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¿El ocaso de la democracia? Cómo nuestros políticos están crujiendo el orden liberal
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¿El ocaso de la democracia? Cómo nuestros políticos están crujiendo el orden liberal

El Democracy Index ha registrado una caída interanual récord por las restricciones de la pandemia, alimentando las tendencias antidemocráticas globales que venían cogiendo fuerza desde hace varios años

Foto: Manifestante en Hong Kong. (Getty/Chris McGrath)
Manifestante en Hong Kong. (Getty/Chris McGrath)
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España ya no es una democracia plena. La independencia de la Justicia, la corrupción política y el abuso del decreto ley como herramienta legislativa han dado la puntilla a nuestra presencia en la élite democrática mundial y nos dejan en el escalón ‘democracia defectuosa’ del Democracy Index, que elabora anualmente la Unidad de Inteligencia de 'The Economist' (EIU). Pero antes de que el estudio sea desnaturalizado por el ombliguismo de la política nacional y devenga arma arrojadiza entre partidos, convendría no perder de vista el contexto global en el que se produce. España es tan solo un síntoma —y un buen ejemplo— de un fenómeno mucho más preocupante que está siendo exacerbado por la pandemia. ¿Estamos ante el ocaso de la democracia liberal como la conocemos?

“[La caída de España] es principalmente resultado una rebaja en la calificación de la independencia judicial, vinculada a las divisiones políticas sobre el nombramiento de nuevos magistrados para el Consejo General del Poder Judicial, el ente que supervisa el sistema judicial y garantiza su independencia, y cuyo mandato expiró en 2018”, reza el informe, que mide la salud de la democracia en 165 Estados independientes y dos territorios utilizando cinco categorías —proceso electoral y pluralismo político, funcionamiento del Gobierno, participación política, cultura política y libertades civiles—.

España ya había coqueteado con bajar de escalafón democrático en 2017 debido a la respuesta del Gobierno de Mariano Rajoy al desafío independentista catalán, que acabó con varios de sus líderes en prisión. Otra vez en 2020 volvimos a quedarnos al filo de la reclasificación, esta vez por la restricción de libertades civiles aplicada por el Gobierno de Pedro Sánchez para lidiar con la pandemia. En realidad, este año tan solo se certifica una devaluación que llevaba años fraguándose.

“La puntuación de España en algunas categorías ha caído en años recientes. La categoría en la que puntúa más bajo es en ‘funcionamiento del Gobierno’ (...) Una vez electos, los gobiernos españoles están sujetos a un control parlamentario menos exigente que en la mayoría de las democracias de Europa Occidental, e incluso estos [controles] pueden ser sorteados mediante decretos leyes, que permiten ‘bypassear’ el escrutinio parlamentario”, explica Agnese Ortolani, analista para Europa de The Economist Intelligence Unit, a El Confidencial.

Foto: Pleno del Congreso de los Diputados con Sánchez y Casado. (EFE/Emilio Naranjo)

Además, Ortali cita que nuestra tradición estatista aplica sobre el sistema una significativa cantidad de burocracia innecesaria y niveles “relativamente altos” de clientelismo que distorsionan el proceso legislativo y llevan a una distribución de los recursos poco eficiente. “España también se ha visto penalizada por los indicadores relacionados con corrupción, financiamiento partidista no del todo transparente y por la influencia de los grupos de interés. La confianza de la ciudadanía en el Gobierno y los partidos políticos es baja y el país sufre de una creciente fragmentación parlamentaria”, agrega el analista.

El descenso a segunda división democrático de nuestro país podría ser anecdótico si no formara parte de un patrón global cada vez más inquietante. El CGPJ es la manifestación de una incapacidad cada vez enquistada de los partidos para gestionar sanamente un ente instrumental en el correcto funcionamiento de nuestra democracia. Algo que sucede en los múltiples frentes que amenazan la gobernanza democrática del país, de las tensiones nacionalistas a los escándalos de corrupción o la gestión de la pandemia. El partidismo no puede digerir el consenso, y sin consenso solo queda la imposición. Ahora, ampliemos el foco.

