvenes atracadores, armados con una pistola simulada. 1984 fue el año en el que España batió el récord mundial de atracos a bancos, con 6.239.

Este es uno de los hitos que Arturo Lezcano recoge en Madrid, 1983 (Libros del KO) para retratar la violencia urbana de aquellos ahora idealizados años 80. "En aquella época, vivíamos en una realidad en la que teníamos naturalizada mucho más la violencia que ahora", recuerda. "Por todo ese contexto sociourbanístico, político y económico, en las ciudades de cierto tamaño, el chaval convivía con el miedo de que le diesen el palo cuando iba al cine o a los recreativos, con la violencia ligada a la drogadicción y la toxicomanía y con otra violencia que emanaba de la relación con las fuerzas policiales".

Una imagen que contrasta con una idea de una España edénica, previa a la llegada de la inmigración, que se está promoviendo desde ciertas voces cercanas a la extrema derecha y que desmienten los datos, incluso sustrayendo los datos relacionados con el terrorismo de ETA. Nunca hubo tantos homicidios como en 1987 (si exceptuamos 2004, el año del 11-M), cuando fueron asesinados 328 hombres y 129 mujeres. 457 en total. Javier Valenzuela, que era periodista de sucesos de El País en aquella época, se ríe cuando se le pregunta si aquella época era más segura.

"Era una época en la que un cronista de sucesos como yo, cuando llegaba el parte diario, le salían fácilmente 30 o 40 atracos con violencia al día y probablemente cuatro o cinco muertos por delincuencia común", recuerda. Hoy le hace gracia ver que un robo con tirón se cuela en los magazines matinales, porque a él no le compraban los temas si no había “dos o tres muertos” de por medio. "A finales de los 70 y principios de los 80 era mucho peor, había una auténtica psicosis de inseguridad ciudadana".

Se muestra de acuerdo Carles Feixa, catedrático de Antropología social y profesor de la Universitat Pompeu Fabra, que ha investigado desde hace más de 30 años las culturas juveniles. "No hay datos que indiquen un aumento de la delincuencia durante los últimos cincuenta años", explica. "Las tasas de victimización y encarcelamiento han ido variando, pero sin grandes sobresaltos". Aquella delincuencia era propia de un momento y un lugar muy concreto, el de un país donde se había producido un gran exilio rural a unas ciudades que no estaban preparadas para dar respuesta a toda esa inmigración interna. En 1983, se estimaba que el 75% de los atracos cometidos en España eran de delincuentes juveniles.

"Eran miles de chavales de los suburbios que atracaban a punta de navaja o recortada"

"En los ochenta y noventa, la delincuencia procedía de sectores marginales de la sociedad española (gitanos, mercheros, marginados urbanos) y estaba muy asociado al mercado de la heroína, que el denominado cine quinqui retrató de una manera algo sesgada", desarrolla Freixa. Es el recuerdo de Valenzuela, que vivió en Malasaña en aquella época y al que le intentaron atracar dos veces a punta de jeringuilla. "Nunca España ha tenido un período de tanta violencia: no era solo la violencia política de GRAPO, ETA y la extrema derecha, sino la delincuencia común de los quinquis, miles de chavales de los suburbios de las grandes ciudades que iba a atracar a punta de navaja o escopeta de cañones recortados, que era lo que se llevaba, y su objetivo eran establecimientos que hoy no se atracan, como farmacias o joyerías".

Lezcano se crio en esa misma época en Coruña, no en Madrid o Barcelona, pero su experiencia es muy semejante. "No hace falta irse a los barrios marginales ni a ciudades industriales como Bilbao o Vigo, cualquier ciudad de más de 200.000 habitantes tenía ese componente", recuerda. "La anécdota con la que se puede identificar cualquiera es la sensación permanente de que si tenías 14 o 15 años y tu ocio era el típico, las salas de recreativos, vivías mirando para atrás e ingeniándotelas para que no te robasen los cinco o veinte duros que llevabas". Cualquiera que haya ido a EGB recordará lo que es guardarse el dinero en los calcetines o dar largos rodeos para evitar pasar por ciertas calles.

