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Matar dos pájaros con un avión: Wagner queda decapitado y el Kremlin se frota las manos
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Golpe de ¿suerte?

Matar dos pájaros con un avión: Wagner queda decapitado y el Kremlin se frota las manos

En la misma aeronave en la que murió Yevgeny Prigozhin viajaba también Dimitri Utkin, el máximo comandante y fundador del Grupo Wagner

Foto: El presidente ruso, Vladímir Putin, anoche durante una ceremonia en Kursk, Rusia. (Reuters/Sputnik/Gavriil Grigorov)
El presidente ruso, Vladímir Putin, anoche durante una ceremonia en Kursk, Rusia. (Reuters/Sputnik/Gavriil Grigorov)

En una reciente entrevista al búlgaro Christo Grozev, una de las cabezas visibles de la organización de investigación en fuentes abiertas Bellingcat, el diario Financial Times le preguntaba si la situación actual de Yevgeny Prigozhin —el empresario ruso y propietario del Grupo Wagner, cuya rebelión militar lideró— no hacía que el presidente Vladímir Putin pareciese débil. En su respuesta, Grozev hizo la siguiente predicción: “Putin salió en televisión llamando traidor a Prigozhin. Todo el mundo sabe lo que hacen con los traidores, y Putin no lo ha hecho. Quiere verle muerto. Todavía no puede hacerlo. En seis meses, Prigozhin estará muerto o habrá un segundo golpe”.

Menos de dos semanas después de la publicación de esa entrevista, Prigozhin es historia. Quizá sea pronto para culpar con rotundidad al Kremlin por esa muerte, pero la sombra de la sospecha es inevitable. El canal de Telegram Grey Zone, operado por Wagner, ha acusado directamente al Ministerio de Defensa ruso de haber derribado su avión sobre la región rusa de Tver. Y las imágenes publicadas poco después del siniestro demuestran que, como mínimo, este no parece accidental.

Foto: Yevgeny Prigozhin, jefe del grupo privado ruso de mercenarios Wagner. (Reuters)
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Se ha reportado, además, que en la aeronave viajaba también Dimitri Utkin, el máximo comandante y fundador de Wagner, conocido por sus simpatías nazis y que habría elegido ese nombre para su organización paramilitar por ser el compositor favorito de Hitler. Si se confirma esta segunda muerte, podríamos hablar de una jugada maestra —o de un increíble golpe de suerte— del Gobierno ruso: de una tacada, queda decapitada la levantisca cúpula de una organización a la que Moscú todavía necesita para sus operaciones en países inestables. Así, Wagner podría quedar a merced de los designios del Kremlin, del que esta agrupación semilegal depende de forma más o menos directa y al que le sigue resultando extremadamente útil.

Wagner continúa presente en Bielorrusia, donde algunos de sus efectivos llevan a cabo tareas de entrenamiento de las tropas bielorrusas, y en varios teatros africanos, sobre todo en Malí, República Centroafricana, Libia y Sudán. Tras la rebelión, los gobiernos de esos Estados dejaron claro que consideraban que su acuerdo era con la propia Rusia, no específicamente con el Grupo Wagner, y que aceptarían cualquier opción que Moscú les enviase. En ese sentido, Wagner sigue ofreciendo las mismas ventajas de siempre para el Kremlin: proyectar influencia en lugares donde Rusia no quiere desplegar una fuerza militar convencional, evitar el coste político asociado a las bajas entre las tropas regulares y esquivar la responsabilidad de una intervención directa manteniendo una capa de negación plausible (que cada vez lo es menos).

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Porque hay que tener presente que Wagner no es, ni ha sido nunca, una organización independiente. Su creación no fue iniciativa de Prigozhin, sino del servicio de inteligencia militar ruso (GRU), que abordó al empresario para que financiase el proyecto. Su armamento pesado, sus transportes para el despliegue e incluso su principal base de entrenamiento han dependido de los recursos de las fuerzas armadas rusas, y su financiación ha salido principalmente de la tesorería del Kremlin, en una proporción mucho mayor que la lograda mediante operaciones de extracción de riquezas naturales en Oriente Medio y África. El propio Prigozhin, de hecho, reapareció la jornada anterior en un vídeo filmado en un país africano —probablemente Malí—, donde afirmaba que el Grupo Wagner seguía trabajando para “hacer a Rusia aún más grande en todos los continentes”. El siniestro, de hecho, habría tenido lugar durante el viaje de regreso.

¿Podrá ahora el Ministerio de Defensa disciplinar a esta organización y someterla a su mando? La tarea podría no ser tan sencilla. Tras estallar la noticia, los canales de Telegram asociados a Wagner inmediatamente mostraron su malestar y su furia contra el Gobierno ruso. Por ejemplo, el de Rusich, una unidad neonazi dentro de la organización, publicó que Prigozhin había cometido un grave error al confiar en Putin y no seguir con su rebelión hasta el final. Por su parte, Gray Zone, tras confirmarse su muerte, anunció: “Yevgeny Viktorovich Prigozhin, jefe del Grupo Wagner, héroe de Rusia, un verdadero patriota de su Madre Patria, murió como resultado de las acciones de los traidores a Rusia. ¡Pero incluso en el infierno será el mejor! ¡Gloria a Rusia!”. Y en otro post: “El asesinato de Prigozhin tendrá consecuencias catastróficas. La gente que ha dado la orden no entiende el estado de ánimo en el ejército y la moral para nada. Que esto sea una lección para todos. Siempre tienes que ir hasta el final”.

