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Reconversión industrial, refugiados y cambio demográfico: los retos de Merkel
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la canciller, ante su cuarta legislatura

Reconversión industrial, refugiados y cambio demográfico: los retos de Merkel

Sobre la mesa, un menú complejo, difícil de digerir. De la integración de los refugiados al futuro de la eurozona, pasando por la reconversión industrial y el cambio demográfico

Foto: La canciller alemana, Angela Merkel, en su primera comparecencia tras conocerse los resultados de las elecciones generales. (EFE)
La canciller alemana, Angela Merkel, en su primera comparecencia tras conocerse los resultados de las elecciones generales. (EFE)

Tras las elecciones, emergen para Angela Merkel los viejos problemas. Las negociaciones para formar una nueva coalición pasarán después de unas semanas —más bien, meses— y entonces la canciller empezará a encarar los retos pendientes para su cuarta y muy probablemente última legislatura al frente de la primera potencia económica y política de Europa. Sobre la mesa, un menú complejo, difícil de digerir. De la integración de los refugiados al futuro de la eurozona, pasando por la reconversión industrial y el cambio demográfico.

Los refugiados: integración y sistema de reparto

Desde 2015, alrededor de 1,3 millones de peticionarios de asilo han llegado a Alemania. Una cifra sin precedentes históricos que ha generado y sigue generando tensiones y controversia dentro y fuera del país. Una vez cerrado el paso migratorio con el acuerdo entre Turquía y la UE, el principal problema en Alemania es la integración de los extranjeros a los que se ha acogido y la expulsión de aquellos a los que se ha denegado protección.

Berlín está empleando cientos de millones en integración. Los peticionarios de asilo tienen sanidad y alojamiento desde los primeros días. Los menores tienen garantizada una escuela y a los adultos se les ofrecen cursos de alemán gratuitos. Pero son los menos los que están consiguiendo acceder al mercado laboral, a pesar de que Alemania roza el pleno empleo y que hay vacantes en muchos sectores por todo el territorio nacional. La burocracia es una de las principales trabas (problemas de reconocimiento de títulos, por ejemplo), pero el problema del idioma o de la falta de formación formal de los recién llegados son también graves obstáculos para que logren su primer trabajo.

El Gobierno alemán seguirá además luchando para que la UE reforme su derecho de asilo e instaure un sistema de reparto de los refugiados que llegan a su territorio. Y aquí la cuestión seguirá exactamente en el mismo punto en que se dejó hace meses: Polonia y Hungría se niegan a acoger refugiados, bloqueando el consenso necesario para lograr cualquier acuerdo.

La ultraderecha

El gradual movimiento de Merkel hacia el centro del espectro político y sus polémicas decisiones (en Alemania y, especialmente, entre sus filas cristianodemócratas) en la cuestión griega y en la crisis de los refugiados abrieron un hueco a la derecha del bloque conservador que la apoya. La ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) ocupó entonces ese nicho y explotó sus posibilidades azuzando el miedo. Ahora está en el Bundestag con una nutrida representación y generosa financiación pública.

Por primera vez desde la caída del régimen nazi, un partido de corte ultraderechista ha entrado en el Bundestag. Según varios estudios, la mitad de los parlamentarios de AfD tiene vínculos trazables con la derecha más radical. Para una sociedad que ha avanzado a través de grandes consensos en los últimos 70 años, escuchar sus discursos xenófobos, euroescépticos y nacionalistas va a ser difícil. No obstante, los demás partidos han trazado un cordón sanitario alrededor de AfD. Estarán en el Bundestag, pero aislados.

Foto: Un cartel electoral de Alternativa para Alemania, en Berlín, a finales de agosto de 2017. (Reuters)

Déficit de inversiones

El Gobierno federal ha logrado cerrar los cuatro ejercicios de esta legislatura sin generar nuevas deudas. Una combinación de evolución positiva del mercado laboral, euro débil y tipos de interés en mínimos ha contribuido a que Merkel lograse uno de sus mayores objetivos, el déficit cero, algo que Berlín no había conseguido desde 1969.

Sin embargo, esta consolidación ha fomentado que se pospongan inversiones que sin duda la primera potencia europea necesita. La mayoría de partidos han coincidido en destacar durante la campaña la necesidad de redoblar las inversiones en infraestructuras, de carreteras y puentes hasta la banda ancha y la fibra óptica. La propia Merkel ha asegurado durante las últimas semanas que la digitalización es una de las cuestiones de futuro claves y que el Gobierno debe invertir para posibilitar "la sociedad del gigabyte". Los conservadores y los socialdemócratas coinciden en prometer hasta 15.000 millones de euros en inversión pública en infraestructuras. Los segundos, además, quieren aumentar las competencias del Ejecutivo central para financiar mejoras en los colegios.

Competir por el coche del futuro

El sector del motor, emblema de la industria alemana, está en una encrucijada. Debe, por un lado, superar la quiebra de confianza que ha supuesto el fraude de los motores diésel y sus prácticas contrarias a la competencia. Y, por otro, encarar un futuro incierto donde son clave nuevas tecnologías para el desarrollo del coche eléctrico y el vehículo autónomo, y donde gigantes como Volkswagen, Porsche, BMW o Audi parecen rezagados frente a nuevos rivales con ingentes cantidades de capital disponible y potentes departamentos de investigación y desarrollo como Tesla, Google y Apple. La cuestión no es baladí, porque la industria automovilística supone 800.000 empleos directos en Alemania, una red de unas 1.300 empresas y es el primer sector exportador del país.

