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Amin Maalouf: "Occidente puede estar en crisis, pero sus rivales no tienen un modelo distinto"
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Entrevista Premio princesa de Asturias

Amin Maalouf: "Occidente puede estar en crisis, pero sus rivales no tienen un modelo distinto"

El historiador y ensayista Amin Maalouf (Líbano, 1949) acaba de publicar 'El Laberinto de los extraviados', donde hace un diagnóstico de un orden mundial moribundo

Foto: Amin Maalouf, autor del libro Amin Maalauf (B. Moya/Anaya)
Amin Maalouf, autor del libro Amin Maalauf (B. Moya/Anaya)

Amin Maalouf (Beirut, Líbano, 1949) no es optimista con respecto al mundo al que nos encaminamos. La hegemonía del modelo occidental agoniza y, si no se pone remedio, el mundo parece ir tentando la suerte hasta que se produzca ese "resbalón" que precipite al desastre planetario. Buscando inspiración —o quizá explicación— en la historia, el ensayista y premio Princesa de Asturias de las Letras de 2010 se embarca en El laberinto de los extraviados (Alianza Editorial) en un diagnóstico de otras potencias que en algún momento intentaron poner en tela de juicio la supremacía global de Occidente, desde Japón a la Unión Soviética, pasando por China, sin poder evitar acabar quemados por la arrogancia o incapaces de ofrecer un modelo realmente alternativo.

"El declive de Occidente es real, pero ni los occidentales ni sus numerosos adversarios son capaces de conducir a la humanidad fuera del laberinto en el que anda perdida", afirma. La guerra de Ucrania solo fue una suerte de "prórroga" para Occidente, pero el gran contestatario actual de la hegemonía del modelo occidental, China, no puede ofrecer tampoco respuestas.

PREGUNTA. "Identidades asesinas", "La disrupción del mundo", "El hundimiento de las civilizaciones" y ahora "El laberinto de los perdidos". Cada cierto tiempo va publicando ensayos que parecen seguir el mismo tren de pensamiento: no vamos bien, ni estamos mejorando. Hablas de un extravío generalizado, un agotamiento del mundo... Desde luego, pesimista.

RESPUESTA. Efectivamente, es una misma línea de reflexión que tiene que ver con mi preocupación respecto al mundo. Hay países que amenazan la democracia, la paz, y el futuro. Son temáticas muy complejas y ha habido un aumento de mi inquietud [a lo largo de los años]. Aunque en cada libro reflexiono sobre aspectos distintos de esa degradación. En este en concreto, reflexiono sobre las potencias que han llegado a ser un desafío a la predominancia de Occidente a lo largo de la historia. Intento comprender cómo se desarrollaron los acontecimientos con Japón, con China.

P. La cuestión de la degradación de Occidente no es nueva, y está dolorosamente presente en el debate incluso europeo. ¿Por qué mueren los imperios?

R. Cuando hablo de Occidente no hablo de naufragio: el naufragio es global, del conjunto de las civilizaciones. Sobre Occidente, existe ese interrogante sobre su actual lugar en el mundo. No uso tanto el término "decadencia" de Occidente, o el declive, porque aunque existe ese declive, los adversarios de Occidente también se enfrentan a sus propias crisis. No se puede decir que "hay un declive de Occidente" y que no hay un declive de Rusia, por ejemplo. Hay problemas que se enfrentan todas las potencias, y es el conjunto del sistema mundial el que está realmente en crisis. Desafíos para el mundo en su conjunto, como la forma de organizar la gobernanza mundial entre potencias, los desafíos vinculados al cambio climático, a las nuevas tecnologías... Y ante esos desafíos es imprescindible que haya alguna forma de solidaridad entre potencias para poder afrontar esos retos. Pero esa solidaridad no existe, lo que complica la situación.

Tras la Guerra Fría tuvimos un periodo en el que pensábamos que iba a surgir un nuevo orden mundial, con Estados Unidos convertido en una única superpotencia, pero que mantendría relaciones no demasiado conflictivas con los demás países. Estoy hablando del final de los años 80, principios de los 90, cuando había un ambiente que permitía desembocar en un nuevo orden internacional y en una nueva forma de cooperación internacional. Por desgracia, no ha sido así. Todo el mundo tiene su parte de responsabilidad en ello, pero probablemente Estados Unidos más que los demás, porque eran ellos quienes estaban al mando, quienes tenían que haber organizado ese nuevo orden, organizar las relaciones con las demás potencias, y no supieron hacerlo. Se han embarcado ellos mismos en conflictos que han terminado de manera desastrosa, han iniciado guerras que solo han servido para destruir países sin construir nada más avanzado para sustituirlos, tanto en Irak como en Afganistán. Y el negativo desenlace es que hoy nos encontramos con un mundo sin legalidad ni orden internacional que se respete.

