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La 'reprogramación' de Julieta: aprender a ser chimpancé tras 30 años como atracción turística
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La 'reprogramación' de Julieta: aprender a ser chimpancé tras 30 años como atracción turística

Explotada por su dueño por playas y chiringuitos de la Costa del Sol, padecía una crisis de identidad y creía ser una persona. Imitaba gestos y trataba de reproducir vocablos. Esta es la historia de cómo regresó a su especie

Foto: Julieta, la chimpancé que durante 30 años fue explotada. (Bioparc Fuengirola)
Julieta, la chimpancé que durante 30 años fue explotada. (Bioparc Fuengirola)

La información llevó a los agentes del Servicio de Protección de la Naturaleza (Seprona) hasta una finca apartada de Málaga. Allí, encerrada en una jaula de poco más de un metro cuadrado de superficie, encontraron a Julieta. Su estado físico, aparentemente, no era malo, a pesar de que llevaba "confinada en ese espacio pequeño durante los últimos diez años". Lo preocupante era su grave problema de identidad. Explotada durante 30 años como atracción turística en la Costa del Sol, esta chimpancé que previsiblemente llegó al país "a través de un circo" desconocía quién era. Acostumbrada a tratar a diario con personas, reproducía sus gestos, trataba de imitar sonidos y vivía sumida en un desconcierto que agravaba la huella biológica de su propia especie. "No sabía si era un ser humano o un primate", señala Jesús Recuero, veterinario y director del departamento de Animales de Bioparc Fuengirola, un espacio de conservación en el que fue acogida y donde sus profesionales han trabajado en su reprogramación para que volviese a sentirse una simia.

La llegada de Julieta al centro, allá por el año 2000, aún se recuerda. "Se asustaba al ver a otros chimpancés y solo quería estar con los cuidadores", por lo que "seguramente dudaba si era una persona". Esto es algo "frecuente" en animales salvajes que "fueron convertidos en mascotas" y que "han crecido alejados de ejemplares de su especie" que "pudieran guiarlos". Iguales a los que la cría pueda "imitar y aprender sus comportamientos".

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Julieta había sido privada de toda esa "experiencia social" y maduró alejada de otros simios "con los que pudiese desarrollar su comportamiento". La ausencia de una estructura con individuos de su especie produjo "un grave impacto en su crecimiento y bienestar" que alimentó una crisis identitaria que reflejaría en su expresión gestual. Hoy en día, tras más de dos décadas de terapia, aún sigue repitiendo gestos como levantar exageradamente uno de los labios como si estuviese riendo o lanzar besos con una de sus manos. Una huella de aquellos días en los que su dueño la paseaba por playas, chiringuitos y otras zonas turísticas del litoral malagueño intentando sacar dinero de los turistas con alguna especie de teatrillo u ofreciéndola para que posara para una fotografía. Afortunadamente, explica el experto, la normativa cambió en España y existe una mayor concienciación hacia el maltrato animal, pero recuerda la responsabilidad individual cuando se viaja a países menos implicados donde especies salvajes son explotadas como una atracción.

"La privación social", considera Recuero, "es lo que más daño" puede hacer al crecimiento de un primate y, en el caso de Julieta, requirió una "rehabilitación comportamental" que se centró en el aspecto psicológico a través de "refuerzos positivos" que "generasen vínculos". Un aspecto fundamental en el tratamiento de un ejemplar como este, socializado entre humanos, era "combinar los cuidados que precisaba sin favorecer esa dependencia hacia las personas que había sido alentada por su anterior propietario", por lo que se planificó una especie de terapia de desintoxicación de quienes creía que eran sus iguales y acercarla paulatinamente a su verdadera realidad existencial.

Crear una comunidad

Con los primates "no ocurre igual que con los patos, que identifican como figura materna a lo primero que ven tras salir del huevo", pero había que trabajar ese proceso de deshumanización de Julieta en un contexto con dos ejemplares de su especie. El veterinario recuerda que el proyecto Bioparc Fuengirola se impulsó sobre lo que era el antiguo zoo de la localidad. En él había una pareja de chimpancés, un macho y una hembra, que debían favorecer esa labor de aprendizaje a la que ella llegaba con 30 años de retraso.

placeholder Los chimpancés son animales con unos fuertes lazos afectivos. (Bioparc)
Los chimpancés son animales con unos fuertes lazos afectivos. (Bioparc)

Pero los simios construyen "sociedades muy jerarquizadas, en las que los machos son muy dominantes", y donde "la estabilidad del grupo depende de que todos sus miembros respeten y entiendan esa jerarquía". En el caso de los chimpancés, esto se consigue también con algunas dosis de agresividad, por lo que los cuidadores debían tener mucho cuidado para evitar que una reacción violenta definitivamente alejara a Julieta de los suyos.

