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Un campamento para 'pijihippies' en una isla de Ávila: "La gente se siente libre; en una burbuja"
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Un campamento para 'pijihippies' en una isla de Ávila: "La gente se siente libre; en una burbuja"

¿Qué hacen 200 personas en un islote en el pantano de Burguilllo? El ideólogo de este plan echaba de menos la sensación de irse de campamento cuando era niño, así que creó el suyo propio. Esgrima, capoeira y enredos nocturnos

Foto: Un taller de Pole Dance en La Isla. (Cedida/Edu Espiritusanto)
Un taller de Pole Dance en La Isla. (Cedida/Edu Espiritusanto)
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Hace cosa de siete años –en el idílico mar Caribe–, estuvo a punto de celebrarse el mayor festival de lujo en una isla privada de la historia. Las entradas costaban miles de dólares, se ubicaba en las paradisíacas Bahamas y contaba con invitados de la talla de Kendall Jenner. Al final, la cita fue un auténtico fracaso. El caos inundó aquel archipiélago caribeño, el promotor fue condenado a seis años de prisión por fraude, y los famosos que soñaban con un festival con menú gourmet terminaron comiendo un triste sandwich mixto. Por suerte, este es solo el relato del polémico y desastroso Fyre Festival. Y sea como fuere, prendió el interés por los eventos en enclaves naturales de propiedad privada. La realidad es que en España se celebra algo parecido –salvando las distancias–, con tarifas lowcost, mejor organización y, sobre todo, con finales mucho más felices.

La spanish version se ubica en la provincia de Ávila. En mitad del pantano de Burguillo, a una hora y cuarto de la ciudad de Madrid, existe una isla privada de una hectárea de tamaño. El actual propietario, que heredó el enclave natural de su abuelo, la alquila de tanto en tanto para eventos puntuales. Es probable que nunca imaginara que en su patrimonio millonario terminaría celebrándose una cita anual tan, tan inusual. Hace cuatro años que el dueño conoció a Ignacio, un chaval de 30 años que le presentó una idea diferente: montar un campamento para adultos. "Echaba de menos la sensación de cuando mi madre me dejaba en el autobús y me iba dos semanas en verano", señala este ingeniero, promotor musical e ideólogo del concepto isleño, Ignacio del Hierro.

Las consecuencias de su nostalgia infantil han culminado en una fiesta veraniega de 200 pijihippies (en su mayoría madrileños) en una isla haciendo esgrima. Bienvenidos a La Isla, el campamento-festival que mezcla los talleres de Pole Dance y yoga con conciertos, tiendas de campaña, música electrónica y alguna trampita nocturna. "La energía que se crea es muy mágica. La gente se siente en una burbuja. Salen parejas todos los años", explica Ignacio, Pipo en adelante. Además, al tratarse de un evento privado, y tal y como confirma la Guardia Civil, no requieren de autorizaciones legales de la Benemérita.

Para entender realmente qué es la Isla, este periódico se desplazó al espacio donde surgieron las primeras lluvias de ideas: el sótano de una tapicería en la calle Santa Ana, en La Latina. En el subsuelo de este negocio tradicional, Ignacio, Lloch (su novia) y Xácome (su socio) ultiman los detalles para el campamento de este año. Cuentan con una sala insonorizada, mesas de mezclas y un amplio espacio donde almacenar todo el material para el evento. "En 2020, me salió un anuncio en Instagram del alquiler de la isla. Supe que tenía que hacer algo y me puse en contacto con el dueño". Cuatro años después, la mitad de los abonos se venden en apenas 24 horas. El éxito es rotundo.

placeholder Las noches del campamento. (Cedida/Edu Espiritusanto)
Las noches del campamento. (Cedida/Edu Espiritusanto)

El evento

Este fin de semana, un grupo de 200 personas se darán cita en la isla privada del pantano abulense. Para acceder, han tenido que pagar un abono de 200 euros que incluye todo, menos las copas. El isleño llega a una zona del embalse y una lancha le traslada hasta el cayo. Una vez allí, les recibe Ignacio:

"Primero les doy una charla de cómo funciona. Les enseño dónde están los glampings y la zona para poner su tienda, baños, etc. Después, se presenta el chico de seguridad. Cada asistente tiene su número de teléfono por si pasa algo, aunque nunca ha ocurrido nada grave. Es un espacio muy seguro y la atención, personalizada. Hay un trabajador de mi equipo por cada ocho asistentes", explica.

