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Toros de la Feria de San Isidro | Vender valores
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Robleño, Castaño y Gómez del Pilar

Toros de la Feria de San Isidro | Vender valores

Sin destacar ninguno por encima de los otros mostró la entrega y la valía que nos regaló esta terna y que hizo de la tarde una de tantísimas pruebas de que el toreo es un arte, aún sin cortar las orejas

Foto:  El torero Damián Castaño da un pase durante la corrida de toros de la Feria de San Isidro. (EFE/Juanjo Martín)
El torero Damián Castaño da un pase durante la corrida de toros de la Feria de San Isidro. (EFE/Juanjo Martín)

Plaza Monumental de Las Ventas, 4 de junio de 2024

22ª de la Feria de San Isidro. Tres cuartos de entrada en tarde calurosa, lejos de las previsiones de lluvia que se anunciaron. Uno de los días de menos viento de esta feria. Su ausencia sin embargo no facilitó ningún triunfo.

6 toros de José Escolar de entre 515 y 592 kilos. Serios, cárdenos, astifinos. Con cuajo, aunque sin estridencias, bajos, con poca caja a excepción de los dos últimos, pero con trapío. Con movilidad y trazas de casta, pero con muchas dificultades para practicar el toreo ortodoxo. Humillaban, pero sabían lo que dejaban atrás transmitiendo mérito a todo lo que le hicieron los toreros. No regalaron ni un muletazo a pesar de su embestida humillada en el arranque, típica de la casa. Bravo el segundo al caballo, prometió, pero no remató. Repitió el tercero, pero desarrolló sentido sin permitir el final de los muletazos, cuarto, muy serio y bonito de pelaje, cárdeno y con una curiosa mancha negra que lo hacía indefinible, veleto y largo, fue ovacionado de salida al igual que el primero de la tarde, embistió al paso y con la cara alta, falto de raza y clase. Quinto cuajado y algo más alto, el de más peso de la corrida, desarrolló peligro y a la par, emoción, pero no remató como toro bravo. Sexto, el de más trapío, siendo el de peor hechura, corniveleto y serio, corto de cuello, ni humilló ni se entregó nunca, no dio opción ninguna al torero.

Fernando Robleño, de mostaza y oro, palmas tras dos avisos y ovación.

Damián Castaño, de lila y oro, ovación y ovación.

Gómez del Pilar, de gris perla y oro con cabos negros, ovación tras aviso y silencio.

Gran ovación al picador Alberto Sandoval tras un espectacular tercio de varas. Buenos pares de Raúl Ruiz y Fernando Sánchez en el cuarto, reclamaron con la ovación los saludos de los banderilleros. Fernando decidió, Dios sabrá el motivo, no saludar desde el burladero.

Foto: Isaac Fonseca recibe una cornada durante la corrida. (EFE/Borja Sánchez-Trillo)
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Juan José Cercadillo

Comparto abono desde hace años con un amigo. Compartir es eufemismo porque me partió el corazón el día que me envió mis entradas disponibles para quien, sin preocuparse mucho es cierto, hace de financiador, de caballo blanco, de complemento, confirmando que mi destino suele ser la aportación. Sin entrar en los matices, que me costarían explicarle al socio de mis miserias, las razones para no descapitalizarme con abono propio, en esta semana torista que me quedé sin salvoconductos para acudir a la plaza, los entendería mejor que él mi nefrólogo de cabecera.

Cinco días de dos tickets a medio riñón el lote, me han dejado monorreno o persona sin un órgano de los que hacen de la cerveza un líquido digerible. Esa maravilla renal, duplicada y ubicada en zona que te suelen recordar los asientos de las Ventas, de donde se extraen electrolitos, de donde se mantiene la sangre a base de discreto filtro, de los que generan el sodio, el calcio y hasta el potasio que nos equilibran los líquidos con los que llegamos a casa, fueron moneda de cambio por seis entradas de tendido.

