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Por qué el Bernabéu es ya un desastre irremediable (y II)
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Rubén Amón

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Por qué el Bernabéu es ya un desastre irremediable (y II)

Desconcierta que la devoción a un equipo obligue a aceptar todas las decisiones de un presidente, y desconcierta que un atlético no pueda sensibilizarse por las aberraciones urbanísticas de una ciudad

Foto: El exterior del nuevo Bernabéu. (EFE/Sergio Pérez)
El exterior del nuevo Bernabéu. (EFE/Sergio Pérez)

Llama la atención el apasionamiento y la vehemencia que suscitan escribir y hablar sobre el "monstruo" del Bernabéu, o sea, la molicie que devora el barrio de Chamartín y que desquicia los nervios de los vecinos a cuenta del ruido, el ajetreo de camiones y el aluvión bíblico de espectadores.

Me refería al problema de convivencia en el artículo de hace una semana. Y se me discutían los argumentos no como tales, sino por la militancia que ejerzo en el Atlético de Madrid. Por eso se me restregaban las finales de Lisboa y de Milán (¿?). Y se me incapacitaba para referirme a cuestiones urbanísticas, estéticas o sociológicas. Me cegaría el antimadridismo. Carecería de toda idoneidad para cuestionar las aberraciones inmobiliarias.

Y no es que me sorprenda el sesgo de la polarización, pero cuesta trabajo entender los motivos por los que la adhesión fervorosa a un equipo obliga a suscribir todas las iniciativas que emprende su presidente.

Foto: Decenas de aficionados del Real Madrid, en los alrededores del estadio Santiago Bernabéu. (Pérez Meca/Europa Press)

Me refiero a la devoción y sumisión que exige Florentino Pérez. Exponer o analizar la anomalía de una estructura gigantesca de ocio en el centro de una ciudad equivale, por lo visto, a profanar la casa madre del madridismo, como si no hubiera merengones sensatos -los conozco- a quienes irrita o desconcierta el proyecto megalómano del nuevo Santiago Bernabéu.

Me pregunto qué piensan los abonados del Madrid sobre el incremento del precio de los abonos. Y qué les parece que las obras llevadas a cabo no hayan resuelto la incomodidad y estrechez de los asientos, entre otras razones porque el megaestadio urge a liberar espacio para las zonas VIP.

Todas estas cosas que escribo puede decirlas -con matices- un madridista, pero no las puede redactar un atlético. Se considera que hablamos desde la envidia y desde el resentimiento. Y que no podemos intervenir en el impacto urbanístico que ha tenido el Real Madrid en la capital. Tanto por el monstruo del Bernabéu como por el ridículo skyline que se perfila al norte de la Castellana. Era la manera de revalorizar en vertical las limitaciones horizontales de la superficie que ocupaba la ciudad deportiva. Y de hacerlo a expensas de la fisonomía y de la idiosincrasia de Madrid.

Bien harían los hooligans madridistas en sentirse también madrileños, entendiendo como tales no quienes nacieron en la villa y corte, sino quienes sienten preocupación e interés por el bienestar y equilibrio de la ciudad.

"El Bernabéu es un problema de Madrid, no la mera dimensión del poder de un presidente ni el espacio incorruptible de un templo sagrado"

El Bernabéu es un problema de Madrid, no la mera dimensión del poder de un presidente, ni el espacio incorruptible de un templo sagrado. Y las cuatro torres jalonan un disparate urbanístico, por mucho que la operación inmobiliaria sirviera para colocar en órbita las cuentas de un equipo.

Aclaro, si hiciera falta, que estuve entre los detractores de la demolición del Calderón; aclaro, si hiciera falta, que el Metropolitano me parece, por fuera, un estadio horrendo; aclaro, si hiciera falta, que mi devoción al Atleti no me obliga a identificarme con las decisiones de un presidente. Y no ha habido uno más nefasto ni depredador de cuanto lo fue Jesús Gil.

Y aclaro que no necesito llevar en el bolsillo el carné del Rayo Vallecano para defender a ultranza el estadio actual y oponerme a la siniestra operación político-inmobiliaria que pretende extirpar el estadio de Vallecas.

Llama la atención el apasionamiento y la vehemencia que suscitan escribir y hablar sobre el "monstruo" del Bernabéu, o sea, la molicie que devora el barrio de Chamartín y que desquicia los nervios de los vecinos a cuenta del ruido, el ajetreo de camiones y el aluvión bíblico de espectadores.

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