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"¿Quién no conoce a Bombién?": vida de un policía, historia de un buen hombre
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"¿Quién no conoce a Bombién?": vida de un policía, historia de un buen hombre

Pocos agentes como José Antonio Bombién representan a los miles de policías nacionales que cada día visten el uniforme. Ariete en la lucha contra los clanes de la droga. Un agente 'malagueño' nacido en Ceuta atrapado en la primavera árabe libia

Foto: José Antonio Bombién durante sus últimos días de trabajo en el Grupo de Atracos. (P. D. A.)
José Antonio Bombién durante sus últimos días de trabajo en el Grupo de Atracos. (P. D. A.)

La alarma estaba programada mucho más tarde, pero José Antonio Bombién se ha despertado a las 6:30. Sisi’, a su lado, decide levantarse también, a pesar de que queda mucho para tener que ir a dar clases al colegio. Bombi, como lo llaman sus compañeros, "parece que está nervioso", comenta su esposa, aunque él se desenvuelve en la cocina como una mañana cualquiera. Pero no. No era una mañana cualquiera. 42 años y nueve meses después de estrenar el uniforme de la Policía Nacional, el pasado viernes cruzó por última vez las puertas de la Comisaría Provincial de Málaga estando en activo. Una rutina que ahora le será ajena y que provoca un extraño vacío interior en todos los que le han acompañado durante su carrera.

Esta podría ser la historia de un policía al uso, pero es la huella de Bombién. El hombre que se desenvolvió entre ríos de politoxicómanos, presenció el estallido de la Primavera Árabe y recorrió las entrañas del barrio de El Príncipe de Ceuta. Un tipo que "no saltaba desde el helicóptero, ni era el que más corría detrás de un malo", pero que como pocos representa a todos esos policías anónimos que a diario patrullan nuestras calles. Alguien "imprescindible" y que para sus compañeros ha sido un "líder","inteligente" y "buen persona".

De esas que pasan desapercibidas cuando te las cruzas en la calle o estás en la cola del súper. Y de la que jamás imaginarías que durante más de 15 años se ha batido el cobre contra los clanes de la droga, que se jugó el pellejo en la evacuación de españoles en Libia y que siendo un sesentón ha perseguido a peligrosas bandas de atracadores.

Este lunes entrega la placa y su pistola tras cumplir 65 años. Y no se imagina cuánta gente lo va a echar de menos. Un cariño que valora más que las 400 felicitaciones recibidas y las tres medallas blancas que luce con orgullo. Por eso este adiós administrativo es como si le arrancaran parte su alma. Aunque quienes lo conocen, saben que en pocos días estará con los suyos, impartiendo magisterio policial.

El inicio del camino

Aunque su apellido alemán pueda despistar —"en España seremos 10 ó 12, no más"—, nació en Ceuta el 28 de abril de 1959. El menor de cuatro hermanos, las circunstancias familiares y la crudeza de la vida acabarían conduciendo sus pasos. Su padre, Manuel Bombién Canca, guardia de asalto y policía armada —"según tengo entendido, de la primera promoción"— murió con sólo 53 años al poco de obtener la segunda actividad y días antes de incorporarse en un puesto en la sede del Banco de España (BE) de Málaga.

Foto: Maradona posa para su credencial del Mundial. (Getty Images/Keystone/Hulton Archive)

"Entonces tenía 11 años y mi madre se quedaba con una pensión de viudedad de 2.000 pesetas al mes, de las que 1.000 iban para el alquiler y después había que pagar luz, agua, comida, ropa…". La situación era difícil para "la mujer del guardia" y por eso decidieron que el pequeño José Antonio estudiara en el Colegio de Huérfanos de la Policía de Madrid.

En aquella España del desarrollismo franquista, viajar desde Ceuta a la capital era toda una odisea. Bombién recuerda perfectamente que su madre le acompañó en la travesía en barco hasta Algeciras (Cádiz), pero no había dinero suficiente para dos billetes de tren, así que tuvo que viajar solo hasta Madrid. "Eso pasa hoy, y a acaba detenida", bromea, pero esa necesidad iba a agudizar un deseo de ser policía que en aquellos días no pasaba de una fantasía lúdica infantil.