El día a día era que te robasen

No se trata únicamente de una cuestión de delincuencia, sino que, como añade Iñaki Domínguez, autor de libros como Macarras interseculares (Melusina), Macarras ibéricos (Akal) o su obra de teatro San Vicente Ferrer 34 (Vencejo), esta era otra expresión más de una violencia que estaba por todas partes, como descubrió cuando llegó a España desde Países Bajos en 1991. "La violencia estaba en clase, con los compañeros, con los padres, con los hermanos y con los profesores, que a mí me tocaron de los antiguos, de los que si hacías mal la división, te pegaban", recuerda. 2La violencia se transmitía de manera mucho más directa: "Hay una continuidad entre el hogar, la clase y la calle: el macarra es el que ha recibido hostias en casa y no tiene miedo a pegarse en la calle".

"Eran mucho más violentos y atrevidos con la policía, como me comentaban ellos mismos, ahora y ese tipo de violencia de ir a saco es mucho más difícil de ver", añade el escritor. "Cuando hay más libertad, hay más violencia, y la gente tendía a no denunciar tanto como ahora". Ese es uno de los factores que suelen utilizarse para explicar por qué esa epidemia de violencia no se refleja de forma tan contundente en las estadísticas. Los recursos policiales eran mucho menores y con ello, los incentivos para denunciar también. "Hay que romper una lanza por la policía y reconocer que no tenían los medios de ahora, estaban acostumbrados a resolver los casos deteniendo a los sospechosos habituales, soltándoles una mano de hostias y ya está", recuerda Valenzuela.

"No tienen nada de lo que tienen hoy, ni cámaras, ni ADN, ni adelantos forenses, así que no tenían modo de resolver muchos casos de atraco con homicidio más que cogiendo a los sospechosos y haciendo que cantaran en los calabozos". Ese es también uno de los motivos por los que, a medida que pasó el tiempo, los atracos, robos y otra clase de crímenes redujeron su carga violenta. Era mucho más fácil pillar a los culpables, que tenían que enfrentarse a condenas mucho más pesadas.

"La idea de actuar violentamente estaba muy generalizada", se muestra de acuerdo Valenzuela. "Veníamos de la Guerra Civil y de la dictadura franquista, donde era habitual el uso de la violencia, política o personal". Algo habitual era que los comerciantes estuviesen armados. Por ejemplo, Jordi, batería de Desechables, grupo que apadrinó el propio periodista, murió el 24 de diciembre de 1982 después de ser disparado por el dependiente de una joyería de Vilafranca de Penedés que el joven quinqui intentaba atracar con una pistola de juguete. "Socialmente y en artículos de opinión, la idea generalizada era que la violencia era normal y legítima". Incluso la verbal.

La historia que más le impactó cubrir fue la del Nani, el primer desaparecido de la democracia. Santiago Corella fue detenido el 13 de noviembre de 1983 y llegado a los calabozos de la Dirección General de Seguridad en Sol. Nunca se le vio salir. “Era un supuesto chorizo sin delitos de sangre que el grupo antiatracos de la policía lleva a los calabozos, le da una paliza, lo matan y hacen desaparecer su cadáver justificándolo como que se había escapado en un descampado", recuerda. "Luego se supo que aquel grupo organizaba atracos y que el Nani era un quinqui que trabajaba para ellos. Se había producido el atraco de la joyería de Tribulete, había que actuar rápido y cogieron a este", rememora. "Imagínate si no es síntoma de ese clima de violencia, corrupción e inseguridad un cuerpo de policía organizando atracos".

La agente Isabel Peñas entró en el cuerpo en 1982, y conoce el distrito Centro de Madrid, donde patrulla desde hace más de cuarenta años. Una época en la que la heroína hacía estragos. En aquel momento, se trataba ante todo de delincuencia española, porque "era lo que había": "Era la época del Vaquilla, de Vallecas, Carabanchel, Villaverde", recuerda. "Los traficantes se ponían en los números pares de Gran Vía e incautábamos heroína un montón de veces, pero el mercado no paraba". Había también mucha prostitución ligada a la droga, por la adicción que creaba, añade, como aquella pareja de jóvenes lozanos que vio cómo en un abrir y un cerrar de ojos estaban totalmente consumidos hasta que fallecieron.

