Es noticia
Profundizando en la mina
  1. España
  2. Desde San Quirico

Profundizando en la mina

Desayuno con mi amigo de San Quirico. Viene sonriente, con un fajo de servilletas que trae de casa. Todas escritas. Como en los viejos tiempos. Nos preguntamos por las familias y me

Desayuno con mi amigo de San Quirico. Viene sonriente, con un fajo de servilletas que trae de casa. Todas escritas. Como en los viejos tiempos. Nos preguntamos por las familias y me dice: anem per feina”, o sea, a trabajar.

Deja de sonreír. Dice que no le gustó mi artículo de El Confidencial de la semana pasada, el que titulé Este Papa es una mina. Que me fui por las ramas, que me quedé en los gestos, que no profundicé, que no me mojé.

Yo pensaba que, cuando un católico habla del Papa, se moja siempre. Porque los Papas que yo he conocido, o sea, ocho, desde Pío XI al Papa Francisco, hansido exigentes; me han apretado; me han recordado cosas que quizá sabía pero que, con las prisas, se me habían quedado en el baúl de los recuerdos; me han animado a ser mejor persona, a ayudar a los demás, y, sobre todo, me han repetido muchas veces que ser católico no es nada cómodo y que el católico que no se sienta exigido, o es sordo o el que se lo tenía que recordar se ha dedicado a otras cosas.

(De vez en cuando, me salen unos párrafos larguísimos que desafían las reglas de la sintaxis. Para colmo, acabo de leer una novela de un autor americano que escribe parrafadas mucho más largas que las mías y me ha estropeado el estilo un poco más todavía).

Mi amigo coge la primera servilleta. Es de color rosa. Allí tiene una lista de los que él dice que son los temas urgentes en la Iglesia de hoy: la ordenación de las mujeres, la democracia en la Iglesia, la Comunión a los divorciados, la identidad del sacerdote, el celibato, los curas pederastas…

Una vez más, este hombre me arrolla. Porque si en un desayuno con jamón ibérico, pan con tomate, vino y Cardhu (hemos vuelto a las viejas costumbres, que yo añoraba), en un desayuno, digo, yo fuera capaz de resolver todos los problemas de la Iglesia, no estaría en este bar. Estaría en Roma hablando con el Papa y rodeado de cardenales que, cuidadosamente, irían tomando nota de la sabiduría que el Espíritu Santo fuera sacando por mi boca.

Se lo advierto. Le digo lo del Papa y los cardenales, y se ríe. Me dice que no pretende que resuelva todo. Que no va a sacar hoy todos los temas que tiene anotados en las servilletas que lleva. Que lo de hoy es un precalentamiento porque ya sabe que me coge desentrenado. Menos mal.

Que él creía que tenía las ideas claras, pero que le parece que hay lío entre los católicos, lo cual yo creo que es normal, porque si vivimos en un mundo en el que el lío se ha asentado cómodamente, los católicos, que forman parte de ese mundo, forman parte de ese lío. Y mi amigo añade que le gustó mucho el rechazo de Benedicto XVI al relativismo moral (o sea, lo del todo vale, todo es opinable), pero que cuando él esperaba la continuación, el Papa va y renuncia. Pero hombre, ¡¿a quién se le ocurre?!”

Cuando coge carrerilla, a mi amigo no le para nadie y hay que dejarle hablar hasta que se le acaba la gasolina. Ahora dice que el trabajo del Papa debe ser difícil, porque si a mí me cuesta que me obedezcan los 6 empleados que tengo en la empresa, lo de este señor debe deser para volverse loco”. Acaba de leer que hay 1.200 millones de católicos, cada uno con sus cosas, o sea, unos obedeciendo lo que el Papa dice, otros obedeciendo más o menos, otros no obedeciendo nada por aquello del progresismo, otros criticando, alguno calumniando, etc. Y mi amigo, que es como es, o sea, hombre de ideas claras, dice que en el Madrid, Mourinho al que le critica lo deja en el banquillo o lo manda a la grada y que él piensa que el Papa debería hacer eso. Y si esos que critican, etc., se van del equipo, que los fiche el Barça, pero que no la líen.

Como ya estoy acostumbrado, entiendo las metáforas de mi amigo, con las que, además, estoy completamente de acuerdo. Le hablo de la paciencia que hay que tener, porque si en su empresa empezase a echar a todos los que ponen algún pero, igual se quedaba solo.

¡Nunca lo hubiera dicho! Mi amigo saca otra servilleta, esta vez blanca, y lee un párrafo que me asegura que es de un Papa reciente, pero que no lo copió textualmente. Párrafo que viene a decir que si el número de católicos baja porque la gente no quiere jugar en el equipo en el que jugaba hasta ahora, que fiche por otro. Como no me dice el nombre del Papa ni de dónde ha sacado la cita, no concreta más. Pero la idea la tiene clara.

Como siempre que cree que tiene razón, habla en voz muy alta. El camarero que nos atiende mira al jefe y no sabe si subir mucho la tele para disimular lo que mi amigo grita o bajarla del todo, para escucharle bien, que estoy convencido de que es lo que le apetece.

Una vez más, mi amigo de San Quirico me ha vuelto a engañar. Porque empieza amenazándome con una lista de cosas gordas para luego acabar focalizando (me parece que ahora se dice así) todo en un punto: que lo de obedecer al Papa a veces es difícil, porque se trata de obedecer por dentro”. Y todos somos mayores y sabemos mucho y algunos hasta somos muy demócratas y pensamos por nuestra cuenta y…y…y… Y nos preguntamos por qué va a venir un argentino a recordarnos lo que está bien y lo que está mal. Y lo peor es que ese argentino va a decir, en lo fundamental, lo mismo que el alemán anterior, que el polaco de antes,que el italiano de más antes… Que esta gente no cambia.

Y cuando ves que esta gente no cambia a lo largo de los siglos y que lo que ha cambiado es decir que la misa también se puede celebrar en catalán, hay que plantearse lo que le ha planteado Zubizarreta a Valdés: Oye, ¿te quedas o te vas? Si te vas, haz lo que quieras. Puedes fichar por el Madrid, el Olympiacos o incluso el Zaragoza, que ya tiene dos porteros buenos, Roberto y Leo Franco. O sea, que te expones a ser el tercero. Pero déjanos en paz, sin tantas elucubraciones. Si te quedas, ya lo sabes: tienes que ponerte la camiseta que te digan, con la publicidad que te digan, y con los colores que a Nike le parezcan bien. Y, además, tendrás que besarla de vez en cuando, para que te vean. Y, a fuerza de besarla por obligación, un día la besarás por devoción”.

Todos los que están en el bar se han quedado en silencio. Alguno toma notas. En una servilleta, claro. El camarero ha apagado totalmente la televisión. Mi amigo acaba su perorata, me mira, se guarda las servilletas en el bolsillo y dice: Otro día continuaremos. Por ahora, lo tengo claro. Me quedo. Y, además, me quedo porque me da la gana. ¿Pasa algo?”.

Paga, porque dice que hoy le toca a él, y nos vamos. Le veo irse andando a su empresa. Y pienso: Yo también me quedo”.

Desayuno con mi amigo de San Quirico. Viene sonriente, con un fajo de servilletas que trae de casa. Todas escritas. Como en los viejos tiempos. Nos preguntamos por las familias y me dice: anem per feina”, o sea, a trabajar.