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El año de los fantasmas: cuando la UE aprendió a vivir con la guerra a las puertas
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Cuando Rusia nos unió más que nunca

El año de los fantasmas: cuando la UE aprendió a vivir con la guerra a las puertas

La invasión rusa de Ucrania provocó un gran shock en Europa, al que han seguido decisiones valientes que pocos habrían predicho antes de que comenzara el conflicto

Foto: Navidad en los cementerios de Ucrania. (EFE/Rostyslav Averchuk)
Navidad en los cementerios de Ucrania. (EFE/Rostyslav Averchuk)

Estupor, incredulidad y ambiente fúnebre. Esas eran las sensaciones cuando la fría noche del 24 de febrero de 2022 los veintisiete jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea se reunían de urgencia en Bruselas. Hacía solamente unas horas que Vladímir Putin, presidente ruso, había dado la orden de invadir Ucrania. La idea generalizada todavía era que Kiev caería en poco tiempo, que Rusia pasaría por encima del país agredido. Pero nada de eso ocurrió. Ucrania ha resistido y esa noche del 24 de febrero se inauguró una nueva era para Europa: la del regreso de la guerra a gran escala al continente, el final del sueño de un mundo en paz regido por las reglas del multilateralismo y del comercio libre y justo.

Ha sido, por eso, el año de la gran conmoción. Los pilares sobre los que se ha construido la manera de pensar de Europa se han tambaleado justo cuando la Unión deseaba una vuelta a la normalidad tras un 2020 y un 2021, duros y conflictivos marcados por la pandemia. El club comunitario se ha enfrentado por primera vez a un nuevo escenario cuyas dimensiones son difíciles de medir todavía. Hay una comunidad europea previa y posterior a la caída del muro. La que nació después, la Unión Europea que conocemos, se basó precisamente en el rechazo de un "nosotros" contra "ellos", la eliminación del enemigo como un factor político y estratégico. Por mucho que las relaciones con Rusia siempre hayan sido complejas desde entonces, la Europa actual nunca perdió la esperanza en una cierta normalización, en una "regularización" del diálogo, como demuestran los esfuerzos de Francia y Alemania tras la anexión ilegal de Crimea (Ucrania) por parte de Rusia, y como también demuestra el hecho de que la UE siempre creyera, hasta el último momento, que Moscú no iba a dar la orden de invadir Ucrania.

Foto: El Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell. (EFE/Julien Warnand)

A partir de la noche del 24 de febrero esa herencia del mundo post-soviético se hizo añicos. La Unión volvía a encontrarse ante un enemigo, con todas las letras, Putin y su régimen, y tenía que adaptarse a una situación para la que nadie había preparado al club, la de romper la idea de que se podía construir la paz sobre el terreno del comercio y las dependencias comunes, que, de repente, se han convertido en el gran talón de Aquiles. Aquello sobre lo que construías tu forma de entender el mundo se ha convertido en tu gran debilidad. La conmoción inicial dejó pasó a la acción: el nuevo escenario ha forzado a la UE a reaccionar mucho más rápido de lo que se habría esperado en el pasado, traspasando nuevas líneas rojas, encontrando nuevos espacios de acuerdo.

La reacción a esta nueva situación se basa en las experiencias de los años de la policrisis y, especialmente, en las enseñanzas de la respuesta a la crisis del coronavirus. El "modo emergencia" activado a principios de 2020 ha seguido funcionando todavía hoy, permitiendo a la Unión Europea comportarse de forma más asertiva y respondiendo mejor de forma unida a retos globales.

Foto: Sede del Banco Central Europeo (BCE) en Fráncfort. (Reuters/Kai Pfaffenbach)

Rápidamente, la Unión adoptó un paquete de sanciones tras otro, empezando por ese mismo 24 de febrero por parte de los líderes. En cuestión de unos días, Alemania anunciaba un gran giro en su política exterior, y la Unión tomaba por primera vez la decisión de financiar, a través del Fondo de Apoyo para la Paz, el envío de armamento a Ucrania. A pesar de las muchas dudas iniciales por parte de algunos países, como la propia Alemania o España, finalmente los Estados miembros rompieron el tabú y mandaron a Kiev no solamente material militar defensivo, sino también armamento letal.