"En mi segundo viaje, cuando tenía 12 años, el revisor me vio solo en el vagón y vino a preguntar que dónde estaban mis padres. Al decirle que estaba solo, pensó que me había fugado, así que llamó a la pareja de agentes del Cuerpo Superior de Policía que solían ir en los trenes. Me preguntaron que de dónde venía y cuando les respondí que de Ceuta, se echaron las manos a la cabeza. Les conté que iba al Colegio de Huérfanos de la Policía y entonces me llevaron a su coche cama y me dieron un bocadillo. A las ocho de la mañana, me llevaron a desayunar. Y cuando llegamos a Madrid, avisaron a un coche patrulla para que me llevara al colegio. El conserje me preguntó ‘¿qué has hecho?’ al vernos llegar".

Una vez concluido el Bachillerato y realizado el servicio militar, Bombi ingresó en la academia de Policía de Badajoz. "Antes había tres, y la más conocida era la de Canillas, pero la de Badajoz era la que le correspondía a los andaluces y a los nacidos en Ceuta y Melilla". Allí se sentaban por orden alfabético de los apellidos y, "tres o cuatro mesas detrás", se encontraba Juan Corral, un tipo con el que se reencontraría muchos años después.

José Antonio Bombién explica que el periodo de instrucción era de nueve meses, pero el país celebraba el Mundial 82 y "comenzamos las prácticas antes". El evento se consideraba un examen internacional para el país tras la dictadura y era necesario reforzar la seguridad de un espectáculo deportivo atenazado por la sombra sangrienta de ETA. "Eran los años en los que nos acostumbramos a que mataran a compañeros".

A él lo enviaron a Málaga durante "seis o siete meses", y la experiencia fue muy fructífera más allá de lo profesional. En la capital malagueña se convertiría en el agente secreto más famoso del mundo para una joven que lo llamaba Bom –"como James Bond"—. Es Luisa, pero todos la conocen como Sisi, una estudiante de Magisterio de carácter optimista y risa contagiosa que diez meses después de conocerse se convertiría en su esposa..

En la frontera de La Junquera hizo sus primeros pinitos en la lucha contra el tráfico de drogas como apoyo de los Grupos de Investigación

"En todo ese tiempo, solo habíamos estado juntos 55 días, así que cuando fui a comprar el anillo y, cuando el joyero me preguntó qué nombre grababa, no lo recordaba y tuve que llamar a mi cuñado para preguntarle", relata Bombién, a lo que Sisi, entre carcajadas, añade: "Nos casamos y éramos dos extraños".

La cosa no les fue mal viendo el desenlace. Dos hijos buenos y queridos, Luis y Víctor, y una vida feliz juntos que ha estado imbricada a la Policía Nacional desde que viajaron a Figueras para que José Antonio se incorporase a su primer destino. "Tuve la oportunidad de ir a Madrid, pero ya la conocía, y es una ciudad que me viene grande. Buscaba conocer algo nuevo".

Figueras, donde trabajó en Seguridad Ciudadana, fue una bonita experiencia. La delincuencia estaba "muy controlada" y las relaciones con la Policía Local "eran excelentes", aunque su intención era asentarse con la familia en Málaga y para ello había que acumular puntos y méritos que acelerasen un posible traslado.

placeholder Antes de una operación. (Cedida)
Antes de una operación. (Cedida)

Eso pasaba por ir al paso fronterizo de La Junquera. Un destino englobado dentro del derecho especial preferente del País Vasco en el que Bombi comenzaría a realizar sus primeras actuaciones contra el tráfico de drogas como apoyo de los grupos de Estupefacientes de Barcelona o Alicante. Intervenciones de camiones de tránsito restringido, cuya carga iba "sellada y lacrada", en los que se llegaron a localizar alijos de 4.000 kilos de hachís que ponen de manifiesto que el narcotráfico lleva mucho tiempo asentado en el país.

La delincuencia híbrida: Ceuta

Esta realidad la constató en su siguiente destino: Ceuta. Tras seis años en La Junquera, en 1989 regresa a su ciudad natal para, después de un mes en un paso fronterizo, incorporarse al Grupo Operativo de Extranjeros. "Tráfico de personas", resume.

"Nos pasábamos todo el día en El Príncipe", una barriada en la que residían "unas 20.000 personas" que "se había ganado la fama a pulso". Fue la primera vez que comenzó a trabajar con pasamontañas porque aquella era zona de narcos y traficantes de armas. "Le llamaban Liang Shan Po" por la serie china La frontera azul que se emitió en España a finales de los 70. La zona montañosa en la que se alza el barrio es muy similar a la de un poblado en el que transcurría la trama de ficción y de ahí el paralelismo. Y para los agentes de la ciudad autónoma, adentrarse en ese laberinto en cuesta, era su particular Vietnam.