"Hacer una introducción de animales que no se conocen siempre es un momento delicado, el resultado de meses de trabajo y paciencia, y no se lleva a cabo hasta que no se observa una mejora en el comportamiento y haya señales positivas" de que la convivencia va a ser aceptable. En este proceso de rehabilitación de Julieta, se fue reduciendo poco a poco el contacto con las personas, y propiciando un acercamiento con la pareja.

Julieta nunca aprendió a ser madre: "No hubiese sabido cómo cuidar a su hijo"

Inicialmente, "estaban en sus dormitorios, separados por mallas a través de las que se podían ver y tocar, pero no pelear ni hacerse daño". La planificación de juegos y el reparto de comida en esa frontera generada por los cuidadores generó las primeras interacciones. Julieta "se tumbaba al lado de la valla y el macho se aproximaba, le tocaba el pelo y le acicalaba". Ella, después, "se daba la vuelta y hacía gestos amistosos". Atrás comenzaban a quedar esos primeros meses en los que estaba asustada y "permanecía en el rincón opuesto".

El experto explica que fue beneficioso para la rehabilitación la llegada de Kika, otra chimpancé que recuperó el Seprona de un circo y a la que dieron cabida en el centro. En su caso, tenía aproximadamente siete años, por lo que el proceso de adaptación y aprendizaje era infinitamente más sencillo. De hecho, cuando Julieta llegó, era un ejemplar bastante adulto. "Tendría unos 30 años. Teniendo en cuenta que la esperanza de vida los chimpancés es de 50 a 60 años, y que aquí lleva 22, podemos decir que es una ancianita".

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Jesús Recuero señala que "se formó un grupo bastante extraño, con la pareja antigua, Julieta y Kika", pero rápidamente comenzaron a ver los beneficios que se aportaban cuando desaparecieron las barreras y nuestra protagonista comenzó a convivir con los otros tres individuos. "Los primeros momentos todo fue bien. Se tocaron, se olisquearon. Julieta estaba temerosa y en los posteriores días el macho le infligió un correctivo", señala el veterinario, que detalla que "se ponía erguido y le daba algún manotazo". "En situaciones así no debes intervenir porque están estableciendo sus jerarquías y es algo completamente normal".

La llegada de un nuevo miembro

Durante las jornadas siguientes se produjeron algunos rifirrafes pero la situación se aplacó y la interacción entre los distintos individuos se fue normalizando. Tuvieron que esperar "un par de años" para que la cosa empezase a ir completamente bien, pero las consecuencias de su pasado de explotación aún perseguían a la protagonista de esta historia.

placeholder Julieta lleva más de 20 años en un centro de conservación animal. (Bioparc)
Julieta lleva más de 20 años en un centro de conservación animal. (Bioparc)

Julieta no ha podido ser madre en sus más de 50 años de vida "porque no lo ha aprendido", afirma el experto, que añade que ni siquiera ha tenido sexo a pesar de que tenía periodos de celo normales y era completamente fértil. Lo curioso, explica, es que el macho parecía intuir esta situación y no ejercía el poder que le otorga su posición jerárquica en la comunidad.

"No hubiera sabido cuidar a su hijo", sentencia el experto, que, no obstante, apunta que la pulsión maternal se manifestaba con una serie de estereotipias que coincidían con los periodos posteriores al celo. Eran "comportamientos aberrantes" como morderse los pies o intentar vocalizar y llegaron a la conclusión de que eran provocados por "picos hormonales" que no sabía gestionar. Los veterinarios estudiaron el caso y decidieron administrarle un anticonceptivo. El tratamiento funcionó y esas respuestas inusuales se han reducido notablemente.

