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Glock, el austriaco friki del que todos se reían y acabó jubilando a Harry el Sucio
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Vida y muerte de un emprendedor

Glock, el austriaco friki del que todos se reían y acabó jubilando a Harry el Sucio

El ingeniero Gaston Glock ha muerto. En 1980, era un total desconocido que diseñaba cuchillos en su garaje. Media década después, todo el mundo quería comprar una pistola extraña de su invención

Foto: Glock tuneada en una reunión de la Asociación Nacional del Rifle. (Reuters)
Glock tuneada en una reunión de la Asociación Nacional del Rifle. (Reuters)
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Austriacos: Gaston Glock ha muerto.

Gaston nunca fue la alegría de la huerta. Sobre todo cuando aún no era multimillonario. Parco en palabras, con pocas habilidades sociales y sin sentido de la ironía, nadie parecía menos indicado que él para venderle algo a alguien, pero...

En 1980, Glock se dedicaba a fabricar cuchillos y varillas para cortinas para el ejército en su casa austriaca. No sabía gran cosa de pistolas, pero pronto se iba a convertir en un icono de la cultura de las armas en EEUU. O cómo un país bien orgulloso de sus tiradores —del Colt de Billy el Niño al Magnum 44 de Harry el Sucio— y de sus marcas de armas cortas —de Remington a Smith & Wesson— iba a enamorarse repentina y perdidamente de una pragmática pistola austriaca.

Tras saber que el ejército de su país preparaba un concurso para cambiar sus armas cortas, Glock pensó en sumarse, pero a los primeros militares a los que sondeó les dio la risa. Lo cuenta Paul Barrett en el libro Glock, the Rise of America´s Gun:

"No saber nada sobre armas fue una gran ventaja para diseñar la pistola"

"Los coroneles se rieron. En su garaje, Gaston Glock fabricaba bisagras, barras para cortinas y cuchillos, pero ahora creía que podía diseñar una pistola. De modales reservados, Glock, de 50 años, no era conocido por su sentido del humor. Era un hombre delgado, de estatura media, con entradas, hombros caídos y brazos largos. Nadador aficionado, tenía un físico nervudo y apariencia poco atractiva. Hablaba solo lo necesario y vestía de manera conservadora, un suéter bajo su traje oscuro. Glock se había graduado en un instituto técnico y recibido formación en ingeniería mecánica. Se abrió camino en la fabricación desde un nivel básico, en una empresa que fabricaba taladros. Diseñar armas de fuego era algo que estaba mucho más allá de su alcance y experiencia".

Pero...

Sin prejuicios

La única vez que Glock había usado un arma había sido en las postrimerías de la II Guerra Mundial, siendo adolescente, cuando el, ejem, Tercer Reich le reclutó brevemente.

Digamos que Glock afrontó la tarea sin ningún tipo de prejuicios o ideas propias o preconcebidas, lo que, según contaría después, jugó a su favor: "No saber nada sobre armas fue una gran ventaja".

Su método de investigación no tuvo mucho misterio. Consultó a varios expertos sobre cómo sería su pistola ideal. Tomó nota. Se hizo con varias de las pistolas más vendidas, y las desarmó para estudiarlas por dentro. Visitó una academia de policía. Contrató a un profesor para que le enseñara a disparar. Punto pelota. Glock se encerró unos meses en su garaje y salió de allí con un prototipo, la Glock, que destacaba al menos por cinco cosas: 1) No era llamativa. 2) Era de plástico. 3) Tenía muchísimos menos elementos que sus competidoras. 4) Era segura, fiable y sencilla de usar. 5) Tenía más munición y disparaba sin esfuerzo aparente.

La patentó el 30 de abril de 1981 y comenzó a probarla. Un año después, se la mostró a los militares. El negocio de Glock tenía entonces tres trabajadores. Nadie sabía que tenían una mina de oro bajo los pies. En 1983, el ejército austriaco compró 20.000 unidades. Y detrás vinieron todos los demás.

El primer agente llegado de EEUU para tratar la exportación de la pistola, se quedó asombrado por "la falta de sofisticación y el provincianismo de Glock", según el libro, pero nada iba a impedir que el paleto diera la madre de todos los pelotazos.

placeholder Una Glock en una feria de armas en Bangkok en 2023. (Reuters)
Una Glock en una feria de armas en Bangkok en 2023. (Reuters)

¿Por qué EEUU se rindió ante Glock? Digamos que tuvo la suerte de llegar en el momento adecuado, cuando crecía la siguiente paranoia: la delincuencia organizada (con sus locas armas semiautomáticas) ganaba en potencia de fuego a una policía cuyas pistolas se habían quedado obsoletas, escenario que el estadounidense medio había mamado en películas de Charles Bronson o en El precio del poder.

"¿Cómo es posible que un señor austriaco cualquiera asaltara sin querer la cultura estadounidense de las armas?", preguntamos a Barrett, profesor de la Universidad de Nueva York y experto en la intrahistoria de la empresa austriaca. "La Glock representó un salto adelante en diseño y funcionalidad. En lugar de madera y acero, estaba hecha de plástico duradero de resistencia industrial. Era más ligera y más fácil de usar que las pistolas anteriores. Y tenía una capacidad de munición mucho mayor (17 cartuchos en lugar de cinco o seis)", responde Barrett.