La situación ejemplifica el reto que supone para la industria tradicional en su conjunto la adaptación a las nuevas tecnologías y al cambiante nuevo contexto de competitividad. Especialmente en Alemania, donde el sector industrial supone más del 20% del producto interior bruto (PIB), una tasa excepcionalmente alta para una economía avanzada. Su preeminencia global, sin embargo, no está asegurada ante este cambio de paradigma, la llamada Industria 4.0, y su adaptación a la nueva realidad requiere, como mínimo, planificación, coordinación y grandes inversiones públicas y privadas.

placeholder Angela Merkel, en una cadena de montaje en Grevenbroich, Alemania. (Reuters)
Angela Merkel, en una cadena de montaje en Grevenbroich, Alemania. (Reuters)

La eurozona: profundizar y asegurar

La eurozona es uno de los charcos en los que, mal que le pese, Merkel tendrá que meterse. La unión económica y monetaria necesita un empujón tras la crisis de la deuda para avanzar en su integración y consolidar sus cimientos de cara al siguiente 'shock'.

La canciller ha admitido las propuestas de Macron. Aunque con cierta tibieza. La transformación del fondo permanente de rescate en una versión europea del Fondo Monetario Internacional (FMI) le parece una "muy buena idea". Sobre el ministro de Finanzas para la eurozona y el presupuesto conjunto habrá aún que hablar, ha dicho. Como es habitual, no se opone ni lo respalda. Tratará, durante la negociación, de adecuarlo a sus intereses.

Parece, no obstante, claro que con Merkel al timón en Berlín no pueden esperarse grandes cambios en política europea. Berlín mantendrá el rumbo en las grandes cuestiones, del Brexit a la política común de seguridad y defensa. La característica principal de los próximos cuatro años será el continuismo. Las expectativas de saltos cualitativos de algunos socios y de Bruselas se verán en gran medida defraudadas.

Un mundo más impredecible

La combinación de líderes populistas y volubles, como el estadounidense Donald Trump, con figuras autoritarias e impredecibles, como el ruso Vladímir Putin, el turco Recep Tayyip Erdogan y el norcoreano Kim Yong-un, promete dificultades para Merkel, una política que encarna precisamente los valores opuestos. Saltar a los brazos de la estable China sería un arma de doble filo.

No obstante, ese es el terreno en el que la canciller tendrá que batirse en los próximos cuatro años, en los que en cierta medida se definirá su legado. Buscando difíciles puntos intermedios entre la firmeza basada en valores que propugna y el pragmatismo que le exigen la política y la economía. Un terreno de juego nada sencillo en un mundo donde la democracia liberal que ella defiende se encuentra en franco retroceso. Está por ver hasta qué punto Macron puede hacer frente común con la alemana.

placeholder Angela Merkel, junto Emmanuel Macron, durante una rueda de prensa en Bruselas. (EFE).
Angela Merkel, junto Emmanuel Macron, durante una rueda de prensa en Bruselas. (EFE).

El cambio energético... y el climático

Antes de las crisis del euro y de los refugiados, Merkel lanzó un programa para dar un vuelco al sistema energético alemán. Se trataba de acabar con las nucleares para 2021, reducir progresivamente las fuentes de energía más contaminantes y fomentar las renovables. Virar hacia la sostenibilidad. Se llamó Energiewende (cambio energético).

Pero la transformación encalló por el camino por dificultades técnicas, políticas y económicas y, debido a la sucesión de crisis de los últimos años, ha quedado en un segundo plano en el debate público. En los últimos años, las emisiones de CO2 se han mantenido, pese a las promesas de reducciones, y el empleo de carbón —la fuente energética más contaminante— ha aumentado. Merkel, que fue ministra de Medio Ambiente, aspira a ser recordada como una canciller verde e hizo importantes esfuerzos para que se lograra el Acuerdo de París contra el cambio climático. Ahora deberá encaminar a su país, de una vez, por esa senda.

Pensiones, dependencia y trabajo

Alemania es el segundo país más envejecido del mundo, por detrás tan solo de Japón. La cuestión tiene múltiples repercusiones, algunas de las cuales se han abordado ya durante la campaña. Merkel deberá empezar a poner soluciones en esta nueva legislatura antes de que sea demasiado tarde.

En el ámbito laboral, la consecuencia es clara. Según distintos estudios, Alemania va a perder más millones de trabajadores en las próximas décadas. Esto lastrará el crecimiento y dañará las arcas públicas, que verán erosionado su potencial de recaudación. Los intentos de los últimos años por atraer a profesionales de los países en crisis del sur de la UE y por dar empleo a los refugiados han fracasado. En gran medida, por problemas de idioma, la dificultad para reconocer las titulaciones extranjeras y el poco atractivo de la ofertas.

El envejecimiento pondrá también en jaque a un sistema de pensiones que ya ofrece magras compensaciones a los jubilados y tensionará aún más el sistema de atención a los dependientes, objeto de muchas críticas durante la campaña por sus deficiencias y las malas condiciones laborales de los profesionales del ramo.

Tras las elecciones, emergen para Angela Merkel los viejos problemas. Las negociaciones para formar una nueva coalición pasarán después de unas semanas —más bien, meses— y entonces la canciller empezará a encarar los retos pendientes para su cuarta y muy probablemente última legislatura al frente de la primera potencia económica y política de Europa. Sobre la mesa, un menú complejo, difícil de digerir. De la integración de los refugiados al futuro de la eurozona, pasando por la reconversión industrial y el cambio demográfico.

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