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Gamesa: el coloso vasco de las renovables que 'fue a la guerra' y sucumbió al poderío alemán
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Medio siglo de historia

Gamesa: el coloso vasco de las renovables que 'fue a la guerra' y sucumbió al poderío alemán

La que es hoy una abanderada de la economía sostenible exploró otras muchas vías de negocio en sus orígenes. Algunas tan controvertidas como la industria militar

Foto: Una turbina con el antiguo logo de Gamesa. (Reuters)
Una turbina con el antiguo logo de Gamesa. (Reuters)
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Gamesa afronta sus últimos días en bolsa con una quietud que contrasta de forma marcada con el frenesí que rodeó su salto al parqué. El próximo 7 de febrero es el día marcado por la CNMV para la suspensión de la cotización del grupo de renovables, a la espera de la exclusión definitiva de sus acciones solicitada por Siemens y que pondrá fin a una andadura de más de 22 años en bolsa.

Fue el 31 de octubre de 2000 cuando la empresa fundada en Vitoria en 1976 por Juan Luis Arregui y Joseba Grajales inició su andadura bursátil con un histórico repunte del 72,46%. Aunque aquellos no eran días sencillos para el mercado, aún afectado por el pinchazo de la burbuja puntocom, iniciado varios meses antes, los inversores se lanzaron en masa a por unas acciones que se presentaban como una oportunidad de tomar parte en un sector de energías renovables que ofrecía unas perspectivas de desarrollo muy prometedoras, plasmadas en la aprobación apenas tres años antes del Protocolo de Kyoto.

Foto: Aerogenerador de Siemens Gamesa. (Reuters/Vincent West)

Lo cierto era, no obstante, que aquel grupo que llegaba a la bolsa española de la mano de la Corporación IBV —una especie de joint venture conformada por BBVA e Iberdrola para operaciones industriales— no tenía en las renovables su única rama de negocio, ni siquiera la más conocida.

En los 24 años de historia que acumulaba por entonces Gamesa (nacida bajo la denominación de Grupo Auxiliar Metalúrgico), resultaban innumerables las actividades en las que había probado fortuna. El propio folleto de salida a bolsa de la compañía reflejaba cómo en sus inicios había enfocado sus actividades a la construcción y comercialización de maquinaria e instalaciones industriales, así como a la gestión integral de proyectos. Con el paso de los años, la compañía también se adentraría en el mundo de la robotización, la visión artificial o la electrónica, entre otros.

Foto: El logo de Siemens Gamesa. (Reuters/Vincent West)

Pero serían dos áreas las que guiarían el crecimiento de Gamesa a lo largo de los últimos lustros del siglo XX: la fabricación de componentes para automoción y para la aviación, un campo en el que dio sus primeros pasos a partir de 1986, con la constitución de la filial Fibertenic, y en la que daría un paso clave en 1993 al firmar un contrato con la aerolínea brasileña Embraer. Y precisamente, por esas fechas, se iniciaba la actividad directa de la compañía con el sector energético, que ganaría tracción de forma acelerada hasta convertirse en su principal reclamo en el momento de la salida a bolsa, menos de una década después, y que daría forma al gigante de las renovables al que se asocia su nombre.

Pero la realidad de Gamesa pudo desviarse por derroteros muy diferentes, incluso controvertidos, para quien se erige hoy como uno de los principales abanderados de la economía sostenible. "Tenemos el sambenito en el tema militar. No sé qué se puede hacer", lamentaba el entonces consejero delegado de Gamesa, Iñaki López Gandásegui, en una entrevista concedida a Gara a finales de 1999.

Aquello que Gandásegui consideraba un sambenito, había sido, no obstante, una importante vía de crecimiento para Gamesa desde la segunda mitad de los años 80 y durante gran parte de la década de los 90. Según datos de la Revista Española de Defensa (RED), en 1996, la compañía llegó a facturar algo más de 1.000 millones de pesetas (algo más de 6 millones de euros) por estas actividades, que incluían equipos para direcciones de tiro, componentes para vehículos blindados y de ruedas, transformación y accesorios de carros de combate, componentes de misiles o componentes estructurales de avión en materiales compuestos. Todo ello supuso casi el 15% de sus ventas aquel año.

En 1997 se llegó a dar por cerrada la compra del fabricante de blindados Santa Bárbara

Cuando Gandásegui hizo esas declaraciones parecían haber quedado ya enterrados los planes que a punto estuvieron a hacer de Gamesa la punta de lanza de la industria armamentística española. Fue hacia finales de 1997 cuando la prensa española se hizo eco de las negociaciones entre la empresa vasca y el Ministerio de Industria para la adquisición de la compañía pública Santa Bárbara Blindados. Esta había sido la principal adjudicataria del programa Leopard II, para la fabricación en España de estos carros de combate, valorado en unos 240.000 millones de pesetas, y el Gobierno español veía en Gamesa (a la que también se había reservado un papel en dicho programa) la pieza ideal para capitanear aquel proyecto, tomando el control de un grupo que durante años había adolecido de problemas de gestión.

