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La pesadilla de una española en tierras del Islam
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“EN SU TERRENO, LOS MUSULMANES IMPONEN SU RELIGIÓN”

La pesadilla de una española en tierras del Islam

No pasa mucho tiempo, sólo el necesario para una breve charla trivial, hasta que Dolores Sayans reúne el valor suficiente y empieza el relato de su

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La pesadilla de una española en tierras del Islam

No pasa mucho tiempo, sólo el necesario para una breve charla trivial, hasta que Dolores Sayans reúne el valor suficiente y empieza el relato de su viaje a los infiernos. Con una entereza conmovedora cuenta las palizas, los castigos, las violaciones, la presión constante para que se convirtiera al Islam, lo cerca que estuvo de la muerte... Y la guerra, siempre presente, con todo su catálogo de horrores. Su historia transcurre en el peor de los escenarios posibles, en Gaza, un mundo extraño “donde no eres nadie por el simple hecho de ser extranjera”.

La suerte tampoco había estado de su parte antes, durante su juventud en España. Apenas tenía 19 años cuando su primer marido murió mientras hacía el servicio militar. Cuando intentaba recomponer su vida se enamoró de Yusef, un universitario palestino que cursaba Ciencias Políticas en Madrid, quien la convenció para casarse y, poco después, para trasladarse una temporada a Gaza. Fue entonces cuando empezó su extraordinaria historia de supervivencia, que la periodista Paloma Sanz ha narrado en su último libro (Rojo pasión, negro destino, verde porvenir, en referencia a los colores de la bandera palestina). 

“Cuando llegamos a Gaza él cambió completamente. Allí quien mandaba era él y su familia, que me decían que al haberme casado con él tendría que hacerme musulmana. Me presionaban constantemente para que me convirtiera. En su terreno, los musulmanes imponen su religión, sus costumbres, su modo de vestir”, cuenta. Sanz, gran conocedora del mundo árabe, aporta su visión del terrible choque cultural que experimentó la protagonista de su novela. “Las posturas se están radicalizando cada vez más. Cada vez son más integristas, y no parece que haya una solución a medio plazo. Es un problema de religión pero fundamentalmente educacional. Y, en muchas ocasiones, son las propias mujeres musulmanas quienes fomentan esas costumbres”. Sayans zanja la cuestión: “Si eres sumisa tendrás pocos problemas”.

Pero ella no lo fue. En un intento desesperado por doblegar su rebeldía, Yusef la sometió a todo tipo de vejaciones y castigos. “Las palizas podrían haberme matado. A veces me pegaba con lo primero que tenía a mano y otras muchas yo me defendía o me escondía. Todos los días pensaba ‘¿Y hoy qué me pasará? ¿Qué pasará si lo cuento?`”. No sólo sufría el maltrato de un hombre al que ya no reconocía. También tuvo que soportar el desprecio continuo de su familia política desde el momento en que puso los pies en Gaza, sobre todo después de tener tres niñas y ningún hijo varón. Comenzó a planear la huida, una nueva vida para ella y sus hijas, pero perdió las fuerzas cuando su suegra, su marido la obligaron a llevar en su vientre un bebé muerto durante dos meses porque se negaban a practicarle un aborto. Cuando no aguantaba más, la enviaron a un curandero que le extrajo el bebé en un lugar infecto, sin ninguna garantía de que la madre pudiese sobrevivir a la operación. 

La huida   

Semanas después de aquel terrible episodio, Sayans regresó a España al conocer el fallecimiento de su padre, tiempo durante el cual su marido se casó con otra mujer. A partir de ese momento, la única obsesión de Sayans fue recuperar a sus hijas, sacarlas como fuera de Gaza. “Aquello es un campo de concentración. Los palestinos tienen miedo constantemente: tienen miedo de Hamás y tienen miedo de Israel, que no les ayuda en absoluto. La revuelta posterior a las elecciones municipales que ganaron los islamistas fue terrible. Yo vi ejecuciones en la calle o como prendían fuego a una casa con toda la familia de un alto cargo de Al Fatah dentro. Tiraban a gente desde las azoteas. Pero Israel tampoco quiere la paz, no le interesa, tiene que mantener el conflicto y tener una justificación para seguir construyendo asentamientos. La ofensiva de principios de enero también fue terrible. El odio de los palestinos hacia los judíos es culpa de Israel”, dice.

Su testimonio no solo está lleno de infortunios. También hay lucha y esperanza. Con el tiempo, Sayans ha logrado rehacer su vida en Madrid. Visita una vez al año a sus hijas, a las que incluso intentó raptar con la ayuda de una ONG palestina. El Gobierno israelí tampoco la ayudó a sacarlas de Gaza. “He tenido suerte de poder salir con vida, pero a costa de dejarme una parte de mi, porque estoy incompleta. Allí he dejado a mis hijas y, como toda madre, necesito el contacto. ¿Mitigar el dolor? Hombre, contarlo me ha servido para desahogarme, aunque de dentro no lo sacaré nunca. Por lo menos, si hay alguien que esté en una situación similar, que esto le sirva de camino”. 

No pasa mucho tiempo, sólo el necesario para una breve charla trivial, hasta que Dolores Sayans reúne el valor suficiente y empieza el relato de su viaje a los infiernos. Con una entereza conmovedora cuenta las palizas, los castigos, las violaciones, la presión constante para que se convirtiera al Islam, lo cerca que estuvo de la muerte... Y la guerra, siempre presente, con todo su catálogo de horrores. Su historia transcurre en el peor de los escenarios posibles, en Gaza, un mundo extraño “donde no eres nadie por el simple hecho de ser extranjera”.

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