"Cuando había que hacer algún tipo de registro íbamos todos. Y cuando digo todos, es literalmente todos. La plantilla de la Comisaría en su totalidad, pero también la de la Guardia Civil y la Policía Local", rememora, antes de explicar que cada operación era como asaltar un castillo por la orografía del lugar.

Foto: Agentes de Policía en Ceuta. (EFE)

Su experiencia en aquellos años pone de relieve que la diversificación del narco que ahora se presenta como algo novedoso era una realidad entonces. "Los pesqueros transportaban a inmigrantes irregulares a los que adosaban bloques de hachís en el pecho como parte del pago del pasaje. En mitad de Estrecho, se encontraban con barcos españoles que estaban faenando, y los repartían entre ellos según fuesen a Algeciras, Málaga, Almería…".

El retorno de los Bombién a Málaga se consumó en 1992. Tras un servicio extraordinario en la Expo de Sevilla, "por el que pasaron muchos policías del país", acabó en la Inspección de Guardia de la Comisaría Provincial. Un destino que al principio no le hizo mucho gracia, pero que "me vino muy bien" porque "creía saber mucho de Extranjería" y me demostró que "no tenía ni idea" del trabajo de otras unidades.

"Para mí fue una escuela enorme porque trabajaba con todo tipo de delitos". Aunque mantenía el deseo de incorporarse a la Brigada de Policía Judicial, a un grupo operativo, de investigación, y esa oportunidad llegó en 2000 de la forma más sencilla que podía imaginar. "Estaba desayunando en la cafetería y se acercó Miguel Ángel, el que entonces era jefe del Grupo de Pequeño Tráfico, y me pregunta: ‘¿Tú te quiere venir a trabajar conmigo?’. ‘Pues claro, cuando quieras’, le contesté. Así que fue a hablar con Florentino Villabona, el comisario provincial, y esa misma mañana estaba en mi nuevo puesto".

'Los Mascaritas': 300 ‘palotes'

El Grupo de Pequeño Tráfico era como un parque de atracciones para niño. Adrenalina pura. Derribando puertas con arietes, arrancando rejas de las ventanas con todoterrenos, subiendo escaleras a toda velocidad, sorteando perros de presa, evitando cancelas electrificadas y pegando algún tiro al aire para disolver a las turbas que trataban de impedir las detenciones.

"Una madre no denunciaría a su hijo ni por asesinato, pues yo he escuchado a muchas que nos rogaban que lo detuviésemos"

Enrique, Joaquín, los hermanos Castán, Macu —Inmaculada, ya fallecida—, Bombién… Con Juan Corral al frente del equipo, y al que los delincuentes dedicaron una pintada en La Palmilla en la que se podía leer: "¡Vete a tomar por culo zapato beis!". Un extraño exabrupto que tenía su explicación: el color del calzado era la única forma que tenían de identificarlo, porque Los Mascaritas, que fue como los traficantes bautizaron a la unidad, siempre ocultaban su rostro.

Bombi permaneció en este grupo operativo durante más de 15 años y se acabó convirtiendo en una enciclopedia policial del menudeo. Conocía a la mayoría de los miembros de "Los Romualdos, Los Charros, Los Nieves, Los Puercos, Los Papafritas, Los Puitas…", incluso a los de un clan del barrio de Los Asperones que llamaba la atención porque la mayoría de las mujeres del mismo eran albinas.

"No te olvides de La dinosauria", apunta Corral, que explica que se trataba de una mujer muy mayor que vendía paquetillas de revueltoheroína y cocaína de baja calidad— que llegó a acumular varias búsquedas y capturas.

El Grupo de Pequeño Tráfico era el que más palotes hacía. "Una media de 300 detenidos y 80 registros al año. Prácticamente dos operaciones por semana", cuenta Bombién, encargado habitual de hacer las estadísticas. "Hubo un día, que hicimos una por la mañana y otra por la tarde", recuerda Juan Corral, que relata cómo los traficantes "nos tenían miedo porque éramos un martillo pilón".

