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La misión incompleta de los Abenomics, el plan para el renacer económico de Japón
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Balance del Abenomics

La misión incompleta de los Abenomics, el plan para el renacer económico de Japón

El plan del ex primer ministro de Japón para reanimar la economía del país cosechó importantes logros, pero quedó a mitad de camino en sus objetivos

Foto: Shinzo Abe.
Shinzo Abe.
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Cuando el actual primer ministro de Japón, Fumio Kishida, dio a conocer hace escasas semanas su plan económico, afirmó que “mantendría firmemente las tres flechas de una política monetaria audaz, una política fiscal flexible y una estrategia de crecimiento para estimular la inversión privada”.

Con este comentario, Kishida hacía suya la receta que había regido la política económica de Japón en la última década, promovida por su antecesor Shinzo Abe, y que, precisamente, ha pasado a la historia bajo el nombre de Abenomics.

Que Kishida se haya sentido en la necesidad de explicitar su apego a las líneas maestras dictadas por Abe podría leerse, no obstante, como la evidencia de las dudas que han ido surgiendo en Japón en los últimos meses sobre la conveniencia de proseguir por esa senda. Y, de hecho, que en el documento económico del dirigente japonés se omitiera el propio nombre de Abenomics fue entendido desde algunos ámbitos como una señal de su intención de marcar distancias con las políticas económicas promovidas por Abe.

La crisis de Ucrania ha puesto en entredicho la validez de las recetas del banco central

En medio de la crisis global generada por la guerra de Ucrania y el consiguiente encarecimiento de la energía, Japón ha sido, hasta cierto punto, una 'rara avis'. Mientras las principales economías desarrolladas bordean incrementos de los precios de hasta dos dígitos, en el archipiélago del este asiático, la inflación apenas ha alcanzado el 2,5%, según los datos del pasado mayo.

Sin embargo, este moderado aumento de los precios, combinado con la debilidad del yen —recientemente alcanzó sus niveles más bajos en 24 años frente al dólar—, ha generado un creciente descontento en una sociedad acostumbrada durante décadas a la estabilidad de precios y que ha empezado a discutir las políticas de estímulo que, contra viento y marea, sigue promoviendo el gobernador del Banco de Japón, Haruhiko Kuroda, pieza clave desde 2013 en las políticas del Abenomics.

Al poco de asumir su mandato como primer ministro de Japón a finales de 2012 —tras un breve primer Gobierno de apenas un año entre 2006 y 2007—, Shinzo Abe llegó a declarar que, “si no puedo hacer de Japón un gran país y un país sólido de una vez y transmitirlo a la próxima generación, entonces no tiene sentido la vida que he vivido hasta ahora”.

Foto: Shinzo Abe. (Getty)

Aquellos eran tiempos en los que la economía mundial lidiaba aún con la resaca de la crisis financiera internacional de 2008. Pero, en el caso de Japón, los problemas venían de mucho más atrás, de inicios de la década de 1990, cuando el estallido de una enorme burbuja financiera dio paso a un periodo de estancamiento económico y deflación, que, poco a poco, venía socavando la posición de Japón como una de las grandes potencias económicas mundiales. Con un intenso envejecimiento de su población, una deuda pública gigantesca y unas tasas de productividad y competitividad internacional en retroceso, por momentos pareció que el país se resignaba al estancamiento.

Eso fue lo que Abe pretendió cambiar con una mezcla de estímulos monetarios, impulsos fiscales y reformas estructurales, que debían devolver el vigor perdido a la economía nipona. En cierto modo, sus tres flechas vinieron a representar un momento tan crucial para el país como el discurso del ‘whatever it takes’ de Mario Draghi lo representó para la eurozona.

Con el enorme bazuca del Banco de Japón como principal ariete, Abe acumuló notables éxitos, conduciendo al país a su racha de crecimiento más larga desde la Segunda Guerra Mundial, rebajando el desempleo a mínimos de 25 años y liderando una intensa recuperación de la bolsa nacional, que llegó a duplicarse y recuperar niveles que no alcanzaba desde inicios de la década de 1990.

Un balance amargo

Sin embargo, cuando el dirigente anunció su renuncia al cargo en 2020, en medio de la crisis del coronavirus, resultaba inevitable cierto regusto amargo en el balance de su acción. “En retrospectiva, Abenomics ha apoyado con éxito a grandes empresas, como lo demuestran las tendencias crecientes en la rentabilidad. Sin embargo, no ha logrado generar una retroalimentación positiva entre los sectores empresarial y doméstico. Los decepcionantes aumentos de salarios han resultado en un estancamiento secular de los ingresos de los hogares y la demanda interna”, señalaban los analistas de Oxford Economics en una nota publicada poco después de su renuncia.

En cierto modo, en la concepción de su programa económico, Abe fue uno de los grandes impulsores de la nueva política económica que surgió de la crisis financiera. Alentando un empleo intensivo y extraordinario de la política monetaria para impulsar el crecimiento, pero acompañada de otras patas igualmente esenciales como sería el respaldo fiscal del Estado y las reformas estructurales. Si Draghi pasó su mandato en el BCE clamando el apoyo desde otros frentes a la política monetaria, el planteamiento del dirigente japonés dibujaba una ofensiva desde todos los frentes para sacar a Japón de la atonía económica.

Reformas estructurales clave encallaron por la falta de respaldo social

Sin embargo, en la práctica, el Abenomics adoleció de los mismos problemas que la actuación del BCE, al basarse casi exclusivamente en la palanca monetaria, mientras el resto de patas flojeaba. Los impulsos fiscales se vieron limitados por la gigantesca deuda de Japón (en 2019, el último año completo de Abe como primer ministro, alcanzaba el 226% del PIB), que obligó a combinarlos con subidas de impuestos que hicieron tambalear la incipiente remontada económica, y las reformas estructurales (en especial, las referentes al mercado laboral, que debían aumentar la flexibilidad del empleo) encallaron ante las señales de rechazo social. Así, sin ese respaldo, el crecimiento inducido por el Banco de Japón acabó resultando en un incremento de la riqueza de las clases más altas, frente a una situación mucho menos boyante para la gran mayoría de los hogares.

Se puede aducir, como señalaron los analistas del banco estadounidense BNY Mellon tras su renuncia, que sin su política, Japón estaría en una situación peor. Incluso, se puede considerar que Abenomics sentó unas bases que, convenientemente complementadas con las reformas adecuadas, deberían acabar ayudando a apuntalar una nueva era económica para el país.

Pero si Abe, como señaló, aspiraba a legar a las siguientes generaciones un país con las condiciones económicas necesarias para mirar de tú a tú a las grandes potencias mundiales, es probable que haya que concluir que su misión quedó incompleta. Y las recientes presiones para virar el rumbo de la política monetaria tal vez supongan un triste epílogo a su legado económico.

Cuando el actual primer ministro de Japón, Fumio Kishida, dio a conocer hace escasas semanas su plan económico, afirmó que “mantendría firmemente las tres flechas de una política monetaria audaz, una política fiscal flexible y una estrategia de crecimiento para estimular la inversión privada”.

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