"La Glock representó un salto adelante en diseño y funcionalidad. Era más ligera y más fácil de usar que las pistolas anteriores"

La primera Glock, de 661 gramos, pesaba casi la mitad que algunas pistolas de la competencia. En EEUU se volvieron locos con el juguete.

"Los departamentos de policía de EEUU cambiaron rápidamente a la Glock y los civiles emularon a los policías. Se convirtió en el arma elegante para usar en películas y series de Hollywood. Una vez popularizado en el mercado de armas más grande del mundo, se extendió por todo el globo", añade Barrett.

¿Y la competencia? Pasó de chotearse de la pistolilla austriaca a tragar agua e imitarla, según cuenta el libro: "Venerables rivales, principalmente Smith & Wesson, ignoraron a Glock al principio y luego se burlaron de él. Con el tiempo, empezaron a imitar al invasor austriaco, inundando el mercado con imitaciones... En menos de una década, Glock se convirtió en la pistola estadounidense definitiva", se lee en el libro.

La pistola estadounidense definitiva para bien y para mal...

"En la década de los 90, ninguna marca de armas apareció más que la Glock en las letras y los vídeos beligerantes del hip-hop, música popular en auge del país. En su hit de 1992 Bitches ain't shit, Dr. Dre y Snoop Dogg intercambiaron versos sobre la mujer y la traición romántica. “Según avanzamos por el bloque/vemos la casa de mi niña, Dre, pásame la Glock”, rapeó Snoop Dogg. Su chica estaba con otro hombre, y la Glock era la herramienta de Snoop para vengarse. En pantalla grande, las Glock aparecieron en manos de los villanos que querían matar a Bruce Willis en La jungla de cristal II. Innumerables tipos duros del celuloide siguieron su ejemplo", escribe Burrett.

Recuerden: La jungla de cristal II transcurría en un aeropuerto. En un momento dado, el agente John McCliane (Willis) decía que a los malvados les gustaba la Glock porque "era una pistola alemana de porcelana que no pitaba en las máquinas de rayos X de los aeropuertos".

Las Glock eran austriacas y sí pitaban en los aeropuertos, pero daba igual: todo el mundo quería una.

"Cuando los soldados estadounidenses sacaron a Sadam Huseín de su escondite subterráneo en 2003, el depuesto gobernante iraquí salió a la superficie con una Glock... Muchos psicópatas prolíficos se han favorecido de la Glock, presumiblemente por su gran capacidad de munición y velocidad. Seung-Hui Cho, que asesinó a 32 personas en Virginia Tech en 2007, utilizó una Glock. También Steven Kazmierczak cuando, en 2008, disparó a veintiuna personas, matando a cinco, en la Universidad del Norte de Illinois. Jared Loughner disparó una Glock con un cargador de 33 balas cuando, en 2011, intentó de asesinar a la congresista republicana Gabrielle Giffords en Tucson, Arizona, ataque saldado con seis muertos y 13 heridos, entre ellos Giffords, que sobrevivió después de que una bala de nueve milímetros atravesara completamente su cerebro. Resultó que ella misma poseía una Glock", cuenta Burrett en el libro.

La Glock también tuvo un papel estelar en La broma infinita, épica novela de David Foster Wallace en la que, entre otras muchas subtramas, una estrella emergente del tenis se presenta a un partido con una Glock con la idea de pegarse un tiro si pierde...

O, cuando el aleteo de un friki austriaco que fabrica cuchillos en su garaje, acaba provocando una terrible balacera cultural (y de la otra) en EEUU. Así se escribe la historia.

Posdata sangrienta

Por huraño que sea, ningún emprendedor de la venta de armas se libra de los incidentes aparatosos. En 1985, cuando comenzaba a desbordar beneficios, Glock contrató a un asesor fiscal de fama mejorable, Charles Ewert, para trasladar el negocio fiscal a la opaca Luxemburgo. Ewert se convirtió en unos de sus hombres fuertes, de absoluta confianza, artífice de un barroco entramado internacional que le hizo ahorrarse mucho dinero. Un buen día, a Glock le llegaron rumores internos turbios sobre Ewert. En julio de 1999, un molesto Glock voló a Luxemburgo para una reunión urgente con Ewert sobre las cuentas de la empresa. Antes de reunirse, Ewert le propuso ir a ver su nuevo bólido. En el aparcamiento, un enmascarado asaltó a Glock a martillazos. Ewert se dio a la fuga. Glock, que acabó neutralizando al agresor, sobrevivió maltrecho a siete martillazos en la cabeza. Intento chapucero de asesinato.

Desde el hospital, según cuenta el libro, Glock movió 40 millones de dólares de su fortuna a una cuenta secreta en Suiza. Temía que Ewert quisiera levantarle la pasta... o algo peor. No se equivocó: el sicario, veterano de la Legión Francesa, había sido contratado por Ewert, condenado luego a 20 años de cárcel. Dicen que Ewert le levantó 100 milloncetes al patrón, pero nadie se dio cuenta hasta el martillazogate, lo que da idea de lo bien que le iban los negocios a Glock, cuyo éxito empezó en un garaje y casi muere salvajemente en otro.

Austriacos: Gaston Glock ha muerto.

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