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Las 'paranoicas' repúblicas bálticas tenían razón: os dijimos que el oso no debe cuidar la miel
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Años advirtiendo del riesgo de un ataque

Las 'paranoicas' repúblicas bálticas tenían razón: os dijimos que el oso no debe cuidar la miel

A lituanos, letonios y estonios les parece que la historia acaba siempre igual con los zares, los comunistas soviéticos o el ultranacionalismo de Putin: siendo conquistados por sus vecinos

Foto: Entrenamiento de la OTAN en Letonia, el pasado lunes. (Getty/Paulius Peleckis)
Entrenamiento de la OTAN en Letonia, el pasado lunes. (Getty/Paulius Peleckis)

"Acepto disculpas ahora aquí por todas las tonterías condescendientes de los europeos occidentales que tuve que escuchar durante 31 años diciéndome que los estonios estábamos ‘paranoicos’ sobre el comportamiento ruso", escribía recientemente en su cuenta de Twitter Toomas Hendrik Ilves, presidente de Estonia entre 2006 y 2016.

Estonia, junto a Letonia y Lituania, forma parte de las repúblicas bálticas que consiguieron zafarse del yugo de Moscú tras la caída de la URSS e integrarse en la OTAN y UE. Como explica Ilves, llevan años denunciando agresiones rusas de diverso calibre y, en muchos casos, desde Europa Occidental se les ha tratado como alarmistas paranoicos. Ahora que el tiempo les ha dado la razón, sorprende mirar atrás y comprobar la cantidad de advertencias que han llegado durante años de esa Europa que mejor conocía al gigante ruso y a la que no se ha escuchado.

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“Lituania ha sido llamada por algunos Estados ‘país de un solo problema’ debido a las fuertes críticas hacia Rusia. Eso está relacionado con nuestras preocupaciones de seguridad, por la política agresiva y manipuladora de Rusia hacia Lituania y otros Estados de la región”, explicaba Margarita Seselgyte, catedrática lituana y directora del Instituto de Relaciones Internacionales de la Universidad de Vilnius, el pasado septiembre en una entrevista con El Confidencial. Entonces había una de esas agresiones rusas en ciernes que se han tolerado en los últimos años: oleadas de inmigrantes llegaban a Lituania y Polonia atravesando Bielorrusia, Estado títere del Kremlin.

¿La amenaza rusa es exagerada o infravalorada en la UE? “La amenaza de Rusia en la mayoría de los casos se infravalora en Europa. En primer lugar, porque en algunos casos hay una falta de comprensión sobre cómo funciona Rusia y de qué manera puede penetrar en sus sistemas políticos. Por otro lado, en muchos casos, Rusia objetivamente está lejos y es menos activa, influyente y está menos interesada en afectar los sistemas políticos de los países europeos occidentales”, decía Seselgyte.

"Intentar que un oso cuide un tarro de miel"

“Si empezamos a comprometernos sin ningún cambio positivo en el comportamiento de Rusia, enviaremos una señal muy mala a nuestros socios”, advirtió el presidente lituano, Gitanas Nauseda, en junio de 2021 cuando la UE planteaba la posibilidad de realizar una conferencia con el Gobierno de Moscú. El mandatario lituano pensaba que mandar una señal de debilidad europea comprometía a Ucrania y Georgia. Fue incluso más explícito al definir un hipotético encuentro con Putin: “Es como intentar que un oso cuide un tarro de miel”.

“La principal amenaza de seguridad para Estonia en el año 2020 es Rusia. Esa amenaza no ha cambiado, como Rusia no ha cambiado”, decía el informe anual presentado por los servicios secretos estonios. Entonces, en un informe anual que siempre ha repetido inquebrantablemente que Rusia era una amenaza, señalaba algo que hoy puede parecer actual: “Si bien Moscú quiere evitar un conflicto con la OTAN, podría optar por una ofensiva militar preventiva en la región del Báltico si anticipa una escalada del conflicto o incluso si esto ocurre en otra región”.

