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Ada Colau, las luces y sombras de la lideresa de Barcelona
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PRIMERA ALCALDESA

Ada Colau, las luces y sombras de la lideresa de Barcelona

La antigua activista se propuso dar un vuelco a una ciudad pensada para el siglo XIX y sus rivales la acusan de gobernar teniendo en cuenta únicamente a los suyos

Foto: Colau preside su último pleno en el Ayuntameinto. (EFE/Andreu Dalmau)
Colau preside su último pleno en el Ayuntameinto. (EFE/Andreu Dalmau)
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Ada Colau hizo historia en 2015 por dos razones fundamentales: fue la primera mujer en asumir la alcaldía de Barcelona y fue la primera alcaldesa que representaba a una fuerza política que se encontraba a la izquierda del socialismo, considerado hasta entonces la izquierda por excelencia. Por primera vez entraba en el Ayuntamiento con fuerza un conglomerado de partidos entre los que estaba ICV, la heredera del PSUC, es decir, el partido comunista catalán, los verdes, la izquierda inconformista con toques anarquistas o independentistas y un sector emergente conectado con plataformas ciudadanas, vecinales y de movimientos alternativos.

Articular una fuerza cohesionada entre tal marabunta de pareceres no era fácil, pero Ada Colau supo maniobrar en las procelosas aguas de esa nueva izquierda, cuyo germen primigenio se encuentra en el movimiento del 15-M, y le dio no solo contenido, sino que conformó una plataforma política que, tras cosechar 176.612 votos en 2015, retuvo 156.493 votos en 2019, aunque perdió los comicios frente a una emergente ERC.

Foto: Jaume Collboni, con el bastón de mando tras la apretada votación. (Cordon)

En 2015, fue designada alcaldesa, con 11 concejales, gracias a los votos socialistas, republicanos y un concejal de la CUP, desbancando al candidato de CiU y alcalde de 2011 a 2015, Xavier Trias, que quedó segundo en la carrera electoral y sacó 10 ediles En 2019, ganó Esquerra, pero las aritméticas municipales descabalgaron al candidato republicano, Ernest Maragall, y Colau volvió a erigirse como alcaldesa gracias al apoyo incondicional de los socialistas de Jaume Collboni y a tres votos de la mitad del grupo de Ciudadanos, con el exsocialista Manuel Valls a la cabeza, que votó a Colau para evitar que gobernase la ciudad Maragall.

Lo cierto es que en 2015 la victoria convirtió a Colau en un referente político de la nueva izquierda. Acababa de nacer una estrella, una lideresa que en los siguientes años pondría de manifiesto su olfato político y su cintura como hábil estratega. Detrás tenía un cerebro gris en marketing: Adrià Alemany, su marido, con quien trabajaba ya desde los tiempos en que crearon la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH). Era una situación paradójica: la PAH la funda una persona que jamás tuvo hipoteca, que nunca sufrió en carne propia el desalojo hipotecario y cuya familia se dedicaba, precisamente, a negocios inmobiliarios, con una gestoría, como su tío, o de intermediaria inmobiliaria, como su madre. Pero Colau también tenía detrás como apoyo a un conglomerado ideológico potente, articulado en torno al Obeservatorio DESC, de donde ella cobraba el sueldo hasta entrar en política. Un sueldo, dicho sea de paso, subvencionado íntegramente por el entonces alcalde, Xavier Trias, al que luego desbancaría.

Críticas de los rivales

Sus detractores no se privan de criticarla por su volubilidad ideológica y falta de coherencia. Lo cierto es que, cuando llegó a Barcelona, anunció algunas líneas de actuación alarmantes: prometió que no iba a acatar las leyes que considerase injustas. "Si hay que desobedecer leyes injustas, se desobedecen", proclamó días antes de ser encumbrada a alcaldesa. También anunció que quería desalojar de Barcelona el Mobile World Congress, la mayor feria tecnológica del mundo y el principal evento que organizaba Barcelona. Se trata de un acontecimiento que deja en la ciudad 600 millones de euros. "No es nuestro modelo de crecimiento", argumentaron los comunes. Otro de sus anuncios era la disolución de los antidisturbios de la Guardia Urbana, para transformar este cuerpo en una policía de proximidad.