placeholder Vista de las tiendas. (Cedida/Edu Espiritusanto)
Vista de las tiendas. (Cedida/Edu Espiritusanto)

Un buffet de desayuno, piraguas, capoeira… y un buen bolsillo. "Yo al perfil de asistentes les llamo pijihippies. Son gente con gusto, modernos, con dinero, pero que disfrutan de la naturaleza y de sentirse libre. Yo no soy nada hippie, pero se ha creado ese ambiente por la cercanía y conexión que se genera ahí", confiesa. La gente va descalza, en toppless y repiten año tras año: “Los grupos ya reservan los glamping juntos y montan sus orgías, yo ya ahí dentro no quiero saber lo que pasa”.

La diferencia entre este concepto y un festival al uso es el contacto constante entre los asistentes. Al final, esas personas –la media de edad ronda los 35 años– pasan dos días juntos de mucha intensidad.

– En otros macrofestivales la gente está o con sus amigos o con el móvil. Con un poco de suerte, igual te tomas una pastilla y follas. Aquí, al terminar el campamento, todos se conocen entre ellos.

¿El inconveniente? Subir la comida, la bebida y absolutamente todo lo demás –luces, mesas de DJ’s, neveras…— hasta allí. Y la facilidad depende de la altura del agua en ese momento: "Cuando está baja, hay que subir más de 100 escaleras hasta la superficie de la isla".

placeholder Una de las actividades de La Isla. (Cedida/Edu Espiritusanto)
Una de las actividades de La Isla. (Cedida/Edu Espiritusanto)

El único festival de aquel fatídico 2020

Conseguir entradas para La Isla no es tan sencillo. Los promotores lanzan los abonos a la lista de distribución de los asistentes del año anterior… y el boca a boca se encarga del resto. Además, la venta es intermitente; se abre y cierra en función de la cercanía al evento.

Tampoco existe esa publicidad masiva como el MadCool o el BBK: "Somos más underground", dicen. Entonces, si el aforo es muy limitado y la difusión es poca, ¿por qué tuvo tanto éxito desde su primera edición? La clave está en aquel fatídico 2020. El ansia por el meneíto tras el confinamiento provocó que La Isla lo petase. En cualquier caso, Pipo asegura que el margen de beneficio es poco, pero que disfruta más de organizar todo este sarao que de estar sentado "en una oficina de Deloitte".

Además, organizar todo este sarao no es cosa de una sola persona. El colectivo artístico Rastro Live –capitaneado por Xácome Froufe— se asoció con Pipo para impulsar La Isla. Durante el año, se celebran diferentes eventos y fiestas en diferentes garitos de la capital; en incluso en el subsuelo de la tapicería de La Latina. De esta forma, también, se difunde la existencia del campamento para adultos por la que luego se interesan. Al final, todo queda en casa. La profesora de yoga es Lluch, una joven de 28 años que se formó en La India… y es pareja de Pipo. El equipo al completo suma unas 30 personas; en su mayoría, familiares, amigos y conocidos del promotor.

placeholder Ignacio y Xácome. (A.F.)
Ignacio y Xácome. (A.F.)

"Todos los años se queja alguno", dice refiriéndose a los vecinos. Fuentes de la Guardia Civil explican que las viviendas más próximas se ubican al otro lado del embalse, por lo que la distancia con La Isla es considerable. Pipo señala que, a pesar de estar aislados, el embalse hace eco y puede alcanzar las casas. En cualquier caso, el evento se celebra solo una vez al año.

Hace cosa de siete años –en el idílico mar Caribe–, estuvo a punto de celebrarse el mayor festival de lujo en una isla privada de la historia. Las entradas costaban miles de dólares, se ubicaba en las paradisíacas Bahamas y contaba con invitados de la talla de Kendall Jenner. Al final, la cita fue un auténtico fracaso. El caos inundó aquel archipiélago caribeño, el promotor fue condenado a seis años de prisión por fraude, y los famosos que soñaban con un festival con menú gourmet terminaron comiendo un triste sandwich mixto. Por suerte, este es solo el relato del polémico y desastroso Fyre Festival. Y sea como fuere, prendió el interés por los eventos en enclaves naturales de propiedad privada. La realidad es que en España se celebra algo parecido –salvando las distancias–, con tarifas lowcost, mejor organización y, sobre todo, con finales mucho más felices.

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