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Guantes manchados de barrio: el boxeo en Usera se usa como arma de integración
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INTEGRACIÓN

Guantes manchados de barrio: el boxeo en Usera se usa como arma de integración

Un programa de la Asociación Vecinal La Mancha ayuda desde hace 4 años a más de 400 jóvenes. Entre ellos, menores extranjeros no acompañados, personas con adicciones o miembros de bandas enfrentadas

Foto: Varios jóvenes asisten a una clase de boxeo gracias a la iniciativa Guantes Manchados. (C. V.)
Varios jóvenes asisten a una clase de boxeo gracias a la iniciativa Guantes Manchados. (C. V.)

“En infantil me hacían bullying y, al final, me catalogaron como alguien que lo hacía. Sé que mi fuerza es bruta, de pequeño no me controlaba y acababa con conflictos”. Carlos (nombre ficticio) tiene 13 años, pero una altura y un lenguaje que hacen olvidar que acaba de entrar en el primer curso de la Educación Secundaria Obligatoria. “Me fui quitando la rabia, golpeando a cosas que no están vivas”, explica mientras señala los sacos y el resto de material donado de Guantes Manchados, un proyecto que enseña boxeo a los adolescentes de Usera.

Llegó con 3 años de la República Dominicana y a sus 11 su padrastro le animó a entrenar. “Vio que estaba muy flojo”, bromea. Como sus hermanas mayores se habían apuntado, se animó a acompañarlas. Los primeros días fueron duros: no podía casi andar del cansancio. “Es muy difícil competir con personas mucho mayores que yo, pero aprendí con el paso de cada golpe”, describe este jueves en el local de la Asociación Vecinal La Mancha –de ahí el nombre del grupo–.

Carlos lo define como una “terapia”, y lo ha sido para muchos de los 400 jóvenes que han pasado por esa sala: tanto para adolescentes sin problemas aparentes, como para menores extranjeros sin padres, personas con adicción, miembros de bandas enfrentadas y mujeres que se han profesionalizado en el deporte. Los enumera el fundador del equipo, Fidel Oliván (Zaragoza, 29 años), quien insiste en no romantizar: “Esto no es algo que te tumbe la realidad de repente. Es un acercamiento al ocio saludable, una disciplina que ordena la cabeza y te da madurez. A lo mejor le ha cambiado la vida, pero a unos cinco de los muchos que han pasado por aquí”.

placeholder Varios jóvenes practican boxeo. (C. V.)
Varios jóvenes practican boxeo. (C. V.)

Guantes Manchados surgió porque Fidel y un grupo de jóvenes querían encontrar un hueco para su activismo: “Éramos casi recién llegados y no había un espacio natural para nosotros, las asociaciones vecinales estaban envejecidas”. ¿Qué actividad podían hacer juntos que a su vez surgiera de forma orgánica? “Se nos encendió la bombilla: muchos llevábamos unos ocho años haciendo boxeo y decidimos unificar ocio y deber”.

La ilusión y ganas fueron su motor. “Ninguno era profesor ni educador social. Yo soy sociólogo”, explica antes de la clase. Se tiraron “al vacío” y cayeron de pie: el primer día se presentaron 18 alumnos. Al principio se unieron pocos niños —desde los siete años— y un núcleo afincado entre los 14 y los ventipocos; pero los dos últimos el grupo se ha hecho más heterogéneo. Las clases se imparten los martes y jueves de ocho a nueve de la noche y son prácticamente gratis –solo piden 5 euros al mes a quien pueda para pagar la luz y el mantenimiento–.

Foto: Dispositivo especial para el control de las bandas juveniles en Madrid. (EFE/ Sebastián Mariscal)

La habitación donde entrenan está junto a un mural colorido que reza “Asociación Vecinal La Mancha” y al lado de unos carteles que anuncian que el 26 de marzo se celebró una master class por el cuarto aniversario. Dentro, unos quince chavales se saludan y se colocan las vendas. Dos de ellas, son chicas. “¿Qué tal?”, pregunta una a su compañera minutos antes de pegarle en el guante. Se llama Minerva Cuadrado, tiene 16 años y está enamorada del deporte. “Me ayuda a reducir el estrés, la ansiedad y también a defenderme”. Se siente en su salsa con sus compañeros. “Es un ambiente muy sano, me siento muy cómoda con ellos”.

El género es uno de los aspectos en los que se esmeran los organizadores. Quieren que las chicas se sientan tranquilas, que no se las sexualice ni se las infravalore. “La gente rota mucho y fomentamos que entren mujeres”, describe Fidel. De hecho, una de ellas se adaptó tanto que ha dejado de asistir a esas citas para dar un paso al mundo profesional.