P. En el libro usted dice que caminamos como sonámbulos hacia un conflicto planetario, quizá una tercera guerra mundial. ¿Es inevitable?

R. No diría que es inevitable, pero el riesgo es real. Hay muchas incógnitas, tenemos tecnologías que pueden desbarrar muy fácilmente. Pienso en las manipulaciones genéticas [CIRSP], en la inteligencia artificial... También estamos embarcados en una nueva carrera armamentística mundial. La confrontación no es inevitable, pero si seguimos manteniendo relaciones tan malas, si sigue habiendo tan poca confianza, tantos odios entre pueblos o políticos, antes o después surgirá un acontecimiento que desembocará en enfrentamientos con armas mucho más destructivas de lo que hemos visto hasta hoy. Hoy hablamos constantemente del riesgo nuclear, por ejemplo. Siempre esperamos que no se materialicen, pero necesitamos instalar un mecanismo que nos proteja, que proteja al mundo entero contra el riesgo de un patinazo destructivo.

P. En ese "crepúsculo de Occidente", ¿la guerra de Ucrania es una prórroga? La invasión de Rusia le dio de nuevo cierta viveza tanto a estructuras que se creían en "muerte cerebral" como la OTAN, pero también otorgó de nuevo a Occidente esa pátina de moralidad que había perdido, poniéndose ahora del lado del agredido, del orden internacional...

R. Cuando Rusia atacó Ucrania pensamos que iba a cambiar la relación de fuerzas y poner fin a la supremacía occidental. El fracaso de esa ofensiva ha permitido evitar el desastre. El hecho de que se haya ganado tiempo gracias a ese fracaso nos debería llevar a decirnos: vamos a buscar una forma de reconstruir un orden mundial diferente, en lugar de pensar "vamos a seguir como hasta ahora", porque aunque Rusia haya fracasado, para la próxima sacudido a lo mejor las consecuencias son desastrosas. Hemos tenido un aviso y tendríamos que aprovecharlo para reformar el sistema internacional, no para volver a lo que teníamos antes.

En cuanto a la prórroga "moral", es cierto. Pero por prórroga, no va a durar eternamente.

P. En el contexto de tensiones entre potencias, apunta directamente a un casi inevitable conflicto entre China y Estados Unidos. ¿Cuál es la génesis de ese conflicto?

R. Puede ocurrir con Rusia, puede ocurrir con China. La índole de las relaciones entre esos tres países, China, Rusia y Estados Unidos, no permite evitar ese tipo de conflicto, porque hay una enorme desconfianza en las relaciones entre ellos y una hostilidad sistemática. El riesgo es real. Quizá en el futuro nos preguntemos ¿cómo hemos llegado a esto? Pero de lo que tenemos que ser consciente es que estamos avanzando hacia ello.

Tanto China como Estados Unidos (y otros países, también), están desarrollando armas de las que no conocemos los detalles, porque la naturaleza misma del tema exige que se haga en secreto. Pero sabemos que lo están haciendo. Sabemos que China quiere poner fin a la superioridad militar estadounidense, eso los chinos no lo ocultan, intentan acelerar su programa militar para reequilibrar la relación de fuerzas con Estados Unidos. Y EEUU trata de evitar ese reequilibrio y mantener su predominancia. Eso ya de por sí es tema de preocupación, porque no sabemos en qué momento una de las potencias va a considerar que tiene un arma que le proporciona una ventaja y quiera usarla. Por poner un ejemplo: hace unos meses, EEUU anunció que Rusia está desplegando un arma de carácter nuclear para destruir todo nuestro sistema de satélites. Una hora después, no se ha oído hablar mucho de ello.

P. En el libro habla que la semilla de la destrucción de los imperios y hegemonías es la arrogancia. ¿Le va a pasar eso a China?

