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¡Muera la ideología! México, India y el arrollador placer de votar a líderes alfa
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Se acabó el partido

¡Muera la ideología! México, India y el arrollador placer de votar a líderes alfa

Hoy se vota a líderes. Los liderazgos se están devorando a los partidos. Pero para eso el candidato debe mostrar que es un caudillo fuerte, un alfa

Foto: El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, junto a la presidenta electa, Claudia Sheinbaum. (Reuters/Henry Romero)
El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, junto a la presidenta electa, Claudia Sheinbaum. (Reuters/Henry Romero)
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¿Qué tienen en común Andrés Manuel López Obrador, Narendra Modi, Javier Milei, Jacob Zuma, Nayib Bukele y Donald Trump? Todos son políticos. Algunos han sido presidentes y han regresado de la penumbra, otros se marchan dejando a su sucesora colocada y otros se han convertido en una especie de estrellas de rock ante sus fieles. Pero el denominador común es que todos han cimentado sus arrolladores triunfos cambiando las siglas de un partido por sus iniciales. Y eso es un cambio pantagruélico que amenaza con cambiar las democracias.

Hasta no hace tanto la política era cosa de ideologías. Los que querían convertirse en mandatarios debían afiliarse a un partido de los clásicos, de los que tenían músculo y ganaban elecciones como el Real Madrid gana Champions. Pasara lo que pasara, el votante fiel a unas siglas apoyaba al candidato que le presentaban. Pero eso es pasado. Hoy se vota a líderes. Los liderazgos se están devorando a los partidos. Pero para eso el candidato debe mostrar que es un caudillo fuerte, un alfa. Todos los señalados en el primer párrafo lo son. Su autoritarismo requiere trinchera. La cavan, se meten dentro con sus votantes, a los que convencen de que están bajo asedio, y desde ahí disparan a todo lo que se mueve. Y algunos votantes están encantados porque hace tiempo que les decepcionaron ya todos y votan por la satisfacción de vengarse.

Claudia Sheinbaum ha arrasado ayer en las elecciones celebradas en México. La primera presidenta de la historia del país tiene ahora el reto de sacar adelante una patria hecha trizas por la violencia y la desigualdad. Pero su problema es la alargada sombra detrás de su ascenso al poder. Su triunfo es arrollador por un solo motivo, el resto son todos subsidiarios: contaba con el apoyo de Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Si el ahora presidente hubiera apoyado otro candidato, cualquiera que fuera el nombre, ese o esa habría ganado la Presidencia.

AMLO es el perfecto ejemplo de que unas iniciales tienen más fuerza que unas siglas. Montó un partido de la nada, Morena, tras perder dos veces seguidas las elecciones generales, y sin nada más detrás arrasó finalmente en las elecciones de 2018. Él denunció que en 2006 y 2012 le habían robado los comicios y así consiguió que un hombre que solo se ha dedicado a la política llegara con 64 años a la presidencia y fuera considerado un “outsider”.

Foto: Claudia Sheinbaum, el 29 de mayo. (REUTERS / Raquel Cunha)

¿Y qué ha dejado AMLO? Los mexicanos lo apoyan y se ha ido con una aprobación del 60%, que son los votos que ha recibido su sustituta. Su labor política es controvertida. Más muertos por violencia que nunca, cinco millones menos de pobres, una apuesta por los combustibles fósiles, desencuentros diplomáticos... Pero su sello es la forma de haber llevado el país. Desde el púlpito de sus Mañaneras, las ruedas de prensa que daba cada mañana, ha destrozado a cualquiera que osara criticarle. Incluso ha llegado a dar los datos privados de los periodistas que publicaban noticias críticas. Una forma de comunicación que los votantes han empezado a encontrar sumamente atractivo en muchos lugares.

Es un voto de desencanto que hace que el ciudadano acabe votando a un político como el argentino Milei, que se sube a berrear a un púlpito y a insultar a los zurdos como si tuviera la rabia. Da igual si habla con su perro muerto, el mundo empieza a elegir a Calígulas que colocan de cónsul a sus caballos. Son políticamente incorrectos, y eso se ha convertido en un imán como en los reality shows de la tele, donde los concursantes se arañan para que el público les vote.

Foto: Un grupo de personas sostiene pancartas con la imagen del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador. (Reuters/Luis Cortés)

Eso es algo nuevo. Hasta hace nada, eso no era rentable. Había una línea que se evitaba cruzar: la de parecer encabronado. Del italiano Berlusconi se dice que es padre de esta nueva política, pero el milanés, aunque podía soltar cualquier tipo de ocurrencia por su boca, no se permitía hacerlo sin sonreír. Atacaba duro, pero había un límite de formas que hoy ampliamente se ha traspasado.

