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Toros de la Feria de San Isidro | Un año de toros y una merecida bronca
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24ª de la Feria de San Isidro

Toros de la Feria de San Isidro | Un año de toros y una merecida bronca

Tarde de complicada lidia a toros que siempre ponen dificultades para pasar en el capote y cuadrar en banderillas. Muchísimo mérito de todos los de luces, sobre todo a partir del cuarto

Foto: El diestro José Garrido en la corrida de este jueves. (EFE/Zipi)
El diestro José Garrido en la corrida de este jueves. (EFE/Zipi)

Plaza Monumental de Las Ventas, 6 de junio de 2024.

Lleno en tarde primaveral que progresivamente fue anunciando lluvia hasta que cumplió con creces su anuncio en el cuarto toro de la tarde. Previo desatado vendaval duró la lluvia con fuerza cuarto y quinto toro.

6 toros de Adolfo Martín, de entre 526 y 602 kilos. Espectacularmente presentados, serios, con imponentes arboladuras. Destacó el espectacular quinto, uno de los toros más serios lidiados en la feria. Todos cárdenos los tres primeros adolecieron de casta y movilidad, pero no de peligro. Curiosamente con la lluvia parecieron cuarto y quinto alargar algo sus embestidas, humillando pero sin llegar hasta el final. Eso sí, con esa forma de los Adolfos de pasar sabiendo siempre lo que se dejan atrás. El sexto, el más grande, alto y feo de la corrida aún con dificultades fue el que mejor embistió permitiendo el toreo más ortodoxo de la tarde.

Antonio Ferrera, de blanco y oro con cabos negros, silencio y silencio tras aviso.

Manuel Escribano, de nazareno y oro, ovación y aclamada vuelta al ruedo tras unánime petición de oreja e incomprensible no concesión por parte del presidente.

José Garrido, de verde agua marina y azabache, silencio y ovación.

Tarde de complicada lidia a toros que siempre ponen dificultades para pasar en el capote y cuadrar en banderillas. Muchísimo mérito de todos los de luces, sobre todo a partir del cuarto teniendo en cuenta el fuerte viento que se desató y el estado en el quedó el ruedo tras el breve pero intenso diluvio.

Escándalo inadmisible en Madrid por la denegación de la oreja al segundo toro de Escribano después de una meritoria, entregada y arriesgadísima faena que empezó en la puerta de chiqueros, continuó banderilleando a su toro y remató con una perfecta estocada. La petición fue tan unánime, eso sí, con los tendidos en estampida por la lluvia, que la no concesión resulta directamente un ultraje.

Un año duró el festejo. Empezó en verano tórrido con el infumable primero, las caídas otoñales del segundo y del tercero dieron paso a un invierno, oscuro, lluvioso y con viento, que remató en el quinto dejándonos a todos gélidos. El sexto se despejó y parecieron primavera los floridos muletazos que completaron el año trópico -que es como le llaman al tiempo que tarda el Sol en volver al mismo punto en el ciclo de las estaciones- que nos duró dos horas. Salí un año más viejo de mi grada salvadora. Y salí peor persona. Más viejo, más me cabreo.

Sudamos durante el verano por ese calor pre-tormenta. Sudamos en el otoño conscientes del monumental esfuerzo al que se sometió Ferrera. Sudamos cuando acababa el invierno. Yo, al tratar de zafarme de mis cabales compañeros, ellos por la convicción de sujetarme con esfuerzo ante mi decidido arranque de abordar el palco de los pañuelos. El del presidente aclaro. Tal era mi determinación y tal fue el forcejeo. Cuatro fornidos aficionados, en el Valle del Tietar criados vista su musculatura y cerrazón, sosegaron por desgaste esa misión justiciera que la actitud de la autoridad exaltó con su desprecio. Colaboró también, en evitar la tragedia, una señora mayor con el único paraguas en toda la grada nueve. En pose de entrar a matar, en lícita suerte contraria dándome salida hacia las tablas -en la grada son de hierro-, se interpuso entre mis ansias y el inaccesible vomitorio. Su voz de madre con la musicalidad de bronca “que te lo digo por tu bien” terminó de apaciguarme ya cuando Garrido empezaba a montar su muleta.

Me apunté hace unos meses a clases de meditación. Es cierto que no he ido a ninguna, pero la lectura del folleto, la charla inicial del Acharya, y sobre todo el elevado cargo en cuenta, pensé que me templaría en situaciones como esta. Al grito de Namasté quise conectar con el alma del desalmado Presidente pero con mis propias manos. Urgandole las entrañas hasta comprobar que no existía rastro de humanidad bajo su aspecto indeseable. Los gestos de comprensión, cuando lo expliqué ya tranquilo, de mis improvisados “stoppers” acabaron dándome la razón. La indignación fue casi unánime, solo discrepó un cabrón.

Soy más de insulto de vuelta. Nunca lanzo el primer dardo. Pero es que la no concesión de hoy insultó mi inteligencia. Siento el lenguaje directo, la zafia descalificación, pero no sacar hoy el pañuelo directamente fue robo. Las sonrisas en el palco regodeándose de las protestas del público también fueron más zafias que estos legítimos insultos.

Un torerazo, Escribano, pasó hoy por esta plaza y se fue con su sonrisa habitual, tal es el valor que le sobra, convertida en una mueca llena de contrariedad. Salió el toro que por presencia más miedo metió en la feria. Lo recibió a portagayola, las rodillas en el barro y el corazón en un puño sabiendo que Albaserrada sale más bien despacito. En esa pista de patinaje le puso tres buenos pares. El comienzo de muleta, en el centro y por la espalda, casi desafía la ciencia. La distancia entre pitones de ese galán de Adolfo era mayor con creces que la longitud de su brazo. Pasó el toro, yo pasé miedo. Le sacó lo que tenía y tres tandas de no sé dónde. Se llevó una voltereta que en proporción al festejo duró al menos mes y medio. Se libró por el milagro de que Dios disfruta el toreo. Después del susto, del suyo pero sobre todo del mío, se cuadró con cartabón al triángulo imposible donde la hipotenusa hoy era la distancia entre las puntas de los descomunales pitones. Le echó el pecho a lo alto y dejó una estocada que hubiéramos firmado todos. Cayó el toro en breve y aparecieron los pañuelos como los caracoles tras la tormenta, un poco lentos. Pero el clamor fue en aumento. Más los gritos que el flameo, es verdad, la gente estaba más a paraguas y a chubasqueros. Pero la petición fue unánime, lo juro por el deseo de asaltar la autoridad y de lanzarla en salto base a base de pescozones.

Menos mal que todos vimos lo que vimos en el ruedo. Escribano descomunal, Ferrera en plan torero de verdad. Exprimió a su segundo bajo la sorpresiva galerna que llegó hoy a la plaza. Pensarán que exagero si digo que dio los muletazos más templados de la feria precisamente en la tarde más destemplada. Garrido muy asentado, decidido y con sitio también tuvo mucho mérito con el mastodóntico sexto. La espada cayó tan baja que no dio opción a otra posible polémica. Si se la llega a negar les digo que estas líneas las escribo desde el calabozo de Las Ventas.

Plaza Monumental de Las Ventas, 6 de junio de 2024.

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