La guerra también ha tenido efectos económicos, especialmente por el shock energético ante la interrupción del suministro de gas por parte de Rusia. En contra de lo que muchos esperaban, incluido el Kremlin, los Veintisiete han decidido mantener su apoyo a Kiev y la defensa de Ucrania a pesar de la importante factura económica que eso representaba. Evidentemente, Estados Unidos ha jugado un papel central a la hora de presionar a la Unión para que nadie rompiera filas, pero quien ha pagado, está pagando y pagará la factura económica de la guerra, más allá de Ucrania o Rusia, será Europa, no Estados Unidos.

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Los ciudadanos europeos, especialmente los del este, se enfrentan a escenarios de inflación extremos, y, sin embargo, las protestas han sido reducidas. Al mismo tiempo, por el momento los mismos ciudadanos están sabiendo reducir su consumo energético, los Estados miembros están siendo capaces de mantener las reservas al máximo y, en general, estamos viendo una cooperación estrecha entre las capitales para capear lo peor de la crisis. Hay un pensamiento estratégico común.

Además, la Unión se ha vuelto más realista en algunos de los puntos de su agenda. Por ejemplo, aunque el debate sobre la autonomía estratégica sigue ahí, este ahora se centra más en los aprendizajes de los dos últimos años, centrándose en asuntos industriales y económicos y no tanto en asuntos militares y de defensa. En estos últimos campos, el 2022 ha despejado cualquier duda respecto a una competición entre la UE y la OTAN.

¿Un mundo perdido?

Pero la reacción no quita que Europa haya vivido un 2022 de conmoción, de cambios en muchos sentidos. El final de año ha confirmado dos cosas: que las relaciones con China son cada vez más complejas y peliagudas, y que Estados Unidos no va a dejar de usar todas las herramientas económicas de las que disponga para competir con el gigante asiático, como demuestra el microprograma de subvenciones (casi 400.000 millones) que Estados Unidos empezará a poner a funcionar a principios de año.

Además, en el caso de las relaciones con China, en Europa se ha extendido el trauma de la dependencia del gas ruso. Todo se ha empezado a revisar desde esa perspectiva, desde la vulnerabilidad de la Unión ante un recurso muy necesario, y ha hecho que muchos empiecen a apuntar hacia las enormes dependencias que Europa tiene respecto a Pekín y Estados Unidos.

Europa intenta encontrar su lugar en un mundo en el que en los últimos dos años han empezado a coger velocidad todos los cambios que ya estaban en marcha bajo el radar. Hay cierta sensación de pérdida en Bruselas. Una manera de entender el mundo que se ha derrumbado ante sus ojos y que requiere una vuelta a la mesa de diseño, reiniciar el plan. Toca volver a replantear líneas rojas, ver de qué manera se puede adaptar el edificio sin tocar ninguna de las vigas maestras de la Unión.

Estupor, incredulidad y ambiente fúnebre. Esas eran las sensaciones cuando la fría noche del 24 de febrero de 2022 los veintisiete jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea se reunían de urgencia en Bruselas. Hacía solamente unas horas que Vladímir Putin, presidente ruso, había dado la orden de invadir Ucrania. La idea generalizada todavía era que Kiev caería en poco tiempo, que Rusia pasaría por encima del país agredido. Pero nada de eso ocurrió. Ucrania ha resistido y esa noche del 24 de febrero se inauguró una nueva era para Europa: la del regreso de la guerra a gran escala al continente, el final del sueño de un mundo en paz regido por las reglas del multilateralismo y del comercio libre y justo.

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