No cumplió ninguna de esas promesas, salvo en caso de los antidisturbios, solucionado a medias porque cambió la Unidad de Apoyo Policial (UAP) por la Unidad de Refuerzo de las Emergencias y Proximidad (UREP), con competencias más recortadas en materia de orden público. Pero sí imprimió al Ayuntamiento de Barcelona matices propios: paralizó todos los planes urbanísticos e inició una auténtica cruzada contra el turismo y los cruceros, combatiendo los pisos turísticos que proliferaban por la ciudad. Desde amplios sectores de Barcelona le afearon su falta de cintura política a la hora de negociar iniciativas municipales con los gremios, las plataformas vecinas e incluso con los sindicatos, que le llegaron a plantear una huelga. Tenía también otros planes: echar del ayuntamiento a los grandes bancos y operar solo con la banca ética, restar contratos a las grandes empresas y municipalizar los principales servicios públicos: agua, electricidad y cementerios. Todos estos proyectos le salieron mal. "Su promesa de viajar en transporte público le duró un telediario, pero nadie se lo reprocha, porque ya se sabía que ésa era una promesa que no cumpliría nunca", le atizan desde la oposición.

Foto: La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, este miércoles en el último pleno de su mandato. (EFE/Andreu Dalmau)

Sus grandes batallas se concentraron luego en el ordenamiento urbano, con especial atención a la "pacificación" de calles y el veto al coche privado. Ahí nacieron los proyectos de superislas, o manzanas acotadas al tráfico. "Aprovechando el encierro por la pandemia, gastó dinerales poniendo bolas de cemento en las calles, barricadas de un chillón color amarillo y antiestéticas pintadas de calzadas, convirtiendo Barcelona en una ciudad fea", se queja un concejal de la oposición. Critica también las oportunidades perdidas: el rechazo a los hoteles de Four Season o Praktik, la negativa a la World Race, las dudas sobre la Fórmula 1, que amenaza con fugarse a Madrid, el fiasco de la instalación del Hermitage o la huida de la Agencia Europea del Medicamento, en la que no movió ni un dedo para que se quedase en Barcelona.

El listado de agravios de sus enemigos es enorme: desde los planes de usos de la ciudad hasta la permisividad con los okupas, la proliferación de clubs de cannabis, la eliminación de la pista de hielo en la plaza de Cataluña cada Navidad, "para cambiarla por un mercadillo donde se distribuye especialmente propaganda anarquista e independentista, por no hablar de las compresas reutilizables o las bolas chinas", la eliminación de los belenes tradicionales o la reciente ruptura de relaciones con Israel, una decisión unipersonal suya, pese a que el pleno le ordenó reestablecer las relaciones. También levanta protestas porque, unilateralmente, decidió retirar la candidatura olímpica para organizar unos JJOO de invierno en el Pirineo, sin haber consultado antes a los municipios afectados. "Es una forma de actuar típico de ella: solo hace lo que le interesa", critican sus adversarios.

Los suyos la defienden

Desde la oposición, le llueven críticas. "Es una persona en la que no puedes confiar porque no tiene ningún reparo en dejar tirados a los demás. Ha sido nefasta para Barcelona. Si se pregunta a los ciudadanos si Barcelona está mejor o peor que cuando ella la cogió, dudo que haya mucha gente que diga que está mejor. Creó problemas donde no exístían, como en el urbanismo o la limpieza. Además, desde hace un tiempo, los ciudadanos perciben que la inseguridad es el principal problema de la ciudad" dice un concejal de la oposición que ha convivido con ella estos 8 años. Pero, sin embargo, asevera que "en el trato personal, en la distancia corta, es un animal político. Es más, diría que es buena tía, por mucho que como política sea un desastre".

Los comunes no tienen esa percepción. "Que digan una cosa que hizo mal. Es cierto que en cuestión urbanística hemos roto moldes, porque hemos puesto en duda el plan racional de un arquitecto del siglo XIX que había pensado la ciudad para una densidad de población menor. Pero con la densidad actual y el problema del vehículo privado, hay que tomar otras medidas. Colau tuvo la osadía de romper esos moldes decimonónicos, pensando no solo en el beneficio social o de salud, sino en el beneficio medioambiental que proporcionan las restricciones de tráfico y la pacificación de calles", dice una persona cercana a la alcaldesa.

Ponen en su lado de la balanza la disminución de la polución, la pacificación de calles o incluso una decisión que parte de la oposición deplora: las faraónicas obras del tranvía por la Diagonal, cortando en dos la ciudad con este transporte, cuando se podría haber dado cobertura al transporte público por esa avenida con un carril exclusivamente para autobuses eléctricos, con el consiguiente ahorro de unas obras que se dispararán a más de 100 millones de euros.

"Decisiones valientes"

Pero desde las filas de los comunes defienden las iniciativas. "Se han tomado decisiones valientes y no le tembló el pulso a pesar de saber que iban a ser utilizadas en su contra", subrayan. Y, aunque critican con dureza la proliferación de carriles bici, sobre todo en algunas calles que son arterias, los comunes lo justifican subrayando que hay demanda social y que esa demanda irá a más.

