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Nuestro cerebro sabe más de acciones que nosotros y no nos lo dice
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Nuestro cerebro sabe más de acciones que nosotros y no nos lo dice

Guiarse por corazonadas a la hora de invertir suele ser una pésima idea. Una nueva investigación nos ayuda a entender por qué a veces puede resultar útil

Foto: Foto: Getty/Spencer Platt.
Foto: Getty/Spencer Platt.
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Creer que sabemos más de lo que en realidad sabemos o el exceso de confianza pueden ser nuestro mayor obstáculo como inversores. Saber más de lo que creemos, pero no ser capaces de utilizarlo, es otro obstáculo. Se trata de un misterio al que por fin se está dedicando cierta atención.

Para ser un inversor, y no un especulador, hay que investigar a fondo y deliberadamente antes de comprar un activo. Como le gustaba decir al difunto inversor Charlie Munger, uno debe ser "racional". Eso no significa que haya que ser tan impasible como Spock en "Star Trek". Una de las reglas más famosas de Warren Buffett —"ten miedo cuando los demás sean codiciosos y sé codicioso cuando los demás tengan miedo"— tiene su origen en su capacidad para responder a las emociones.

Spock no tendría miedo de la avaricia de los demás ni sería avaricioso ante su miedo; simplemente encontraría inexplicable su comportamiento. Buffett no es impasible, es inversamente emocional. Toma los sentimientos de los demás, les da la vuelta y hace suyas las emociones resultantes. De hecho, no se puede ser racional a menos que también se sea emocional.

Foto: Charlie Munger, en una foto de archivo en 2013. (Reuters/Lane Hickenbottom)
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Las personas con daños en la amígdala, la región del cerebro que procesa el miedo, siguen "una ruta de acción desfavorable" a la hora de elegir entre apuestas más seguras o más arriesgadas, según un estudio de 1999. La incapacidad de sentir miedo los lleva a perseguir ganancias sin tener en cuenta las consecuencias de las pérdidas.

Otra región del cerebro que se ha estudiado de este modo es la ínsula anterior, que transmite la conciencia de estados corporales como el pulso y procesa reacciones como la ansiedad y el asco. En un experimento en el que las personas tenían que decidir si seguían comprando una acción que subía al menos 10 veces su valor fundamental antes de desplomarse, aquellos cuya ínsula se activaba con más intensidad vendían antes y ganaban más dinero.

La incapacidad de sentir miedo los lleva a perseguir ganancias sin tener en cuenta las consecuencias de las pérdidas.

Una investigación publicada en 2016 descubrió que los inversores profesionales más hábiles a la hora de estimar su propio pulso tienden a generar una media de beneficios diarios más alta a lo largo del tiempo y tienen carreras más largas. Es de suponer que esto se debe a que estaban más en sintonía con sus instintos; la euforia podría aconsejarles realizar una operación rentable, mientras que el miedo podría señalarles cuándo cortar pérdidas antes de que sea demasiado tarde.

En los últimos años, los investigadores han estudiado lo que se conoce como "neuropredicción". Se trata de la aparente capacidad de la actividad cerebral para predecir resultados, incluso cuando las personas no son conscientes de ello. Los neurocientíficos han pedido a los participantes que predigan qué solicitudes de microcréditos recaudarán más dinero en internet, qué empresas recibirán más financiación colectiva, qué popularidad tendrán videoclips o canciones, o si una acción subirá o bajará.

Foto: Inversores en la bolsa de Nueva York. (Getty/Spencer Platt)

En general, las decisiones conscientes de la gente ante este tipo de preguntas no son mucho mejores que el azar. Pero la intensidad de la activación del núcleo accumbens, una zona del cerebro que procesa inconscientemente la anticipación de la recompensa, resulta ser un buen indicador de lo que la gente decidirá de forma colectiva que le gusta. Así es: Un parpadeo de actividad electroquímica en el cerebro —tan débil que puede que ni usted mismo lo perciba— predice cómo reaccionará la gente ante algo potencialmente satisfactorio.

