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Gordon Brown, el inquilino de Downing Street que nunca debió dejar los números
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Gordon Brown, el inquilino de Downing Street que nunca debió dejar los números

Qué bien le habría ido a Gordon Brown si no hubiera dejado los números. Durante diez años fue un espléndido Canciller del Tesoro que llevó a

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Gordon Brown, el inquilino de Downing Street que nunca debió dejar los números

Qué bien le habría ido a Gordon Brown si no hubiera dejado los números. Durante diez años fue un espléndido Canciller del Tesoro que llevó a Reino Unido al período ininterrumpido más largo de crecimiento económico de los últimos dos siglos. Era respetado por el Gobierno, alabado por los analistas y vitoreado por la multitud.

Pero él quería más. Siempre quiso convertirse en primer ministro. En junio de 2007 logró echar a su "amiguísimo" Tony Blair del cargo, pero ahora, tan sólo catorce meses después de su mudanza, las puertas de Downing Street se le han abierto por la parte de atrás. Tras más de una década de espera, Gordon Brown podría convertirse en el premier más fugaz de la historia del país.

El inquilino del número 10 se juega hoy todo su futuro con su discurso en el Congreso anual que el Partido Laborista celebra en Manchester. La antesala no predice nada bueno. El premier arrastra desde el pasado mes de mayo una popularidad por los suelos y la suma de varias derrotas en elecciones parciales. La presión por parte del partido es evidente y la semana pasada ganó más terreno con la dimisión de David Cairns, el secretario de Estado para Escocia. Se trataba del segundo "mártir" en menos de cuatro días de la guerra civil laborista. Se rumoreó que no iba a ser el último, ya que otros tres altos cargos, incluido un ministro, podrían boicotear el congreso. Pero, hasta ayer, la tranquilidad era absoluta. La calma tensa de hecho tan sólo fue rota por las encuestas publicadas durante fin de semana.

La sentencia de los sondeos

Un sondeo difundido por 'The Observer' revelaba que los conservadores de David Cameron ganarían con una mayoría de 146 escaños de celebrarse hoy mismo las elecciones generales. La humillación para los laboristas sería la misma que hicieron sentir a los tories en los comicios de 1997. El sondeo era el de mayor envergadura publicado nunca, con tres meses de trabajo tras de sí y precisiones en los 238 asientos más marginales, es decir, los que sentencian a la hora de la verdad los resultados finales. Según el periódico, la crítica del electorado era tan voraz que el laborismo perdería incluso los asientos ostentados de forma ininterrumpida desde la I Guerra Mundial. El partido del inquilino del número 10 desaparecería casi del mapa en el sur de Inglaterra y sólo conservaría escaños en sus feudos del norte, en las zonas rurales de Gales y en algunos barrios pobres de las grandes ciudades.

Hasta ocho ministros del Gabinete de Brown -como el veterano titular de Justicia, Jack Straw, o la responsable de Interior, Jacquie Smith- perderían su asiento en Westminster. Por el contrario, el ministro de Asuntos Exteriores, David Miliband, sobreviviría a la escabechina.

Todo el mundo miraba con lupa la actuación del titular de la diplomacia británica a lo largo del congreso y su discurso de ayer dio por un instante un remanso de paz al premier. Su apoyo era vital, ya que su nombre se barajaba desde verano como el favorito para ser el sucesor.

Es más, el pasado mes de julio, 'Miliband' publicó un polémico artículo en 'The Guardian' en el que abogaba por un "cambio radical" en el partido. El texto no hacía mención alguna al actual inquilino del número 10. Los rebeldes se frotaron entonces las manos pensando que el relevo sería cuestión de días, pero las tornas han cambiado. La explicación es sencilla: ¿quién se atreve ahora a llevar las riendas del partido?

Las encuestas -que señalan un avance de más de 20 puntos de sus rivales, los conservadores de David Cameron- no animan. La situación económica, tampoco. La producción industrial está en retroceso desde hace cinco meses, el desempleo conoció en agosto su más fuerte alza mensual en 15 años y la inflación está en aumento de 4,7 por ciento, su peor marca en los últimos 16 años.

Pero, aunque resulte paradójico, esta desastrosa situación podría suponer para Brown su bote salvavidas para seguir anclado al puesto que tanto le costó conseguir. Nadie mejor que él puede hacer frente a la crisis. Nadie mejor que él pudo manejar en la sombra la compra de Halifax Bank of Scotland por parte de Lloyds TSB esta semana para evitar un nuevo Northern Rock. Nadie mejor que él puede crear un Nuevo Laborismo británico que promete poner freno a los excesos de la City tras calificar de "irresponsables" las primas millonarias que se dan en la banca a personas cuyo único mérito es asumir riesgos "excesivos" con dinero ajeno.

A pesar de que hace tan sólo unos días su liderazgo pendía de un hilo y doce diputados llegaron a firmar una carta en la que solicitaban abrir un debate público sobre el asunto, Brown juega ahora con la ventaja de conocer mejor que nadie los números del país, aquellos de los que nunca debió separarse. O quizá sí. Su discurso lo dejará todo dicho.

Qué bien le habría ido a Gordon Brown si no hubiera dejado los números. Durante diez años fue un espléndido Canciller del Tesoro que llevó a Reino Unido al período ininterrumpido más largo de crecimiento económico de los últimos dos siglos. Era respetado por el Gobierno, alabado por los analistas y vitoreado por la multitud.

Gordon Brown