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Una de cada 24 personas de Nueva York es millonario, y eso no es bueno para EEUU
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'Eat the rich'

Una de cada 24 personas de Nueva York es millonario, y eso no es bueno para EEUU

La abundancia de millonarios (y más) degrada la democracia en Estados Unidos, desatando tensiones a izquierda y derecha

Foto: Nueva York, un día de tormenta. (Reuters/Eduardo Muñoz)
Nueva York, un día de tormenta. (Reuters/Eduardo Muñoz)
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Noticia bomba: Nueva York es la ciudad con más millonarios del mundo. Según un estudio de Henley & Partners, uno de cada 24 neoyorquinos, casi 350.000 en total, tiene más de un millón de dólares en líquido. Además, hay 744 centimillonarios y 60 milmillonarios. La segunda ciudad de la lista también es estadounidense: la Bahía de San Francisco. Que es una manera de decir “Silicon Valley y alrededores”.

A las tradicionales facilidades que otorga la Gran Manzana a las grandes fortunas, parte de este crecimiento de hogares millonarios se debe al retorno pospandémico. Durante el turbulento 2020, muchos de los neoyorquinos que se lo podían permitir pusieron tierra de por medio y abrazaron o bien la vida semirrural de las afueras, o bien la vida sin restricciones sanitarias de estados republicanos como Florida, haciendo que una ciudad como Miami se ganara el apelativo de “Wall Street South”. Pero 2020 ya es historia y las aguas financieras están volviendo a su cauce.

La pregunta es cómo afecta esta concentración de fortunas a las vidas del resto de los neoyorquinos, que, juntos, desde el más rico al más pobre, suman una riqueza de tres billones ('trillions', en inglés) de dólares: más del doble que el PIB de España.

Una manera de verlo es la liberal-conservadora. Aquella máxima de que lo importante no es que haya o no haya ricos; lo importante es que no haya pobres. Una postura integrada en la teoría de la “economía del goteo”: como la riqueza genera riqueza, la economía podría ser imaginada como una montaña de copas de champán. Los emprendedores llenan sus copas en la cúspide de esta montaña, y, cuando estas se desbordan, van llenando sucesivamente las copas de abajo.

Desde este punto de vista, la presencia de millonarios siempre es buena, porque su opulencia creará puestos de trabajo, estimulará la competencia y la innovación y generará ingresos fiscales. Al final, si tienen un poco de paciencia, hasta los integrantes de las filas de abajo podrán beberse también ellos una copa de champán.

La veracidad o no de esta trickle down economics, presente en los manuales reaganianos, siempre estará en disputa. Lo que está bastante claro es que el estudio Henley & Partners no vale de mucho si no se coteja con otros estudios. Por ejemplo, el que sacó Fiscal Policy Institute hace seis meses, que dice que el aumento del número de millonarios en Nueva York ha venido acompañado de la salida de personas de clase media y baja que ya no pueden costearse la vida en esta ciudad.

Foto: Liz Truss, de salida. (Reuters/Henry Nicholls)

El segmento de renta en el que más personas se han marchado es el que va de 32.000 a 65.000 dólares brutos al año, un salario inimaginablemente bajo en Nueva York, seguido por los que ganan entre 104.000 y 172.000. Todo en un momento, como apunta The New York Times, en que la alcaldía de Eric Adams planea numerosos recortes sociales en sanidad, educación y seguridad policial.

Ahogándose en la piscina

Lo cual nos lleva a la otra manera de entender la economía: no como una pirámide de copas de champán, sino como una piscina en la que, si metes a un elefante, por ejemplo una gran fortuna, el agua sube para todos los bañistas. Hasta el punto de que algunos tienen que salir de la piscina y otros directamente se ahogan.

