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Toros de la Feria de San Isidro | Selectividades y selecciones
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14ª DE LA FERIA DE SAN ISIDRO

Toros de la Feria de San Isidro | Selectividades y selecciones

Tarde primaveral y agradable, pareció molestar menos el viento que en jornadas anteriores. Quizá la disposición de los novilleros minimizara su efecto

Foto: Pepe Luis Cirugeda. (Plaza de Las Ventas)
Pepe Luis Cirugeda. (Plaza de Las Ventas)

Bastante más de tres cuartos, más de 18.000 personas, en la tercera y última novillada del ciclo. Excepcional entrada a estas alturas de la feria considerando el anuncio de un festejo menor. Maravillosa señal de la fortaleza de la demanda este año y también de la buena gestión de la empresa que va camino de consolidar, al margen del resultado artístico, uno de los mejores San Isidros de los últimos veinte años. Tarde primaveral y agradable, pareció molestar menos el viento que en jornadas anteriores. Quizá la disposición de los novilleros minimizara su efecto.

Cinco novillos del hierro gaditano de Guadaira, y otro, quinto, de Torrehandilla, de entre 485 y 535 kilos. El segundo y el cuarto, devueltos por flojos, fueron sustituidos por otros de Torrehandilla. Primeras devoluciones de esta feria, otra señal de gran gestión de la empresa. Serios, muy astifinos, pero desiguales, quizá le faltara el remate para la presencia homogénea requerida en la primera plaza del mundo. Tercero y cuarto desentonaron sobre el resto por abajo y quinto y sexto por mejor presentados. Con movilidad, prontos, con repetición, pero faltos de casta. Les faltó transmisión en las faenas de muleta. El primero duró, pero muy soso, el segundo con más brío se apagó muy pronto. Tercero, novillo muy cuesta arriba y sin rematar por atrás, y eso no gusta en Madrid, serio por delante pero un poco cariavacado lo que provocó protestas desde la salida, embistió pronto, largo y durante mucho tiempo, aunque salía con la cara un poco alta al final del muletazo lo que evitaba olés más rotundos. Cuarto, más alto y de peores hechuras, salió manseando y fue devuelto. El cuarto bis se movió sin decir mucho. Quinto, muy serio y cuajado, aunque bajito y de no malas hechuras, fue muy parado y no dio facilidades ni en el trance de estocada. Sexto, también serio y largo, embistió con fuerza al capote pero se vino abajo en la muleta embistiendo noble y con clase pero sin motor, se paró en seco.

Foto: El diestro Christian Parejoen la corrida de toros de la Feria de San Isidro. (EFE/Borja Sánchez-Trillo)
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Buena lidia de Raúl Ruiz en el tercero, saludó montera en mano en el mismo novillo Juan Carlos Rey tras dos muy buenos pares de banderillas.

Lalo de María, de azul pavo y oro, silencio y silencio.

Pepe Luis Cirugeda, de verde oliva y oro, silencio y silencio.

Alejandro Chicharro, de lila y oro, aclamada vuelta al ruedo tras fuerte petición y fuerte ovación.

Me pregunto si Charles Darwin hubiera sido aficionado a los toros, de haber nacido en estos tiempos, casi dos siglos después y en tierras más sureñas y soleadas que las suyas. Ninguna actividad, ni empresarial, ni artística, creo que sublime más la asunción de las teorías del preclaro naturalista inglés, amante y observador objetivo de una creación tan cruel como maravillosa. La selección de la especie manda en el mundo del toro. Por un lado, cada toro que se lidia en una plaza es fruto de numerosos destilados. Es literal si conoces el meticuloso proceso de discriminación de los animales reproductores. Pasan años tras años por el alambique de los tentaderos, por el criterio de mayorales y ganaderos que matizan comportamientos, anatomías y aptitudes para decidir los que evitan el matadero y pueden dejar su legado a través de una mejorada descendencia.