No les dejaban respirar, y eso implicaba idear múltiples formas para sorprender a unos delincuentes que iban aprendiendo de las tácticas policiales. En la unidad había auténticos maestros del disfraz. "De cartero, basurero, instalador de televisión por cable…", pero "los mejores eran en los que no tenías que hablar" porque era más difícil que los mordieran.

Pero la satisfacción que proporcionaba un trabajo con un alto número de arrestos y un porcentaje elevado de condenas, tenía también muchos momentos ingratos. Más allá de tener que rebuscar entre tuberías llenas de heces y orines las dosis que los narcos tiraban al váter para deshacerse de ellas, "o coger por los tobillos a Rocío, una compañera, para que recuperase droga escondida en sitios nauseabundos", están los momentos en los que un miembro del equipo estaba en apuros. Como aquel mascarita que sufrió una caída y quedó ensartado por una pierna por una gavilla de acero o cuando alguien era acorralado en un portal por los que trataban de impedir el arresto de un narco.

Bombi ha sido testigo directo de cómo estos barrios se fueron transformando en grandes superficies de la droga en los que las viviendas eran franquicias de algún clan a la que a diario acudían ríos de toxicómanos en busca de su paquetilla. "Una madre no denunciaría a su hijo ni por asesinato, pues yo he escuchado a muchas que nos rogaban que lo detuviésemos. Familias destrozadas, machacadas y desesperadas que veían cómo su ser querido les conmsumía a diario".

Durante esas horas de espera en el vehículo de vigilancia han visto evaporarse, de una forma lenta, y casi cadenciosa, la juventud de muchas personas atrapadas en una jeringuilla o un trozo de papel de aluminio. Bombién tiene grabado el rostro de un chico, "hijo de un capitán", que acabó muriendo de sobredosis. "Era estudiante de Medicina, pero se enganchó y acabó destrozado. Obligaba a prostituirse a su novia, también toxicómana, y finalmente acabó dando palos a los clientes a los que creía que podía intimidar".

Foto: Exterior de la 'narcotorre' de la calle Cabriel de Málaga, en 2018. (Álex Zea)

Tampoco olvida el caso de "un médico muy famoso" que se movía con total tranquilidad por estas barriadas conflictivas porque "estaba protegido" por los traficantes. ¿El motivo? Era un consumidor vip: "Cada vez que iba, se gastaba 300 euros en coca", explica este policía, que reconoce que durante esas vigilancias observó a conocidos comprando dosis. "De algunos lo intuía, pero otros fueron una sorpresa".

Sisi cuenta que, a pesar de la penurias de ese tipo de trabajo, su marido "rejuveneció 20 años haciendo lo que le hacía feliz". "¡"Y aún sigue creyendo que tiene la edad de los chicos jóvenes del grupo!", añade entre risas.

En medio de una revolución

Los 18 años en Pequeño Tráfico tuvieron un paréntesis de dos y medio en los que que acabaría haciendo honor al mote de Bom, James Bom, que le puso su esposa. Fue entre 2010 y 2012. Un periodo en el que trabajó para la seguridad de la embajada en Libia y acabó inmerso en el estallido de la Primavera Árabe, bombardeos, evacuaciones y la caída y asesinato de Muammar el Gadafi.

Bombién relata que la experiencia, que "sirvió para deshacerme de la hipoteca de la casa", no empezó nada bien. La ruta aérea de Alitalia era Málaga-Madrid-Roma-Trípoli, y el primer contratiempo fue que "nos perdieron las maletas en Italia, por lo que nada más aterrizar tuvieron que pertrecharse de ropa, sábanas…". Pero la cosa no quedó ahí. "Cuando el avión iba a tomar tierra en Trípoli, vemos que vuelve a elevarse. Y eso se repite en un segundo intento. Los pasajeros que teníamos a nuestro alrededor comenzaron a rezar en árabe, y ahí nos asustamos. Aunque finalmente aterrizó". Lo que pasó, explica, es que había una tormenta de arena que dificultó la maniobra.

"Un chico de unos 17 años, pasó a mi lado jugando con un AK-47. De pronto, se escuchó un disparo y de su pierna brotaba un chorro de sangre"

La estancia en la capital libia transcurría con normalidad. El trabajo en la embajada era cómodo y podía viajar por el país para conocerlo. "Muchos nos confundían con italianos porque Libia fue colonia de Italia", recuerda como anécdota de una experiencia que hasta entonces era bastante plácida y que se torció trágicamente.