Normalizar la intromisión

Este 2021, el Democracy Index registró su caída interanual más pronunciada desde que se comenzó la serie en 2006 y marcó un nuevo mínimo histórico. Gran parte de este declive se explica por las extendidas numerosas y variadas restricciones sociales impuestas para frenar los contagios de coronavirus, como los ‘pasaportes de vacunas’ y los reiterados confinamientos. Pero también es cierto que el grueso de este impacto ya había quedado reflejado en el índice de 2020. Algo más profundo y sutil cruje en las tripas de la democracia planetaria.

"Podríamos estar ante un cambio cultural y político hacia una mayor aceptación de este tipo de interferencias del Estado"

"El debate es si todas estas restricciones se levantarán cuando la pandemia vaya aliviándose en los países con altas tasas de vacunación. Potencialmente, esto podría suceder y restaurar las libertades individuales [perdidas]", plantea la editora del Democracy Index, Joan Hoey, a El Confidencial. "Pero ya hemos visto cómo en otras crisis pasadas los poderes de emergencia tienden más a permanecer en vigor que a ser eliminados", apunta la experta.

No se trata solo de mascarillas, toques de queda y protocolos de aislamiento. Que también. Pero esto va más allá del aspecto sanitario. La emergencia todavía vigente ha puesto a disposición de las autoridades un amplio catálogo de medidas restrictivas engrasadas, hasta cierto punto y en ciertos países, por una mayor capacidad —y necesidad— de gasto público. Esta combinación inédita, sobre el lienzo de sociedades golpeadas personal, económica y psicológicamente por el virus, puede generar inercias indeseable en el poder democrático.

"Hay una preocupación de que la mayor intromisión del Estado en muchas áreas de nuestras vidas y el uso de herramientas coercitivas, como los pasaportes de vacunación, se verán normalizados. En otras palabras, podríamos estar ante un cambio cultural y político hacia una mayor aceptación de este tipo de interferencias del Estado", agrega la experta.

Foto: Ilustración: Irene de Pablo.
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2008 'revival'

Pese a las innumerables particularidades de cada país, se puede hacer una generalización. La pandemia ha venido a galvanizar las tensiones negativas que ya presionaban el desempeño de la democracia, tanto en economías avanzadas como en emergentes. Esto se ha materializado en dos fenómenos transversales y transfronterizos, señala Hoey. Por una parte, el resurgir del populismo y de las protestas como vías para desafiar al poder; y por otra, un renovado cinismo ciudadano hacia la clase política tradicional que lleva a muchos a contemplar alternativas menos democráticas, ya bien sean autoritarias o tecnocráticas. Un 'revival' de la resaca de la crisis financiera de 2008, pero con tintes más dramáticos. No hay mejor ejemplo que América Latina, región que ha registrado la mayor caída en el índice del EUI el año pasado.

"La creciente insatisfacción ciudadana con la gestión gubernamental de la pandemia ha amplificado los factores existentes antes de la emergencia sanitaria. Esto se ha traducido en un mayor escepticismo sobre la capacidad de los gobiernos para lidiar con la crisis económica y los problemas estructurales de sus países. El resultado es que cada vez más ciudadanos están apartándose de la democracia representativa para apoyar corrientes no democráticas", detalla Hoey.

El compromiso cada vez más débil de la región con la cultura de la democracia ha generado espacios fértiles para movimientos iliberales de todo signo ideológico; a la derecha —Jair Bolsonaro, en Brasil—, a la izquierda —Andrés Manuel López Obrador, en México— y al ¿centro? —Nayib Bukele, en El Salvador—. "Puede resultar tentador ver América Latina como un caso aislado. Pero, viendo los datos, también se puede ver que la región es un ejemplo extremo de un fenómeno cada vez más evidente en otras partes del mundo", agrega.

