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Una abuela en manos del narco: "Oh, Dios mío, yo no valgo para esto"
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“¿quieres trabajo? te damos: Matar, torturar...”

Una abuela en manos del narco: "Oh, Dios mío, yo no valgo para esto"

Yolanda Álvarez intentó pagar el rescate de su marido y terminó siendo privada de libertad. Su historia, cruel, ha tenido un final feliz... pero solo para ella

Foto: Mujeres participan en una operación ciudadana de búsqueda de desaparecidos en La Unión, estado de Coahuila, México (Reuters).
Mujeres participan en una operación ciudadana de búsqueda de desaparecidos en La Unión, estado de Coahuila, México (Reuters).

Consiguió reunir, a duras penas, los 120.000 pesos que le habían pedido los secuestradores de su marido. Yolanda Álvarez Antúnez llevaba tiempo sin saber qué había sido de Beto, su esposo enfermo de diabetes, y en cuanto recibió la llamada pidiendo el rescate vendió pertenencias e hizo acopio de los pocos ahorros que había podido acumular después de criar a cinco hijos y 13 nietos. Así, con una bolsa llena de billetes, esta mujer del estado mexicano de Guerrero se dispuso junto a su cuñado a encontrarse con quienes un 10 de enero de 2013 habían privado de libertad a Luis Alberto.

Enseguida reconoció la voz del hombre con quien había estado hablando durante semanas. Los secuestradores se ponían en contacto con ella cada poco tiempo para saber cómo iba la recolecta de dinero, pero Yolanda no podía ir más rápido en su intento por recopilar los casi -al cambio- 6.300 euros solicitados. En una de las llamadas, según recoge AP, la mujer escuchó a su marido: “Haz lo que tengas que hacer, vende lo que tengas que vender”, le pidió Beto. Al parecer, sus captores no estaban cuidando la incipiente ceguera que le estaba provocando su abandonada diabetes.

Por fin, Yolanda pudo hacer la entrega del dinero al joven con el que había estado hablando tanto tiempo. Respondía al nombre de El Nico, era alto, flaco y de hombros curvos. No debía llegar a los 30 años. Lejos de cumplir su promesa, el secuestrador obligó a la mujer y a su cuñado a subir en una camioneta. Les llevaron a un campamento que tenían en mitad de la montaña y les taparon los ojos para que no vieran. “Si tenéis que ir al baño, avisadnos para que no os disparemos”, advirtieron.

Ahora también sometida a cautiverio, Yolanda no entendía por qué no habían cogido el dinero y soltado a Beto. Las explicaciones no tardaron en llegar: “Tu marido se ha escapado y vosotros no os vais a ir hasta que le encontremos o hasta que vuelva”. Católica ferviente, la mujer -de 53 años- recurrió a su fe para soportar tan delicada situación. “Señor, qué bien que le vine a quitar un poquito de sufrimiento a mi esposo”, se repetía en silencio.

Pasaban los días y Beto no aparecía. Jornada tras jornada, un grupo de unos 20 hombres armados vigilaba a Yolanda y a su cuñado sin dejarles el más mínimo atisbo de escapatoria. De esta manera, los familiares de Luis Alberto habían pasado a engrosar la cifra de 22.000 desaparecidos durante los últimos ocho años que registra México. Sin hábitos de higiene ni intimidad alguna, a Yolanda la acompañaba alguno de sus secuestradores cada vez que tenía que ir al baño. Nunca se dieron cuenta de que en uno de sus bolsillos guardaba un rosario de plata. Si no, se lo hubieran quitado.

Los delincuentes se referían a su grupo como 'La familia Michoacana', y solían consumir drogas mientras se pasaban teléfonos móviles con fotos de chicas desnudas. A veces, incluso, se peleaban entre ellos. Yolanda sentía miedo, pero no tanto como el día en que El Nico le avisó de que faltaban 2.000 pesos en la bolsa que entregó como rescate. “A lo mejor conté mal por los nervios, señor”, se excusó.

“Si necesitas trabajo, te damos uno. Matar, cortar cabezas, torturar...”, le ofrecieron

A pesar de que la cifra no llegaba a los 260 euros, El Tucán -otro de los secuestradores- quiso saber a quién podía pedirlos. Yolanda temió por su familia: sus hijos, sus padres, sus vecinos… Les dijo que nadie de su entorno tenía dinero y que las deudas les acorralaban. De hecho, les contó que antes del secuestro había estado pensando mudarse con Beto para encontrar un trabajo que su marido pudiera hacer a pesar de su ceguera. “Si necesitas trabajo, te damos uno. Matar, cortar cabezas, torturar...”, le ofrecieron. “Oh, Dios mío, yo no valgo para eso”, contestó.

La pesadilla siguió creciendo cuando El Tucán le preguntó qué estaba pasando en Ahuehuepan, su pueblo. Yolanda no podía saberlo: “Estoy aquí, con ustedes”. Al parecer, los habitantes de la localidad habían cerrado la carretera de acceso a su ciudad para impedir que se produjeran más secuestros. Esto hizo reaccionar a los delincuentes, que trasladaron su campamento a una zona más alta de la montaña pero finalmente regresaron al original.

El 'casi final feliz' de una pesadilla

La mañana de un sábado, la radio sonó. “Parece que te vas, señora”, le dijeron. Uno de los hijos de Yolanda había conseguido reunir 100.000 pesos que habían pedido los secuestradores para liberar a su madre. La cifra inicial había sido de 500.000, pero rebajaron la cuantía hasta un montante que pudieran pagar tan débiles economías. “Faltan 2.000 pesos”, anunció El Nico aludiendo al dinero no aportado. “¿Quién se queda, tú o el chico?”, inquirió amenazando con dilatar en el tiempo el cautivero. Otro de los secuestradores se apiadó de ellos y le dijo a su colega: “Déjales ir. ¿Qué son 2.000 pesos?”.

De esta manera, Yolanda pudo escapar de sus captores. Ilusionada por encontrar a su marido en casa, su hijo le dio una mala noticia: Beto no había regresado. A pesar de la dura situación vivida y de que es más que posible que la mujer haya enviudado sin saber dónde está el cadáver de su esposo, ella se mantiene con fuerzas gracias a la religión. “Dios sabe a quién enviar los mayores sufrimientos, porque solo algunos sabemos sobrellevarlos”, concluye.

Consiguió reunir, a duras penas, los 120.000 pesos que le habían pedido los secuestradores de su marido. Yolanda Álvarez Antúnez llevaba tiempo sin saber qué había sido de Beto, su esposo enfermo de diabetes, y en cuanto recibió la llamada pidiendo el rescate vendió pertenencias e hizo acopio de los pocos ahorros que había podido acumular después de criar a cinco hijos y 13 nietos. Así, con una bolsa llena de billetes, esta mujer del estado mexicano de Guerrero se dispuso junto a su cuñado a encontrarse con quienes un 10 de enero de 2013 habían privado de libertad a Luis Alberto.

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