Aunque las informaciones sobre las revueltas en Túnez obligó a incrementar las precauciones, la quiebra del statu quo en Libia tuvo una fecha concreta: el 17 de febrero de 2011. Fue el día en el que se inició una revolución ciudadana contra el régimen de Gadafi que acabó de forma sangrienta. "Desde los helicópteros dipararon a la gente y, según se publicó, murieron 260 personas. Aunque lo peor ocurrió al día siguiente, ya que los ataques se repiten en los entierros de los fallecidos".

Las autoridades españolas cerraron la embajada y tuvieron que decretar una evacuación dirigida por el Grupo de Operaciones Especiales (GEO) que acabaría complicándose con situaciones puntuales. "En el desierto estaba atrapado un grupo de moteros y hubo que desplazar a unos conseguidores y fletar un avión para que lo sacaran de allí". Y en el puerto se encontraba atracado un barco que era una fábrica flotante con el que también hubo problemas. "Los libios dejaban salir a la tripulación de españoles y coreanos, pero decían que el barco se quedaba allí. Y la única opción para dejarlo partir era que soltaran dinero".

El grueso de la salida de nacionales se produjo el 19 y 20. Un momento en el que se vivieron situaciones muy tensas. "Estábamos en el aeropuerto, y la policía libia, portando barras de acero y unos martillos con el mango muy largo, salía y golpeaba a las personas que guardaban cola. Y no te creas que preguntaban de dónde eras, ni a dónde ibas".

placeholder La Primavera Árabe, toda una experiencia que cambió su vida. (Cedida)
La Primavera Árabe, toda una experiencia que cambió su vida. (Cedida)

Bombién echa la vista atrás para describir situaciones increíbles. Primera: cuando en la calle le pidieron que se identificara y al entregar el pasaporte a un militar, "éste me pegó la foto a la cara" para comprobar que eran la misma persona. Segunda: "Nos pararon en un control y uno de los milicianos, un chico de unos 17 ó 18 años, pasó a mi lado jugando con un AK-47. De pronto, se escuchó un disparo y de su pierna brotaba un chorro de sangre. Se había dado un tiro el solo, y segundo antes había pasado junto a mí". Tercera: el día que pasaron por las proximidades del palacio de Gadafi y la gente que lo había asaltado "se estaba llevando hasta los cables". Y cuarta: el instante en el que a un vigilante de seguridad de la embajada, natural de Guinea Conakry, "le dieron un tiro en el culo".

De las cosas que tiene más frescas en su memoria, los asesinatos ideológicos y los ajustes de cuentas por envidias y rencillas. "Estabas durmiendo y, de pronto, a las tres de la madrugada, escuchabas gritos en la calle. Te asomabas a la ventana y veías como sacaban de su casa a un hombre de los pelos mientras su mujer y sus hijos lloraban detrás". Todos sabían que ese padre no iba a volver.

Confiesa que sintió miedo, pero que se fue disipando conforme trabscurrían los días. Mucho tiempo lo pasaba encerrado en la embajada, y cuando podía hablar con Sisi por el teléfono satelital del embajador, le decía que el ruido de las bombas y las trazadoras eran fuegos artificiales que lanzaba la gente para celebrar.

Foto: Un proyectil localizado tras uno de los tiroteos. (EC)

Víctor, que ha cumplido la tradición de que haya un Bombién en el cuerpo, cuenta que entonces era un veinteañero y que, aunque su padre estaba tranquilo y le contaba "con total normalidad" lo que estaba pasando, él no podía evitar sentirse preocupado. En aquellos días "no dormía mucho", reconoce su madre.

Segundas partes pueden ser buenas

Poco antes de que en agosto de 2012 se casara su hijo Luis, Bombi regresa a España y se reincorpora al Grupo de Pequeño Tráfico. Nuevo jefe, nuevos compañeros. Entre ellos, al que muchos consideran su sucesor. Un agente que, desde el anonimato, se deshace en elogios.

"Es el tío que con más clase ha derribado puertas, siempre con su niqui y sus zapatos de marca", bromea, para después explicar que José Antonio es "un policía vocacional, de los que disfrutan con su trabajo y que hasta el último día ha conservado la misma ilusión que tuvo el primero".