En un estudio publicado el mes pasado, 36 inversores profesionales holandeses trataron de elegir valores ganadores y perdedores mientras sus cerebros eran escaneados mediante un equipo de resonancia magnética. Entre los valores que evaluaron se encontraban: AT&T, Carrefour, Ralph Lauren, Sanofi y Teva Pharmaceutical. Para cada valor, los inversores visualizaron un perfil básico, incluido el sector industrial y la capitalización de mercado; un gráfico de precios; datos sobre ventas y rentabilidad; valoración en relación con sus homólogos; y un resumen de noticias recientes. A los inversores no se les dijo el nombre de los valores y dijeron que no los reconocían.

La intensidad de la activación del núcleo accumbens resulta ser un buen indicador de lo que la gente decidirá de forma colectiva que le gusta.

El conjunto de información que consultaron los inversores se remontaba a varios periodos entre 1999 y 2011. Se les pidió que indicaran si creían que cada valor superaría o no a su sector en los 12 meses siguientes a cada periodo de medición. Sus previsiones conscientes fueron como lanzar una moneda al aire. Sin embargo, los investigadores también midieron su activación en el núcleo accumbens. Eso permitió a los investigadores predecir qué acciones obtendrían mejores resultados, con una precisión del 68%. Cuanto más intensa era la activación, más probabilidades había de que ese valor acabara superando a los demás.

Es como si estos inversores profesionales tuvieran información útil sin saberlo. Mientras tanto, lo que creen saber —su predicción consciente— carece prácticamente de valor. Estos resultados son "absolutamente fascinantes y contraintuitivos", afirma Brian Knutson, profesor de psicología y neurociencia en la Universidad de Stanford, que participó únicamente en la revisión del estudio.

Es como si estos inversores profesionales tuvieran información útil sin saberlo.

Son muchos los factores que pueden influir en las decisiones de inversión, como nuestra experiencia pasada, nuestro estado de ánimo actual y cuánto riesgo queremos o necesitamos asumir. Por eso las personas acaban tomando decisiones muy divergentes, aunque sus cerebros muestren respuestas iniciales similares al mismo estímulo. "La señal cerebral es más uniforme a lo largo de una muestra de lo que lo son las predicciones", afirma Leo van Brussel, neurocientífico de la Universidad Erasmo de Róterdam y coautor del nuevo estudio. "De modo que la señal cerebral es un mejor pronosticador para el conjunto de la población".

Uno no va a meterse corriendo en un escáner cerebral cada vez que vaya a hacer una inversión, así que, ¿cómo podemos aplicar esta investigación? Si sabes detectar, canalizar y dar forma a tus emociones, éstas pueden reforzar, en lugar de entorpecer, tu capacidad de ser racional. He aprendido que mis sentimientos son buenos indicadores de lo contrario: Cuando tengo miedo, debería ser más bien codicioso, y cuando soy codicioso debería tener miedo.

Foto: Bolsa de Nueva York. (Reuters/Lucas-Jackson)

En la crisis financiera mundial, perdí definitivamente el ánimo el 6 de marzo de 2009. Pero conocía mis instintos lo suficientemente bien como para escuchar a mi miedo y hacer lo contrario. La bolsa tocó fondo tres días después, pero seguí comprando. Brian Posner, un inversor que tuvo una brillante carrera en Fidelity, Warburg Pincus y ClearBridge Investments, afirma que sus mayores éxitos se produjeron en empresas al borde del fracaso.

"En esas situaciones, casi por definición, uno está prácticamente solo a la hora de reconocer el potencial", afirma. "Tales inversiones son desconcertantes". En esos casos, sugiere, una buena señal de que vas por buen camino es "tener ganas de vomitar". Dar la vuelta a las emociones de los demás le ha funcionado a Warren Buffett. Puede que a usted le dé resultado hacerlo con las suyas.

*Contenido con licencia de The Wall Street Journal. Traducido por Federico Caraballo

Creer que sabemos más de lo que en realidad sabemos o el exceso de confianza pueden ser nuestro mayor obstáculo como inversores. Saber más de lo que creemos, pero no ser capaces de utilizarlo, es otro obstáculo. Se trata de un misterio al que por fin se está dedicando cierta atención.

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