Sin embargo, ya fuera por los recelos sobre la situación financiera de Santa Bárbara o por considerar inadecuado asumir un peso tan relevante en un negocio que ya había dado quebraderos de cabeza a la compañía vitoriana, los principales accionistas de Gamesa (a la sazón, Iberdrola y BBV) prefirieron declinar un acuerdo que por momentos se dio por cerrado. Santa Bárbara acabaría siendo traspasada años después a la estadounidense General Dynamics.

Además, antes de su salida a bolsa, Gamesa desgajó de la sociedad principal su negocio de actividades de automoción, en la que se englobaba de gran parte de la producción de los componentes con los que proveía a la industria militar. Así, el grupo que saltaba al parqué a finales del año 2000 lo hacía con unos vínculos militaristas muy matizados.

Foto: EC

No obstante, junto al negocio energético, Gamesa mantenía aún un importante peso en la industria aeronáutica, en el que también se comprendían ciertos contratos para el sector de Defensa. Proyectos como la modernización de los helicópteros Chinook CH 47/414, el contrato con la norteamericana Sikorsky para la realización del proyecto del helicóptero S-92 o su inclusión en el proyecto del Eurofighter (amén de las negociaciones con Boeing para la fabricación de componentes de los helicópteros Apache) conforman muestras significativas de las actividades de Gamesa en esta área.

A pesar de que ya a inicios del siglo XXI era la energía la que impulsaba el crecimiento de Gamesa, el grupo aún tenía planes de calado para su rama aeronáutica. Así, a finales de 2002, la compañía acordó con la también vasca ITP la creación de Alerion, la que debía ser la primera compañía española del sector, con un negocio conjunto de 700 millones de euros. Pero finalmente aquel proyecto fracasó pocos meses después y, pese a las pretensiones de Gamesa de mantener su estrategia de crecimiento en aquel ramo de actividad, en 2006 acabaría cerrando la venta de su división aeronáutica a un consorcio encabezado por Caja Castilla-La Mancha. Esa operación sería el germen de la actual Aernnova, liderada precisamente por López Gandásegui.

Con la venta de la división aeronáutica, la historia de Gamesa aparecía ligada ya en exclusiva al negocio energético, un campo en el que el grupo se adentra en ámbitos muy diversos hasta paulatinamente irse especializando en las tecnologías ligadas a la industria eólica. Las esperanzas en torno al desarrollo de las energías limpias no solo le permitieron un estreno fulgurante en bolsa, sino que engordarían su cotización exponencialmente durante los años siguientes. En sus primeros siete años sobre el parqué, la compañía ofreció retornos cercanos al 850%, cerca de un 40% anual (cuatro veces más que el Ibex). Sin embargo, la posterior crisis financiera resquebrajaría muchas de aquellas esperanzas y desvelaría las fragilidades de un proyecto que en el siguiente lustro sufrió un hundimiento en bolsa que convirtió aquellas llamativas ganancias de los primeros años en pérdidas de hasta el 70%, que parecían reflejar las dudas del mercado sobre la propia viabilidad del proyecto.

placeholder El expresidente de los Estados Unidos, Barack Obama, visita una planta de Gamesa en Pensilvania, el 6 de abril de 2011. (EFE/Michael Reynolds)
El expresidente de los Estados Unidos, Barack Obama, visita una planta de Gamesa en Pensilvania, el 6 de abril de 2011. (EFE/Michael Reynolds)

Pero superado aquel bache, Gamesa lograría reeditar los éxitos pasados en bolsa, en paralelo a una mejora sustancial de sus cifras de negocio, bajo la dirección de Ignacio Martín. Afianzado como uno de los líderes globales en la industria de los aerogeneradores, fue entonces cuando se despierta el interés de Siemens, que lanza una ofensiva para fusionar su negocio de turbinas, Siemens Wind Power, con Gamesa.

El acuerdo, anunciado en el verano de 2016, fue acogido con entusiasmo por un mercado que entendía que la combinación de fuerzas de ambos actores era fundamental para afrontar con garantías los desafíos de un negocio muy competido y que ponía en ese momento en el negocio eólico marino (offshore) su siguiente campo de batalla. A pesar de algunos recelos (más políticos y sociales que económicos) por lo que suponía entregar en manos alemanas uno de los proyectos más pujantes de la industria española, la permanencia de Iberdrola en el capital —con alrededor del 8% de las acciones— se entendió como garantía suficiente de que la españolidad del negocio no estaba en riesgo.

