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El silencio ante la barbarie y otras sombras del último gran hombre
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SIDA, TERRORISMO... NO SE LIBRÓ DE LAS CRÍTICAS

El silencio ante la barbarie y otras sombras del último gran hombre

Con Mandela se va la casi perfección de la imperfección. Madiba, como se le conoce, es ejemplo de muchas cosas por sobreponerse a sus errores

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Con Mandela se va la casi perfección de la imperfección. Madiba, como se le conoce en Sudáfrica, es ejemplo de muchas cosas por sobreponerse a sus errores. Es en los dos extremos donde la escasa crítica es más virulenta: extrema derecha blanca y extrema izquierda negra. Eso no impide que haya evidentes errores. Nadie dijo que fuera perfecto, nadie lo es.

El principal fallo del expresidente tiene un nombre conocido y sonoro: sida. Mandela reaccionó tarde ante esta enfermedad y permitió que se extendiera causando cientos de miles de muertes. “En 1999, justo antes de dejar la presidencia, pidió perdón en un mitin por no haber hablado del sida”, recuerda Alec Rusell en su excelente libro After Mandela.

Nihalo Mollana, amigo de Mandela y su médico de cabecera, habla así de esa negligencia del presidente en el galardonado reportaje, Sida, la agonía de África. "Me enojo cada vez que lo pienso. Cada vez que veo a Mandela le echo la bronca por eso”. Nadie sabe qué ocurrió en su cabeza para presentar en 1992 un programa de Gobierno en el que había diferentes actuaciones para paliar la “pandemia” y después, hasta 1996, sólo hacer una vaga mención del sida en la conferencia de Davos, Suiza. Mientras, la enfermedad devoraba decenas de miles de vidas en progresión geométrica.

Es cierto que su sucesor, Mbeki, fue aún más responsable por negar su existencia, denegar los antirretrovirales en el momento en que el sida causaba estragos y acusar a Occidente de inventar una dolencia que él afirmaba que se curaba con hierbas. Es probable que la historia juzgue con dureza a los Gobiernos sudafricanos del ANC por genocidio “involuntario”. Hay 5,5 millones de infectados en la actualidad y sólo en el año 2004, el más duro, murieron 258.000 personas.

Mandela reaccionó y tras reconocer su error se convirtió en uno de los grandes luchadores contra el sida en Sudáfrica. Su fundación y sus esfuerzos han ido encaminados a paliar el desastre. Uno de sus hijos, Makgatho, falleció en 2005 a cauda de esta enfermedad. Su padre lo hizo público inmediatamente y ha seguido luchando contra esta “pandemia” desde su legado.

Silencios ante la barbarie

Otra de las críticas que recibe Mandela han sido sus silencios. Como gran icono en la lucha por los derechos humanos en África y el mundo, se le achaca no haberse pronunciado antes y de forma más contundente sobre lo ocurrido en Zimbabue. Sólo se recuerda una frase, aquella que dijo en Londres en su 90 cumpleaños al referirse a Mugabe como “un trágico fracaso de liderazgo”.

Aún más doloroso, por afectar a su obra, es el silencio sobre los múltiples casos de corrupción del Gobierno de su ANC. Por partidismo o porque, cómo recuerda Rusell, “sólo echó a un ministro mientras fue presidente y fue complaciente con casos de ineficacia en su Gabinete por su carácter afable”. No hay una sola declaración del expresidente que denuncie la constante tormenta de escándalos de corrupción que se suceden bajo los gobiernos del ANC.

Al otro gran icono de Sudáfrica, nobel de la Paz, el arzobispo Desmond Tutu, hace ya años que se le agotó la paciencia y es hoy una de las personas más críticas con el actual Gobierno: “¿Qué demonios estáis haciendo? ¿Por qué luchamos? Luché contra el apartheid y lucharé contra este Gobierno”, declaraba recientemente. Mandela nunca ha dicho una sola palabra sobre este asunto. ¿Qué pensará Mandela de la masacre de los mineros de Marikana? Su cabeza no le permite ya responder.

Pasado terrorista

Algunos tachan a Mandela de terrorista, así fue calificado por la ONU y por Estados Unidos, que no le quitó esa calificación, por olvido, hasta 2008. Mandela creó el grupo armado del ANC, Umkhontowe Sizwe, pero ahí se podría aplicar aquello de Sartre de “en el nazismo o luchabas contra ellos o estabas con ellos”. Es opinable, Mandela vivió en un régimen de terror racial contra los negros como él. “Yo, hasta que no pida perdón por las muertes que causó, no le respetaré”, mantienen algunos afrikáners que niegan la santidad a un hombre que apostó por las armas.

Por último, hay otras críticas que ven en sus amistades, como el libio Gadafi o Fidel Castro, un argumento para negar sus convicciones demócratas y su lucha por los derechos humanos. Es cierto que, por ejemplo, el dictador cubano apoyó el fin del apartheid y la llegada de la democracia en Sudáfrica mientras naciones democráticas como Estados Unidos o Gran Bretaña vetaban constantemente sanciones en el Consejo de Seguridad de la ONU a un Gobierno racista que masacraba a toda una población por su color de piel. Sin embargo, algunos se preguntan por qué no quiso después para libios y cubanos lo mismo que quiso para su pueblo: libertad. ¿Lealtad?

Nadie tiene una vida inmaculada y un expediente impoluto. Mandela no es perfecto y puede que algunas de estas críticas sean razonables y graves. Sin embargo, su generosidad y su capacidad de concordia y perdón, reflejada en muchos de los supuestos errores anteriores, consiguieron el milagro de hacer convivir a un país con demasiadas razones para desangrarse en un lado y una única en el otro: Mandela. Eso sí que no es opinable.

Con Mandela se va la casi perfección de la imperfección. Madiba, como se le conoce en Sudáfrica, es ejemplo de muchas cosas por sobreponerse a sus errores. Es en los dos extremos donde la escasa crítica es más virulenta: extrema derecha blanca y extrema izquierda negra. Eso no impide que haya evidentes errores. Nadie dijo que fuera perfecto, nadie lo es.

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