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Yo a Egipto, tú a Israel: la UE tantea el terreno para el día después de la guerra en Gaza
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¿Qué pasará después de la guerra?

Yo a Egipto, tú a Israel: la UE tantea el terreno para el día después de la guerra en Gaza

En Bruselas saben lo que no quieren: una Gaza tras el 7 de octubre bajo el control de Israel o el de Hamás. Pero con una Autoridad Palestina en pañales, la preocupación se cierne sobre el vacío en el liderazgo palestino

Foto: La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, asiste a una conferencia humanitaria internacional en favor de la población civil de Gaza. (EFE/Ludovic Marin)
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, asiste a una conferencia humanitaria internacional en favor de la población civil de Gaza. (EFE/Ludovic Marin)

La UE apenas ha podido influir en el conflicto de Oriente Próximo en las últimas décadas. Y su capacidad de intervenir en la crisis actual se ha tropezado con las enormes fisuras entre sus Estados miembros. Por ello, la estrategia para sacar músculo geopolítico pasa por mirar al futuro y hacer de esta crisis una oportunidad que ponga fin a décadas de derramamiento de sangre y concluya con la solución de un Estado israelí y otro palestino viviendo puerta a puerta.

Con este telón de fondo, arranca un carrusel de los líderes europeos por la región. Josep Borrell, jefe de la diplomacia europea, inició el jueves en Israel una gira que le llevará hasta el lunes por Palestina, Baréin, Qatar y Jordania. El sábado, Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, estará en Egipto y Jordania. El denominador común de ambos es ejercer presión para aliviar la situación humanitaria de la Franja y que medicinas, alimentos, agua y combustible entren allí, donde más de la mitad de los hospitales ha dejado de operar.

Pero no solo eso. Si el español, la voz más propalestina de la burbuja de Bruselas, quiere tantear lo que los Estados árabes preparan el día de mañana, la alemana —el rostro más simpatizante con Israel— buscará consumar un acuerdo con el Egipto de Abdelfatah al Sisi al estilo del rubricado hace unos meses con Túnez. Es decir, dinero para promover la estabilidad financiera del país a cambio de reforzar lazos en materia migratoria y de seguridad. En esta negociación, el dictador egipcio ya ha marcado una línea roja. No va a aceptar un desplazamiento forzado de los palestinos de Gaza. Algo que avalará Von der Leyen, a la que el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, ya intentó seducir con esa idea. El Cairo tiene una situación complicada. La causa palestina ha sido el núcleo de unión histórico entre los Estados árabes y el mundo musulmán: desde Arabia Saudí hasta Irán. No es negociable. Pero Al Sisi navega por terreno minado entre la necesidad de no descontentar a su población con una respuesta tibia a Tel Aviv y la de evitar un estallido de inestabilidad en el país y especialmente en el tenso Sinaí.

Una parada poco santa

La visita de Borrell en el Estado hebreo no se anticipaba fácil. Las relaciones entre Bruselas y Tel Aviv suman años en mínimos históricos. De hecho, es la primera vez que el diplomático visita el país en calidad de alto representante. Allí ha estrechado manos con el presidente, Isaac Herzog, o el ministro de Asuntos Exteriores, Eli Cohen, a quienes he pedido no responder al "horror con el horror". "Entiendo su miedo y dolor. Y el de toda la gente que ha sido atacada, masacrada y secuestrada. Entiendo su ira, pero les pido que no se dejen llevar por ella. Lo que diferencia a las sociedades civilizadas de los grupos terroristas es el respeto por las vidas humanas. Y todas las vidas humanas tienen el mismo valor", ha afirmado en rueda de prensa con Cohen.

Foto: Charles Michael. (Reuters/Johanna Geron)

Pero no ha sido recibido por Benjamín Netanyahu. El ultraderechista Itamar Ben Gvir, ministro de Seguridad, se ha encargado de darle una calurosa bienvenida equiparando la Autoridad Palestina con Hamás, un paralelismo que los europeos han repudiado desde el día uno del conflicto.

Borrell caminaba por arenas movedizas, pero con la estrategia de trasladar a los israelíes el mensaje de que con su brutal respuesta a los ataques de Hamás también se juegan su imagen en el mundo y su propia seguridad. Pero la lupa global no solo se cierne sobre Tel Aviv, sino sobre la propia Unión Europea, a la que muchos países, especialmente en el sur global, acusan de dobles estándares en la defensa de los valores y principios globales en función de quién sea el perpetrador. Borrell, un animal político, sabe que la reputación geopolítica que el bloque se ganó en Ucrania está saltando por los aires. "Nuestra influencia en el mundo depende de la coherencia con la que defendamos los principios y los valores universales. Los europeos debemos ser los guardianes del derecho internacional y el derecho internacional humanitario", escribía poco antes de emprender el viaje en un editorial difundido por Le Grand Continent. No solo los socios y aliados, especialmente en el mundo árabe, testan la respuesta de la UE; rivales y archienemigos como China o Rusia están dispuestos a maximizar esta coyuntura.

