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Ni libre comercio, ni dividendo de la paz: así hay que invertir en un mundo que da miedo
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Ni libre comercio, ni dividendo de la paz: así hay que invertir en un mundo que da miedo

El mundo interdependiente del ayer, basado en normas y dirigido por el libre mercado, se está resquebrajando. La seguridad nacional prevalece sobre la economía y los beneficios.

Foto: Exterior de Wall Street. (Getty/Spencer Platt)
Exterior de Wall Street. (Getty/Spencer Platt)
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Lo sepan o no los inversores, las últimas ocho décadas han sido de las mejores de la historia en cuanto a paz, prosperidad, beneficios y rentabilidad de los mercados. Pero dada la tormenta geopolítica actual y las grietas cada vez mayores en los cimientos del orden mundial surgido después de 1945, cabe preguntarse si todo ha sido una ilusión. ¿Estamos destinados a volver a la era de proteccionismo, tribalismo y guerra anterior a 1945?

Es demasiado pronto para escribir la historia de esta nueva era, pero es evidente que muchas de las fuerzas que han impulsado los rendimientos durante décadas están cambiando. El sello distintivo de los últimos tiempos es la tendencia hacia la paz internacional. No siempre fue así. De 1850 a 1945, Francia y Alemania entraron en guerra tres veces, Rusia y Alemania lo hicieron dos veces, y Gran Bretaña y Francia lucharon juntas contra Rusia una vez. Y antes de 1850, las guerras eran el pan de cada día, la regla y no la excepción.

La prosperidad era otra rareza. Durante los cuatro siglos anteriores a 1950, el producto interior bruto mundial fue estático y se mantuvo prácticamente estancado. La vida a menudo era brutal: las hambrunas no escaseaban, la malnutrición estaba muy extendida y las condiciones sanitarias eran deplorables. La renta per cápita apenas variaba de generación en generación.

Es cierto que la Revolución Industrial aceleró el desarrollo económico a partir del siglo XVIII, impulsando el crecimiento y el comercio mundial y elevando la calidad y la esperanza de vida. Las ciudades se extendieron, al igual que los puestos de trabajo en las fábricas y la disponibilidad de productos. Sin embargo, las condiciones en las fábricas no eran óptimas para los trabajadores ni para el medio ambiente, lo que provocó un aumento del desempleo, ciudades sucias y abarrotadas y la propagación de enfermedades.

La prosperidad era otra rareza. Durante los cuatro siglos anteriores a 1950, el PIB mundial fue estático y se mantuvo estancado

La era posterior a la Segunda Guerra Mundial ha sido casi dorada, con más paz que guerra, más progreso que pobreza y más crecimiento económico que estancamiento. Los cimientos se establecieron gracias al apoyo estadounidense a una Europa y una Asia devastadas por la Segunda Guerra Mundial, y a la voluntad de Estados Unidos de respaldar un orden mundial liberal que fomentaba la democracia, las economías de libre mercado y los ilimitados flujos transfronterizos de comercio e inversión.

De la destrucción de la Segunda Guerra Mundial surgió la era de crecimiento global más duradera y próspera que el mundo había conocido jamás. El crecimiento anual del PIB mundial se elevó a casi el 4% de 1950 a 2020, frente al 1,6% de 1820 a 1950 y el mísero 0,3% de 1500 a 1820. En este contexto, miles de millones de personas salieron de la pobreza. La expansión de los lazos transfronterizos de comercio e inversión unió al mundo y permitió a las multinacionales estadounidenses acceder a nuevos mercados, recursos y mano de obra. Los trabajadores y consumidores de los mercados emergentes, sobre todo en China, contribuyeron a impulsar el crecimiento y los ingresos mundiales.

Foto: Un coche eléctrico, en una estación pública de recarga. Opinión

También lo hizo la paz entre las superpotencias. Ninguna gran potencia ha entrado en guerra desde hace décadas, una anomalía histórica. Es cierto que las guerras y los conflictos armados no se han eliminado por completo, pero el colapso de la Unión Soviética y el final de la Guerra Fría a finales de la década de 1980 dieron lugar a un "dividendo de la paz" mundial. Mientras tanto, el cambio en las "cúspides económicas" hacia una mayor desregularización, privatización y flujos transfronterizos de comercio y capital sin restricciones ayudó a suprimir la inflación mundial, a reducir estructuralmente el coste del capital y, fundamentalmente, a impulsar los ingresos mundiales.

No cabe duda de que se produjeron «shocks» económicos por el camino, pero el orden económico liberal liderado por Estados Unidos en los últimos 80 años, aunque se dobló, no se rompió. El resultado fue un mercado alcista de activos estadounidenses sin precedentes, con una tasa de crecimiento anual compuesto de la renta variable estadounidense superior al 11% desde 1945.

Sin embargo, todavía no es seguro que el pasado sirva de prólogo. El mundo interdependiente del ayer, basado en normas y dirigido por el libre mercado, se está resquebrajando. Esta vez es diferente: la seguridad nacional prevalece sobre la economía y los beneficios. El comercio no es libre, sino gestionado. Han vuelto las políticas industriales potencialmente ineficientes y las cadenas de suministro mundiales se están reconfigurando a expensas de las empresas. Y en un mundo donde impera la ley del más fuerte, el dividendo de la paz se ha esfumado. La pugna entre Estados Unidos y China como grandes potencias está en marcha, lo que ha contribuido a disparar las ventas mundiales de armas hasta niveles récord el año pasado.

Mientras que durante décadas las amenazas al orden económico liderado por Estados Unidos fueron limitadas, en la actualidad China y Rusia, junto con Corea del Norte e Irán, se han unido en un «eje de agitación» cuya ambición compartida es nada menos que rehacer el orden económico liberal mundial estadounidense de los últimos 80 años. Su objetivo es derrocar las reglas de la economía mundial, destronar al dólar norteamericano y crear sus propios estándares tecnológicos, entre otras cosas.

El mundo interdependiente del ayer, basado en normas y dirigido por el libre mercado, se está resquebrajando

De cara al futuro, estamos entrando en una nueva era caracterizada por factores que los inversores no han tenido que contemplar durante décadas. Las carteras deben tener en cuenta ahora el aumento de los riesgos geopolíticos entre las grandes potencias, una inflación estructuralmente más alta debida en parte al proteccionismo de los recursos y al nacionalismo industrial, y el desplazamiento de las cúpulas dirigentes hacia el sector público en detrimento del sector privado. Esto no impide que en el futuro se obtengan sólidos rendimientos de las inversiones. Sabemos por la historia que, sean cuales sean las circunstancias, los países más abiertos, flexibles e innovadores generan mayores beneficios.

Las empresas con mayor capacidad de adaptación prosperan. Al igual que los inversores hábiles, que deberían optar por una gestión más activa que pasiva de las carteras, una mayor diversificación entre clases de activos, una preferencia por los proveedores de dividendos y rentas, y un sesgo hacia el poder duro (líderes en defensa/ciberseguridad), los activos duros (materias primas) y los sectores sensibles a la inflación.

*Contenido con licencia de Barron's. Traducido por Federico Caraballo

Lo sepan o no los inversores, las últimas ocho décadas han sido de las mejores de la historia en cuanto a paz, prosperidad, beneficios y rentabilidad de los mercados. Pero dada la tormenta geopolítica actual y las grietas cada vez mayores en los cimientos del orden mundial surgido después de 1945, cabe preguntarse si todo ha sido una ilusión. ¿Estamos destinados a volver a la era de proteccionismo, tribalismo y guerra anterior a 1945?

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