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De un bajo de Valencia a símbolo de la cultura hortera: 'Las meninas' dejaron de ser críticas
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De un bajo de Valencia a símbolo de la cultura hortera: 'Las meninas' dejaron de ser críticas

El nuevo documental del Equipo Crónica reabre las diferencias entre la utilización del cuadro de Velázquez como elemento crítico frente a su proliferación como decoración callejera

Foto: En primer plano, 'Menina del Guernica' del Equipo Crónica. (EFE/Javier Belver)
En primer plano, 'Menina del Guernica' del Equipo Crónica. (EFE/Javier Belver)

Las meninas fueron para el Equipo Crónica lo que la lata de tomate para Warhol. Un elemento cargado de simbolismo, reconocido por el gran público que, descontextualizado, repetido hasta la saciedad, adquiría una dimensión crítica. Como en los cambios de estado de la materia, no se trataba de sustraerle la energía al símbolo, sino de reasignarla a través de otros canales. Los artistas valencianos del Crónica lo lograron desde 1964.

Primero con Rafael Solbes, Manolo Valdés y Joan Antonio Toledo al frente, asistidos por Tomás Llorens, y más tarde con Solbes y Valdés, del arte informal al pop art. La toma de Las Meninas de Velázquez como emblema –también del Guernica de Picasso– fue algo así como tirar de los huesos de un cuerpo para traerlo del pasado. Seguían siendo Las meninas, pero ocupaban una función bien distinta a la del origen.

Lejos de un objetivo estético, acercarse a Las meninas era una estrategia que Equipo Crónica parió concienzudamente desde su bajo en la calle Túria de Valencia. Su activismo artístico, frente al franquismo, requería utilizar señuelos poderosos. Adquirir elementos de la alta cultura, con amplia popularidad y con un elevado peso específico en el simbolismo español. Eso les facilitaba captar la atención del espectador, les permitía generar mayor complicidad.

Foto: A subasta un cuadro de Velázquez que robó Napoleón: su valor supera los 30 millones de dólares. (EFE)

Extirpar del siglo XVII a los tótems de Velázquez, traerlos hasta ese ahora de finales de los sesenta con los setenta, era la forma de lanzar un mensaje: esta historia también es nuestra, por tanto, ese relato encorsetado también puede cambiar. Jugar en el mismo territorio para alterar las reglas.

El ideólogo del Crónica, el crítico Tomás Llorens –quien fue después director del IVAM, el Reina Sofía y el Thyssen–, lo explicaba así: “Es innegable que Velázquez representaba una especie de españolidad esencial –que evidentemente formaba parte de la ideología del franquismo– (…), se trataba, de algún modo, de arrancar del contexto de la ideología franquista ese mito de Velázquez”.

Hace apenas unas semanas, en el festival DOCS València 2024, se estrenaba el documental Equipo Crónica. Arte de trinchera, un buen recorrido al sentido político del colectivo artístico y la fuerte impronta crítica de sus obras. Valdés, que cerró las puertas del Equipo a la muerte de Solbes para convertirse en uno de los artistas españoles con mayor éxito de las últimas décadas, testimonia desde Nueva York, su ciudad de adopción. Esa mirada lejana prolonga la distancia temporal respecto a esa época en la que Las meninas eran un artefacto político.

Foto: Sir Frederic G. Kenyon, a la derecha, junto a Sir J. G. Mann y varios responsables de la Junta Central del Tesoro Artístico en la Iglesia del Patriarca de Valencia en 1937. (Biblioteca Nacional)

El codirector de la cinta, Rafa Sesa, valora que “la mayor aportación fue alimentar el debate social y político, y hacerlo con un lenguaje comprensible. Lo conseguían porque entre otros recursos utilizaban un lenguaje universal: el humor, la ironía”. Justo Las meninas ejercían, según Sesa, de icono irónico: “Equipo Crónica se lo roba al franquismo para dárselo al público con una nueva lectura”.

En el documental, Valdés incurre en el habitual sesgo melancólico de creer que, por entonces, había más libertad que ahora. Así lo pronuncia. Aunque cabría preguntarse si, simplemente, es que quienes antes la exigían, ahora ya no la necesitan. La evolución de Las meninas como elemento supuestamente artístico explica parte de esa deriva. Su proliferación por unas cuantas ciudades españolas, especialmente con foco en Madrid, podría llevar a pensar que viven una época dorada como icono resignificado, capaz de ganar la calle, de ocupar el protagonismo, de ser eje artístico español.

No confrontar ni incomodar

El empresario Antonio Azzato, con un gran sentido de la oportunidad, creó Las meninas Madrid Gallery para, año tras año, deslizar un reguero de meninas en poliéster firmadas por personajes populares. Como una especie invasora, ha ido ocupando todas las facetas populares. Imagen turística, souvenir, marquesina publicitaria… Una irrupción justificada por sus impulsores y las autoridades por su acercamiento popular a un tótem de la cultura propia. También por su reverso solidario: parte de sus beneficios tienen fines caritativos (“¿Y si hacemos las donaciones y quitáis ese horror de las calles?”, llegó a pedir el galerista Joaquín García Martín).

Hay un fraude en este nuevo discurso de hacerse valer de la cultura de masas para trasladar un mensaje. A las nuevas meninas, atestadas de logos y convertidas en puro soporte para las marcas que pagan, se les ha vaciado de mensaje alguno. Son solo soportes. Una corteza obligada a camuflarse en las necesidades del momento. Niegan el legado simbólico del que se aprovechan. No es importante si son más o menos feas, si son más o menos comerciales, lo relevante es que su máxima pretensión es no ser nada. No confrontar ni generar incomodidad. Eso no significa que no lo hagan. Incluso que no desarrollen un sentido político. Son una buena manera de expresar un credo sobre la relación entre el arte y la representación social.

Esa renuncia expresa a toda voluntad crítica eleva las diferencias entre la idea primigenia del Equipo Crónica frente a Las meninas de AliExpress. Es la diferencia entre la voluntad artística y el afán decorativo.

Las meninas fueron para el Equipo Crónica lo que la lata de tomate para Warhol. Un elemento cargado de simbolismo, reconocido por el gran público que, descontextualizado, repetido hasta la saciedad, adquiría una dimensión crítica. Como en los cambios de estado de la materia, no se trataba de sustraerle la energía al símbolo, sino de reasignarla a través de otros canales. Los artistas valencianos del Crónica lo lograron desde 1964.

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