Un Estado palestino

El bloque comunitario se lamenta ahora por haber mirado a otro lado durante tantos años al conflicto más enquistado del mundo. Ahora, dividido, se pone los prismáticos con más interrogantes que certezas sobre el escenario que se abrirá una vez se bajen las armas. Una cosa está clara: nada volverá a ser lo mismo en Tierra Santa después del 7 de octubre. A todas luces, la Franja quedará en gran estado de destrucción. Y Borrell lo ha dejado claro en varias ocasiones: "No se trata solo de reconstruir Gaza, esto ya lo hemos hecho antes, sino de construir un Estado para los palestinos".

Los europeos, apelados por su "imperativo moral y político", quieren hacer de esta tragedia una oportunidad para desencallar un conflicto que sumaba años, si no décadas, enquistado y olvidado, alimentado por la frustración y el deterioro de la situación sobre el terreno. Desde que se firmaron los acuerdos de Oslo hace ahora 30 años, los asentamientos en Cisjordania se han triplicado, pasando de 270.000 a 700.000, haciendo cada vez más difícil la consumación de los dos Estados que la comunidad internacional respalda desde las últimas siete décadas. Lo que se asume ya es que no habrá un corredor físico que conecte Gaza con Cisjordania.

En paralelo, este impasse ha ido acompañado de un viraje de ambas sociedades hacia liderazgos más extremos —Israel tiene el Gobierno más ultranacionalista de su historia y Hamás gobierna en Gaza desde 2007—. Por ello, la UE quiere aprovechar la crisis para reavivar la solución hacia una paz sostenible y duradera. Lo importante ahora es pasar el mensaje, porque las partes no están ahí todavía. Israel sigue en estrés postraumático, la guerra continúa en Gaza y los Estados árabes están volcados en hablar del hoy y no del mañana.

"No se trata solo de reconstruir Gaza, esto ya lo hemos hecho antes, sino de construir un Estado para los palestinos"

Por lo pronto, España está impulsando la celebración de una cumbre global por la paz "tan pronto como sea posible". La iniciativa todavía está muy poco madura. La primera ocasión para hablar de ello con los actores de la región será la cumbre de la Unión por el Mediterráneo, que se celebrará el próximo 27 de noviembre en Barcelona. Y será una importante toma de temperatura. Algunos países árabes previsiblemente rechazarán sentarse con un representante israelí a la misma mesa.

Tres síes y tres noes para la paz

Durante la reunión de Asuntos Exteriores celebrada el lunes en Bruselas, el jefe de la diplomacia europea presentó a los Veintisiete un plan de paz basado en seis principios. Tres en clave positiva y tres —más ambiguos— en negativa. Los tres noes pasan por la oposición a la reocupación israelí de la Franja, al regreso de Hamás y a la expulsión de los palestinos de Gaza. Los síes se sustentan en un papel más activo de la UE en la región con el objetivo final de crear un Estado palestino, una mayor interacción con los países árabes y el regreso de "una Autoridad Palestina" al enclave.

El matiz entre una o la Autoridad Palestina no es arbitrario. El escenario ideal para los europeos sería que una entidad política fuerte asumiera las riendas tanto de Cisjordania como de Gaza, dando continuidad y coherencia al futuro Estado. Pero la formación que lidera desde 2005 Mahmud Abás lleva sin elecciones desde entonces operando en aguas turbulentas, con vacíos institucionales y con el descontento creciente de la sociedad palestina. En Europa, se buscan liderazgos alternativos a Abu Mazen, pero reconocen que en estos momentos no hay otro actor.

Foto: Benjamín Netanyahu. (Reuters/Abir Sultan)

La receta de una Autoridad Palestina con la batuta de Gaza está cargada de interrogantes y dilemas. Su expansión política más allá de Cisjordania supone un refuerzo no solo presupuestario, sino también institucional. Y abre la cuestión de cuáles serían las garantías de seguridad para Israel, que desde 2007 asume el control de sus fronteras terrestres, aéreas y marítimas. Aquí se cumple una máxima que rara vez falla en el Berlaymont: la UE sabe lo que quiere —los dos Estados— pero no cómo llegar a ello. Por lo pronto, la propuesta alemana de establecer una presencia internacional con mandato de la ONU en la Franja está levantando poco entusiasmo en Bruselas, Washington o Tel Aviv. Una jugada que acarrea el riesgo de perpetuar la situación pasada y supondría perder el momentum para consolidar un Estado palestino. Como mucho, se podría contemplar la vía de establecer una presencia internacional, pero bajo el imperativo de que sea transicional. Entretanto, la realidad sobre la mesa es que la Autoridad Palestina carece de elecciones y de líderes y pocos se aventuran a deducir cómo se escribirá el capítulo de la era pos-Abás.

La UE apenas ha podido influir en el conflicto de Oriente Próximo en las últimas décadas. Y su capacidad de intervenir en la crisis actual se ha tropezado con las enormes fisuras entre sus Estados miembros. Por ello, la estrategia para sacar músculo geopolítico pasa por mirar al futuro y hacer de esta crisis una oportunidad que ponga fin a décadas de derramamiento de sangre y concluya con la solución de un Estado israelí y otro palestino viviendo puerta a puerta.

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