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La agridulce excepción de Juan Francisco, el primer licenciado del "gueto" de Los Asperones
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SE HA CONVERTIDO EN EDUCADOR SOCIAL

La agridulce excepción de Juan Francisco, el primer licenciado del "gueto" de Los Asperones

A sus 27 años de edad y tras una vida de esfuerzo académico marcada por la dificultad de crecer en un barrio sin recursos, donde las promesas de los políticos son tan continuas como vacías, este joven ha roto una barrera

Foto: Juan Francisco, junto al rector de la Universidad de Málaga, José Ángel Narváez. (UMA)
Juan Francisco, junto al rector de la Universidad de Málaga, José Ángel Narváez. (UMA)

Todo aquel que conozca un poco Málaga sabe que Los Asperones no es uno de esos lugares a los que llevas a las visitas que vienen a pasar unos días a la ciudad. Situado en el extrarradio, próximo al Parque Cementerio, rodeado de basura y junto a la perrera de la Protectora de Animales, está compuesto por unas pocas calles a cuyos lados se sitúan hileras de casas que parecen clonadas. Son viviendas levantadas hace más de tres décadas para dar acogida a las familias de los poblados chabolistas que fueron desmantelando las administraciones. Una solución temporal que se trasformó en crónica por la incapacidad y la dejadez para reubicar a estas personas.

En este entorno, hace 27 años, nació Juan Francisco Gómez Heredia, un chico que este lunes paseaba orgulloso, y avergonzado, desde su casa hasta el colegio María de la O. Son tan solo unos pocos metros, pero son los que marcaron su vida. Los que recorría siendo un niño y los que comenzaron a escribir una historia con un final feliz de las que a veces se cuelan en los medios de comunicación. Un relato de constancia que es habitual en la mayoría de partes del país, pero que en su contexto es tan excepcional que hasta ha sido homenajeado. Porque este joven de etnia gitana, que a lo largo de los años siempre ha estado acompañado por la pregunta “¿Y ahora qué hago?”, se ha convertido en el primer vecino de esta barriada en obtener una licenciatura universitaria que ha sumado a su grado superior en Formación Profesional (FP).

Foto:  Opinión

Juan Francisco cuenta su trayectoria académica como una gran aventura. No omite ningún detalle de los diversos centros en los que fue alumno y tiene frescos en la memoria los nombres de los profesores que le marcaron. Como Pachi, el director del María de la O, el colegio donde se dio cuenta de que “me gustaba ir a clases, estar con los compañeros y aprender”, o “María Luisa y Don Juan”, del CEIP Luis Braille, y que “me ayudaban cuando tenía algún problema y me motivaban para que siguiera estudiando”.

Su etapa en el Sagrado Corazón, donde cursó la Educación Secundaria Obligatoria (ESO), la recuerda como la más bonita de su vida estudiantil. “Allí hice un grupo de amigos muy chulo”, gente que “siempre llevó con mucha normalidad vivir en Los Asperones y ser gitana”. “No quería que esa etapa acabase nunca”, cuenta a El Confidencial, pero llegó el momento del pase a Bachillerato. “Yo procedía de un instituto muy familiar, donde no llegábamos a los 200 alumnos, y de buenas a primeras me veía en un centro con cerca de 1.500, como es el IES Politécnico Jesús Marín”, donde se imparte, además, siete grados medios y 12 superiores, dos cursos de especialización y educación para adultos.

El joven, junto a una compañera, pronunció ante un auditorio el discurso de graduación

El cambio “me chocó muchísimo” porque “debía empezar de nuevo” y José Francisco reconoce que no se adaptó bien. Las cosas no transcurrieron como esperaba y el nuevo ciclo se le atragantó. Fue en este momento cuando acudieron en su auxilio “Manu, Jesús, Lorena y Pedro”, un equipo de educadores que comenzó a volcarse para que el joven no dejara los estudios. “Durante el verano recibí clases gratuitas de inglés que me ayudaron mucho” y retomó el interés por la vida académica.

Cuando logró superar Bachillerato, Manu le formuló una pregunta que no se había planteado hasta ese momento: “¿Qué vas a hacer?”. Juan Francisco contestó que aprobar la selectividad y estudiar Historia o Filosofía, dos materias que siempre le habían gustado. El educador le planteó otra opción: “Siempre hay tiempo para eso. ¿Por qué no te planteas cursar antes un grado superior?”.

placeholder Acto de conmemoración del reto logrado por Juan Francisco. (UMA)
Acto de conmemoración del reto logrado por Juan Francisco. (UMA)

Era algo que no había sopesado hasta ese momento, y decidió explorar esa posibilidad. Entonces vio dos cursos que llamaron notablemente su atención y que acabarían reconduciendo sus intereses: “Animación Sociocultural y Turística e Integración Social”. Se decantó por la primera opción y durante tres años descubrió su vocación por la atención social. “Veníamos al colegio del barrio y a otros centros y realizábamos actividades”, recuerda, para señalar seguidamente que fue durante ese tiempo cuando tuvo claro que quería estudiar Educación Social.