Toros que aspiran a padres, vacas que parecen querer ser madres sin saberlo y que, sublimando su entrega en esas pruebas de campo, y de final del invierno, parecieran demostrar que fuera por delante su instinto de reproducción al universal mandato de supervivencia. Machos seleccionados, madres cuidadosamente escogidas, depuran los cromosomas, afinan el ADN que requiere que un herbívoro salga al desangelado ruedo y embista sin pausa ni descanso cualquier elemento móvil que crea que invade su espacio. Peleando por su vida hasta su último aliento sin rendirse en la pelea, siendo fiel a su mandato. Solo los elegidos podrían estar a esa altura. Y cualquier toro en San Isidro honra generaciones de animales que, aunque no caigamos en la cuenta, presentan la excepcionalidad de estar aquí después de que todos sus antecesores fueran capaces de pasar mil y una pruebas.

Por otro lado, los humanos que completan el combate. Oponentes también cuidadosamente seleccionados con enfrentamientos -por desgracia hoy no tan frecuentes dada la falta de novilladas- con toros que van probando su valor y su incipiente arte y que no llegan a Madrid sin transitar un arduo y largo camino de exámenes de campo, pueblos y provincias. Llegan a su selectividad, examen de todo a una carta, de preguntas al azar, de calificar su aspiración a carreras de la más alta de las notas, y sin reválidas en septiembre. Torear en Madrid, a cara o cruz. Un examen en el que las preguntas las pone un ser irracional que anda luchando por su vida. Fáciles no van a quedar. Y todo pasa en diez minutos. En quince te echan del aula tras tres sonoros avisos. No hay excusas, no hay piedad y, como está ahora el toreo, no hay repesca ni opción alguna de repetir el curso para estar más preparado en la próxima comparecencia.

Anda la chavalería preparando sus exámenes. Escucho padres preocupados con la dedicación de sus hijos. Las notas de tendencia rescatadora para igualar por debajo beneficia a los mediocres y desespera a los más preparados, dicen los críticos del sistema. No lo conozco. Pero al revés pasa en Las Ventas. El público que juzga maestros, catedráticos y leyendas se sienta en sus localidades para juzgar las respuestas de jóvenes ante ese día en el que la selectividad les puede cambiar la vida. Y todos vienen, salta a la vista, realmente bien preparados.

Lalo de María aprobado con silencios, no tuvo temas enfrente que le permitieran lucirse. Pulcro, directo, escueto y concreto, nadie le suspendería, pero la beca queda lejos. Es como pretender sacar un diez contestando tipo test quién descubrió América. Buena planta, mala suerte, preparado para más difíciles temas.

Pepe Luis, aún con peor suerte en el temario, si le preguntan dos más dos hubiera lucido algo. Pero le tocó matemáticas y la multiplicación por cero todos sabemos cómo acaba. Mereciera una reválida.

Alejandro Chicharro venía del sobresaliente que para los toreros representa salir por la puerta grande. (Cortó dos orejas en la feria de la Comunidad). Ha repetido sus dotes de acertar en la solución de los problemas, la creatividad de la redacción, la explicación de la química, pero la espada fue un borrón que le impidió un cum laude por lo difícil que resulta el éxito consecutivo. La espada, esa pregunta trampa, al que algunos dan tanto mérito por ser la última pregunta como al resto del examen, arruinó el notable alto que tuvieron sus faenas. Dos pinchazos, de inmediato rectificados con dos buenas estocadas, y el fondo artístico de su toreo merecían una oreja por morlaco. Seguiremos estudiando la carrera de este chico que promete doctorado.

Bastante más de tres cuartos, más de 18.000 personas, en la tercera y última novillada del ciclo. Excepcional entrada a estas alturas de la feria considerando el anuncio de un festejo menor. Maravillosa señal de la fortaleza de la demanda este año y también de la buena gestión de la empresa que va camino de consolidar, al margen del resultado artístico, uno de los mejores San Isidros de los últimos veinte años. Tarde primaveral y agradable, pareció molestar menos el viento que en jornadas anteriores. Quizá la disposición de los novilleros minimizara su efecto.

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