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Fervor por los 2000: lo cani está de moda (y por eso Omar Montes canta con Las Chuches)
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Fervor por los 2000: lo cani está de moda (y por eso Omar Montes canta con Las Chuches)

El cantante madrileño ha hecho una nueva versión de 'El pantalón' un tema del grupo cordobés de 2004 que fue un éxito en Andalucía. Sigue los pasos de C Tangana con La Hungara en la resignificación de la cultura pop

Foto: Omar Montes en su actuación en la final de la Copa del Rey de Sevilla. (EFE / Julio Muñoz)
Omar Montes en su actuación en la final de la Copa del Rey de Sevilla. (EFE / Julio Muñoz)

Un andaluz que vivió la adolescencia en los 2000 sabe perfectamente lo que ocurre cuando una canción empieza con unos sintetizadores y el jaleo que se oye cuando uno llega a un mercadillo. Es el comienzo de El pantalón, una de las canciones más populares de Las Chuches, ese grupo formado por tres adolescentes cordobesas, Sara, Martina y Melody, que entre 2004 y 2006 se colaron en los Nokia de esos chavales que se pasaban música por infrarrojos. Dos décadas después, Omar Montes se propuso hace unos días cambiar eso en un nuevo capítulo de la explotación de la nostalgia, marca de la casa de la generación que escuchaba El pantalón, ahora tienen entre 25 y 35 años y volverán a escucharlo en sus iPhone.

"No se reduce solo a Omar Montes, está más extendido", explica Marina Hervás, doctora en Filosofía y coordinadora del área de Música de la Universidad de Granada. Esta tinerfeña alude al concepto de "retromanía", acuñado por el crítico musical inglés Simon Reynolds y que lo define como la "obsesión del pop con su propio pasado". Ahí encaja la versión que María Escarmiento ha hecho del Puedes contar conmigo de La Oreja de Van Gogh, que salió solo un año antes que El Pantalón y vuelve a llenar discotecas, aunque en una versión acelerada. La diferencia es que los donostiarras encabezados por Amaia Montero hablaban de viajes a París y tardes de invierno por Madrid, mientras que Las Chuches cuentan en su hit cómo buscaban un pantalón que les quedase "bien estrecho y vacilón".

Pero el cantante de Carabanchel no es, ni mucho menos, el primero que se ha acordado de la música que, en su contexto temporal, encajaba con la estética de los pendientes de coral y el chandal blanco. Otro capitalino, Antón Álvarez Alfaro, C. Tangana, recuperó en su disco El Madrileño a La Húngara para la cultura pop española. Y lo hizo también para aquellas personas que en los 2000 escuchaban El Canto del Loco y la sevillana que canta Tengo que impedir esa boda les suena a otro idioma. "Es un intento por recuperar el flamenquito a través del pop", cuenta Pablo Caldera, crítico cultural que alude al citado disco y su apuesta de Tangana por la "cultura folclórica de barrio española". La diferencia es que el madrileño "elimina cualquier elemento de base regional, de periferia" en su disco más exitoso.

"Último día para disfrutar de este tema sin que esté gentrificado", publicaba en su cuenta hace unos días un tuitero. Lo que ha ocurrido con El pantalón no es, en puridad, una gentrificación. Este concepto se aplica a la popularización y rehabilitación de barrios y la posterior llegada de nuevos habitantes y negocios de clase media-alta que acaba provocando la expulsión de los pobladores originales. Pero el tuitero no va desencaminado. "Lo de tomar elementos denostados del pasado y revisitarlas es una forma de nostalgia que pasa por una resignificación", apunta Marina Hervás, que cree que esa nueva visión no solo resignifica al producto cultural, sino también la "legitimidad" de quien lo visita. "Y suele ser casi siempre en una relación de arriba a abajo", zanja.