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En su informe más reciente, de 2021, 65 de las 78 páginas se dedicaban a Rusia. En ellas se apunta algo que quizás explique el ataque ruso actual y la sorpresa que parecen haberse llevado en Moscú con la contundente respuesta del bloque occidental: “El liderazgo ruso cree que la epidemia mundial obligará a Occidente a centrarse en su política interna y los problemas económicos, generando el surgimiento de movimientos populistas y extremistas y, en última instancia, socavará la unidad institucional basada en valores de las sociedades occidentales”, apuntaban los servicios de Inteligencia de Estonia. Según los estonios, Putin, por tanto, pensaba que enfrente tendría una Europa desunida y débil.

La toma de Crimea en 2014 ya puso en alerta a todas las ex repúblicas soviéticas que no tienen gobiernos manejados o aliados de Moscú sobre las intenciones rusas de recuperar su área de influencia. Haber permitido que las pequeñas Lituania, Letonia y Estonia entraran en la OTAN y UE saben que es para Putin un error que desea revertir, pero que le lleva a enfrentarse a una superpotencia armamentística y económica superior a la suya como es la OTAN.

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Las repúblicas bálticas, quizá porque tienen más experiencia en tratar con su vecino y saben que pueden ser las siguientes en la lista de una escalada de hostilidades, han optado por no ponerse de perfil desde el segundo uno con la invasión de Ucrania. “He acelerado, autorizado y respaldado plenamente la transferencia de equipamiento defensivo que nuestros aliados Estonia, Letonia y Lituania proporcionarán a Ucrania para fortalecer su capacidad de defenderse contra la agresión irresponsable y no provocada de Rusia”, dijo Blinken, el secretario de Estado americano.

“Putin está luchando contra la democracia. Si puede atacar a Ucrania, en teoría podría ser cualquier otro país europeo”, manifestó el día del inicio de la invasión rusa a Ucrania el primer ministro de Letonia, Krisjanis Karins.

Lengua rusa, lengua franca

Putin justificó la invasión de Crimea en 2014 apelando a que la mayor parte de la población era rusa. “¿Crees que es normal que 25 millones de rusos estuvieran 'en el extranjero' de repente? Rusia era la nación dividida más grande del mundo. ¿No es un problema? Bueno, tal vez no para ti, pero es un problema para mí”, manifestó el exagente de la KGB en 2015 en una entrevista con la CBS.

El principal argumento de esa 'madre patria rusa' troceada se sostiene en la lengua: si hablan ruso, son rusos. De alguna manera, eso coloca en el disparadero a las repúblicas bálticas, especialmente a Letonia y Estonia, que tienen una enorme bolsa rusoparlante. Una parte de ella —ya sea por no hablar letón o estonio por elección propia o por ser ya muy mayores para aprender un nuevo idioma— se ha convertido en apátridas. Aproximadamente el 25% de los ciudadanos estonios hablan ruso como primer idioma, cifra que aumenta al 36% en Letonia y supera el 50% en la capital, Riga. Una proporción que baja a un menos trascendente 5% en Lituania.

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Sin embargo, como está sucediendo ahora con la ciudad de Járkov, bombardeada con dureza por las tropas rusas, hay una confusión entre hablar ruso y sentirse ruso. “En la ciudad hay mucha gente que habla ruso y se siente ucraniana. Eso sucedía con toda normalidad en buena parte del país, especialmente en la zona este”, explica Mariska, una de esas ucranianas que habla ruso y que vive en Italia. Nunca antes del conflicto ella o su familia formaban parte del nacionalismo ucraniano antirruso. Eso ahora ha cambiado: “Mis tíos y mi hermano están luchando por Ucrania”, dice.