No hay que irse muy lejos para ver este fenómeno en acción. Italia acaba de forzar al presidente de la República, Sergio Mattarella, a un señor de 80 años que quería jubilarse, porque los partidos no pudieron —o no quisieron— ponerse de acuerdo para nombrar un sustituto. Al mismo tiempo, gobierna Mario Draghi, un tecnócrata al que no ha elegido los ciudadanos al que sus críticos tildan de autoritario por sus medidas restrictivas para frenar la pandemia. Un cóctel que ahonda el divorcio de los italianos con sus políticos tras dos años de pandemia y alimenta los extremos más populistas del país. El resultado es que Fratelli d’Italia, la extrema derecha más radical del país, es ahora primer partido en intención de voto.

Foto: Inauguración del segundo mandato de Sergio Mattarella. (EFE/Francesco Ammendola)

Caída en desgracia a cámara lenta

Esta paulatina caída en desgracia del orden liberal está siendo captada por todos los informes anuales dedicados al tema. ‘'La democracia bajo asedio', titulaba Freedom House su informe de 2020, en el que advertía de que "los defensores de la democracia han sufrido fuertes bajas en su lucha contra los adversarios autoritarios, cambiando el equilibrio global en favor de la tiranía". También el grupo de análisis IDEA, en su 'El Estado de la Democracia en 2021' avisaba de que la supervivencia del sistema occidental de libertades está en peligro, con "nuevas democracias débiles y frágiles; cada vez menos democracias de alta calidad y las que hay, bajo el desafío populista". "Lo autocrático se ha vuelto viral", concluía por su parte Varieties of Democracy (V-Dem), de la Universidad de Gotemburgo.

Signo de los tiempos, China publicaba el pasado mes de diciembre un pesado informe titulado 'China, la democracia que funciona', en el que calificaba su sistema centralizado de partido único como una democracia más efectiva que la estadounidense. "La democracia no es la Coca-Cola, en la que EEUU tiene la fórmula original y en todo el planeta tiene el mismo sabor", había dicho antes el ministro de Exteriores chino, Wang Yi.

Foto: Xi Jinping. (Reuters/Jason Lee)

La propaganda china no se producía en el vacío. El texto, al igual que la campaña mediática que lo precedió, era una respuesta a la cumbre que el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, había organizado unos días antes bajo el pomposo lema de ‘Cumbre de las Democracias’. No solo la selección de países fue un disparate, sino que la propia reunión era un esfuerzo poco disimulado por contrarrestar la floreciente influencia de Pekín en el mundo emergente en el que de democracia se habló más bien poco.

Y ahí está el malestar original. En los 16 años que lleva publicándose el ‘Democracy Index’, el club de las democracias plenas ha perdido ocho miembros (de 28 a 21). En el camino ya salieron Estados Unidos, Francia, Grecia o Portugal. Ahora España. ¿Por qué?

“Hay un sentimiento de alarma y complacencia en la respuesta Occidental del desafío de China. Por un lado, hay un énfasis en la creciente amenaza del iliberalismo y el autoritarismo en todas partes, pero poca atención a las deficiencias del modelo democrático contemporáneo”, explica Hoey. “En el corazón de la reciente revuelta populista -cuya máxima expresión fue el Brexit y Donald Trump- había el deseo de expresar mayor responsabilidad y una representación más genuina. Es decir, más democracia. Si nuestros sistemas políticos fracasan en cumplir estas exigencias, la gente mirará alternativas no democráticas o dejará de interesarse en la política del todo”, concluye.

España ya no es una democracia plena. La independencia de la Justicia, la corrupción política y el abuso del decreto ley como herramienta legislativa han dado la puntilla a nuestra presencia en la élite democrática mundial y nos dejan en el escalón ‘democracia defectuosa’ del Democracy Index, que elabora anualmente la Unidad de Inteligencia de 'The Economist' (EIU). Pero antes de que el estudio sea desnaturalizado por el ombliguismo de la política nacional y devenga arma arrojadiza entre partidos, convendría no perder de vista el contexto global en el que se produce. España es tan solo un síntoma —y un buen ejemplo— de un fenómeno mucho más preocupante que está siendo exacerbado por la pandemia. ¿Estamos ante el ocaso de la democracia liberal como la conocemos?

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