Foto: El cantante Omar Montes, durante una grabación. (Amazon Prime Video)

Así se explica la popularización de El pantalón y la apuesta de Omar Montes por recuperar este tema que trata de cómo una chavala va buscando un pantalón por el mercadillo para que la mire el niño que le gusta. "Yo no salgo de la duda, no he visto cosa más rara que una gitana en la torre replicando las campanas", dice la parte rapeada de esta canción, que no tenía videoclip cuando salió, hace 20 años, pero que ahora sí lo tiene. Montes y Lola Índigo, que también participa en la revisión del temazo, no se fueron a la ciudad natal de Las Chuches, aunque se quedaron cerca. Con solo dos de las integrantes del grupo original ―Melody abandonó la música― han trasladado el mercadillo de la canción a Su Eminencia, en Sevilla; mientras que la fachada del edificio donde hace su solo la extriunfita granadina es la antigua Induyco, una filial de El Corte Inglés que abrió en esta zona de la capital andaluza situada entre el Polígono Sur y el Cerro del Águila y que sufrió las consecuencias de la desindustrialización de los años 80.

En poco más de una semana, el vídeo acumula casi 2 millones de visitas. Todavía está lejos del anterior single de montes, La Sevillana, que se grabó apenas a unos cientos de metros de su colaboración con Las Chuches. Montes se alió en esta ocasión con Manuel Jiménez, un joven de las Tres Mil Viviendas que se ha convertido en influencer contando el día a día del barrio más pobre de España y ya tiene 286.000 seguidores en TikTok y acumula 5,8 millones de me gusta. El propio Montes contó en El Hormiguero que la idea de llamar a las cordobesas le surgió después del éxito de La sevillana. Y por eso ha aplicado la misma fórmula y ha buscado el apoyo de fenómenos de las redes sociales como el "pianista flamenco" Elegancee o una influencer sevillana experta en mercadillos, La Pelo.

"Omar Montes ejerce de caballo de Troya de la industria en la clase obrera", considera Pablo Caldera, que cree que el cantante de Carabanchel practica la "tokenización" de su condición de chico de barrio. "Es millonario, pero reconoce que no puede no vivir en Pan Bendito y se erige en representante de la clase obrera", abunda este crítico cultural que también detecta cambios en la estética de Lola Índigo y habla de una "chonificación": "Parecía que quería ser una estrella del pop al estilo europeo o americano y ahora se parece más a una folclórica de barrio". Caldera cree que hay ciertos peligros en estas prácticas y por eso lamenta la apropiación por parte de la industria de los elementos propios de las periferias urbanas. "Me parece una derrota de la clase obrera en términos culturales", asegura, al tiempo que admite que es muy difícil luchar contra ese fenómeno.

Para este crítico cultural y escritor, lo que hace Montes en El pantalón o Tangana en El madrileño es un "desquicie temporal", una nostalgia atípica que busca volver "al recuerdo de un placer pasado". Y tiene que ver también con la "incapacidad" que, en su opinión, tienen los creadores musicales para "generar un sentimiento nuevo, nuevos mecanismos de placer". Esta exposición del crítico cultural, madrileño de un barrio popular como Vallecas, concuerda con otras expresiones culturales más allá de la música y encaja con la apuesta por los remakes o la profusión de sagas que acumula el cine más comercial en los últimos años. Esto no haría descartable que el siguiente paso sea escuchar la nueva versión El pantalón en la banda sonora original de la última secuela de 8 apellidos vascos y que sea Belén Cuesta la que cante aquel rap que es casi un mito entre esos adolescentes andaluces que hoy se acercan a la treintena y que nunca ha dejado de escucharse en las ferias de la comunidad en todos estos años alejado de lo mainstream.

Un andaluz que vivió la adolescencia en los 2000 sabe perfectamente lo que ocurre cuando una canción empieza con unos sintetizadores y el jaleo que se oye cuando uno llega a un mercadillo. Es el comienzo de El pantalón, una de las canciones más populares de Las Chuches, ese grupo formado por tres adolescentes cordobesas, Sara, Martina y Melody, que entre 2004 y 2006 se colaron en los Nokia de esos chavales que se pasaban música por infrarrojos. Dos décadas después, Omar Montes se propuso hace unos días cambiar eso en un nuevo capítulo de la explotación de la nostalgia, marca de la casa de la generación que escuchaba El pantalón, ahora tienen entre 25 y 35 años y volverán a escucharlo en sus iPhone.

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