La presencia de grandes patrimonios en Nueva York se ha sumado a la inflación para encarecerlo todo, especialmente la vivienda. Dado que hay mucha gente con mucho dinero (350.000 neoyorquinos millonarios), el incentivo para los constructores es utilizar el escaso y preciadísimo espacio urbano para, en lugar de crear viviendas asequibles y así ampliar un poco la oferta, levantar condominios de lujo. Edificios nuevecitos y acristalados que aparecen de un día para otro en los barrios obreros como si fueran un atildado latifundista que ha venido a revisar sus dominios. Entre 2012 y 2022, los precios de la vivienda neoyorquina, comprada o alquilada, han subido de media casi un 70%. El mayor brinco de todo Estados Unidos.

Foto: Michael Shellenberger. (EFE)

La reflexión inherente a la vida en Nueva York, aquello de que es una ciudad para los jóvenes o para los ricos, es más cierta que nunca. Todas las personas que están por el medio de estas categorías dan brazadas y más brazadas para no ahogarse en la piscina, porque existe otro dato: un informe de la Universidad de Columbia y la asociación Robin Hood dice que, en 2022, Nueva York experimentó el mayor aumento de la pobreza desde que estas entidades la empezaron a medir en 2012. Casi uno de cada cuatro neoyorquinos, cerca de dos millones en total, es pobre.

Este tipo de noticias, contextualizadas por el aumento de la desigualdad en Estados Unidos, tienen también un notable impacto político. Los líderes de la izquierda llevan años enarbolando el lema de Tax the Rich, “gravar a los ricos”, o, en su versión caníbal, Eat the Rich. La onda expansiva del crack de las subprime en 2008, que degradó a la clase media, ensanchó el mercado para estos eslóganes, expresados por el movimiento Occupy Wall Street y cristalizados en el renacimiento de la izquierda socialista en el Congreso, con Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez a la cabeza.

El éxito relativo de esta facción socialista, que sigue siendo minoritaria pero que tiene una influencia general en la política que no se veía desde hace generaciones, se refleja también en las encuestas de actitud hacia los multimillonarios. Ser rico hoy en día en EEUU es tan ventajoso como siempre, pero no tan respetado. Una encuesta de Pew Research recoge que la ultarriqueza está mal vista por un número creciente de norteamericanos. Una conclusión que también aparece en otros sondeos.

Foto: La candidata demócrata Elizabeth Warren. (Reuters)

Esta frustración hacia la concentración de dinero también tendría una dimensión cultural. En los últimos años parece haber emergido un género televisivo y cinematográfico cuya idea principal es que los ricos son unos monstruos, personas disfuncionales, egoístas, superficiales y torticeras. Millonarias, sí; rodeadas de lujos, sí. Pero fundamentalmente infelices, esclavas de sus caprichos y egos deformados.

Bajo la piel de lo que simplemente parece un género más, con productos como Succession, Bling Empire, White Lotus, The Menu o Glass Onion, habría una especie de conflicto freudiano. Estos productos culturales servirían, en realidad, para que las personas de clase media, educadas y convencidas de que también ellas tienen derecho a mojar el pico en las aguas de la riqueza, se desquitasen, diesen rienda a suelta a sus frustraciones: no soy rico, pero qué más da. Porque los ricos, en realidad, no son felices. Como apunta el divulgador Justin Murphy, estos productos tratarían de recalibrar psicológicamente la descompensación entre una vasta clase de profesionales ambiciosos y sus escasas opciones de llegar adonde quieren.

Este visible descontento, o insatisfacción, hacia las tradicionales consecuencias del capitalismo también existe en la derecha, sólo que con otra forma. La de las bases trumpistas enraizadas, sobre todo, en condados rurales que vieron tiempos mejores. Y que tampoco aprecian que la riqueza, en lugar de repartirse por una Middle America necesitada de buenos colegios, buenos hospitales y autopistas nuevas, se acumule en unos pocos centros urbanos alejados y borrachos de dólares.

Noticia bomba: Nueva York es la ciudad con más millonarios del mundo. Según un estudio de Henley & Partners, uno de cada 24 neoyorquinos, casi 350.000 en total, tiene más de un millón de dólares en líquido. Además, hay 744 centimillonarios y 60 milmillonarios. La segunda ciudad de la lista también es estadounidense: la Bahía de San Francisco. Que es una manera de decir “Silicon Valley y alrededores”.

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