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Isabel Díaz Ayuso despierta con una resaca del tamaño de la libertad
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RETRATOS PARA NO DORMIR

Isabel Díaz Ayuso despierta con una resaca del tamaño de la libertad

Por un momento, cree que ya ha ganado las elecciones y la fiesta fue apoteósica, pero no es así. Quedan cuatro días

Foto: Isabel Díaz Ayuso. (Ilustración: Pablo L. Learte)
Isabel Díaz Ayuso. (Ilustración: Pablo L. Learte)
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Los ojos de la favorita de las elecciones madrileñas se abren maquinalmente, como los de una muñeca de coleccionista. Está tumbada en la cama, con las piernas y los brazos rígidos y estirados, totalmente vestida con la ropa de la noche anterior, tapada con una cortina arrancada, y por el suelo de su dormitorio hay cristales rotos, colillas pisadas y lo que parecen restos de un cotillón de Nochevieja. Por un momento, cree que ya ha ganado las elecciones y la fiesta fue apoteósica, pero no es así. Quedan cuatro días.

No es el despertar más confortable que recuerda, pero más incómoda estuvo en el debate de Telemadrid. El sol está muy alto, demasiado alto. Se filtra por la ventana de su dormitorio y a través de una pintada hecha con su propio pintalabios: “LIBERTAD, LOL”. ¿Qué hora es? ¿Cómo demonios...? Trata de incorporarse, pero un dolor punzante recorre su cabeza y su columna vertebral. Los ojos se le cierran como persianas metálicas, pero ella les da la orden de abrir una rendija para inspeccionar a su alrededor.

Foto: Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid. (Alejandro Martínez Vélez)
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¡Ah, obedientes órganos oculares, tan diferentes a los malditos médicos del Zendal! Ha tenido muchos problemas con la indisciplina, para empezar la de sus propios socios de gobierno. Necesitó poner en acción sus reflejos felinos para que Aguado y sus secuaces no le montaran un paparajote en Madrid. A punto estuvieron los madrileños de perder su apreciada libertad. Hubo quien le dijo que más vale pájaro en mano, pero ella tiró para adelante con el anticipo electoral. Sabe muy bien que del pájaro, en tierra castiza, es precisamente del último que te puedes fiar.

Se levanta y mira por la ventana. El aspecto de la calle es desolador. Hay borrachos durmiendo por el suelo entre las basuras, ropa suelta y sin dueño, líquidos ominosos formando charcos y regueros, solo falta Mad Max. Ni los años del soviet de Carmena lograron tal desolación. Cierra los ojos y trata de hacer memoria en la jaqueca. Proust decía que el olfato nos conecta con el pasado remoto, pero ella comprueba que el gusto nos devuelve al inmediato. Su boca está seca y dominada por el espíritu del vino y la cerveza amarga, el hielo licuado de mil cubatas, la sombra de los ceniceros abarrotados. Es el sabor de la libertad, de la alegría típicamente madrileña que te agarra de la mano y no te suelta hasta el amanecer del día siguiente. Un sabor que le trae imágenes de las primeras horas de la noche anterior.

Foto: La presidenta de la Comunidad de Madrid y candidata del PP a la reelección, Isabel Díaz Ayuso. (EFE) Opinión
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Las lagunas de su memoria darían para inundar el Canal de Isabel II, pero recuerda esto: había decidido darlo todo por la hostelería en la recta final de la campaña. Dejarse ver. Quería apostar todas sus fichas a su propia intuición, a su carácter desenvuelto y tempestuoso, imprevisible incluso para ella misma. Así que propuso a su equipo de campaña hacer lo que recomendaban a los madrileños, es decir, salir de cañas. Uno de ellos musitó que era miércoles y Díaz Ayuso le respondió que en su Madrid los miércoles son los nuevos viernes. Todos rieron. Ella era la primera sorprendida de sus propias palabras. Encomendada a su intuición, agarró el bolso y exclamó: “¡Vamos a demostrar que la calle nos quiere más que al coletas!”. Y salieron.