Unido a ese deseo de que todo el mundo se sienta seguro, está el hecho de que “nunca ha habido un mal gesto o una pelea”. Este detalle es especialmente relevante, ya que la plaza en la que se realizan estas actividades es un punto conflictivo. “Hay bastante presencia policial y estigma porque se ha ganado la fama de ser un lugar donde la gente se reúne para pelearse”, apunta. De hecho, ellos han trabajado con chicos que eran de una banda y su contrincante. “Siempre han estado bien; este sitio está libre de agresividad”, insiste.

Foto: Menores no acompañados, llegando a aguas andaluzas. (EFE)

Los puñetazos son precisamente su herramienta de control. “Quien no sabe de esto dice que es pegarse, pero al contrario. Muchos de estos chicos tenían ataques de violencia y los han canalizado con normas y hábitos”, defiende el entrenador. El resultado ha sido un semillero donde se han encontrado con otros intereses. “A raíz de esto hemos proyectado películas, hemos hecho charlas sobre género, tardes de juegos de mesa…”.

El boxeo que atraviesa

Los últimos años la pandemia ha forzado su músculo. Les ha faltado un apoyo y planes de relevo. Fidel, quien también es dinamizador comunitario y juvenil, tuvo que lanzar un grito de auxilio para la supervivencia del proyecto: “Al final en verano se sumaron cuatro o cinco personas para ayudarme a gestionarlo”. Así además ha podido revitalizar la asociación.

El boxeo es un deporte presente en varios barrios madrileños “de población vulnerable”, precisa el sociólogo. Por ejemplo, la Escuela Deportiva Atalaya, en Vallecas, o la Hortaleza Boxing Crew. “Está muy atravesado por la clase social y por el género. También, aparte de estar de moda, es positivo para trabajar la moralidad y disciplina”. Lo considera un paso decisivo para controlar horarios, horas de sueño y alimentación.

A uno de los chavales verdaderamente marcados por hacer boxeo, esta actividad fue la que puso orden a su rutina. Pasó de levantarse tarde, consumir sustancias y no buscar trabajo a esforzarse en algo concreto. “Se apuntó a una pelea en Barcelona, conoció a su actual pareja y una asociación que acabó por darle curro”, comenta, enorgullecido. “Un día conocí a su madre y me dio las gracias. Dijo que su hijo se había convertido en un hombre”. Otro de ellos llegó de Venezuela a los 17 años sin sus padres y vivió en pisos tutelados. “Cuando estos adolescentes vienen siendo mayores es más difícil adaptarse, y pertenecer a un grupo es muy importante”. Una cosa le llevó a la otra y gracias a estar en el proyecto pudo hablar con técnicos y descifrar cómo buscar ayuda para conseguir una vivienda, un trabajo y la formación que le va a permitir trabajar.

placeholder Fidel Oliván. (C. V.)
Fidel Oliván. (C. V.)

La tarde cae y los jóvenes se mueven para aprender a controlar sus cuerpos. Fidel les indica cómo poner las piernas y los brazos. La música la pone Luis Enrique Moreno (Venezuela, 22 años), que aunque se ha olvidado el chándal porque salió muy temprano de casa, se suma a sus compañeros en vaqueros. “Yo llegué aquí porque me lo recomendó un trabajador social y además, ya tenía los guantes”, admite. “Toda la vida he estado peleando”, prosigue.

Uno de los chicos pide que alguien suba el volumen. Están haciendo un ejercicio por parejas y hay miradas de complicidad, concentración, el sonido de una risa. Alguien lleva una camiseta que tiene escrito en la espalda la frase “solo el pueblo salva al pueblo”.

– Ojalá me quedara más tiempo en España, en unos meses me vuelvo a República Dominicana – dice Carlos–. Intento pasar el tiempo fuera de casa para divertirme los últimos días.

– ¿Quieres seguir haciendo boxeo?

– Sí, tendré que ir a un nuevo instituto y me apuntaré allí. Me fascina. Quiero entrenar duro y ser un boxeador profesional o un militar, aunque con eso me jugaría la vida. También me gustaría ser ingeniero.

“En infantil me hacían bullying y, al final, me catalogaron como alguien que lo hacía. Sé que mi fuerza es bruta, de pequeño no me controlaba y acababa con conflictos”. Carlos (nombre ficticio) tiene 13 años, pero una altura y un lenguaje que hacen olvidar que acaba de entrar en el primer curso de la Educación Secundaria Obligatoria. “Me fui quitando la rabia, golpeando a cosas que no están vivas”, explica mientras señala los sacos y el resto de material donado de Guantes Manchados, un proyecto que enseña boxeo a los adolescentes de Usera.

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