Aún siendo mi afición confesa menos torista que de toreros, me sorprendió sobremanera la falta de tickets disponibles esta semana de feria en el referido reparto. Sin poder reclamar al socio, sin querer dirigirme a la empresa, sin comprometer por si acaso al medio que me publica compasión en forma de bizum, de pase o de andanada suelta sin venta, me dispuse con profesionalidad salesiana a acudir esta semana a la plaza de las Ventas. Esa en que las ganaderías mandan y los toreros pelean. Esta última de feria.

El arte de la complacencia permitió a otro amigo mío con entradas de tronío renunciar a la reventa. Su viaje de ultramares sensibilizó pretensiones y, con conservador criterio, optó por venderme su abono de lo que quedaba de feria. Acepté sin echar las cuentas, maldita falta de cálculo. El precio de las entradas con tres dígitos capicúas no es que me sorprendiera, es que me abocó a la diálisis las semanas que me quedan.

Consciente de la decisión sin cabeza, de los ceros acumulados en el sobre que en la mano me entregaba el conductor eficiente -sí, mi amigo es de tronío y de poco tiempo al volante- me propuse algo nuevo en mi relación con los toros.

Pensé en rentabilizar la bravuconada inconsciente de “te las compro yo”, haciéndome acompañar de gente que en lo laboral algún día me devuelvan el esfuerzo de las centenas de euros que le he regresado en el sobre al generoso y mencionado amigo, vía su eficiente y uniformado conductor.

Mi amigo, de toros, entiende poco. Relaciona el rumiante empoderado con esa estatua de bronce que da pie a Wall Street.

Horas después de iniciar la revisión de mi agenda, opté por la primera opción de someterme a la prueba de rentabilizar el esfuerzo de x-cientos de euros por tarde. Apareció el apellido de quien me dijo que si pudiera le gustaría ver los toros sin dejarse una moneda. Omito el nombre consciente de que no leerá el artículo, ni sabe de la existencia de este taurino diario, ni tiene amigos con mínima afición que pudieran darle referencia.

El susodicho invitado dirige una agencia de valores. Y me quedé con la expresión que define su negocio. No sé si venden valores, tampoco sé si los agencian. Pero me pareció que, en estos tiempos tan ausentes de principios, mi amigo, y no obstante aspirante a futuro proveedor, tendría un negocio rentable, clientes al por mayor. Alguien que venda valores triunfará sin discusión.

Mi amigo, de toros, entiende poco. Relaciona la figura del rumiante empoderado con esa estatua de bronce que da pie a Wall Street. “Se parece al Charging Bull”, dijo al segundo gin tonic. Y luego, en su día a día de arañar con sus gestiones “bullshit” lo dice sin pausa cuando habla por teléfono. Pero no se lo tengamos en cuenta, son esos neo-anglicismos que sueltan sin mucho criterio. Para ser un buen banquero hay que hablar inglés o acrónimos que no entendamos los del pueblo.

Foto: El diestro David Galván durante la undécima corrida de la Feria de San Isidro. (EFE/Mariscal)

Aún así, para ser bróker y colocar valores, disfrutó de los toreros. De esos toros cara-rata, de esos pitones al cielo. De esas embestidas raras que tienen los santacolomas. Que son prontos, son inciertos, humillan y regatean, empujan y no rematan. Toros de enorme presencia sin ser ni presuntuosos ni enormes. Bellos por pelajes y hechuras, gustan a los sentados en alejados tendidos y asustan y comprometen a todos los que van a pie y tienen que andar a su lado. Banderillas y capotes con los que siembran desconcierto, muletas que no persiguen y acaban en desbarajuste. Generan lances de emoción, peligros tan evidentes, dificultades tan grandes que la comprensión que se nota en las ovaciones de plaza solo ocurren las semanas que toros con estos hierros domestican a las gradas.

Valor dejaron los toreros en el intento de gloria. Y sin destacar ninguno por encima de los otros, arrancar los muletazos que arrancaron estas fieras persiguiendo otros carteles, mostró la entrega y la valía que nos regaló esta terna y que hizo de la tarde una de tantísimas pruebas de que el toreo es un arte, aún sin cortar las orejas. Valores vendo y para mí no tengo.

Plaza Monumental de Las Ventas, 4 de junio de 2024

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