De la misma forma que había convencido a su equipo para acercarse a ese agujero de gusano con campo gravitacional propio que es la hostelería de Madrid, se había ido ganando a todo el PP. Al principio, se apartaban de ella como de la borracha de una boda, y las acciones de Génova se desplomaban en cuanto abría la boca. Ella podía parecer ida, pero era muy consciente de lo que los demás pensaban. Sabía que la calumnia corría tras ella por las oficinas. Aunque a veces pudiera estallar iracunda, en general se lo tragaba. Dolida por los cuchicheos y ofendida por las risitas a media voz, había pensado en dejarlo, pero entonces la llamó Esperanza.

Foto: La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. (EFE) Opinión
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“Mira, chata, tú haz como yo. Ni caso. Me tuvieron de mascota hasta que vieron que el pueblo de Madrid conecta conmigo mejor que con el wifi. En Madrid, las elecciones las gana la más chula. Como te lo cuento. El madrileño liberal conservador es una persona jacarandosa que perdona cualquier burrada que sueltes porque ama la improvisación y detesta la moralina. Te pueden sacar alcalde a pavisosos, pero en la comunidad quieren una señora con cojones de bronce que se vista por los pies. Thatcher, chata. Thatcher también parecía una mosquita muerta y una boba, y mira dónde llegó. Recuerda esto: cada vez que metes la pata, te haces más querida para Madrid y le aprietas un poco más los huevos a esa gente del partido tan estúpida y tan faltona. Tú acabas de presidenta”, le dijo, y colgó.

Las palabras de Esperanza van a misa. Siguió su consejo, hizo lo que le dio la gana y ahora no solo era la presidenta de la Comunidad de Madrid, sino que tenía al pánfilo de Pablo Casado comiendo alpiste en una jaula. Para una mandada que empieza tuiteando ladridos de un caniche las cosas son tan difíciles como para los emprendedores que empiezan en un garaje. Por eso ama a los emprendedores, porque se ama a sí misma y se identifica con ellos. Si el mérito existe, piensa, el suyo es ser Isabel, hablar como Isabel y razonar como Isabel. Con esta fe había propuesto esas cañas. Y con esta fe pedía otra ronda, y llamaba marica y 'rajao' al que amagaba con irse, y con esta fe abrazó franceses borrachos y camareros al grito de “somos amigos o no somos amigos”, y juró —esto ya lo recuerda nebulosamente— que si la votan abre los 'afters'.

Foto: La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. (EFE) Opinión

El universo conspira a su favor, a veces de forma incomprensible. Y aquí estamos, al fin y al cabo, a la mañana siguiente de una noche larga y caótica, tanto como su campaña política. Cómo llegó a casa es un misterio, cómo se lio tan parda un laberinto, cómo quedarán las elecciones un enigma. Pero las palabras de Esperanza resuenan en su cabeza: sé tú misma, chata. Así que se atusa la ropa, se arranca el chicle que llevaba pegado en el pelo de un tirón y sale disparada a una entrevista con Carlos Alsina, ese demonio madrugador. En el taxi le llega el argumentario al móvil, pero ella se pone a revisar los selfis con camareros. Se la bufa el argumentario.

Hablará de libertad, razonará, filosofará a su manera. Ya veremos cómo, ya veremos por qué. Hoy va a ser un gran día. Otro día más, radiante, en la ciudad de la libertad. "Señora, por favor, súbase la mascarilla", le dice el taxista, e Isabel responde: "¡Acelera, esclavo, o que te folle un pez!". Y rompe a reír sin saber por qué.

Los ojos de la favorita de las elecciones madrileñas se abren maquinalmente, como los de una muñeca de coleccionista. Está tumbada en la cama, con las piernas y los brazos rígidos y estirados, totalmente vestida con la ropa de la noche anterior, tapada con una cortina arrancada, y por el suelo de su dormitorio hay cristales rotos, colillas pisadas y lo que parecen restos de un cotillón de Nochevieja. Por un momento, cree que ya ha ganado las elecciones y la fiesta fue apoteósica, pero no es así. Quedan cuatro días.

Isabel Díaz Ayuso
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