Un veterano cuidador lloró al ver que el macho, por primera vez, no mataba a su hijo

"Las hembras reproductoras tienen más posición en el grupo, pero las que no pueden tener hijos son muy bien aceptadas", por eso la llegada a la familia de un nuevo miembro descubrió una nueva faceta para Julieta. Fue cuando la pareja originaria tuvo una cría. Los cuidadores estaban temerosos porque, "no sabemos muy bien el motivo", el macho "mataba a sus bebés". Igual era porque antes de la remodelación iniciada por Bioparc "no tuviesen las condiciones adecuadas", pero lo cierto es que el filicidio era el desenlace habitual de cualquier embarazo de la chimpancé dominante. Por eso la emoción se apoderó del equipo cuando "la nueva comunidad transformó al macho". "Se convirtió en un padrazo" y la agresividad que exhibía en este contexto se diluyó. "A un cuidador que permanecía desde los primeros tiempos del centro incluso se le saltaron las lágrimas", recuerda Jesús Recuero.

Lo llamativo es que Julieta, que no había aprendido a relacionarse sexualmente con los de su especie, y que jamás había sido madre, comenzó a ejercer un rol de tía con la cría. Junto con Kika, colaboraban con la madre en su cuidado. "Estaban pendientes del bebé e incluso lo cogían y transportaban cuando la progenitora necesitaba un descanso".

Foto: Un chimpancé, con juguetes. (EFE/Rhona Wise)

En ese instante sentimos que habían conseguido la "integración plena" de la comunidad. "Ha sido muy bonito ver cómo cambiando el manejo, mejorando las instalaciones y entendiendo el comportamiento de los chimpancés se ha logrado formar un grupo social funcional y adaptar animales con problemas", manifiesta el experto.

La rehabilitación de Julieta ha requerido "observación, paciencia y descifrar sus necesidades", porque hay que remarcar que "carecía de los comportamientos necesarios de un animal social y no sabía cómo llevarse bien con alguien de su especie". Desconocía tareas de socialización propias de su especie como "el acicalado, las respuestas de juego, el apaciguamiento…". Pero con meses de ver y convivir con los otros chimpancés "lo fue consiguiendo".

placeholder Julieta aún tiene tics de su época de explotación como reclamo turístico. (P.D.A.)
Julieta aún tiene tics de su época de explotación como reclamo turístico. (P.D.A.)

Aunque aún no presenta serias dificultades motrices, el rostro de Julieta muestra el inexorable paso del tiempo. Las canas son bastante visibles y se aprecia alguna calva. "Vemos a los animales nacer y envejecer. Somos espectadores de su ciclo vital", explica Recuero, que confiesa que el paso del tiempo crea "un vínculo muy fuerte" y que "es imposible mantener la distancia y la frialdad" cuando se percibe que el final está cerca.

"Hace tiempo trabajé en una clínica. Me traían a un animal enfermo, un paciente que normalmente no conoces de nada, así que lo trataba, lo curaba y se marchaba. Como hace un médico de hospital. Pero en nuestro caso cuidamos a estos animales y convivimos con ellos durante muchos años".

Julieta puede que sea uno de los más queridos. Son más de dos décadas juntos y su historia está presente en todos los cuidadores del centro. Como si fuesen tics grabados en su subconsciente, aún sigue abrazándose o levantando el labio como si sonriera cuando el público se aproxima al lugar donde se encuentra. Reminiscencias de su pasado de explotación. La cicatriz psicológica de 30 años de vida robados.

La información llevó a los agentes del Servicio de Protección de la Naturaleza (Seprona) hasta una finca apartada de Málaga. Allí, encerrada en una jaula de poco más de un metro cuadrado de superficie, encontraron a Julieta. Su estado físico, aparentemente, no era malo, a pesar de que llevaba "confinada en ese espacio pequeño durante los últimos diez años". Lo preocupante era su grave problema de identidad. Explotada durante 30 años como atracción turística en la Costa del Sol, esta chimpancé que previsiblemente llegó al país "a través de un circo" desconocía quién era. Acostumbrada a tratar a diario con personas, reproducía sus gestos, trataba de imitar sonidos y vivía sumida en un desconcierto que agravaba la huella biológica de su propia especie. "No sabía si era un ser humano o un primate", señala Jesús Recuero, veterinario y director del departamento de Animales de Bioparc Fuengirola, un espacio de conservación en el que fue acogida y donde sus profesionales han trabajado en su reprogramación para que volviese a sentirse una simia.

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