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Un español en la capital de Mali: “La gente te saluda al tomarte por un francés”
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“CREEN QUE DE NO SER POR LOS GALOS, LOS YIHADISTAS YA HABRÍAN TOMADO LA CIUDAD”

Un español en la capital de Mali: “La gente te saluda al tomarte por un francés”

Ante la puerta de una pequeña tienda de Bamako, donde compro el pan y las verduras y donde amarillea un poster de Gadafi colgado sobre la

Foto: Un español en la capital de Mali: “La gente te saluda al tomarte por un francés”
Un español en la capital de Mali: “La gente te saluda al tomarte por un francés”

Ante la puerta de una pequeña tienda de Bamako, donde compro el pan y las verduras y donde amarillea un poster de Gadafi colgado sobre la nevera, pasa un niño con su carreta y su burro. Se detiene y me espera con los ojos codiciosos de la mirada sobre un tubabu (blanco). Lleva una camiseta raída y grande, pantalón corto, cara sucia y ojos de sueño. Sobre su carro tirado por un burro, mantiene el paso tranquilo sobre el firme impreciso. Su futuro ya era antes incierto, olía a cebolla y a hambre. Y ahora, la guerra.

Lo miras y parece carne de cementerio, bruñido antes de que el sol asome, porque esta tierra reseca no está dispuesta a ofrecer demasiado. El niño, que desde bien temprano trabaja con su burro, hace tiempo que despertó de ser niño. Lleva y trae, en su camino de paso al sepulcro, leña, bidones y, en el verde octubre, hierba y sacos de mijo. No sabe nada, ni siquiera contar sus años.

La vida sigue y a llegar al trabajo encuentro los habituales mails de invitaciones a eventos y conciertos en bares de la mailing list de expatriados en una ciudad nerviosa y excitante. Los no evacuados estaremos el viernes y el sábado en los bares de siempre, bebiendo relajados y ajenos, disfrutando de la excelente música maliense, prohibida por los defensores de la fe en las regiones del norte.

En estos días, las banderas francesas aparecen ondeando en los coches y las motos que pasan, haciendo de Bamako la ciudad ruidosa y caótica de siempre. La intervención gala ha eliminado a golpe de bomba el sopor y la vergüenza de un pueblo vejado por la incapacidad del Gobierno y del Ejército para mantener los dos tercios de su territorio, una extensión equivalente a España e Italia juntas y abandonado en marzo en una huida nada honrosa.

Cuando hablas con los malienses, la vergüenza por la huida del ejército parece reactivarse en su discurso vehemente y fortalecido por la esperanza de la reconquista. Caminando por las calles de Bamako, la gente te saluda confundiéndote con un francés. Una cosa parece clara, los yihadistas habrían entrado en Bamako en apenas unos días. Tal vez uno de los efectos de esta intervención pueda ser la limpieza de la hoja de servicios francesa, muy marcada en África por todos los episodios turbios de la conocida como Franceafrique.

Como hizo Estados Unidos en América Latina, el patio de atrás de Francia ha sido África desde los inicios de la independencia de sus colonias africanas a finales de los años cincuenta. La memoria sobre los numerosos capítulos de neocolonialismo e injerencia parece estar diluyéndose ante la oportunidad y la rapidez de una intervención muy esperada por la población maliense. Pero esto es solo el inicio. Para hacer tabula rasa aún queda por delante una guerra larga y difícil contra un enemigo muy determinado y dinámico y la complicada etapa posterior a la contienda.

Los malienses parecen expiar el sentimiento de que parte de la población en las tres regiones del norte se supone que apoya a los yihadistas. No tienen reparo en decírtelo, pero eso no se cuenta en los medios. Desde la independencia de Mali se suceden regularmente levantamientos en las regiones hoy ocupadas. La diferenciación entre el movimiento nacionalista tuareg y las facciones radicales que hoy combaten contra el Ejército se ha difuminado para mucha gente en Bamako y las represalias contra los tuaregs pueden ser muy dolorosas para un país necesitado de encontrar un cauce de entendimiento con las minorías del norte, no solo tuaregs pero también árabes o peul.

Jurar la bandera tiene un precio

Si vives en Mali, alguien te contará tarde o temprano que, para entrar en el Ejército, no siempre ha sido necesaria una prueba de aptitud. A menudo, como hemos y seguimos viviendo en nuestra España de los apaños caciquiles, para ocupar ciertos cargos bastaba con pagar dinero. En Mali jurar la bandera tenía un precio. Fouseinou, maliense compañero de trabajo, me cuenta que cuando se tenía un hijo o un sobrino con “poco futuro” y se disponía de medios económicos, se pagaba unas suma de alrededor de un millón de francos cefas (1.500 euros) y rápidamente se convertía en soldado.

Lo más impactante es que esta corrupción estaba tan establecida, tan legalizada, que incluso te extendían un recibo de pago. Esto hace que hoy en día, tras la salida de las familias dirigentes durante los diez años de mandato del presidente Toure derribado por un golpe en marzo,  muchos oficiales estén haciendo frente a demandas por los escándalos de corrupción. Tal vez así podamos entender la diferencia que existe entre la determinación de unos fanáticos dispuestos a morir por alcanzar el paraíso y la de los niños sin equipamiento ni capacidad, con incierto futuro, que acaban formando el Ejército de Mali.

Amputaciones, la ley de los yihadistas

La ciudad respira sin tiempo para la guerra. Nada se ha paralizado y las hordas de motos chinas hacen el mismo ruido de siempre. Me monto en el coche escapando del calor y del polvo que hacen de Bamako una ciudad espantosa para los amantes del paseo. En televisión pasan la entrevista de un chico al que le amputaron la mano en Gao. Se le acusaba de conspiración, pero a menudo han sido cuestiones como fumar, escuchar música, no vestir adecuadamente, robar ganado o tener relaciones íntimas sin estar casado los causantes de castigos corporales espeluznantes que se han colgado en internet para nutrir la feroz maquina propagandística de los yihadistas.

Esta persona amputada cuenta cómo le grababan por medio de teléfonos móviles mientras perdía el conocimiento. Cuando se recuperó, los yihadistas le enseñaron la mano amputada. Ahora se encuentra en Bamako, esperando que, incha Allah (si Dios quiere) los culpables sean castigados. La Corte Penal Internacional anunciaba ayer la apertura de una investigación. Este tipo de historias hace que a uno se le indigeste la cena y te sumerge de nuevo en el horror de la guerra, pese a la normalidad con la que vivimos en los días de lucha.

Ante la puerta de una pequeña tienda de Bamako, donde compro el pan y las verduras y donde amarillea un poster de Gadafi colgado sobre la nevera, pasa un niño con su carreta y su burro. Se detiene y me espera con los ojos codiciosos de la mirada sobre un tubabu (blanco). Lleva una camiseta raída y grande, pantalón corto, cara sucia y ojos de sueño. Sobre su carro tirado por un burro, mantiene el paso tranquilo sobre el firme impreciso. Su futuro ya era antes incierto, olía a cebolla y a hambre. Y ahora, la guerra.