Foto: Yevgeny Prigozhin en su última aparición pública en un vídeo posiblemente grabado en África. (Reuters/Wagner)


El canal oficial de Wagner fue aún más lejos: “Hay rumores sobre la muerte del líder de la CMP Wagner, Yevgeny Prigozhin. ¡Decimos directamente que sospechamos de un intento de asesinarle por parte de funcionarios del Kremlin liderados por Putin! Si la información sobre su muerte se confirma, ¡organizaremos una segunda Marcha por la Justicia sobre Moscú [la forma en la que Prigozhin denominó al avance de su columna rebelde sobre la capital rusa]! Más vale que esté vivo, por vuestro propio interés…”, posteó en un primer momento.

Incluso si la mano de Putin no está detrás de este episodio, el malestar entre los combatientes convierte la situación en potencialmente explosiva. Sin embargo, desaparecidos Prigozhin y Utkin, no está claro de qué modo podría emerger un nuevo liderazgo capaz de canalizar esta furia hacia un nuevo desafío a Moscú. Lo sucedido tras el motín de junio —cuando a los miembros de Wagner se les ofreció someterse al Ministerio de Defensa y firmar nuevos contratos o exiliarse, y la mayoría optó por lo primero— hace pensar que, en este pulso, el Kremlin lleva las de ganar.

En la lista de pasajeros de la aeronave, de hecho, figuraba una tercera figura clave, también fallecida. Se trata de Valeri Chekalov, el jefe del poco conocido servicio de inteligencia privado de Prigozhin, el SB, dedicado a dos tareas: detectar posibles infiltrados (periodistas, activistas) en las empresas de Prigozhin y potenciales desertores de Wagner, y vigilar y hostigar a los principales miembros de la oposición a Putin. Una actividad que en algunos casos ha causado lesiones graves a las víctimas: en 2016, el marido de Lyubov Sobol, la abogada de Alexei Navalny, fue seriamente envenenado por un agente del SB, aunque por fortuna sin consecuencias letales.

Quizás este desenlace era inevitable, dado que Prigozhin había cometido la que, a ojos de Putin, es la peor de las transgresiones: la traición. Los asesinatos o tentativas más espectaculares cometidos por los servicios de inteligencia rusos siempre han sido contra individuos que se habían rebelado contra el Kremlin, como los exespías Alexander Litvinenko (envenenado con polonio) y Serguéi Skripal (atacado con novichok, a cuya intoxicación sobrevivió), o los disidentes Vladímir Kara-Murza y el mencionado Navalny. Este incidente, además, se produce el mismo día que se confirma la destitución del general Serguéi Surovikin como comandante de la fuerza aérea rusa, tras semanas desaparecido bajo sospecha de haber tenido conocimiento de antemano de los planes de motín de Prigozhin.

Por ahora es difícil saber cómo se tomará la sociedad rusa la eliminación, de forma más o menos abierta, de Prigozhin, una figura controvertida que, pese a sus salvajadas, se había atraído las simpatías de muchos rusos de a pie al denunciar la corrupción en el seno de las fuerzas armadas, incluso tras la campaña frenética de los medios rusos para tratar de empañar su imagen pública después del alzamiento. Aunque el aparato de propaganda ruso se ha movilizado rápidamente para empezar a divulgar teorías alternativas, como la posibilidad de un atentado terrorista en el avión —una de las que se utilizaron, recordemos, tras el derribo sobre Ucrania del vuelo MH17 de Malaysian Airlines en 2014—, serán muchos los rusos que concluyan que su Gobierno se ha deshecho de una de sus principales molestias a plena luz del día, y que la palabra de Putin no vale nada. Pero hay una lección todavía más importante que no le va a pasar desapercibida a nadie: Moscú, que bajo el putinismo aspira a convertirse en la tercera Roma, no paga a traidores.

En una reciente entrevista al búlgaro Christo Grozev, una de las cabezas visibles de la organización de investigación en fuentes abiertas Bellingcat, el diario Financial Times le preguntaba si la situación actual de Yevgeny Prigozhin —el empresario ruso y propietario del Grupo Wagner, cuya rebelión militar lideró— no hacía que el presidente Vladímir Putin pareciese débil. En su respuesta, Grozev hizo la siguiente predicción: “Putin salió en televisión llamando traidor a Prigozhin. Todo el mundo sabe lo que hacen con los traidores, y Putin no lo ha hecho. Quiere verle muerto. Todavía no puede hacerlo. En seis meses, Prigozhin estará muerto o habrá un segundo golpe”.

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