Precisamente por ello, había mucho delito patrimonial para pagarse la adicción, añade la agente. La propia apariencia de los yonquis era un elemento disuasorio para los atracados, que entregaban rápidamente sus pertenencias para quitarse de problemas. "Había muchas persecuciones por la droga y la heroína: se empieza a consumir, se crea una adicción, se tiene que mantener, no tienen posibles porque no tienen dinero y empiezan a robar", recuerda. Eran los años de tiroteos como el de Ballesta 9, un lunes cualquiera, que terminó con una persona muerta, varios heridos por arma de fuego hasta que un agente abate al tirador tras haber disparado este previamente a los policías.

Sin embargo, añade Peñas, en aquella época era más fácil tener controlado al delincuente. Hoy tiene la sensación de que la violencia es peor, especialmente la de las bandas, porque "es la violencia por la violencia gratuita”: antes, con darle todo lo que llevabas al atracador, era suficiente; hoy, te puedes llevar una cuchillada, añade. "Hemos pasado de la navaja de mariposa y el puño americano a los bolo machetes, además de armas de fuego más sofisticadas", explica. Los datos, efectivamente, muestran un repunte en delitos como homicidios o robos con violencia durante los últimos años. Desde el punto de vista de la agente, los valores han cambiado y la sociedad ya no respeta tanto la figura del policía. Peñas considera que hay una falta de principios, falta de respeto y educación.

Y de repente, la modernidad

Aunque gran parte de esta violencia se mantuvo a lo largo de los años noventa, en los que la heroína siguió causando estragos y aparecieron nuevos conflictos como el boom de los neonazis, a medida que pasaron los años la modernización de las instituciones y otros factores como la reducción del paro o la mejora de infraestructuras contribuyeron a reducir unos niveles de violencia que, de todas formas, siempre estuvieron muy por debajo de los de otros países de nuestro entorno.

"Los nuevos fenómenos de las bandas juveniles en los grandes barrios han ido cambiando y creciendo en los últimos años", recuerda Lezcano, que está investigando el tema. "En muy poco tiempo se pasó de ese contexto del que estamos hablando a un mundo muy tranquilo; a la par que España crecía económicamente y se enganchaba a Europa, remitía la violencia policial, se modernizaban las instituciones del Estado como la policía y las cárceles, que no son una Arcadia, pero ya no son la cárcel de Carabanchel, donde el 85% de los presos estaban sin condena". Si a todo ellos le sumas la remisión de la epidemia de heroína y la mejora sociourbanística de las ciudades, "te queda un clima mucho más tranquilo".

"En la actualidad a aquel perfil se han unido los marginados sociales procedentes de las migraciones transnacionales, aunque ello representa una proporción mínima de la migración", añade Feixa, que señala que la posible "sobrerrepresentación de la migración” puede deberse más a "las condiciones de alegalidad generada por los vacíos de la Ley de Extranjería, que obligan a muchas personas extranjeras a sobrevivir en la economía sumergida, que la tesis de la invasión que culpa del supuesto aumento de la delincuencia a menas y bandas latinas difundido por la nueva extrema derecha, sin datos que lo sostengan". Factores a los que hay que añadir, según el catedrático, "el perfil étnico con qué menudo actúan los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado en sus detenciones" y "cierto racismo institucional en algunos sectores de la judicatura". Lezcano añade que la fórmula para combatirlo son "políticas de educación pública de calidad y no guetizada".

Aun así, es difícil que vuelvan aquellos tiempos. Valenzuela acude a menudo a congresos de novela negra y en ellos, sus compañeros autores coinciden en lo difícil que resulta ambientar esta clase de narrativa en la España actual. Es muy fácil resolver incluso el crimen más perfecto, por lo que las sitúan o en el pasado o en países menos desarrollados, como hizo en Tanger Noir. La última novela del periodista es un buen ejemplo: Demasiado tarde para comprender (Editorial Huso) está ambientada en el Madrid de la Movida, año 1984. El año más violento de la historia reciente de España.

El 21 de febrero de 1984, miles de personas se reunieron en el Palacio de Deportes de Madrid, actual WiZink Center. No lo hacían para ver ningún concierto o espectáculo deportivo. Se trataba de una concentración de los comerciantes madrileños, que estaban hartos de ser objeto de atracos en sus establecimientos. "Colorado, Colorado, tres veces me han robado" era el cántico dirigido al delegado del Gobierno en Madrid, José María Rodríguez Colorado. Los comerciantes solicitaban más mano dura, tribunales especiales e, incluso, 100 licencias de armas para enfrentarse al crimen.

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