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Toros de la Feria de San Isidro | Puerta grande o puerta pequeña
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Seis toros de La Quinta de 532 y 627 kilos

Toros de la Feria de San Isidro | Puerta grande o puerta pequeña

Lleno de no hay billetes, tercero de siete en esta feria, en tarde primaveral, más apacible que ayer, aunque con algunas rachas de viento que comprometió a los toreros

Foto: El diestro Emilio de Justo, en la Feria de San Isidro. (EFE/Kiko Huesca)
El diestro Emilio de Justo, en la Feria de San Isidro. (EFE/Kiko Huesca)

Plaza Monumental de Las Ventas, 17 de mayo de 2024

7ª de la Feria de San Isidro. Lleno de no hay billetes, tercero de siete en esta feria, en tarde primaveral, más apacible que ayer, aunque con algunas rachas de viento que comprometió a los toreros.

Seis toros de La Quinta de entre 532 y 627 kilos. Muy bien presentados, en el tipo de la casa Santa Coloma, con trazas algunos de Albaserrada. Todos cinqueños. Con los típicos pelajes cárdenos, entrepelados, bragados. Bajitos, serios, estrecho de sienes y largos para su tamaño. Rematados, astifinos, muy serios por delante. Aunque con cien kilos de diferencia entre el más pesado y él menos, corrida homogénea y de juego similar. Sorprendentemente, ayudaron en el tercio de quites y tendieron a fríos en la muleta, también muy típico de su encaste. Dificultaron la lidia a los toreros de plata que no pudieron evitar lances de más, tiempos de espera, paseos innecesarios que siempre restan muletazos al final de la faena. Los tres primeros sin pena ni gloria. Cuarto muy complicado y quizá el más serio de la corrida, en otras manos hubiera dado más problemas, los disimuló Perera con gran técnica y total entrega. El quinto una verdadera pintura, con mirada de bravura, de reto y de triunfo en las ventas, con raza de la complicada que domeñó Emilio de Justo hasta convertirla en nobleza, aguantó hasta el final, transmitiendo y aportando igual casta que emoción, con su resistencia a doblar malogró un memorable triunfo digno de puerta grande. El sexto, el más alto de la corrida, lo que explica su peso, fue el más feo y deslavazado, salió parado desde el principio. Manso desde el primer tercio no dio opciones y ni oportunidad de triunfo.

Miguel Ángel Perera, de berenjena y azabache, ovación tras dos avisos y vuelta al ruedo tras aviso, después de suficiente petición no atendida por el presidente, al que pitaron por su negativa. Brindó su segundo a Núñez Feijóo, que presenció la corrida desde una barrera junto al matador Gonzalo Caballero.

Emilio de Justo, de blanco y azabache, ovación y celebrada vuelta al ruedo tras fuerte petición de oreja. Perdió la puerta grande al errar con la espada y con el descabello.

Ginés Marín, de azul pavo y oro, silencio tras aviso y silencio.

El Algabeño saludó una ovación tras parear al segundo. Buenos dos puyazos de Germán González en el quinto, también se desmonteró Morenito de Arles en este toro.

Irse a la puerta de chiqueros es ejercicio de hombres. Cierta tendencia suicida, cierta esperanza absurda de que la afición lo valore, impulsa a matadores, que creen que aún deben demostrarnos algo, a hincarse valientes de hinojos, a diez metros de la puerta de la que sale un toro, a partes iguales, deslumbrado, aturdido y temeroso. Se estrecha ese pasillo visto de cerca y abajo. Lo recuerdo perfectamente, aunque solo lo he visto un par de veces de tan cerca. Es una puerta pequeña en proporción a la grande que esperas poder abrir al final de cada tarde. Enmarca el portón obsoleto en dramático contrapicado la anatomía del bicho, y engrandece pecho y testa del oponente que sale, aumentándote los miedos desde la perspectiva sumisa que impone esperar de rodillas. La cara o cruz del destino te hiela la sangre y el cuerpo, pero ya estás del todo entregado y doblegado, y la huida no encuentra hueco si quieres seguir con los trastos.

El toro, tras varias horas en encierro de chiquero, oscuro y estrecho preludio, se abre paso en un pasillo que tiene la luz al fondo. El arpón de la divisa se convierte en preaviso. El enemigo invisible refugiado en las alturas con vara de varios metros avisa al contendiente de que esto sí va en serio. Hay toros que con galope buscan el campo abierto. Facilitan con su huida el lance de los toreros. Otros a la defensiva salen andando y atentos. Ese andar tan despacioso, que anula tendencia e inercias, es de lo más peligroso para solventar el lance de cambiar el paso a un toro a las primeras de cambio.

Siempre pareció un recurso para toreros sin días. Sin contratos y sin fechas ante una temporada aciaga. Es una declaración de intenciones, un "cuenta conmigo que valgo". El momento de arrancarse del burladero de enfrente, pasear setenta metros hasta la puerta custodiada por un mayoral obediente, el gesto de "abre ya mi futuro", los segundos angustiosos de ver qué hace el morlaco, el instintivo quiebro afarolando el capote es trance de vida y muerte. Es más que doble o que nada, y hoy apenas arrancó suspiros. La inicial apuesta de Perera nos dejó a todos sorprendidos. El encaste Santa Coloma no empieza de más a menos y tiene todas las papeletas de salir andando al ruedo. Aun así, este torero cuajado, rico, requerido y prestigiado, llamó la atención de todos con su voluntad manifiesta de echarse a cara o cruz su futuro en esta fiesta. Salió cara la estrategia, de bien, no de costosa. Pero la reacción tan tenue a semejante entrega devalúa el esfuerzo de tener que volver a hacerla. Repitió gesto y entrega Ginés en el tercer toro. Ni suspiros, en este caso, confirman mi teoría de que la lotería de que el toro no te coja no merece ni boleto, ni público que está a otra cosa.

Toros de Santa Coloma que de santos no tienen nada. No son fáciles los cárdenos, engañan con su desobediencia. Parece que pasan de largo, pero te miran de inicio. Luego la cara arriba, al final del muletazo, les da a casi todos aires de distraídos. Nada más lejos de sus centradas intenciones. Encontrar a los toreros en los huecos de los cites, en los remates por alto, en la línea que hacen hilo sabiendo que encontrarán algo.

Perera con su experiencia doblegó las intenciones de dos toros con problemas, con genio y con pocas opciones. Si mata al cuarto por derecho le otorgan oreja de peso. De fuerte reconocimiento a un torero de solera que año tras año supera su propio exceso de técnica y la normalidad de lo excelso.

Emilio de Justo encontró la horma de su zapato en el quinto de la tarde. Zapato es expresión de toro recogido, proporcionado, bajo, serio, sin incomodidades. El toro tenía dentro más motor que gasolina, pero el temple del cacereño reconvirtió genio y furia en recorrido y remate armando cumbre trasteo. Periquito dejó su impronta de personalidad indomable propinando una voltereta de esas de moneda al aire. No calaron los pitones, no cedieron esta vez las vértebras, y de recuerdos aciagos pasamos a series plenas. Emocionante final con una estocada que, por poco, no amarraba el triunfo. Tardó el toro en caer, no acertó el descabello, y el resultado final fue más para el recuerdo que para la vulgar estadística.

Román, sin suerte, sin luz, sin espada, sin querer, pasó una tarde tan gris como la de sus dos enemigos. Ese gris Santa Coloma que impide las tardes de blanco o negro. ¡Viva el color de la fiesta!

Plaza Monumental de Las Ventas, 17 de mayo de 2024

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