Los dos han estado presentes en las más importantes operaciones contra el menudeo que se han llevado a cabo en Málaga en los últimos años. Un trabajo en primera línea que ha sido extremadamente valioso cuando los clanes ha elevado la intensidad de su violencia.

Para sus compañeros, Bombién es "un policía de los que a lo largo de tu carrera te encuentras, como mucho, a dos"

"Antes había patriarcas, como Justo, al que respetaba todo el mudo, pero conforme han ido desapareciendo estas figuras, las nuevas generaciones que han ocupado su lugar han impuesto métodos más agresivos", cuenta José Antonio. Son los narcos de los nuevos tiempos. Tipos que publican videos en Facebook "regalando fajos de billetes de 50 euros a niños que acaban de hacer la comunión" y a los que, además de por tráfico de drogas, se les persigue por blanqueo de capitales.

El ahora inspector jefe Diego Pulpillo tuvo entonces a Bombién bajo sus órdenes. Fue una etapa en la que "me apoyé mucho en él" porque es "un líder para el grupo". "Una persona de la que deben de aprender los policías nuevos", que "se crece ante el reto y las dificultades" y que "no se achica ni frustra".

"Deja un gran agujero. Perdemos a alguien muy valioso, pero nos quedamos con todo el bagaje, el acervo inmenso de conocimiento, experiencia y sabiduría que ha aportado a sus compañeros", agrega Pulpillo, que se ha reencontrado con su amigo al hacerse cargo de Delitos contra la Persona y Patrimonio.

Atracos: un nuevo reto

En esta sección se encuentra el Grupo de Atracos y Delitos Violentos. La última parada profesional de Bombién. Una unidad que esta última semana disfrutaba de los últimos días con "un policía de los que a lo largo de tu carrera te encuentras, como mucho, a dos", explican el jefe de la unidad, Javier Castillo, y su segundo, Juanmi Martínez.

"¿Quién no conoce a Bombi? Sólo hay que darse una vuelta por todos los grupos y comprobar cuánta gente de más de 50 años hay". "Es un tío con muchas virtudes, por eso le hemos dicho que nos da igual que entregue la placa y lo que quiera, que va a tener que seguir viniendo a los registros", bromean los inspectores, que cuentan que para el equipo "fue un palo" cuando hace poco más de tres meses sufrió una caída en la calle y se le diagnosticó fractura de tibia y peroné.

placeholder Bombién, en el momento que practicaba su última detención, días atrás con el Grupo de Atracos. (Cedida)
Bombién, en el momento que practicaba su última detención, días atrás con el Grupo de Atracos. (Cedida)

Muchos pensaron que se iba a jubilar estando de baja. Pero Bombi, como lo llaman cariñosamente, tenía claro que eso no iba a pasar. "Nosotros tampoco lo íbamos a permitir, porque habríamos ido a recogerlo a su casa todos los días, o traelo en brazos, si hubiese sido necesario", apostilla Juanmi.

Bombién fue intervenido quirúrgicamente y dos días después ya estaba iniciando una recuperación que aún continúa. Se reincorporó el pasado día cuatro y, a pesar de que aún arrastraba una leve cojera, desde ese preciso momento retomó su participación en las investigaciones.

El 11 de abril colocó las esposas a su último detenido. Un tipo grande con un sorprendente parecido con Mesut Özil, el intermitente mediapunta turco que jugó en el Real Madrid. Fue un gesto de respeto de sus compañeros hacia alguien que es historia policial en Málaga. "Me da mucha pena que se jubile, pero compensa la alegría de sentir cuánto lo quieren", comenta Sisi. Bombién, a su lado, lamenta: "Ahora es cuando mejor me lo estaba pasando". Honores.

La alarma estaba programada mucho más tarde, pero José Antonio Bombién se ha despertado a las 6:30. Sisi’, a su lado, decide levantarse también, a pesar de que queda mucho para tener que ir a dar clases al colegio. Bombi, como lo llaman sus compañeros, "parece que está nervioso", comenta su esposa, aunque él se desenvuelve en la cocina como una mañana cualquiera. Pero no. No era una mañana cualquiera. 42 años y nueve meses después de estrenar el uniforme de la Policía Nacional, el pasado viernes cruzó por última vez las puertas de la Comisaría Provincial de Málaga estando en activo. Una rutina que ahora le será ajena y que provoca un extraño vacío interior en todos los que le han acompañado durante su carrera.

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