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El nuevo 'Zeitgeist' del mundo es el odio al inmigrante. Sí, incluso en el país del arcoíris
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Saco de boxeo en las elecciones

El nuevo 'Zeitgeist' del mundo es el odio al inmigrante. Sí, incluso en el país del arcoíris

Tras la discriminación sufrida durante el apartheid por la minoría blanca, Sudáfrica adoptó una política aperturista con la inmigración. Ahora, los ataques xenófobos están en alza

Foto: Colas para votar en Sudáfrica (Reuters/Alaister Russell)
Colas para votar en Sudáfrica (Reuters/Alaister Russell)

Agosto de 2023. Las llamas devoran, en apenas unas horas, un edificio semi abandonado en el número 80 de la Calle Alberto, en Johannesburgo. Allí vivían alrededor de 200 inmigrantes ilegales de países vecinos de Sudáfrica como Tanzania, Malaui y Zimbabue. Fue una tragedia: más de 75 personas murieron, entre ellos doce niños.

Como casi siempre, tras la desgracia había cierta mano humana. El mal estado del edificio, que dependía de Compañía de Propiedades de Johannesburgo, una entidad municipal que debía cuidar de él, favoreció el alcance de las llamas. Pero la respuesta del consistorio fue: "[La solución es la] deportación masiva de inmigrantes ilegales que se alojan en estos edificios sin pagar alquiler. Debemos arrestarlos y deportarlos en masa a todos: solo entonces veremos una Johannesburgo más limpia, con edificios disponibles y que cumplan con los estándares de salud, y una ciudad generando ingresos. Las palabras de Kenny Kunene, miembro de gobierno municipal y vicepresidente del partido xenófobo Alianza Patriótica, no son solo suyas, sino que reflejan la rampante xenofobia y odio al migrante que crece en Sudáfrica hacia sus vecinos africanos.

Los discursos de odio y ataques contra inmigrantes ilegales han ido en aumento en Sudáfrica hasta copar la primera línea de la política nacional. Con el paro disparado hasta un 32% de media y el 45% en el caso del desempleo juvenil, el crimen ha subido hasta una deshonrosa media de 65 asaltos a coches y 75 asesinatos diarios en el país. Johannesburgo, Durban y Pretoria están entre las cinco ciudades con mayor criminalidad del mundo, y Sudáfrica ocupa el quinto lugar a nivel mundial, según el índice de criminalidad de Numbeo. Un caldo de cultivo óptimo para encontrar un culpable fácil a quien señalar con el dedo.

En los meses previos a las elecciones generales celebradas el pasado 29 de mayo, el discurso antimigratorio fue en ascenso en partidos radicalizados. El presidente de la Alianza Patriótica, Gayton Mckenzie, refrendó a su segundo meses después del incendio: “No queremos inmigrantes ilegales aquí”. Ha prometido la deportación masiva de extranjeros y que restablecería la pena de muerte. Otro partido, el Rise Mzani, dice en su manifiesto que “arreglará el sistema de demandantes de asilo” y el líder del partido ActionSA, el exalcalde de Johannesburgo, Herman Mashaba, acusó a los inmigrantes ilegales de traficar con drogas, destrozar a las pequeñas empresas y “alterar nuestra forma de vida”.

Foto: Destrozos tras las protestas en Durban, Sudáfrica. (Reuters)

Mashaba apuntó a las spaza, las pequeñas tiendas informales que campan por las calles de las ciudades sudafricanas como la causa del mal, señalando directamente a un objetivo físico y poniendo en peligro su integridad. Los ataques contra inmigrantes ilegales son recurrentes desde la crisis financiera de 2008: se acumulan ya más de 5.000 tiendas de inmigrantes atacadas y 410 muertos por xenofobia, según el portal Xenowatch. La xenofobia se cobra de media 26 muertos al año, más de dos cada mes.

En 2021, en el barrio de Soweto de Johannesburgo nació la organización Operación Dudula. Dudula significa "expulsar" en zulú y el término había estado difundiéndose por redes sociales hasta que un grupo de vecinos lo sacó a la calle. Estos actúan en autodenominados "grupos de vigilancia" para amedrentar y atacar las propiedades de inmigrantes ilegales. "A decir verdad, odio a los extranjeros. Cómo me gustaría que pudieran hacer las maletas e irse de nuestro país", se le oye decir a Dimakatso Makoena, una madre de 57 años, en el documental de la BBC especial sobre la xenofobia Miedo y Asco en Sudáfrica.