"Lo que ha habido es otro planteamiento de ciudad. Queremos una ciudad amable con la gente, que no sea una ciudad para los coches ni un coto privado de cuatro poderosos. Por eso se ha enfrentado a los lobbies, tanto inmobiliarios como de servicios o de obras. Y hemos tenido que aguantar campañas de fake news muy potentes, como las que la han llevado a los tribunales diciendo que benefició con subvenciones a determinadas entidades", dicen en el entorno de Colau. Destacan también que no dudó, por ejemplo, en rescindir los polémicos contratos de la plaza de Glòries y realizar otro nuevo. En ese asunto, le presentaron una demanda y fue condenada a indemnizar a las empresas que se habían llevado las adjudicaciones, pero maniobró para no tener que pagar los millones de indemnización que le pedían. Las empresas a las que quitó las obras no recibieron la compensación, pero siguen trabajando para el Ayuntamiento con adjudicaciones millonarias.

En materia política, sus rivales son categóricos: "Durante sus mandatos, se dirigió mucho a su público. Se puede decir que, en este sentido, ha sido un poco sectaria. Por tanto, su gran problema es que no gobernó para todo el mundo, sino para los que le les interesaba". También la califican de "muy ambiciosa". Y nadie puede discutirle que es tan hábil política que, ante éxitos municipales a los que en principio se había opuesto y que fueron logrados gracias a la tozudez de su socio Jaume Collboni (como lograr la Copa América de Vela para 2024), luego se haya colgado ella la medalla del logro.

placeholder La alcaldesa de Barcelna, Ada Colau, colgó la bandera arco iris en el balcón del Ayuntamiento de Barcelona. (EFE/ Andreu Dalmau)
La alcaldesa de Barcelna, Ada Colau, colgó la bandera arco iris en el balcón del Ayuntamiento de Barcelona. (EFE/ Andreu Dalmau)

Sus detractores le critican que se arrogue éxitos que no le tocan, como la bajada del precio del transporte público, provocada por el Gobierno central pero que ella se atribuye. Los rivales le echan en cara también el tener un cierto síndrome de Zelig: la mimetización con situaciones o personas. Así, en el día del Orgullo LGTBI, anunció que era bisexual y que había tenido una novia; con motivo del escándalo de títulos universitarios regalados a políticos, anunció que a ella también se lo habían ofrecido, aunque luego rectificó; en una entrega de premios feministas y en plena polémica de la manada de violadores, dijo que ella también había estado a punto de ser violada en dos ocasiones; y para conmemorar el aniversario del fusilamiento de Salvador Puig Antich, escribió en las redes: "Hace 41 años, el régimen fascista mató a Puig Antich en Barcelona y horas después nací yo".

En el plano personal, la cosa cambia. "En la distancia corta, sabe ser afable. Ha tenido detalles, como interesarse por cuestiones personales de concejales que tuvieron algún problema o cosas similares. Pero ésa es una cuestión que sabe modular muy bien". Una persona que la ha tratado explica que ha sufrido una evolución en su forma de ser desde que llegó al Ayuntamiento y que en ocasiones ha tenido "toques" de histerismo cuando las circunstancias le venían mal dadas. Ha pasado malas rachas, como todo mortal, y ha sido más susceptible en ocasiones, como consecuencia, por ejemplo, de una dieta que seguía el año pasado y que la traía "de cabeza" y más nerviosa que de costumbre. Pero subrayan que siempre ha sido muy celosa "con su vida privada. No salió mostrando a sus hijos o su vida privada como hicieron otros alcaldes anteriores", resume una persona que la ha tratado estos años. Aún así, se vio envuelta en un escándalo cuando, en pleno estado de alarma, se desplazó con sus hijos fuera de Barcelona en julio de 2020. La alcaldesa quitó importancia al tema. "Mi compañero está con los niños, pero yo no me marcho, estoy aquí", dijo.

Ada Colau hizo historia en 2015 por dos razones fundamentales: fue la primera mujer en asumir la alcaldía de Barcelona y fue la primera alcaldesa que representaba a una fuerza política que se encontraba a la izquierda del socialismo, considerado hasta entonces la izquierda por excelencia. Por primera vez entraba en el Ayuntamiento con fuerza un conglomerado de partidos entre los que estaba ICV, la heredera del PSUC, es decir, el partido comunista catalán, los verdes, la izquierda inconformista con toques anarquistas o independentistas y un sector emergente conectado con plataformas ciudadanas, vecinales y de movimientos alternativos.

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