Su sueño lo logró tras un paso previo por la Universidad Nacional de Española a Distancia (UNED) y confiesa que adentrarse en la dinámica universitaria “me cambió la vida”. “La manera de enseñar, de sensibilizar, de llegar al alumnado” le marcó, como “lo que aprendía en los debates que teníamos en la cerveza de después de clase”, comenta entre risas.

Crecer en Los Asperones

Juan Francisco se licenció el pasado mes de junio. Junto a una compañera, pronunció el discurso de graduación. Entre el público, sus padres, dos vecinos de Los Asperones “superorgullosos” de lo logrado por su hijo. “Una de las mejores cosas que he vivido”, señala con cierta emoción, porque era fruto de su esfuerzo, del trabajo de todos esos años y del convencimiento de seguir un camino no siempre fácil en su entorno.

En la barriada vive gente que trata de salir adelante recogiendo y vendiendo chatarra, quien busca un hueco en la construcción u otro sector y quien prefiere actividades bastante más lucrativas y delictivas. “Aquí nos conocemos todos, responde Juan Francisco, pero explica que su círculo de amistades siempre ha estado fuero. La reacción al logro conseguido es diversa, “un poco de todo”, precisa. Está el que por la calle “me dice que estoy hecho un monstruo”, y el que le ignora.

Pero él nunca ha ocultado que es un niño de Los Asperones. Y menos aún se ha avergonzado. Tampoco ha renegado de sus raíces gitanas. Se lo ha contado a todo aquel que le ha preguntado y entiende que es una manera de normalizar un barrio tradicionalmente estigmatizado. Ahí viven sus padres, y ahí vive su abuela. Un motivo más para no esconderse.

Ninguno de los tres pudo asistir ayer al acto de reconocimiento que la Universidad de Málaga (UMA) le brindó este martes en el colegio de su infancia y que se celebró junto al Mural de las Estrellas con el que se recuerda a todos los alumnos y vecinos de la barriada que han logrado obtener la ESO. El rector de la UMA, José Ángel Narváez, impuso la beca a Gómez Heredia como graduado en Educación Social y reivindicó "la integración del pueblo gitano para construir un país mejor".

"¿La gente quiere irse? Pues claro, pero no a cualquier precio. Aquí con 20 euros comes"

Lo triste de esta historia es que la excepcionalidad que representa el caso de Juan Francisco es también el reflejo de un abandono perpetuo, la evidencia de una sarta de promesas incumplidas y un ejemplo de una política vacía que lanza titulares para esconder su inacción. Porque han sido muchos los planes de reubicación de las aproximadamente 150 familias que en 1987 se instalaron en Los Asperones. Proyectos que las distintas administraciones han ido presentando y guardando en un cajón de una manera casi sistemática.

El joven tiene clara su opinión: “Esto no es un barrio, es un gueto, donde solo viven gitanos. Estamos aquí sin decidirlo. Acordaron que viviésemos al lado de la basura, del cementerio o de la perrera, como si fuésemos personas de segunda o tercera categoría”.

¿La gente quiere irse? Pues claro, pero no a cualquier precio. Aquí no tienes la mejor casa del mundo, ni es la mejor zona de Málaga, pero con 20 euros comes”, señala Juan Francisco antes de apuntar uno de las grandes cuestiones para acabar con Los Asperones: “¿Cómo costea una persona que, por ejemplo, se dedica a la chatarra los gastos que tiene una vivienda?”.

Foto: Distribución de la renta en Barcelona.

Este vecino tiene claro que “está bien que se hable de salir de aquí, que podamos cambiar”, pero “no nos pueden dar viviendas de buenas a primeras” sin calibrar el impacto que supondría el traslado a una comunidad con unas costumbres y un estilo de vida completamente distinto. “Por eso hay que hacer un trabajo integral, también con la gente con la que vamos a convivir. Es algo complicado, de años, en lo que tienen que intervenir políticas sociales, educativas y empleo”.

Juan Francisco es consciente de que “es un problema grande” que hay que atajar, pero considera que las administraciones deben actuar: 35 años es demasiada existencia para un barrio que iba a ser de transición. Mientras espera un desenlace que parece no llegar nunca, el joven se prepara para su siguiente reto: encontrar trabajo como educador social.

Todo aquel que conozca un poco Málaga sabe que Los Asperones no es uno de esos lugares a los que llevas a las visitas que vienen a pasar unos días a la ciudad. Situado en el extrarradio, próximo al Parque Cementerio, rodeado de basura y junto a la perrera de la Protectora de Animales, está compuesto por unas pocas calles a cuyos lados se sitúan hileras de casas que parecen clonadas. Son viviendas levantadas hace más de tres décadas para dar acogida a las familias de los poblados chabolistas que fueron desmantelando las administraciones. Una solución temporal que se trasformó en crónica por la incapacidad y la dejadez para reubicar a estas personas.

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