Un país de brazos abiertos que se cierra a la inmigración

En la noche del miércoles 6 de abril de 2022, Elvis Nyathi estaba en su casa en una fabela de Johannesburgo cuando un grupo que participaba de unas protestas antiinmigración empezó a golpear su puerta, pidiendo los documentos de visado. Él se escondió, pero cuando lo encontraron le apalearon hasta matarlo. Nyathi era zimbabuense y padre de cuatro hijos.

El caso puso de relieve la ola antimigratoria y llegó hasta la esfera internacional. La ONU avisó de que Sudáfrica estaba “en el precipicio de una explosión de violencia xenófoba” y pidió al gobierno medidas para proteger a la población migrante. Enfadado, el presidente Cyril Ramaphosa contestó que eran hechos aislados y que Sudáfrica no era un país racista. "Los sudafricanos no somos xenófobos, no odiamos a la gente de otros países. De hecho, abrazamos a la gente de otros países", dijo. Algo de razón histórica había.

Foto: Restos de un coche quemado tras los disturbios xenófobos en Sudáfrica. (Reuters)

Tras la discriminación sufrida durante el apartheid por la minoría blanca, el Congreso Nacional Africano de Nelson Mandela adoptó una política aperturista con la inmigración, en línea con su ideal panafricanista y en agradecimiento a los países que apoyaron su causa. Pronto, la inmigración comenzó a subir.

En el censo de 2022, el gobierno sudafricano calculó que viven 3,9 millones de extranjeros en el país, una estimación que algunos científicos consideran baja. El 83,7% viene de los países vecinos del cono sur de África, con Zimbabue a la cabeza con casi la mitad del total de inmigrantes, la mayoría venidos por la grave crisis económica sufrida tras la expropiación de tierra a principios de siglo.

A Zimbabue le siguen Mozambique con un 20%, Lesoto con un 10,9% y Malaui con un 9,5%. Entre ellos hay 66.000 refugiados según Sudáfrica y 250.000 según la ONU, la gran mayoría de República Democrática del Congo, Somalia y Etiopía.

El gobierno de Sudáfrica está intentando frenar el discurso de odio. En plena campaña electoral, Ramaphosa ha firmado la nueva ley aprobada por el parlamento que criminaliza con hasta ocho años de cárcel el discurso y los crímenes de odio.

"Los inmigrantes ilegales suponen una carga para el fisco, con efectos adversos en la prestación de servicios, el desempleo y la pobreza"

Aun así, el Ejecutivo no es ajeno a la opinión popular. La mayoría de los sudafricanos considera una “amenaza” a los inmigrantes para sus trabajos, según la Encuesta de actitudes sociales de Sudáfrica, un organismo oficial. El CNA ha comenzado a cambiar la retórica para evitar la responsabilidad en la crisis social y económica: "Los inmigrantes ilegales suponen una pesada carga para el fisco, con efectos adversos en la prestación de servicios, el sobrecargado sector sanitario, el alto desempleo y la pobreza", ha dicho el secretario general del partido, Fikile Mbalula, quien ha considerado la migración una “bomba de relojería”.

Impulsado por su pérdida de votos, el gobierno ha empezado a tomar medidas para endurecer las leyes de migración. El ministerio del Interior ha pasado un borrador que considera “un error” haber firmado la convención de refugiados de la ONU y pide no acogerse a las leyes internacionales. Si pasara a trámite la ley, Sudáfrica negaría el refugio a quien haya llegado de tránsito desde otro país que no fuera el suyo de origen, evitando así a personas que no sean nacionales de países fronterizos.

Agosto de 2023. Las llamas devoran, en apenas unas horas, un edificio semi abandonado en el número 80 de la Calle Alberto, en Johannesburgo. Allí vivían alrededor de 200 inmigrantes ilegales de países vecinos de Sudáfrica como Tanzania, Malaui y Zimbabue. Fue una tragedia: más de 75 personas murieron, entre ellos doce niños.

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