R. Deng Xiaoping [líder de la China comunista tras la muerte de Mao] tenía esa actitud de decir que China no tenía que demostrarse muy agresiva, que no había que gritar a voz en cuello que se iban a convertir en la primera potencia. "Somos un país que se ha retrasado mucho, un país que ha sido muy pobre... que tenemos muchas cosas que aprender y que cambiar todavía". Desde la llegada al poder de los dirigentes actuales, se ha cambiado de dirección. Probablemente por política interna. Tenemos un cambio de actitud y de lenguaje. La arrogancia es una tentación de cualquier país que se vuelve muy poderoso.

En mi libro, hablo de cuatro países que han tenido momentos de arrogancia total. Japón, cuando comenzó a volverse importante, se lanzó a la aventura de ocupar China, controlar el Pacífico, y lanzarse a la guerra con Estados Unidos. Tenía la sensación de poder expandirse por el mundo entero. Y fue una locura, porque no tenía ni muchísimo menos los medios para hacerlo. Los dirigentes soviéticos también llegaron a un momento de delirio en el que estaban convencidos de que iban a conquistar el mundo entero, que Occidente se iba a desplomar, y se embarcaron en aventuras en todas partes, la última, la fatal incursión en Afganistán. Pensaron que Occidente iba a ser demasiado débil para reaccionar. Y ya hemos visto cuál ha sido el resultado.

Foto: Ceremonia de apertura del congreso del PCCh. (Reuters/Thomas Peter)

China tiene otra tradición. Durante muchos años, China se ha considerado el centro del mundo, o sea [que su posición de ahora] no es nada nuevo, pese al largo periodo de debilitamiento. Pero para un dirigente chino, es fácil retomar ese discurso. Estados Unidos también, por supuesto, ha tenido momentos de auge donde se han visto como única superpotencia y en lugar de organizar un sistema mundial que les conviniera, se han comportado como si no tuvieran necesidad de orden mundial. Y eso les ha llevado a aventuras completamente catastróficas.

Hay algo en la naturaleza humana que hace que, cuando alguien se vuelve muy fuerte, ya sea una persona, un país, es muy difícil mantener un equilibrio mental.

P. ¿Qué problemas, o crisis, tiene el modelo chino?

R. Los adversarios de Occidente no tienen realmente modelos que proponer. Tienen críticas respecto al modelo occidental, sobre el papel desempeñado por Occidente, porque Occidente intenta acaparar las decisiones en el mundo entero. Pero no hay modelo alternativo. En tiempos de la era soviética ellos sí que proponían un modelo para sustituir el modelo occidental. Al cabo de unas décadas, el modelo soviético demostró que no servía, y se desplomó. China no está proponiendo otro modelo de sociedad, ni económico: intenta adaptarse al modelo capitalista. China no puede proponer un modelo porque es un país muy atípico. Aunque les fascine, ningún país puede reproducir la experiencia china. Miles de millones de habitantes, 3.000 años de continuidad histórica...

Hay un modelo, y se critica ese modelo. Pero no hay otro.

P. ¿Qué podemos tomar prestado del modelo de China para nuestro modelo occidental en crisis? Siendo libanés, usted ha mencionado en otras ocasiones la separación de identidad-religión, por ejemplo.

R. Es probable que Occidente en la actualidad ofrezca más cosas que merezcan ser adoptadas por los demás que otros modelos, pero otras cosas debería aprenderlas occidente. Para mí, la cuestión de la religión: el mundo entero debería mirar con interés la forma en la que los países confucianos, China, Corea y Japón, la religión está desligada de la identidad, lo que es fundamental. En Occidente, el mundo musulmán, India, haríamos bien en observar esa experiencia. También, la primacía de la educación, que es parte integrante de la tradición confuciana, que ha permitido el progreso de países como Corea y Japón.

Amin Maalouf (Beirut, Líbano, 1949) no es optimista con respecto al mundo al que nos encaminamos. La hegemonía del modelo occidental agoniza y, si no se pone remedio, el mundo parece ir tentando la suerte hasta que se produzca ese "resbalón" que precipite al desastre planetario. Buscando inspiración —o quizá explicación— en la historia, el ensayista y premio Princesa de Asturias de las Letras de 2010 se embarca en El laberinto de los extraviados (Alianza Editorial) en un diagnóstico de otras potencias que en algún momento intentaron poner en tela de juicio la supremacía global de Occidente, desde Japón a la Unión Soviética, pasando por China, sin poder evitar acabar quemados por la arrogancia o incapaces de ofrecer un modelo realmente alternativo.

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