“Deberíamos hablar de rusoparlantes más que de rusos", resumía a este periódico Evelyn Kaldoja, jefa de la sección de Internacional del periódico 'Postimees' de Estonia. "Entre los ciudadanos que hablan el idioma ruso hay rusos, pero también ucranianos, bielorrusos, azeríes, armenios, algunos judíos, etc. Era una lengua franca en la URSS, así que la gente que llegaba aquí durante ese tiempo la hablaba y enviaba a sus hijos a escuelas de lengua rusa”, agregó la periodista.

Foto: manual-de-guerra-ruso-errores-militares-putin

A toda ese mezcla étnica contribuyó, especialmente tras el final de la II Guerra Mundial, la dura política de deportaciones que practicó Stalin. Las repúblicas bálticas sufrieron numerosas deportaciones de ciudadanos contrarios al nuevo régimen dentro de la extensa URSS, muchos fueron llevados a Siberia, y sus tierras fueron en ocasiones repobladas con personas venidas de otras repúblicas.

El nacionalismo ruso, sin embargo, ha presionado siempre para que esas enormes bolsas de población rusa y el idioma ruso se mantuvieran en sus viejas repúblicas. En 2018, por ejemplo, Moscú amenazó con fuertes sanciones a Letonia por una reforma que excluía el ruso de la escuela secundaria. Hubo protestas y manifestaciones de la numerosa población rusa en el país y Moscú acusó al Gobierno de Riga de “atacar minorías”.

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No era poca cosa escuchar eso del Kremlin. Ese mismo argumento fue el que se usó para justificar la invasión de Crimea. “La reforma hará una sociedad más cohesionada y un Estado más fuerte”, manifestó el presidente letón, Raimonds Vejonis. Algunas personalidades como el exalcalde de Riga, Nils Usakovs, de origen ruso, criticaron el plan, que Usakovs calificó como “una pesadilla” por ir contra “un sistema bilingüe que funcionaba muy bien”.

La eterna amenaza de Rusia

A las repúblicas bálticas no les ha quedado más remedio que vivir siempre en alerta desde los tiempos de la mítica guerra de Livonia, siglo XVI. Entonces, las tierras de las hoy Letonia y Estonia fueron un campo de batalla entre los zares rusos y una coalición formada por Suecia, Dinamarca y Noruega, y la mancomunidad de Lituania y Polonia (uno de los Estados más grandes que ha habido en Europa).

Muchos analistas creen que, tras el desmoronamiento de la URSS, faltó poner orden con una conferencia internacional en el reparto de tierras, nacionalidades y equilibrios étnicos y militares. “En junio de 1997, 50 destacados expertos en política exterior firmaron una carta abierta al presidente de EEUU, Bill Clinton, en la que decían: 'Creemos que el actual esfuerzo liderado por Estados Unidos para expandir la OTAN (...) es un error político de proporciones históricas que perturbará la estabilidad europea”, recuerda un reportaje de la BBC sobre las causas del actual conflicto.

Otros creen que haber conseguido entrar en la OTAN es su única posibilidad de supervivencia. A muchos lituanos, letones y estonios la historia les parece un péndulo que, sea con los zares rusos, los comunistas soviéticos o el ultranacionalismo de Putin, acaba siempre igual: siendo conquistados por sus vecinos. “Los tres Estados bálticos están preocupados por los múltiples riesgos potenciales provenientes de Rusia. Debido a estar en la OTAN, la posibilidad de un ataque se considera relativamente baja”, respondía Seselgyte sobre la amenaza rusa. “Hay un conocimiento de la amenaza militar en el fondo de la mente de la gente y, por lo tanto, un fuerte apoyo a la OTAN”, manifestaba Kaldoja.

"Acepto disculpas ahora aquí por todas las tonterías condescendientes de los europeos occidentales que tuve que escuchar durante 31 años diciéndome que los estonios estábamos ‘paranoicos’ sobre el comportamiento ruso", escribía recientemente en su cuenta de Twitter Toomas Hendrik Ilves, presidente de Estonia entre 2006 y 2016.

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