Si el líder insulta, el pueblo insulta. Y eso está partiendo sociedades que ven a sus dirigentes despedazar adversarios por lo civil, penal y personal. ¿Dónde acaba esto? Probablemente, fue el estadounidense Trump, que tiene un gesto siempre adusto, el que demostró que se puede insultar y atacar sin piedad a todos. Eso le generó acólitos, mucho más fieles que los votantes. Esos siempre votan y acaban decidiendo comicios, especialmente cuando la abstención es alta. El votante se puede quedar en casa, el acólito nunca.

Trump, como AMLO, y como toda esa troupe de nuevos mandatarios autoritarios, maneja la posverdad. La prensa engaña, sueltan. Y como también hay un buen campo de cultivo entre las corruptelas mediáticas, se forma un batiburrillo donde el líder ha encontrado una fácil escapatoria: “Me persiguen”. “Mienten”.

En India es probable, así al menos lo dicen todos los pronósticos, que en breve se oficialice la apabullante victoria del primer ministro Narendra Modi. “La marca Modi es mucho más fuerte que la marca del BJP (su partido)”, afirmaba a El Confidencial hace poco el analista indio Amitabh Tiwari. ¿Eso qué quiere decir? Que Modi hubiera vencido también las elecciones bajo la formación política M.O.D.I. frente al propio BJP. Eso es un poder absoluto que el político que lo goza maneja a su antojo.

Modi agita el hinduismo, los símbolos patrios, y acusa a cualquiera que no lo secunde de mal patriota. Ese argumento ha desarmado a la oposición del Congreso Nacional Indio, que durante años gobernó sacando votos de un parte del hinduismo y de las minorías. Modi entendió que no necesita convencer a todos, sino convencer a una mayoría y sacrificar al resto. Funciona. Modi, AMLO y Bukele, el peculiar presidente salvadoreño, son los presidentes con mejores ratios de apoyo. No gobiernan para todos. No quieren ser sutiles y tender la mano. Gobiernan para los suyos, sus numerosos votantes, para los que hacen las cosas bien.

El último ejemplo de esos liderazgos alfa ha tenido lugar también en las elecciones en Sudáfrica del pasado fin de semana. El todopoderoso Congreso Nacional Africano (CNA) ha perdido por primera vez la mayoría absoluta. Eso es un terremoto político en el país, pero parece un proceso lógico tras 30 años de corruptelas y una desigualdad endémica. Lo que ya no parece lógico es quién la ha quitado los votos. El MK es un partido creado en diciembre de 2023 por el expresidente Jacob Zuma. El mandatario dimitió en 2018 tras la petición de sus propios compañeros del CNA, que le forzaron a dejar la presidencia tras ser el principal artífice de toda esa corrupción que podría todo.

Foto: Foto de archivo de la policía y el Ejército mexicano. (EFE/Luis Torres)

El país parecía aliviado. Era habitual escuchar a numerosos sudafricanos quejarse de su presidente. Pero Zuma es un hombre con carisma, un populista, considerado un extremista de izquierdas de la causa “negra”, al que le ha bastado con sacarse de la manga una formación para en seis meses sacar el 14,5% de los votos de unos ciudadanos con amnesia o que han decidido perdonar los pecados de su amado líder. O no creen que pecó. O les importa un comino que lo hiciera.

A él, como Trump, Milei, AMLO, Modi o Bukele, no le tiembla la voz. Habla como si disparara con los labios. Todos ellos ejercitan la boca como un músculo. Y a una parte de la ciudadanía le encanta. Por primera vez eligen líderes que hablan como ellos. Les escuchan y se sienten comprendidos. Les vacían de rabia. Ellos también detestan a sus vecinos. Les han suministrado eso con gotero. Y les perdonan sus excesos. Y les votan.

¿Qué tienen en común Andrés Manuel López Obrador, Narendra Modi, Javier Milei, Jacob Zuma, Nayib Bukele y Donald Trump? Todos son políticos. Algunos han sido presidentes y han regresado de la penumbra, otros se marchan dejando a su sucesora colocada y otros se han convertido en una especie de estrellas de rock ante sus fieles. Pero el denominador común es que todos han cimentado sus arrolladores triunfos cambiando las siglas de un partido por sus iniciales. Y eso es un cambio pantagruélico que amenaza con cambiar las democracias.

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