Sin embargo, lo que Martín planteó como una "oportunidad inigualable" pronto comenzaría a resquebrajarse. Primero, con la salida prematura del equipo gestor de Gamesa (Martín incluido) al poco de iniciarse la andadura del proyecto común, Siemens Gamesa, en abril de 2017. Y luego, con una sucesión de recortes de previsiones que dañarían severamente la confianza de los inversores y que han sido una constante en la historia de la compañía desde la integración. "Como compañía independiente, Gamesa había sido un negocio muy fiable. Las previsiones de su equipo gestor solían cumplirse e, incluso, superarse. De repente, tras la fusión, eso cambió", observa Ángel Pérez, analista de Renta 4.

Foto: Protestas en la planta de Alcoa en A Coruña. (EFE)

Poco después, comenzarían los roces entre Siemens e Iberdrola, con demandas que incluso llegarían a los tribunales, ante lo que la eléctrica española entendía que eran continuos incumplimientos por parte de Siemens (a la que acusaba de gestionar Gamesa como una más de sus filiales) de los pactos suscritos cuando se acordó la fusión. Este conflicto se acabaría resolviendo con la salida de Iberdrola del capital de Gamesa y la adquisición de sus acciones por parte de Siemens a inicios de 2020.

Por entonces, el negocio de Gamesa seguía afectado por una sucesión de problemas que aún hoy son evidentes en sus cuentas. Muchos, derivados de las dificultades generales de un negocio eólico que ha acabado revelándose menos rentable de lo previsto para la casi totalidad de sus actores. Pero otros, achacables a los cambios en la gestión de una compañía que había hecho de la agilidad una de sus principales bazas, y que ahora se mostraba mucho más rígida en su toma de decisiones. La sucesión de relevos en sus órganos de dirección indica que la propia Siemens entendía que el negocio se estaba pilotando inadecuadamente.

Con todo, la cotización de Gamesa aún se permitiría un último episodio de fulgor bursátil, espoleado por la oleada de optimismo que envolvió al sector renovable en los meses posteriores al shock del coronavirus. En apenas nueve meses, hasta inicios de 2021, sus títulos se dispararon un 250%, ante la mirada atónita de muchas casas de inversión, que encontraban injustificadas aquellas valoraciones récord (entonces llegó a capitalizar más de 26.000 millones de euros). Algunos expertos, de hecho, sospechan que pudo haber ciertos movimientos interesados por parte de una serie de brókeres internacionales para calentar la acción de Gamesa en paralelo a la salida a bolsa de Siemens Energy, la filial en la que el grupo alemán integraría su participación en la compañía de origen vasco, que tuvo lugar en septiembre de 2020.

En 2021, llegó a valer más de 26.000 millones, tras sumar un 250% en nueve meses

Sea como fuere, aquel boom resultó efímero y daría paso a un posterior hundimiento que borraría casi todas aquellas ganancias y que, a la postre, sentenciaría su destino. Tras muchos rumores, en mayo de 2022, Siemens lanzaba una OPA para hacerse con el control total de Gamesa (a valoraciones de menos de la mitad de lo que había llegado a valorarse la compañía el año anterior). "El movimiento fue cualquier cosa menos una sorpresa, porque Siemens siempre ha actuado igual. Cuando toma una participación en una compañía como hizo en Gamesa, acaba maniobrando para integrarla completamente", apunta Ángel Pérez.

Sin ningún otro accionista fuerte que pudiera oponerse a los planes del gigante germano, la cuenta atrás para el fin de los días de Gamesa como grupo independiente estaba ya en marcha. A la compañía apenas le restan ya dos días de cotización, previsiblemente sin apenas movimientos, como han transcurrido sus últimos meses en el parqué, antes de dejar de formar parte de la bolsa española.

Algunos de los analistas que han cubierto su recorrido a lo largo de los años admiten cierta pesadumbre por el destino de un grupo que poco antes de la fusión se mostraba como una de historias más prometedoras del parqué nacional, y con mayor proyección internacional, y que se ha visto lastrada por una concatenación de errores de gestión y, a la postre, ha acabado devorada por Siemens. La que un día fue una firma relevante para la industria armamentística española ha acabado por levantar la bandera de rendición ante el aplastante poderío financiero del gigante industrial alemán.

Gamesa afronta sus últimos días en bolsa con una quietud que contrasta de forma marcada con el frenesí que rodeó su salto al parqué. El próximo 7 de febrero es el día marcado por la CNMV para la suspensión de la cotización del grupo de renovables, a la espera de la exclusión definitiva de sus acciones solicitada por Siemens y que pondrá fin a una andadura de más de 22 años en bolsa.

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